domingo, 3 de abril de 2016

Fragmento de "Te negarán la luz"



Parlamento de un singular personaje de la novela sobre el gobierno y la poesía.

-La poesía es una llave que lo abre todo. Debéis cuidar las palabras como si fueran flores de muchachas vírgenes. Hay que dominar el movimiento de la pluma hasta que consigamos penetrar con dulzura en el entendimiento de nuestros súbditos, sin violencia, con las caricias y con la decisión precisas. Labraremos documentos para la diplomacia, para evitar la sangre en guerras innecesarias. La elocuencia y la retórica pueden salvar muchas vidas. Seremos decorosos con nuestra correspondencia. Es importante que sepan de nosotros en otros reinos, que nos respeten por nuestra forma de expresarnos. El dibujo que de nuestro gobierno plasmemos en las misivas será el que vean los que no nos conocen. Nos esmeraremos en cincelar las aristas de nuestra embajadas. Que nuestras cartas sean reconocidas en cuanto se lean las primeras palabras. Y qué no haremos con los mensajes de amor: recurriremos a los versos de Ibn Hazm para deslumbrar a la amada, para rendirla a nuestros deseos. La poesía es una llave que lo abre todo. Os pagaré cada trazo bien surcado en el papel como si estuvierais trenzando oro en una túnica de seda porque yo mismo quiero ser poesía, porque quiero vivir entre palabras doradas, entre versos que hagan llorar y entre hombres que se quiebren el alma en cada rasgo de la pluma.

