jueves, 29 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra VI

Nadie sabe de la vida hasta que una tragedia imprevista lo asalta. Nadie, ni el hombre de 50 años, ni la mujer de 40, ni un viejo de 70, sabe lo que es la vida hasta que, sin esperarlo, el viento de la muerte hiela lo que está a tu lado. Es entonces y solo entonces cuando la vida muestra su verdadero rostro. La seguridad, el bienestar, lo cotidiano, la rutina, se transforman, se convierten en un plato agrio y de mala digestión que te jode el estómago y te llena la boca de agua como cuando uno está a punto de vomitar. No solo es la soledad lo que ayuda a que nunca termines de digerir la desgracia, también un "no sé qué queda balbuciendo", una constante tristeza de incomprensión. Nadie puede comprender la muerte, nadie. La maldición de nuestra consciencia se agrava con el aullido irracional de la ausencia. Ya lo decía Gil de Biedma, "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde..." Sí, cuando se pone seria la vida, es el momento de armarse de humor y de ironía, porque la gravedad solo sirve para que la amargura cale más hondo, para que el trueno de la tragedia no pare de retumbar. Sí, el humor, la ironía, que toda mi vida he cultivado, en los que siempre he cifrado mi existir, son los únicos elementos de los que uno puede valerse para aliviar la seriedad de la vida, la irracionalidad de la muerte. Nada me puede hacer comprenderla, lo mejor es reírse de nuestra propia desgracia. Quiero recuperar el humor, quiero devolvérmelo porque es lo único que me puede sostener en pie. Cuesta, cuesta volver a reírse de uno mismo, pero ahora, cuando la vida va en serio, es el momento propicio para hacerlo.    

miércoles, 28 de septiembre de 2022

"Los enigmas que encierra la obra cumbre de Marcel Proust" por Roland Barthes




La historia literaria tiene, al parecer, pocos enigmas. Aquí tenemos uno cuyo protagonista es Proust. Me intriga y me interesa en la medida en que se trata de un enigma de creación (los únicos que son pertinentes para aquel que desee escribir).

No nos cansamos de repetir que Proust solo escribió una obra, En busca del tiempo perdido, y que, aunque esta obra sea nominalmente tardía, todas las publicaciones menores que la precedieron la estaban anunciando. Bien. Pero la vida creativa de Proust presenta dos partes muy bien delimitadas. Hasta 1909, Proust lleva una vida social activa, escribe cosas sueltas, esto o aquello, busca, experimenta, pero claramente la gran obra no “cuaja”. La muerte de su madre, en 1905, lo trastorna mucho, lo aparta un tiempo del mundo, pero el deseo de escribir vuelve enseguida, sin que pueda, al parecer, superar una cierta agitación estéril. La agitación se acentúa y toma poco a poco la forma de una indecisión: ¿se propone (o quiere) escribir una novela o un ensayo? Intenta el ensayo partiendo de las ideas de [el crítico] Sainte-Beuve, aunque en un estilo novelesco, ya que mezcla fragmentos de estética literaria, episodios, escenas, diálogos, personajes que encontraremos más adelante en En busca del tiempo perdido. Este ensayo (palabra límite), llamado Contra Sainte-Beuve, conforma un manuscrito que entrega en junio de 1909 a Le Figaro y que le rechazan en agosto. Aquí tenemos un episodio enigmático del que no sabemos nada, un “silencio” que constituye el enigma del que hablaba: ¿qué ocurre en este mes de septiembre de 1909 en la vida o en la cabeza de Proust? El caso es que la biografía lo sitúa en octubre de ese mismo año ya lanzado de cabeza en la gran obra a la que sacrificará todo lo demás, retirándose del mundo para escribirla, llegando a arrancársela a la muerte por muy poco. Así que tenemos dos situaciones, a uno y otro lado de este mes de septiembre de 1909: antes, la vida social, la creación dubitativa; después, el retiro, la rectitud (evidentemente, estoy simplificando).

