Ya se sabe: fue el más intenso de los amores que sumó Federico
García Lorca. A él le escribió los Sonetos
del amor oscuro. A él le debe algunas de las simas más fuertes del ánimo. A
él le confía secretos, dibujos, fotos y probablemente algunos manuscritos
desaparecidos durante el asedio a Madrid en la Guerra Civil. Su historia
es compleja por tantos matices, por ciertas penumbras. Pero de ella queda
rastro en algunos documentos aún inéditos (o hasta ahora poco conocidos). Y,
sobre todo, en la excelente obra de teatro que trazó Alberto Conejero, La
piedra oscura, destacada en la última gala de los Premios Max con cinco galardones.
La historia del poeta y el joven Rafael Rodríguez Rapún comienza
a mediados de 1932. Coinciden en la órbita de La Barraca (el grupo de teatro ambulante y universitario
impulsado por Lorca y mantenido por la República) y se quiebra en la madrugada
del 17 al 18 de agosto de 1936, cuando en el paraje del Barranco de Víznar
(Granada) una escuadra negra al servicio del capitán Nestares dispara por la
espalda a Federico García Lorca junto a los banderilleros anarquistas Francisco
Galadí y Juan Arcoyas Cabezas y el maestro de escuela Dióscoro Galindo.
Un año después, exactamente el 18 de agosto, moría desangrado
en el Hospital Militar de Santander Rafael Rodríguez Rapún, herido tres días
antes en el frente de Bárcena de Pie de Concha (Cantabria). Tenía 25 años. Así
acaba la historia hermosa y terrible de estos dos hombres remachados por una
pasión que los llevaba del cielo al infierno por la vía rápida. Si andaban
juntos ninguna hormona estaba en su sitio. Habían construido su relación como
otra placenta donde los amantes se procuraban un mundo fuera del mundo. Pero se
querían también a la deriva, entre encuentros y desencuentros.
Y así llegó la guerra. La muerte de Federico empujó a Rafael a
alistarse. Fue teniente de Artillería, formado en la Escuela Popular de Guerra
en Lorca (Murcia). Quiso a Federico sin saber muy bien cómo se quiere en estos
casos. Rapún era estudiante de Minas y Derecho. Rapún destacaba entre los
juveniles del Atlético de Madrid. Rapún era un muchacho apuesto, parido en
Madrid en 1912. Exactamente 14 años menor que Lorca. Rapún era bisexual ("Tan
cerdo que se acostaba con mujeres". Así le dijo a Luis María Anson el
crítico Juan Ramírez de Lucas, otro joven amante de Lorca). Por entonces la
vida aún era buena, y noble y casi sagrada. Pero el destino empezaba a insinuar
que todo triunfo es siempre inestable.
Durante más de 70 años los hermanos de Rafael han conservado su
memoria entre varias cajas y una maleta de cartón: documentos inéditos,
fotografías de Federico dedicadas, dibujos del poeta en seis o siete libros...
María y Tomás Rodríguez Rapún salvaron este archivo hoy casi por entero
desconocido. "Aunque probablemente
Rafael dejó lo más comprometido en otras casas o lo destruyó", explica
Conejero. Sacaron lo que pudieron de la casa familiar de la calle Rosalía de
Castro (hoy calle Infantas) cuando en 1937 un obús entró por la cocina y
reventó el piso. "Entonces nuestra familia se trasladó durante algunos
meses al palacio de Villahermosa, sede actual del Museo Thyssen, donde estaba
uno de los refugios de Madrid", explican las sobrinas de Rafael Rodríguez
Rapún y herederas del archivo familiar: Sofía y Margarita. "Desde niñas
hemos oído el relato de aquellos días. Mi padre y mi tía nunca ocultaron
la relación de Rafael con Lorca, pero no era algo de lo que les gustara hablar
demasiado. Sobre todo si quien preguntaba iba derivando hacia la intimidad.
Ellos conservaron este archivo que muy pocos conocen. Sabían del valor que
tiene para entender la relación de nuestro tío con García Lorca y cómo fueron
aquellos dos últimos años de ambos".
Entre otros fetiches destaca una fotografía inédita de carnet del
poeta que, en su reverso, tiene una dedicatoria que sí ha sido reproducida: "A
Rafael, recuerdo de su entrañable y leal camarada. Federico. ¡Barraca!
¡Barraquita!". Es una imagen de 1935, de perfil. Regalo de Lorca a Rapún
poco antes de viajar a Valencia. Allí escribió el poeta algunos de los 11 Sonetos del amor oscuro en cuartillas
con membrete del Hotel Victoria. Era el mes de noviembre, Margarita Xirgu representaba Yerma y él esperaba con inquietud
la llegada de Rafael, que decidió no aparecer y cuya ausencia adquirió en esos
días el contorno de una pesadilla: "Amor
de mis entrañas, viva muerte,/ en vano espero tu palabra escrita/ y pienso, con
la flor que se marchita,/ que si vivo sin mí quiero perderte". Su
relación estaba dolorosamente de acuerdo con su obra.
Lorca sufría. Lloraba a Cipriano Rivas Cherif, director
de la compañía teatral Xirgu-Borrás. De forma turbia los amantes se enredaban y
desenredaban. Hay un esfuerzo conmovedor por estar juntos y una realidad que
tiene algo de imposibilidad y de enmienda malograda. Ya no está el Federico
pianístico y alegre, frívolo, divertido. Sino el hombre angustiosamente libre
para el desengaño. El de fondo nocturno en la risa. El de esa soledad que en el
creador de éxito cuesta imaginarse. El que irrumpe en los Sonetos es el tipo
abatido, el que se siente matar por lo que no entiende. Rapún va con mujeres.