sábado, 2 de abril de 2016

"Quiero ser monja" por Elvira Lindo


Y aún hay quien siente, cómicamente en mi opinión, que la religión católica está en España amenazada. Y quien afirma, ingenuamente en mi opinión, que vivimos en un estado laico. No se lo parecería así a cualquier extranjero que, sin haber sido avisado, se dejara caer por nuestro país en los días semanasanteros. En algunas ciudades, ¿todas?, se encontraría con que no puede avanzar de un lado a otro con normalidad porque las calles han sido tomadas por las procesiones. Entendería, observando la abrumadora presencia de tronos, costaleros y gentío arropando a las imágenes, que el pueblo está en su mayoría satisfecho y feliz con dicha invasión; supondría, como es lógico, que vivimos en un estado ultracatólico, dado que las manifestaciones de este credo en particular invaden la vía pública sin que nadie parezca mostrar su desacuerdo. Dicho visitante podría abundar en el asunto y se enteraría de que, aunque tímidamente, algunos políticos van atreviéndose a no encabezar procesiones, pero pocos son los que a la hora de la verdad cuestionan las subvenciones a las cofradías; si alguien pregunta a estos representantes del pueblo por qué conceder tan importantes sumas a un acto que debiera estar costeado por los fieles, se justificarían diciendo que dicha expresión colectiva trasciende lo religioso para convertirse en cultura popular.
Si una extranjera turistea en Pascua se preguntará cuál es la razón por la que la Iglesia Católica mantiene ese discurso victimista; por qué, dirá, si según parece el número de procesiones es creciente, si nunca ha habido tantas; en cuanto al fervor no hay más que verlo: en los mismos días en que 32 personas saltaban por los aires en Bruselas y los refugiados acampaban sobre la tierra mojada a las puertas de Grecia, había fieles que lloraban sin consuelo porque había llovido y no podían sacar a la calle su trono tras un año entero de preparación. Cierto es que los seres humanos somos así, católicos o no, que se puede estar hundiendo el mundo y nosotros andamos echando pestes porque caen cuatro gotas y se nos estropea la romería, pero si lo señalo aquí es porque los editores de las noticias de la televisión pública han colocado al mismo nivel las lágrimas de quien ve truncada una ilusión (palabra tan en boga) y las de quien sale huyendo de una masacre.
A los turistas que, atraídos por esta arrebatada manera nuestra de expresar la fe, desembarquen en España en fechas santas abandonarán nuestro país con el convencimiento de que la religiosidad es unánime, puesto que si en las calles la gente recibe con emoción no contenida el paso de una Virgen o de un Cristo, en la tele son retransmitidos puntualmente estos acontecimientos para que disfruten de ellos aquellos que, por enfermedad o causas de fuerza mayor, no hayan podido asistir. Pero no en una tele ni dos, nuestro turista extranjero comprobará que casi todos los canales dedican la programación, de una manera u otra, a ensalzar la religión católica, que el canal que no sigue los pasos en directo, da cuenta de ellos en las noticias, y entre paso y paso, una película bíblica o de milagrería. Lástima que Marcelino, pan y vino, en realidad una bella película de fantasmas, haya quedado atrapada en la programación fervorosa. El turista insomne puede quedarse hipnotizado mirando la pantalla hasta las cuatro de la mañana, y escuchar en una tertulia que da cuenta de la madrugá, a una Paloma Gómez Borrero, la vieja Papaloma, siempre entusiasta y partícipe del sentir popular, exclamar algo así como que “tendrían que estar aquí los terroristas para ver esto”. Por la mente del espectador puede pasar un pensamiento negro: “Mejor no dar ideas”.
Considero que ha sido animados por el éxito creciente de crítica y público de nuestra fe por lo que unos productores televisivos han decidido aprovechar el tirón y rodar el docureality Quiero ser monja. Bien es cierto que la afición a las procesiones no se traduce luego en votos reales de pobreza, obediencia y castidad, pero quién sabe, tampoco era imaginable que las procesiones vivieran sus mejores capítulos en democracia. De momento, para la mayoría, sigue siendo compatible la fe con la cerveza, las tapas y los menús de Pascua, en los que una, gracias a Dios, se puede poner morada (ojo al color) a garbanzos con espinacas y bacalao. Porque la batalla de la laicidad ya parece perdida. La fe mueve montañas.
Cómo explicarle a esos extranjeros que nos visitan que, a pesar de todo lo que ve, hay muchos que no elevamos nuestro corazón al olor del incienso y que, aun respetando el sentir de otros, desearíamos que a las criaturas que practicamos el secularismo o cualquier fe que no sea la católica no se nos ahogue con un fervor del que no participamos. En Úbeda, célebre por su abrumadora Semana Santa, había estos días un grafiti singular: “Stop. Islamización de Europa”. De verdad, parecía un chiste o, como se dice ahora, un titular de El Mundo Today.

lunes, 28 de marzo de 2016

"Tras el continente sumergido de ´La Celestina`" por Rocío García


“Oh, sorpresa de mí, cuando entro en La Celestina en profundidad y me encuentro con todo un continente sumergido”. Las palabras de José Luis Gómez (Huelva, 1940) cambian de ritmo y de tono. Suenan más bien a versos o patrones rítmicos, los mismos que ha aplicado a la prosa de la obra de Fernando de Rojas (1476-1541) en la versión que dirige e interpreta en su primera colaboración con la Compañía Nacional de Teatro Clásico y que se estrena en el Teatro de la Comedia el 6 de abril. Antes, hoy 27 de marzo, se celebra el Día Mundial del Teatro. El académico y director del Teatro de La Abadía, testarudo incansable, ha rastreado la época, ha analizado los personajes y el lenguaje, ha buceado en las profundidades ocultas del manuscrito inicial de Rojas —un judío converso en aquellos años de plomo y miedo dominado por el absolutismo confesional— y ha emergido con un clásico en el que ve una analogía perfecta con nuestro tiempo. Una obra que se inscribe más allá de una historia de amor desastrado, la de Calisto y Melibea, y que entra de lleno en el hondo drama del hombre en lucha con su destino. “Es la obra más inteligentemente corrosiva y negra de la literatura española de todos los tiempos”, dice.
 “Templa la voz”, “atento al ritmo”, “el tono sostenido”, “fluir pero no desdibujar”. Se van aclarando las sugerencias de Gómez a lo largo de una fatigosa y fructífera mañana de ensayos. Se ha puesto la falda larga de vuelo y la blusa anaranjada, y ha cogido un bolso grande y un pañuelo para recogerse en el personaje de Celestina, cabellera rala, arrugas profundas, un ojo malo. Va del escenario — “Toda la calle vengo / tras vosotros por alcanzaros, / y jamás he podido / con mis luengas faldas”— a la mesa de trabajo, susurrando y dudando. “He encontrado todo aquello que Rojas, sagacísimo encubridor, judío converso, escondió pero que la filología y estudios posteriores han sacado a la luz. Celestina es una obra que surge en un contexto en el que se implanta el absolutismo confesional en España, que provoca la salida de 250.000 españoles, judíos, lo mejor y más culto de la sociedad, valientes que se ven obligados a exiliarse, como siempre en nuestro país”, explica.
En este ambiente oscuro, que semeja a una cárcel común y abierta para todos, Rojas escribe una primera versión de la obra en la que el encuentro amoroso entre Calisto y Melibea es solo uno. Sobre este manuscrito inicial y no los posteriores que publicó —“sus amigos y lectores querían más aventuras y amores”— ha trabajado Gómez. Un texto que utiliza el artilugio de la tragicomedia y la reprensión moral a los amantes para “gualdraparse como los caballos” y evitar las heridas de las cornadas ante la inevitable arremetida de la Inquisición.
Fue tras el proyecto de Cómicos de la Lengua, desarrollado por la Real Academia Española, cuando el director y actor descubrió las dificultades verbales que ofrecía esa joya de la literatura española. “Llevo años clamando que el nivel de alocución generalizado en el teatro español está por debajo de las exigencias de la propia literatura dramática. El uso de la lengua en el teatro se limita muchas veces a pronunciar bien, a un hecho fonético, y es verdad que se pronuncia correctamente, pero la alocución escénica es otra cosa. Tiene que ver con la capacidad de, en el fluir de la palabra hecha habla, elucidar sentido siempre, más allá del sonido, y hacer posible que en las imágenes de las que están poblados muchos textos y, más en Celestina, emerjan con facilidad para el público”. Gómez se entusiasma con el espíritu de la palabra hablada, en esa constante labor investigadora que ha presidido su trabajo al frente de La Abadía, más allá de programar y hacer espectáculos. “En la Academia insisto mucho en que la palabra escrita carece de algo que tiene la palabra hablada y es que es naturalmente emotiva. ¿Por qué? Porque tiene soplo. ¿Y qué es soplo? Neuma. ¿Y que es neuma? Espíritu”.
Habla de la calle
No deja de sorprenderle La Celestina. Tras meses de estudio, descubre nuevas maravillas de un texto que combina grandeza literaria y habla de la calle, saber clásico y refranes populares y que Rojas advirtió de que era para “ser oído”. Gómez empezó a darse cuenta de que los periodos de frase, a pesar de estar escrita la obra en prosa, son octosílabos, endecasílabos, alejandrinos a veces. ¿Qué más puede pedir alguien enamorado del habla? Alguien a quien se le han ido apareciendo, a través de un túnel misterioso, las gitanas, las viejas de su tierra, las pescaderas, los acentos, los gestos, las manos... No se ha visto en la necesidad de copiar nada, todo le ha salido como un torrente de impresiones; de sopetón, le llegó todo lo que rodea a esta bruja alcahueta, brillante y mentirosa.

“Más que una mujer, Celestina es un ser andrógino, una extraordinaria figura poética, un conglomerado de sugerencias”, subraya quien interpreta por segunda vez en el teatro a un personaje femenino (la primera fue en Alemania, en sus años tempranos, con Madama Pace en Seis personajes en busca de autor, de Pirandello), y también por segunda dirige y protagoniza un montaje (el anterior fue La vida es sueño, de Calderón, en la que hacía de Segismundo). “He procurado no hacer eso porque me dedico más a la dirección que a mí como actor, y esto puede amenazar a mi Celestina. No está el horno para esos bollos porque sé que me van a medir con vara muy estricta”, añade. Gómez se identifica con esta seductora en la férrea voluntad de no arrugarse, de aguantar, de esforzarse sin desmayo. La advertencia de su padre — “nunca te arrugues”— la puso muchos años antes en palabras Celestina: “Jamás el esfuerzo desoye la fortuna”.

"Europa" por Julio Llamazares

¿Quién dijo que Europa es propiedad de los europeos? ¿Acaso no somos los europeos descendientes de gentes llegadas de Asia y de África (de Egipto, de Persia, de Turquía, de las estepas rusas de los Urales…), incluso de América y de Oceanía, en épocas más recientes? ¿Alguien puede creer que un continente tiene dueños como los latifundios? Y, sobre todo, ¿quién dice que, de tenerlos, somos los que lo habitamos y no los que llegan de fuera como en su día llegaron a Europa muchos de nuestros antepasados, o a América los europeos, a raíz de su descubrimiento?
Que a estas alturas de la civilización se pretenda parcelar el mundo como si fuera una finca rústica demuestra hasta qué punto la humanidad ha avanzado poco en su camino hacia la racionalidad. Y aún menos hacia el universalismo, que solo se ha conseguido en el terreno económico y no en todo el planeta, merced al colonialismo, antes, y, ahora, a la globalización. Pero la globalización solo sirve, por lo que se ve, para comprar y vender mercancías, da igual que sean alimenticias o armas. Y, además, funciona solo en una dirección: desde los países ricos hacia los pobres, sin tener efecto de retorno. El único efecto de retorno es la inmigración, y nos negamos a recibirla porque nos crea problemas. ¿Qué creíamos, que les íbamos a exportar las guerras sin que sus consecuencias nos salpicaran a corto o a medio plazo?
El etno europeísmo como doctrina parecía que había desaparecido de Europa, pero se ve que era solo un barniz, una capa de pintura que no ha tardado en resquebrajarse en cuanto las tensiones de fuera y de dentro han empezado a aflorar. La tan cacareada solidaridad internacional de los europeos valía solo para cuando se ejercía en el exterior, y en pequeña medida, no fastidiemos, y la interna, mientras los problemas gordos no se produjeron. Y el de los refugiados que hoy rodean nuestras fronteras pidiendo paso y asilo es el más gordo de nuestra historia desde la II Guerra Mundial. Que la solución esté tardando tanto en llegar y que su consecución esté poniendo en cuestión la propia esencia de Europa es algo que demuestra la gravedad del problema, por más que algunos políticos, como Mariano Rajoy, hagan como que no se enteran. Aunque, en el caso de este, puede que no se entere en verdad, convencido tal vez de que lo que decía la Enciclopedia escolar que ambos estudiamos por los años sesenta del pasado siglo estaba en lo cierto: “España es un país elegido por Dios. Por eso está en el centro del mundo. Y por eso todos los extranjeros quieren venir a vivir a España, porque no hace ni frío ni calor”.

