Entre las cosas que halló Cervantes con el Quijote está la de que
todo juicio estético guarda alguna relación con una antigua ética. Así, ya el
mismo Don Quijote es figura paródica de un viejo personaje heroico y, por lo
tanto, ético, socialmente periclitado, o sea al que no le queda nada que hacer
en este mundo nuevo, ni, particularmente, con las armas nuevas a las que impone
plantar cara, y cuyo lenguaje es una anticuada jerga literaria sobreactuada o
sobrecargada de adjetivos laudatorios que encarecen la nobleza y esplendor de
su pintura.
Para Don Quijote “poner en efecto su pensamiento” consistía en
actuar al dictado de un texto escrito en el futuro, pero con el lenguaje, ya en
su tiempo anticuado, de los libros de caballería.
“Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero iba hablando
consigo mesmo y diciendo: ¿Quién duda si no que en los venideros tiempos,
cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio
que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan
de mañana, desta manera?: Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de
la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y
apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían
saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que,
dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don
Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo
Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”.
Si la aventura de Don Quijote consiste en una ficción lúdica y
gratuita como la que acabo de transcribir, me parece que habría que reconocerla
como una aventura estética o, incluso, literalmente, artística. Y si reparamos
ahora en la simulación paródica del lenguaje anticuado que redunda como ficción
interna, ficción de ficción, esta aventura lúdico-artística, en cuanto tal
parodia no puede ser paródica más que de una aventura ética. Para hacerle el
debido contrapunto ético tendríamos así pues que buscar alguna aventura ética
no paródica. Como emprendiéramos ese camino llegaríamos a apelar, por ejemplo,
al Cantar de Mío Cid, que es, efectivamente, un texto ético pero no paródico;
por eso nos conformaremos con la noble y bellísima solución del propio Don
Quijote: recurrir al simple encarecimiento de un ayer éticamente digno de
añoranza:
“Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la
espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo
inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su
diabólica invención con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite
la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad
del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una
desmandada bala de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el
fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los
pensamientos y vida de quien la había de gozar luengos siglos”.
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