Pero Rapún también le quiere mientras Federico lo ama. "Fue su más
hondo amor, su cómplice en La Barraca,
su compañero. Rechazó marchar con la Xirgu a América en enero de 1936 porque
Rapún estaba preparando exámenes y le resultaba insoportable la idea de
separarse", explica Conejero. El drama social se acercaba a 1936 y el
drama pasional de Federico se ponía en línea con todo el maleficio que quedaba
por delante. Rapún le fue tan apasionado y fecundo que se convierte en alguien
inseparable e indivisible. Pero no siempre del lado de la alegría. "Pese a
la clandestinidad y a los accidentes de una relación de años, tuvo también su
parte de amor feliz, intenso, pleno de complicidad. A Rafael, por ejemplo, le
confió una copia de El público para que la mecanografiase en el
verano del 36. Con él vivió La Barraca. Con
él mantuvo goces y desdenes", advierte Conejero.
Sonetos del amor oscuro
A Rapún le dedicó aquellos sonetos prodigiosos y le dejó también
un ajuar de cariños en dedicatorias y dibujos. Todo ese material lo maneja
Alberto Conejero y en él trabaja desde hace dos años para dar forma a un ensayo
que pone en pie la figura del amante y la importancia decisiva que éste tuvo en
el ánimo del poeta durante los últimos compases de su vida. Hay puntos secretos
de esa relación (bien lo sabe Conejero) donde la verdad cristaliza como no se conoce
hasta ahora. Rapún y Lorca llevaron su pasión descoordinada a cuestas. Una
pasión que va más allá de los cuatro momentos estelares que han fijado las
biografías. Rafael estaba bien enclavijado en el mundo íntimo de Lorca. Éste le
presentó a algunos de sus mejores amigos. Aleixandre le dedica la
primera edición de Pasión de la tierra haciendo mención a los poemas del
joven, aunque hasta ahora no se ha descubierto ninguno entre los papeles que
dejó. Asimismo, Pablo Neruda le hace un guiño en un ejemplar de Residencia
en la tierra: "A Rafael, que viene aullando".
- ¿Le leyó Federico alguno de los sonetos a Rafael?
- Es muy probable. Igual que se los leyó a Cernuda (parece que
mientras Federico tomaba un baño en su casa de la calle Ayala de Madrid), a
Aleixandre y a otros cuantos amigos cercanos. Pero de aquel conjunto de poemas
se han perdido seguramente aquellos que celebraban más el amor carnal, como
este: "¡Oh cama de hotel, oh
dulce cama!/ Sábana de blancuras y rocío./ ¡Oh rumor de tu cuerpo con el mío!/
¡Oh gruta de algodón, penumbra y llama!".
El mundo estaba bien hecho hasta que el zumbido de la Guerra Civil
se encargó de aportar su locura a esta sucesión de amor y desvelos. Militares
gañanes y hombres armados con palitroques empezaron a tomar posiciones en la
vida de los otros. Era 1936 cuando España comenzó a resquebrajarse y la brisa
de los olivos cambió por un ruido de estacas. La despedida entre ambos fue una
más de las suyas. Nada hacía presagiar que fuese la definitiva. "Aunque
estaba ya paseando el fantasma de la guerra, no creo que ninguno pensara ni por
un momento que jamás se volverían a ver. Rapún marchó de vacaciones a Donosti
después de los exámenes, donde le pilló el arranque de la guerra y tuvo que ser
escondido por unas amigas", sostiene Conejero. Lorca se quedó en Madrid
hasta que decide ir a Granada a pasar el día de San Federico. Edgar
Neville le insiste para que no haga el viaje a casa. Seguramente hablaron
por teléfono a lo largo de todo ese mes. Hasta mediados de julio, por lo menos.
Y ya nunca más.
Después del asesinato de Lorca la vida de Rodríguez Rapún es
ambulante y penosa. Fue el padre de Rafael, Lucio, quien en septiembre de 1936
le dice lo que sucede cuando regresa del viaje: "Han matado a tu amigo el
poeta". Cuentan que reaccionó como un loco y las manos hechas aspas. Salió
corriendo a los gritos. Tardó horas en regresar a casa y ya nada fue lo mismo.
"Marcha de Madrid a finales de 1936, adquiere el grado de teniente,
regresa a Madrid, luego Valencia y luego Oviedo. Así hasta que muere en
Santander combatiendo en el bando republicano", afirma Conejero.
"Durante aquel año penoso en la guerra no sabe nada de su hermano Tomás,
las postales que envía a su familia y que le envían a él llegan tarde o no
llegan. Sufre una espantosa soledad, pero sigue luchando por la República hasta
que una madrugada cae herido". Tiene 25 años. Está agonizando justo un año
después del asesinato de Lorca. Era 18 de agosto de 1937 cuando una enfermera
voluntaria le entorna los ojos. En Madrid dejó dispersos los retales de aquella
relación. Quedan cosas por revelar, por descubrir, por hilvanar entre tanto
cabo suelto. La imagen inédita de Lorca de perfil es una muestra. Una estampa
de carnet que el poeta le regala para mantener viva la memoria. Igual que los
hermosos dibujos, algunos reproducidos y otros aún por conocer, que Lorca le
hace en cada dedicatoria a Rafael. El muchacho por el que escribió esos sonetos
dañados por versos terribles, palabras en vilo, bancales de sexo secreto.
Paraísos de lo que no pudo ser. "Esta
luz, este fuego que devora./ Este paisaje gris que me rodea./ Este dolor por
una sola idea./ Esta angustia de cielo, mundo y hora".
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