Lo que está en juego en esta mutación es lo siguiente: todos los escritos de Proust anteriores a En busca del tiempo perdido tienen un aspecto fragmentario, corto: relatos, artículos, trozos de textos. Tenemos la impresión de que los ingredientes están ahí (como se suele decir en términos culinarios), pero que la operación que los transformará en plato todavía no ha tenido lugar. Realmente “no es eso”. Y luego, de golpe (septiembre de 1909), “cuaja”: la mayonesa se liga y ya solo queda espesarla poco a poco. Proust practica además la técnica de los “añadidos”: va reinfundiendo de forma constante alimento a este organismo que crece, porque ahora ya tiene una forma. La misma grafía cambia: Proust siempre escribió, como decía él, “al galope” (y este ritmo manual no puede dejar de estar relacionado con el ritmo de su frase); pero en el momento en que arranca En busca del tiempo perdido, la escritura cambia: se “concentra”, se “complica”, se sobrecarga de correcciones que brotan por todas partes. En suma, durante este mes de septiembre se produce en Proust una especie de operación alquímica que transmuta el ensayo en novela, y la forma breve, discontinua, en forma larga, hilada, adornada.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha hecho que, de repente, un mes de verano en París, la cosa “cuaje” y sea para siempre (hasta la muerte de Proust en 1922 y mucho después, ya que nuestra lectura presente, activa, no deja de engordar En busca del tiempo perdido, no deja de sobrealimentarlo)? No creo que haya que buscar un aspecto determinante en la biografía. Es cierto que los acontecimientos privados pueden tener una influencia decisiva sobre una obra, pero esta influencia es compleja, se ejerce con retardo. No cabe duda de que la muerte de la madre es, en cierta forma, el hecho seminal de En busca del tiempo perdido, pero la obra no se puso en marcha hasta cuatro años después de esa muerte. Creo más bien en un descubrimiento de orden creativo: Proust encontró un medio, quizá puramente técnico, para que la obra se “sostuviera”, para “facilitar” su escritura (en el sentido operativo de la palabra, como cuando hablamos de “facilitadores”).

Intuitivamente, diría que lo que encontró podría pertenecer a una de las cuatro “técnicas siguientes” (o a varias de ellas al mismo tiempo):

1) Una cierta forma de decir “yo”, una forma de enunciación original que remite de forma indudable al autor, al narrador y al protagonista. 2) Una “verdad” (poética) de los nombres propios que elige definitivamente; para los nombres principales de En busca del tiempo perdido Proust tuvo muchas dudas y la obra parece ponerse en marcha en el momento en que encuentra los nombres “adecuados” (es bien sabido, por otra parte, que en la propia novela encontramos una teoría del nombre propio). 3) Un cambio de proporciones; es posible (gracias a una química misteriosa) que un proyecto que lleva tiempo bloqueado se haga posible en el momento en que se decide bruscamente, y como por una inspiración repentina, aumentar su tamaño; en el orden estético, las dimensiones de una cosa determinan su sentido. 4) Finalmente, una estructura novelesca que a Proust se le revela en La comedia humana y que es (cito a Proust) “la admirable invención de Balzac de haber conservado los mismos personajes en todas sus novelas”, procedimiento condenado por Sainte-Beuve pero que, para Proust, es una idea genial. Cuando conocemos la importancia de los retornos, coincidencias, inversiones a lo largo de toda la obra, y hasta qué punto Proust estaba orgulloso de esta construcción mediante encabalgamientos, que hace que un detalle insignificante que aparece al principio de la novela reaparezca al final como crecido, germinado, desplegado, podemos pensar que Proust descubrió la eficacia novelesca de lo que podríamos llamar “acodos” de figuras: una figura plantada aquí, a menudo discretamente (digamos, por ejemplo, la dama de rosa), reaparece mucho más tarde, a caballo sobre una gran cantidad de otras relaciones que van formando una nueva planta (Odette).

Estos elementos deberían ser objeto de investigación, tanto biográfica como estructural. Y por una vez la erudición se podría justificar en la medida en que alumbraría a “los que quieren escribir”.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra V

26 de septiembre de 2022

Ayer fui al cine. Hacía años que no veía una película en una sala convencional. Ya no recordaba la sensación de esperar en grupo un acontecimiento, un descubrimiento, un espectáculo. Tiene poco que ver con la televisión, donde lo ritual, la expectación, desaparecen por ser un electrodoméstico más, una rutina sin aliciente. La sala estaba llena -qué gusto- y ¿cómo no?, lo imprevisto apareció de nuevo, como me viene sucediendo habitualmente desde hace meses. La tromba de agua provocó goteras -casi cascadas- en el techo y parte de los espectadores tuvieron que desalojar el recinto. La película siguió, como si nada hubiera ocurrido, y fue un alivio, porque asistimos a una historia visual magnífica. La sencillez, la profundidad, la falta de pedantería de Alcarrás -esta era la película-, me cautivó desde el primer momento. No es habitual contar una historia rural con tanto gusto, con tanta delicadeza, con tanto mimo, con tanta naturalidad. Desde el primer momento, la directora propone incluirnos dentro de esa familia humilde, cuya vida es la tierra y su fruto. Y lo consigue, y de qué manera. Las escenas de silencio del abuelo, la alegría imparable de los chicos gamberros, la épica del padre que continuamente se caga en dios, la sabiduría oral de la abuela contando historias, la lírica de la hija, la rebeldía del hijo y el papel definitivo de la madre, reviven un mundo que casi se ha perdido, un mundo vaciado por la modernidad, demonizado en esas placas solares que pugnan por arrasar los melocotoneros. La última escena es demoledora. 

En Alcarrás no se sermonea, no se atiende a la corrección política, no hay artificiosidad, solo cine, puro cine, distinto al de El espíritu de la colmena o al de El Sur de Víctor Erice, pero hermanado en el fondo con él. Al salir, me metí la mano en el bolsillo y salió una nota, la última lista de la compra que me escribió Eva. La había visto ya en los ojos melancólicos, tranquilos, pero decididos de la madre, y ahí estaba otra vez, con esa letra redonda y clara, sencilla, como la película de Carla Simón. La habría disfrutado mucho, seguro.  

domingo, 25 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra IV

25 de septiembre de 2022

En los últimos cuatro meses he envejecido cien años, mil años. Tengo la piel como recién abrasada, gelatinosa, blanquecina, arrugada. La quemadura ha sido grave, el dolor intenso y la fina capa que nos protege de los embates de la intemperie ha quedado inservible. Por suerte, el dolor físico se puede calmar con hielo; por desgracia, el de la ausencia, el de la muerte, no. Al día siguiente de la pérdida, del abrasamiento, la piel se hincha, se convierte en una vejiga purulenta. Hay que reventarla, hay que procurar que no se infecte la parte afectada. Hay que cuidarla con mimo, aplicar crema y cubrirla con un apósito. La carne se queda desvalida sin la piel que la protege. Se corre el riesgo de gangrena. 

El golpe de la ausencia irreversible actúa igual. Uno se queda como en carne viva, desnudo ante la intemperie de la soledad, con el riesgo constante de no soportar el desconcierto. Luego la piel quemada cae, se pudre. Si quienes te rodean te han servido de bálsamo, de crema antiquemaduras, aparecerá una nueva, enrojecida, como un niño recién nacido. Solo hay que esperar que el aire y el sol la endurezcan, la conviertan en armadura contra las inclemencias de la vida. Aún la veo una y otra vez en el lecho de muerte, pidiéndome un beso, rozándole la mejilla acartonada con el dorso de la mano. Es la piel abrasada, la piel gelatinosa, hinchada, que todavía no ha caído.  

martes, 20 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra III

19/IX/2022

He entrado hoy en las aulas con una congoja terrible y han sido ellos, los alumnos, quienes me la han destazado, quienes me han tratado con más dulzura, con más delicadeza. Parece mentira que los adolescentes, esos a quienes no paramos de descalificar por su falta de educación, me hayan regalado más ternura que nadie. Algunos de ellos habían dado clase con Eva, la mayoría no, pero todos sabían de nuestra desgracia. Hasta los desclasados de 1º de Grado Básico se comportan de una manera más delicada, más suave conmigo, cuando tienen razones familiares y sociales para arremeter contra todo y contra sí mismos con toda la violencia del mundo. 

Compartir estas primeras horas del curso con ellos, y lo digo con total sinceridad, ha resultado emotivo, aleccionador y vigorizante. Hasta he tenido una nueva satisfacción en la asignatura de Literatura Universal. A menudo, los alumnos que aparecen por allí, salvo excepciones, no son aficionados a la lectura. Pues bien, tengo cinco chicas entregadas a la literatura como quien se entrega a las influencers más perseguidas. Me han hablado de Las flores del mal, de Madame Bovary, de Dostoyevski... Y eso después de tan solo tres clases. Sí, hay esperanza, y la juventud, contradiciendo a Cicerón, ni es más lerda que antes, ni menos interesante, todo lo contrario, la adolescencia es nutritiva. Como y bebo de ella, en todos los sentidos.    

domingo, 18 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra II

18/IX/2022

Cuando uno está desarmado por la tragedia de haber perdido a su compañera, cualquier percance, cualquier mínimo suceso negativo, cualquier tropiezo, te hace pensar en que una mano negra aprieta con delectación la garganta para disfrutar de tu sufrimiento. Uno empieza a creer que el destino se ceba con él, que los hados, el mal fario, las meigas, el mal de ojo existen y uno es su objetivo prioritario. La semana pasada se me olvidaron las llaves dentro del piso y por poco puedo sacar el coche. La angustia de la situación no duró más dos horas, pero cualquier contratiempo hace que creas que el cielo va a caer sobre tu cabeza. Ayer mismo me quemé el dedo con aceite hirviendo. Llevo una bambolla como la vejiga urinaria de un mandril. Hasta la farmacéutica se ha asustado. No creo que me lo amputen, pero en el momento que ocurrió, con el dolor intenso, me cagué en el dios que no creo y en los santos, que tan ridículos me parecen, más de cien veces. Los hados, el destino, otra vez el destino. 

Por suerte, la gente que me está apoyando para no caer en el marasmo, en concreto una excompañera de Lengua del año pasado, Merce, me invitó a ir al concierto de La Casa Azul. No es que sea mi grupo favorito, ni el estilo de música que escucho en casa, pero el buen rollo y el optimismo que recibimos en vena me sirvió para alejar por un momento a todos esos idus funestos, esa superstición malsana. Estos Beach Boys catalanes me reconciliaron por un momento con la vida. Esta mañana, al despertar, en la cama, junto a la amargura de la ausencia, había confeti de variados colores. Y sonaba "La revolución sexual".

sábado, 10 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra I

 10/IX/2022

Ni siquiera dos meses desde su ausencia. Sigue presente en todas partes: en casa, en los objetos, en el coche, en los armarios, en cada una de las acciones más rutinarias. Está en mis conversaciones, en las de mis amigos, en las de mis familiares, en las de mis alumnos. Su latencia es tan agobiante como su intangibilidad. Escucho el "No surprises" de Radiohead y me acongojo, lloro, reviento con total naturalidad, como si el llanto fuera sudor, como si cualquier pulsión en mi interior lo hiciera brotar de manera mecánica. 

El primer día de clase ha sido tan raro, tan extraño como el paisaje que me rodea desde que Eva murió, deshecha entre mis brazos. Alumnos del curso pasado, a los que abandoné en mayo, cuando se manifestó el cáncer terrible, me han rodeado en el pasillo para saludarme, para consolarme. Ellas, más delicadas y sensibles, me expresan con vehemencia lo mucho que me echaron de menos y lamentan mi pérdida. De nuevo arrasado por la congoja, huyo de ellos para refugiarme en un departamento y descargar el sudor de mis ojos. 

La tristeza, una tristeza inmensa, nunca sufrida antes, me acompaña allá donde voy. Cuando me encuentra solo, aprovecha y me asalta sin ninguna piedad. Me embarga una pena negra, en ocasiones insoportable. Incluso cuando estoy rodeado de amigos, mientras suelto por la boca alguna de las payasadas habituales, ella me araña las tripas, para advertir que sigue ahí, agazapada, compañera inseparable. 

Los amigos me calman, me entretienen, me arropan; la familia me da de comer y me acuna. Todos los que me quieren bien sienten esa pena negra que me bulle dentro, porque resuena como un contrabajo con las cuerdas en constante vibración. 