domingo, 20 de marzo de 2016

Después de la galerna


Amainaron los vientos,
cesó la lluvia,
el cielo se abrió
y un sol radiante
iluminó el mar.
Arriamos las velas,
hechas jirones.
Apartamos el mástil
tronchado.
El esfuerzo salvó la nave
y nuestros cuerpos.
Solo algunos se escondieron
en las bodegas.
Solo algunos.
Y salieron a recibir al sol,
como todos los demás.
Amainaron los vientos
y el cielo se abrió
y nos colmó de luz.
Nos despojamos del salitre,
nos desprendimos de camisas
rasgadas por la lucha.
Restañamos las heridas
con labios y paciencia.
Ya no chillaban los oídos
como cigarras en verano,
ya no temblaban los músculos
como si fueran a reventar,
ya no nublaba la vista
la furia de la galerna.
Todo quedó en calma,
plácido y denso
como después del orgasmo.
Todo quedó en reposo.
El mar era miel
y el aire, susurros.
¡Qué felicidad el sosiego
después de la galerna,
qué languidez amplia
de caricia suave,
qué delicia!
¿Y si la nave no hubiera
surcado la mar?
¿Y si todos nos hubiéramos
escondido en las bodegas?
¿Y si no hubiéramos partido?
No reposaríamos desnudos,
abrasados por la violencia de la lluvia.
Seríamos otros: más débiles, más secos,
menos doloridos y menos satisfechos.
¡Qué mundo más tranquilo
sin galernas,
qué tranquilo y qué muerto!

sábado, 19 de marzo de 2016

"Eso es así" por Manuel Jabois

Todos los años, por estas fechas, la Iglesia entra dentro del Estado, interrumpe su funcionamiento y reclama del Gobierno varios indultos. Lo hace en conmemoración de la muerte de Jesucristo. Y a través de unas organizaciones, las cofradías, que se dirigen a las prisiones para pedirles que les pasen una lista. “Católicos. No vamos a pedir un musulmán, eso que lo pidan los musulmanes”, como dijo un secretario del Cristo de la Columna. Y todos los años el portavoz del Gobierno anuncia los indultos y los justifica apelando a una tradición de muchos siglos, que es lo que se suele decir cuando algo no se sostiene con la razón: “Es que esto es así”.
Acaba de contarlo Fernando Savater en Tudela: iban él y una monja solos en autobús a Teruel y Los 40 principales estaban puestos al máximo. Savater le preguntó a la monja si a ella le molestaba tanto como a él y ella le dijo que estaba rezando, directamente. Por tanto, el filósofo se acercó al conductor y le dijo: “¿Podría bajar un poco la música?”. El chófer respondió: “Es que esto es así”. ¿Funcionaba el autobús con música en lugar de gasolina? ¿Era una tradición de muchos siglos entrar en Teruel con Los 40 a todo volumen? En España si te contestan “esto es así” ya puedes ser el primer intelectual del país: te vuelves a tu sitio y callas.
Por tanto, el Consejo de Ministros anunció ayer nuevamente la reunión de dos largas tradiciones, una de componente supersticioso, la religión, y otra basada en un delirio, para poner a andar el Gobierno. El delirio procede del siglo XVIII, cuando una epidemia de la peste en Málaga obligó a suspender las procesiones de Semana Santa. Con la ciudad herida y sublevada, un grupo de presos se amotinó y consiguió salir a la calle con una imagen de Cristo para hacer su particular procesión. La pasearon por la ciudad, regresaron a la prisión y, en cosa de días, la peste se acabó milagrosamente. El rey Carlos III le concedió un privilegio a una cofradía: cada año sacaría a un preso de la cárcel y saldría en procesión con ellos.

Esto, sin embargo, no lo suelen contar los portavoces del Gobierno. Apelan a “la tradición”, pero no explican en qué consiste. No les debe parecer serio o muy razonado. Igual miran de reojo a la prensa extranjera y piensan: “Me corto un pie antes de soltar esto por la boca”. Así que liberan a los presos que les indican las cofradías con un “esto es así” que nos recuerda la dichosa y ejemplar separación de Iglesia y Estado. Ayer, precisamente. Este Gobierno en funciones no rinde cuentas al Congreso porque ya sólo responde ante Dios.

