Os voy a enseñar cómo tomar una cerveza en un bar de Berlín en un barrio no demasiado céntrico. Sales del hotel, marcas en Google “bares cercanos”, te aparecen varios, algunos de ellos cerraron en la Segunda Guerra Mundial. Sigo indicaciones y encuentro por fin uno abierto. Estoy solo con la camarera. No sabes si colocarte en la terraza o dentro (haz lo contrario de lo que yo haga). Elijo el interior. La camarera, aquí sí hay, aunque solo sirve en barra, es agradable, de tez oscura, una chica del Primark, como yo. Eso sí, nunca he padecido tanto calor en un bar español. El cambio climático nos desborda a todos. Me sirve una “Berliner Pilsener”. Hay que advertir que tanto en bares como en restaurantes solo ofrecen una marca de cerveza (a lo sumo dos). La Berliner es como la Budweiser, un líquido pajizo en nada parecido a las cervezas checas y belgas. Me pregunta alguien “¿y no ponen tapa?”, espera, me descojono y ahora vuelvo. Soy un paleto, lo sé; no tengo altura de miras, lo sé; soy localista, no, eso nunca lo he sido, pero estos tíos sacan lo peor de mi naturaleza.
La música no es reguetón, pero no es mucho mejor: una mezcla de Bustamante y la ELO. Y sudo como si estuviera en el Arenal de Mallorca. No lo estoy pasando mal en Berlín, mis amigos me ayudan a superar la pimienta de las wurst y su carne correosa y el agüilla urinaria que nos bebemos. Además, hemos encontrado un bar de tapas español. Lo sé, esto no debería decirlo, soy lo peor. La cabeza de jabalí disecada en el bar también me lo recrimina.
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