Hablo con divorciadas, arrasadas también por la soledad y el abandono. Y me decido a no huir de esta maldita pena negra, a no esquivarla, porque es inútil. No, no voy a intentar apartarla de mí, voy a recrearme en ella, voy a conversar con ella, como hago con Roma, mi perra, sin esperar contestación. Porque en la última clase, con un grupo difícil, algunos alumnos me han retado, han intentado ponerme a prueba, sacarme de mis casillas y yo he actuado con una paciencia inmensa, con la calma de quien ha atendido durante dos meses y medio la agonía de su compañera, de su amante, ante el asedio implacable del cáncer de páncreas. Ella, consumida, en sus últimos estertores, sin carne en las mejillas y todavía hermosa, me ha enseñado muchas cosas, entre otras, que nada me va a turbar como antes y que debo convivir con su constante latencia. Vuelve a sonar el "No surprises" de Radiohead. 

martes, 6 de septiembre de 2022

Hoy he soñado con ella

Hoy he soñado con ella.
Recogía barcos de alta mar
y los llevaba a la orilla
para evitar su naufragio.
Hoy he soñado con ella.
Extraía la sal del agua
hasta que los peces sabían dulces,
como a pan de leche.
Hoy he soñado con ella.
Abrazaba a los marineros
y los besaba en la frente
con delicadeza, suavidad de abuela.
Hoy he soñado con ella.
Esponjosa, efímera, eterna,
que se diría toda de espuma.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Eva no irá a clase mañana

Por primera vez desde que empezó como maestra, Eva no comenzará el curso. No, no irá a clase. No se preparará la cartera con esmero, con pulcritud (era un ritual de terciopelo). No se acicalará para acoger a los chicos en su aula, no. Eva no irá a clase. No ha podido planificar con escrúpulo de relojero la programación de sus cursos. No ha tenido ocasión de definir el calendario para cuadrarlo en cada uno de los trimestres, no, porque el calendario ya no existe. Eva no volverá a clase mañana, ni nunca (qué áspero y terrorífico adverbio, "nunca"). No compartirá conmigo el coche, ni moderará mi anarquía, ni cerrará la agenda después de anotar un último detalle, ni conocerá a los nuevos alumnos, ni revolverá el pelo a los que ya estuvieron con ella. No, Eva no irá a clase mañana. Y, acogiéndome a Juan Ramón, los chicos seguirán tronando en el aula, en los pasillos, en el patio; la pizarra se mantendrá verde y el polvo de la tiza seguirá deshaciéndose, blanco; mientras, de fondo, sonará el timbre de la última clase, sin Eva, sin su firmeza, sin sus ojos verdes, sin su tez blanca, sin su entusiasmo por la enseñanza. Eva no irá a clase y yo, casi tampoco. Y quedarán los alumnos tronando.      

sábado, 27 de agosto de 2022

Sábanas

 Las últimas sábanas que plegué contigo

eran rojas 

y estaban adornadas 

con una cenefa de flores.

Mi parte quedó mal

y tú la arreglaste:

la tela tersa,

las esquinas ajustadas,

las flores redondas.

No quieras ver 

cómo me han quedado 

las primeras que he plegado solo:

la tela arrugada,

las flores marchitas y deformes,

los vértices descabalados.

Nadie sabrá si se trata 

de una sábana 

o de una mortaja. 

martes, 23 de agosto de 2022

El sol y la muerte

Un amigo de Facebook decía hoy que para él la estación más triste del año es el verano. No solo eso, el sol para mí está indisolublemente unido a la muerte. No la luna, no, el sol, ese sol impío del verano, que no permite respirar, que estrangula, que seca los campos, que agosta las azoteas, que devasta los montes y las almas pálidas. Ese sol impenitente de julio que me ha dejado solo, que me ha convertido en un paria, en un vagabundo con alucinaciones. Ese sol de Valencia que te exprime la piel hasta sacarte el jugo de los huesos, ese sol es la cara brillante y falsa de la muerte, el rostro de la aspereza, de la sequedad. Ese sol me ha robado el futuro, me ha truncado el rumbo, me ha dejado solo, sí, sol viene de soledad, de angustiosa y cruel soledad. Ese sol de cáncer, de dolor, de sufrimiento, de cama de hospital, ese sol de sanatorio tan despiadado como un huracán, como el fuego. 