sábado, 12 de marzo de 2016

"La devolución del enigma" por Rafael Argullol


En el libro Conversaciones con Picasso, el gran fotógrafo Brassaï relata una anécdota, ocurrida en el diciembre de 1946, que resulta interesante recordar ahora que los medios de comunicación, a raíz de recientes subastas con precios exorbitantes, han insistido, una vez más, en identificar el valor del arte con lo que vale una obra de arte en el mercado. Es una historia, bien conocida por muchos, que se desarrolla en el París recién liberado. Picasso recibe al importante marchante neoyorkino Samuel Kootz, el cual tiene la pretensión de organizar una exposición picassiana en su ciudad, en presencia de Sabartés y de Brassaï, quien está fotografiando esculturas del artista malagueño. Kootz, ávido por ver y comprar obras de este, recorre el gran estudio de la calle Grands Augustins para examinar la última producción. Ha llegado a París con enormes expectativas: “I want to see Picasso! Now! Now! I am in a hurry!”.
Recorre el espacio a grandes zancadas. Observa mucho, compra menos de lo esperado, se decepciona más de lo previsible. Él, que habla de Robert Motherwell, William Baziotes, Carl Holty o Adolph Gottlieb como de su “cuadra”, encuentra demasiado figurativo el estilo de Picasso. A este le repite que sus obras son formidables; sin embargo, se vuelve hacia Brassaï y le dice: “I don’t like them very much, they are not abstract enough!”. Jean Cocteau, siempre cáustico, resume bien esta visión: “¡Los pobres chiquillos de Nueva York! Reciben una azotaina si se atreven a dibujar algo reconocible. Los educan para lo abstracto desde la cuna”. Samuel Kootz tiene claro que esta será la tendencia del futuro. La pintura será abstracta, o no será.
Parece que Picasso quedó verdaderamente afectado por lo sucedido, pero, en efecto, fue Kootz quien tuvo razón, si exceptuamos el tangencial reinado de los Andy Warhol, y si tener razón significa tener “éxito”, sobre todo comercial, aunque también académico. No obstante, ¿cómo podemos juzgar el relato de Brassaï desde la perspectiva actual, setenta años después? Podemos darle la razón a Kootz mientras, simultáneamente, podemos comprender la radical sinrazón que su postura —e impostura— anunciaba.
Vaya por delante que defiendo sin reservas el gran abstraccionismo del siglo XX, el que se enraiza en Kasimir Malevich, Vassily Kandinsky o Mark Rothko. Lo considero una revolución espiritual que se engarza con las grandes revoluciones espirituales de la historia del arte, equiparable incluso al gran viraje lingüístico del Renacimiento. Lo mismo me ocurre, en música, con las propuestas de un Arnold Schönberg y un Alban Berg, o, en literatura, con James Joyce y Samuel Beckett, o, en arquitectura, con Adolf Loos y el esfuerzo de la Bauhaus.
En todos estos caminos dispares late un esencialismo catártico que limpia el arte de sus excesivas retóricas, sean estas historicistas, sean alegóricas u ornamentales. La desfiguración del arte fue, y es, necesaria contra el excesivo peso de una figuración abigarrada y, a menudo, huera. Sin embargo, la frontera peligrosa de la desfiguración permanente del arte ha sido la deshumanización de este, horizonte que Ortega y Gasset ya advirtió en parte pero al que, por razones cronológicas evidentes, no pudo asistir.
No obstante, setenta años después del encuentro entre Picasso y el marchante Kootz, nosotros sí podemos tener una idea del peligro de traspasar aquella frontera de la desfiguración permanente del arte. La hegemonía de los manierismos vanguardistas en la segunda mitad del siglo XX ha tenido consecuencias bien patentes en el momento de confundir lo que es el arte con lo que vale en la feria de las vanidades y de las codicias. Pero me parece que esto es menos importante que el desconcierto provocado a la hora de calibrar la relación entre lo que consideramos la condición humana y lo que llamamos arte. Si entre estos dos términos no hay relación alguna, entonces, ¡bienvenida la confusión que sustituye la esencia por el valor, y que identifica el valor con la transacción! No obstante, si, por el contrario, se comparte la creencia de que el arte es una forma de mediación —con múltiples máscaras, eso sí— entre el ser humano y sus enigmas, el ángulo de enfoque tiene que ser, a la fuerza, otro.
