“Nadie por ser joven dude en filosofar ni por
ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es joven o viejo para la salud de
su alma”, escribió Epicuro en Carta a
Meneceo. Su consejo parece haber llegado a los impulsores del Instituto de
Humanidades Francesco Petrarca, en Madrid, un espacio de encuentro y formación
donde la media de edad se sitúa en 58 años, el alumno más joven tiene 18 y el
mayor está al borde de los 90. “Tenemos hijos y padres, incluso abuelos,
asistiendo a la vez a nuestros cursos”, señala la directora, Cristina Alonso, a
quien tres años de andadura le han demostrado el interés que despiertan las
humanidades, cada vez más denostadas en los planes educativos.
“Compartir aprendizajes con mis padres es muy
motivador. Como si nuestro mundo se hubiera abierto. Tenemos más temas de
conversación y el tiempo que pasamos juntos ha ganado en calidad”, asegura
Elena Guisado, de 35 años, ingeniera de Caminos, igual que Francisco, su padre.
Los dos acudieron al centro impulsados por Concha, la madre, licenciada en
Filosofía. La cultura clásica, la historia, la neurolingüística, el
pensamiento, son puentes que les unen. “En mi caso, conocer el pasado me lleva
a comprender el presente. Ahora disfruto más cuando viajo, entiendo mejor la
política nacional e internacional. Tengo una visión panorámica e integradora de
las cosas. Estoy más en el mundo, y eso me ayuda en la relación con mis hijos”,
explica Elena.
Su perfil de profesional de ciencias que
busca cubrir el vacío en los ámbitos de letras es muy común en el centro, al
que también acuden empresarios, banqueros y ejecutivos que quieren desconectar
de sus actividades; periodistas que desean ampliar sus conocimientos sobre realidades
tan complejas y de tanta actualidad como la del islam; mujeres mayores con
inquietudes culturales, veteranos médicos o abogados que “aportan su
conocimiento, su sabiduría, incluso a los profesores, que suelen ser más
jóvenes”, señala Cristina Alonso.
La formación integral de la persona y el
diálogo generacional son los signos distintivos del Instituto Petrarca. Huir de
la banalidad y la información tóxica, adquirir una cultura más profunda para
tener criterio propio a la hora de interpretar el mundo, son algunas de las
motivaciones de quienes llaman a su puerta. “Las preguntas sobre el sentido de
la vida no han variado mucho desde la época de los griegos”, argumenta la
directora, aunque constata que ahora hay mayor interés por la neurociencia e inquietud
por el futuro al que nos está conduciendo la técnica, por todo lo que estamos
perdiendo por el camino.
“A veces los alumnos llegan estresados. Les
decimos que se quiten de encima la rigidez del trabajo y los agobios, que
apaguen el móvil y se dispongan a cambiar de siglo”, dice Alonso. Es lunes por
la tarde y cerca de 50 personas –un cuarto de ellas de pelo blanco– toman notas
y plantean preguntas sobre Stalin dentro del curso Personajes malditos impartido por Bruno Pujol.
Profundizar en otra época, en cierto autor,
en un periodo de la cultura, es una forma de resistir al exceso de actualidad,
de parar y hacerse preguntas, de recuperar la contemplación. Algo muy
necesario, indica el pensador coreano Byung-Chul Han en su ensayo El aroma del tiempo. Estudiar, no para
aprobar exámenes, sino como fuente de enriquecimiento, es un placer para
quienes consideran que crecer y evolucionar es un proceso permanente, sin edad,
y que la existencia es mucho más que tiempo para la productividad y el
rendimiento.
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