A pesar de estar rodeado de amigos, de familiares que me arropan, que cuidan de mí, que me llaman, que me abrigan, no puedo evitar sentirme solo, solo, mirando al sol con los ojos abiertos, deslumbrado, abrasándome las pupilas y los proyectos. Tengo los cajones llenos de cuadernos en blanco de ella, algunos todavía envasados en plástico. Quiero llenarlos de lluvia, para que los lea, para librarla del fuego, del verano implacable, del futuro que no pudo ser.

Agradezco de corazón a mis compañeros de mi último viaje el cariño, la compañía, las cervezas, los paseos, hasta los codillos les agradezco, pero no puedo arrancarme esta pena negra que me abrasa y me carboniza. Y por qué digo todo esto por aquí: porque necesito desahogarme, necesito el alivio alucinógeno del arropamiento, de la compañía virtual. Sí, ahora no es exhibicionismo, no, os lo juro, ahora soy un cuerpo quemado que desea que lo toquen y no puede rozar a nadie.    

lunes, 22 de agosto de 2022

Berlín 7: “Señores de la guerra”


 Potsdam es una ciudad monumental muy próxima a Berlín donde se percibe, se huele y se siente el grandioso pasado versallesco de los reyes y emperadores prusianos. Tanto en Potsdam como en el castillo de Charlotemburg uno se vuelve pequeño, muy pequeño, al respirar el mismo aire de los poderosos. De esos privilegiados, que, unas veces por capricho y otras por idiocia, conducen a sus pueblos hacia guerras y padecimientos sin sentido. El lujo, la grandiosidad de estos palacios y jardines asombra, deslumbra y también acongoja, al pensar en la catadura moral de quienes los erigieron. Uno de los cuadros de Charlotemburg muestra la coronación de uno de estos reyes. El artista se centró más en el pueblo que en el altar del rey, lo que no gustó al monarca. El siguiente ya recoge únicamente el trono real. Este es un ejemplo de los intereses que mueven a los poderosos, su estúpida vanidad. Otro de estos elementos, el segundo Federico, el Grande, tiene mejor prensa. Le dio patatas al pueblo para calmar el hambre e intentó rodearse de gente culta, Voltaire, por ejemplo. Pero como el resto, muestra un entusiasmo desmedido, en los retratos, por la milicia y por la guerra. La audioguía nos cuenta cómo la dinastía de los Hohenzoller se embarcó desde el principio en el fanatismo que alimenta el poder: falsas genealogías, armaduras y cascos ostentosos , medallas, soldaditos de plomo, expansión territorial, patria… Todo ello alimentado con la sangre, las vísceras y la ignorancia del pueblo. No me extraña en absoluto que este caldo de cultivo belicista y militar de la aristocracia prusiana desembocara en la locura hitleriana, máxima expresión de esta cultura del ardor guerrero. La película de Haneke, “La cinta blanca” explica la raigambre social de esta estirpe. 

No solo de historia vive el turista. Como soy bastante gilipollas, me he estado quejando de que Berlín no nos estaba ofreciendo ese ambiente alternativo del que hablan todas las guías. Pues bien, lo teníamos al lado del hotel, en nuestro propio barrio, el Friedrichshain, con espacios punkis, amores heterogéneos, cultura popular y lugares acogedores para todo aquel que guste de la mezcolanza y él abigarramiento de tribus. La vieja fábrica del ferrocarril es una buena muestra de todo lo que digo. Un centro de vida al margen de lo establecido. 

Es agradable y tranquilizador comprobar que los jardines versallescos de Charlotemburg y de Potsdam los puede disfrutar hoy cualquier hijo de vecino sin charreteras ni polainas. Es emocionante ver una familia árabe disponiendo el mantel sobre el césped que arañaron las espuelas de Federico II, el Grande. Y es todavía más reconfortante ver cómo se mezcla en el antiguo ferrocarril la vida de chicos chicas, de chicas con chicas, de chicos con chicos, turcos con arias, sudaneses con pelirrojas…

Y cuando habíamos abandonado ya la esperanza de disfrutar de la comida alemana, descubrimos un restaurante ruso con un cartel bien grande en la puerta, “ Stop War”. Una camarera moldava nos sirve una sopa siberiana deliciosa y una selección de platos alemanes que nos reconcilian en parte con la cocina centroeuropea. 

