El crepúsculo se desangra,
gotea sobre las vides
y tinta sus brazos derrengados
de cárdeno y hastío.
La leve brisa de un verano
que no quiere marcharse,
que aspira a conquistar octubre
(como lo hizo con septiembre),
roza la piel muerta de los rastrojos,
levanta escamas de tierra y de paja inútil.
El sol se tumba sobre el horizonte,
se deja mecer por la línea adusta
de un perfil sin ondulaciones.
Retumba en la oquedad de la tarde
un ladrido que se pierde,
que se desvanece
como la luz,
que se deshace en el borde
de la nada.
Un hombre solo
desciende por el camino,
con el azadón al hombro,
recortado por la penumbra
que va cayendo
inexorablemente.
El viento levanta escamas
de su piel muerta
y las voltea en el aire
junto a la tierra y a la paja inútil.
La noche se hace dueña
de la luz
y apaga con mano firme
el inútil esfuerzo de este verano eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario