sábado, 27 de agosto de 2016

"Etimología para el fornicio" por Carlos Mayoral


Queridos nazis gramaticales, cansado como estoy de ver pasar las maravillas de la vida real entre neologismos absurdos y polémicas tildes, me he decidido a abandonar las armas para hablar de amor. Sí, se me antoja necesario que empecemos a tomar contacto con él si no queremos perecer entre tanta guerra lingüística. Por eso, para favorecer nuestra interacción con el mundo amatorio, he preparado algunas etimologías que nos pueden servir para defendernos durante el noble arte del cortejo. Antes de nada, animales lingüísticos, dejadme que explique que no siempre están claramente definidas las fronteras etimológicas y que, lo que este estudio cita como blanco, aquel lo cita como negro y viceversa. Dicho esto, acicalémonos. Vistamos nuestras mejores galas. Olvidemos las hostias que nos atizamos a diario por tal o cual movimiento sintáctico. Mirémonos al espejo antes de lanzarnos a la calle. La noche es joven.

Palabra
Aunque más tarde deberá dar paso a los hechos, lo cierto es que toda noche de pasión debe comenzar con un buen manejo de la palabra. Esta voz latina viene del griego «parabola», formado por «para» (al margen) y «bole» (lanzar). Por tanto, el término «palabra» expresa la idea de «lanzar una idea al margen de», es decir, «comparar». Por tanto, es indispensable una buena comparación para no dar al traste con nuestras aspiraciones.

Cerveza
Este término siempre nos interesa si de soltar la lengua se trata. El origen etimológico de «cerveza» no está tan claro. Al parecer, la forma nos llega de algún étimo celta, pero me gusta creer que pueda referirse al conjunto latino Ceres-Vis (fuerza de Ceres, diosa de la agricultura). Como curiosidad podemos completar este apartado explicando el porqué de la diferencia entre las voces hispánicas  (cerveza, cerveja o cervesa) y las del resto de Europa (bière en francés, beer en inglés, birra en italiano). Este motivo no es otro que la aceptación europea del verbo germánico «bier» (beber).

Despampanante
Ya con la fuerza de Ceres fluyendo por nuestras venas, llega la hora del contacto entre los futuros amantes. En toda noche de pasión, el primero de los contactos ha de ser visual. Este suele ir acompañado de un agradable sentimiento de aceptación. A veces, esa aceptación resulta desbordante y así aparece ante nosotros el término «despampanante», que nos llega del latín «des» (sin) y «pampinus» (vid, parra). Este origen tiene que ver con el sentimiento, también desbordante, de aceptación que Adán y Eva sintieron al observarse mutuamente sin la hoja que cubría sus partes pudendas.

Emoción
El siguiente paso consiste en moverse. Sí, por mucho que nos cueste, al movernos probablemente despertemos cierta «emoción» en la pareja, pues ambos conceptos están íntimamente ligados etimológicamente. Y es que «emoción» nos llega del latín «emotio», derivado del verbo «emovere». Esta forma se compone del prefijo «e» (desde) y «movere» (mover). Por tanto, emoción define el concepto «mover de un sitio», que yo traduzco por «salirse de lo común». Si despiertas este sentimiento en tu acompañante, tenemos mucho camino recorrido.

Erotismo
En este arduo trabajo, el «erotismo» desempeña un papel fundamental, ya que está relacionado directamente con el dios Eros, que al igual que el término «eros» son utilizados por los griegos para referirse a la pasión. Así, la «erótica» nos llega del griego eros (pasión) e «ika» (relacionado con).

Deseo
El último paso que habremos de dar antes de llevar la nave a buen puerto consiste en tratar de conseguir que surja el deseo en tu acompañante. El término «deseo» nos llega desde la forma latina «desiderare», que se compone del prefijo «de» (dejar) y del verbo «siderare», que puede traducirse por «ver las estrellas». Por tanto, si «desiderare» quiere decir «dejar de ver las estrellas», el «deseo» define el sentimiento que esta ausencia produce en el hablante.

Alojamiento
Si has llegado hasta aquí, enhorabuena: el experimento ha dado resultado. El siguiente paso será buscar alojamiento. Como curiosidad, debemos apuntar que «alojar» viene del latín «laubia» (cobijo), que a su vez deriva del protogermánico «laubas» (hoja).

Vagina
Demos paso a la etimología necesaria para analizar el fruto del amor. Empecemos con los órganos sexuales. La «vagina» parece que procede del latín y define el concepto utilizado para referirse a la «vaina» en la que el caballero introducía su espada. Esta forma metafórica fue ganándole terreno al también latino «vulva», que definía al órgano femenino de manera literal.

Falo
El órgano masculino no goza de la elegancia de su equivalente femenino. El término «falo» parece que puede derivar del hongo «phallus impudicus», que significa algo así como «falo oloroso» y que, como no podía ser de otra forma, es famoso por despedir un olor repugnante. Sobra decir que este hongo tiene forma de pene.

Estrógenos
En el caso de contar con un miembro femenino en esta relación, sería bueno que fluyeran los estrógenos por algún lado. El término «estrógeno» aparece gracias al latino «estrus», y este a su vez gracias al griego «oistros», que era el encargado de ponerle letra al «picor producido por un mosquito o tábano». Muy descriptivo todo.

Joder
Hemos llegado al punto culminante. «Joder», que a menudo se asocia con el acto sexual, deriva del latín «futuere» (golpear). Parece ser que los latinos «futuere» y «battuere» podrían haber nacido gracias al celta «bactuere», que significa «agujerear». Que con el paso de los años hemos perdido el poder metonímico de nuestros antepasados, parece claro.

Eyacular
Estamos llegando al final. Si el proceso termina con buena nota, es probable que también aparezca el término «eyacular». Este viene del latín «iaculum» (dardo) que se forma con el verbo «iacere» (lanzar) y el instrumental «culum». Por tanto, «iaculari» vendría a significar «lanzar un dardo».

Recordar
Dejamos para la última estación al más poético de los verbos. Si los participantes han quedado satisfechos, convendría que utilizaran el verbo «recordar», que deriva de la forma latina «recordari». Esta se compone del prefijo «re» (de nuevo) y el núcleo «cordis» (corazón). Por tanto, «recordar» podríamos traducirlo por «volver a pasar por el corazón».

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