Por cierto, el museo de Bud Spencer lo voy a dejar estar. Escuchar la audioguía y ver los retratos militares de los emperadores me ha saturado de violencias innecesarias. Me quedo con el bravo soldado Svejk. 

Me ha gustado este Berlín con barberos barbudos de aspecto turco, sus camareras vietnamitas sirviendo pasta azul,  la manicura china, los latinoamericanos en patinete, los levaba musulmanes, las bicis, la comida georgiana y sudanesa, los chiringuitos pakistaníes, los mercados de segunda mano, los grafitis de las casas soviéticas. Me sorprende llegar a zonas de ambiente y creerlas vacías porque no se oye el bullicio español de la manada. Los alemanes son gente sigilosa, de conversaciones frugales, poco apasionadas, quizás escarmentaron de los discursos feroces y de las estridencias. Berlín no tiene casco histórico, pero sí tiene encantos escondidos. Hay que buscarlos en los rincones, en los patios, en las fábricas abandonadas, en los barrios populares, en su cosmopolitismo más que en su espíritu prusiano. Y se disfruta más cuando vas bien acompañado, por dos buenos amigos y por ella, que siempre va conmigo. 

viernes, 19 de agosto de 2022

Berlín 6: “El museo de Bud Spencer”



El Kulturbrauerei es una vieja fábrica de cerveza okupada y luego convertida en centro cultural. Ahora es eso y, además, una vez fagocitada por el insaciable estómago capitalista, un agradable lugar de encuentro con restaurantes, cines y ¡cómo no! sesiones de baile. Los alemanes, al parecer, están obsesionados con los bailes de salón, pese a su incapacidad sincrónica o quizás por eso. Os hablo de este lugar tan alternativo para que veáis lo modernos que podemos llegar a ser. No todo han sido viajes en metro, visitas a las tascas españolas y museos. Por cierto, hablando de museos, visitad el Panorama. Hay una espectacular reproducción de la ciudad griega de Pérgamo (a ella le habría gustado mucho, ay). También he visitado dos mercados. Me priva observar lo que compra, vende, come y se enfunda la gente de otros países. Los mercados sí son muestrarios reales de cultura. El “Markethalle” es coqueto y sirven unos cruasán de crema que te dejan el polo perdido. De postre unas fresas (y en esto, en las fresas digo, sí que nos superan por mucho) con sabor a fresas. Vale la pena venir a Berlín a comerlas. Los puestos de comida oriental están atestados de gente. Intento explicarme cómo ha sido tan fácil pasar de las salchichas al falafel, aunque sí lo pienso bien, tampoco es tan raro dejar las wurstcurry por cualquier cosa comestible. Los restaurantes vietnamitas son los más numerosos en Berlín. Os prometo visitar uno el último día de nuestra estancia aquí y hacer una crónica detallada de sus platos. 

En cuanto a la fauna, tengo que hablar de dos especies: las avispas, especialmente numerosas y molestas; y los cuervos, un híbrido entre nuestras urracas y nuestros grajos. 

Por la mañana hemos ido a un museo del que también voy a hablar, la “Nueva Galería” o algo así. Recoge una magnífica colección de arte vanguardista. Me lo he pasado como uno no lo suele pasar en un museo. El cuadro de Grost sobre los pilares de la sociedad es más moderno que un Tesla eléctrico, mucho más. Para terminar con los museos, os recomiendo a los más atrevidos que visitéis el de Bud Spencer. Cuando salgamos del restaurante vietnamita, iremos y os contaré. 

Comemos en Berlín cachopos desnaturalizados, pollos de feria y longanizas sintéticas, es verdad, pero estamos aquí para alimentar nuestro espíritu con el alimento alternativo berlinés. Me alquilo una bici, me tatúo a Thor y me como una hamburguesa vegana y ya me voy a España con la tranquilidad de conciencia de ser un ciudadano comprometido. Debe de ser una sensación similar a la que experimentan las duquesas y señoronas cuando participan en la cuestación en pro de los negritos del África. Y todo esto bebiendo una cerveza muy floja. Y sabed que aquí es dificilísimo beberse un gintónic, aunque compensa porque en seguida encuentras una peluquería. 

