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domingo, 8 de noviembre de 2015
De San Clemente a la playa de Barcleona IV: "Don Quijote en la playa y Frank Sinatra en Igualada"
Llegan don Quijote y Sancho a Barcelona la noche de san Juan para ser derrotados, para descender a los infiernos de la realidad. Quedan impresionados por el mar, más extenso que las lagunas de Ruidera, y por el estruendo de las galeras. Llegan para comprobar la malicia de los muchachos, la sensibilidad de sus caballerías y el espíritu burlesco de los poderosos. Llegan para visitar la ciudad, para que las gentes gocen del placer de reírse del caballero loco que ya andaba en libros. Llegan pues para comprobar que en todas partes cuecen habas y en Barcelona a calderadas. Llegan para visitar una imprenta y ver cómo se componen los libros. Llegan para ver una galera y comprobar cómo esos ingenios con la ayuda de los vientos y del látigo se mantienen sobre las aguas para hacerle frente al turco. Llegan para que en la playa de Barcelona sufra el caballero un revés definitivo. Derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, volverá a su vida de hidalgo y morirá cuerdo y llorado con sentimiento por su escudero. En Barcelona, como cuenta Cide Hamete, no se hace nada distinto a lo que ya se ha hecho con la figura del caballero: todos lo conocen, todos se ríen de él, todos lo utilizan como un pelele al que zarandear..., las ansias de diversión tienen a veces como instrumento la mala baba de toda la vida.
En los paseos de don Quijote por la ciudad no tuvo la oportunidad de ver los edificios modernistas, ni la Sagrada Familia, ni el mercado de la Boquería, ni las plazas abiertas y espaciosas, ni turistas orientales; pero sí disfrutó del puerto, del mar. A nosotros no nos estaban esperando los muchachos para poner aliagas en el culo de las caballerías; los muchachos los llevábamos nosotros, en modernos jumentos de chapa y cristal. Ellos, como don Quijote, se enfrentaron al mar con la boca abierta y la respiración entrecortada. El mar siempre ahoga al hombre del interior. El mar y las grandes ciudades portuarias. "Esto es mejor que Madrid", se les oía decir a algunos cuando hablaban a través de los móviles con sus familias. La chanza, la burla y las ganas de diversión, eso sí, también se han mantenido con el tiempo.
Por la noche, en Igualada, un karaoke se convirtió en el escenario perfecto para desarrollar ese espíritu jocundo que nos vincula a los personajes del Quijote. Algunos de los lugareños parecían sacados de la España profunda de los 70. Se cantaba a Manolo Escobar, a Eros Ramazzoti, a los Chunguitos... No sé si es un truco de la memoria, pero creo que alguno de los intérpretes vestía pantalones de campana y camiseta remangada hasta el hombro. Y no sería de extrañar, porque cuando salió al centro de la pista el Frank Sinatra de Igualada, el público enmudeció. Cantó "A mi manera" en español con la pasión que el Fary ponía en su torito guapo. Indescriptible. Hay que ir a la ciudad textil para deleitarse con el poder de la máquina del tiempo. Los chupitos de melocotón volaban en el interior del local, mientras el galán local cantaba con voz meliflua el "Jardín prohibido" de Sandro Giacobbe. Puro Cervantes o Torrente, no sé, las bolas de cristales me confunden.
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