Para terminar el día no se nos ha ocurrido otra cosa que meternos en una iglesia a escuchar un concierto improvisado de órgano, después de envasar entre pecho y espalda un codillo y una botella de prosecco. Hasta que me he dormido, creía que me estaba engullendo el demonio sin apenas masticarme. Y hasta aquí os puedo contar. 

Te extraño, guapa.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Berlín 5: “Medio pato frito”



Apuntad este nombre: “Johannes Enders Quarttet”. Sí, apuntadlo porque es un grupo de jazz que hoy me ha compensado las salchichas de vinilo, el sol hiriente, el sudor constante bajando por la rabadilla del culo, los viajes en metro con mascarilla, el granito y el plomo de los museos, la impotencia castradora de no saber alemán, la penosa restauración… Sí, Johannes Enders y su banda, sobre todo su pianista, han conseguido mitigar el mal de altura de los viajes al extranjero. ¿Qué has hecho en Berlín?, sobre todo viajar en el transporte público: metro, tranvía, tren ligero, autobús y burra porque no hemos encontrado. ¿Habrás hecho algo más? Bueno, sí, he sudado más que en el Caribe, más que nada porque cuando llegamos a un bar, en la terraza no termina de hacer fresco y dentro no hay aire acondicionado. No hay opción. De veras, ¿eso es lo que has hecho en Berlín? No, no, qué dices, Berlín es una ciudad alternativa, moderna, crisol de culturas, explosiva, divertidísima, distinta (todo esto es lo que voy a decir cuando llegue). Ahora mismo solo veo carriles bici, gente abúlica y los mismos turistas que en Jávea (estoy convencido de que son literalmente los mismos).

Berlín me ha pillado mayor y con el pie cambiado. Esta ciudad es para beber cerveza a morro en el metro, para ligar con arias de pelo azul y para hablar de anarquía y vestir camisetas negras con agujeros en los pezones. También para viajar en rulote plateada o en patinete o en la barra de una negra sin papeles.

Mientras añoro mi juventud, voy a comerme medio pato frito, que es como un pollo de la feria solo que con patatas hervidas y remolacha. ¡Ah!, y no os perdáis el chucrut. Placer de dioses. Todo lo compensa Johannes Enders. 

martes, 16 de agosto de 2022

Berlín 4: “Buscar bar en Berlín “

 


Os voy a enseñar cómo tomar una cerveza en un bar de Berlín en un barrio no demasiado céntrico. Sales del hotel, marcas en Google “bares cercanos”, te aparecen varios, algunos de ellos cerraron en la Segunda Guerra Mundial. Sigo indicaciones y encuentro por fin uno abierto. Estoy solo con la camarera. No sabes si colocarte en la terraza o dentro (haz lo contrario de lo que yo haga). Elijo el interior. La camarera, aquí sí hay, aunque solo sirve en barra, es agradable, de tez oscura, una chica del Primark, como yo. Eso sí, nunca he padecido tanto calor en un bar español. El cambio climático nos desborda a todos. Me sirve una “Berliner Pilsener”. Hay que advertir que tanto en bares como en restaurantes solo ofrecen una marca de cerveza (a lo sumo dos). La Berliner es como la Budweiser, un líquido pajizo en nada parecido a las cervezas checas y belgas. Me pregunta alguien “¿y no ponen tapa?”, espera, me descojono y ahora vuelvo. Soy un paleto, lo sé; no tengo altura de miras, lo sé; soy localista, no, eso nunca lo he sido, pero estos tíos sacan lo peor de mi naturaleza. 

La música no es reguetón, pero no es mucho mejor: una mezcla de Bustamante y la ELO. Y sudo como si estuviera en el Arenal de Mallorca. No lo estoy pasando mal en Berlín, mis amigos me ayudan a superar la pimienta de las wurst y su carne correosa y el agüilla urinaria que nos bebemos. Además, hemos encontrado un bar de tapas español. Lo sé, esto no debería decirlo, soy lo peor. La cabeza de jabalí disecada en el bar también me lo recrimina.