Como los —por llamarlos de alguna manera— esencialismos musicales, literarios o arquitectónicos, los abstraccionismos pictóricos fueron, en su origen, un extraordinario viaje al corazón del enigma del hombre y una exploración de todas sus metamorfosis. Baste un ejemplo que, a mí, me sirve para todos los lenguajes artísticos. Cuando Kasimir Malevich pinta el Círculo negro sobre blanco lleva, probablemente sin saberlo, a la práctica lo que reclamaba Leonardo da Vinci en el Tratado de pintura: la intuición pintada de un punto que contiene todas las formas de la existencia. Y en el punto, en efecto, están todas las posibilidades de la existencia. Incluso podríamos decir: todas las existencias. El Big Bang que genera los universos. Esta era la revolución espiritual del abstraccionismo. La búsqueda de la figuración total. Como Leonardo y Malevich, desde el punto, querían llegar a la plenitud de los mundos.
Estas son, asimismo, la raíz y la dinámica vanguardistas en las que se desarrolla el proceso de la abstracción. El arte no está guiado por un formalismo vacío o por un esteticismo ajeno a las conmociones de la conciencia sino por la necesidad de indagar en los fondos del sentir humano. Así, manifiestamente, lo expresa uno de los más exigentes textos que jamás se hayan escrito sobre la cuestión, Lo espiritual en el arte, de Vassily Kandinsky, una meditación y también un ensayo en los que el artista ruso se interroga sobre la gran paradoja del arte en general, hacer expresable lo inexpresable, y de la pintura en particular, volver visible lo invisible.
No obstante, el manierismo retórico anunciado, voluntaria o involuntariamente por Kootz, condujo al arte en la dirección contraria. Las obras de este arte eran idóneas para especular en las aulas o para ser colgadas en el dédalo interminable de los museos de arte contemporáneo pero poco aptas, por inanes, para mantener viva la tensión entre el hombre y su enigma. Por eso, tras los maestros —Mark Rothko, Willem de Kooning, Jackson Pollock—, el siglo XX finalizó con la más nutrida pléyade de epígonos que pueda concebirse. Frente a ellos es necesario, por tanto, en el XXI, volver a contaminar al arte del enigma humano. O, si se quiere, más sencillamente, reintroducir al hombre en el arte.
Evidentemente sería igualmente una impostura proclamar que la pintura del futuro será figurativa, o no será. El arte no tiene que ser ni figurativo ni abstracto, sino reconocible. O mejor: el hombre tiene que reconocerse en él, aunque sea a través de ese punto de fuga misterioso en el que se contienen todas las existencias.

viernes, 11 de marzo de 2016

"Tres himnos por Europa" por Javier H. Estrada


Al observar la deriva cada vez más estricta, racista y desunida de Europa, es inevitable preguntarse dónde quedaron los valores sobre los que se edificó nuestra sociedad. Seguimos escuchando "libertad, igualdad, fraternidad", lema de la Revolución Francesa adoptado después por toda la civilización occidental, pero los tiempos actuales contradicen el significado de aquellas palabras elevadas. Entre el bullicio del presente convendría atender a los que reflexionaron sobre esas bases, a los que creyeron en una Europa que se sustentaba en el humanismo, y que a la vez detectaron los primeros síntomas del declive. Sería un momento idóneo para conocer el diagnóstico de Krzysztof Kieslowski, cuya trilogía Tres colores permanece como la visión cinematográfica más profunda e ineludible sobre esos pilares. El objetivo era despojarlos de su halo etéreo, debatir sobre ellos observando su funcionamiento en la práctica, desde una perspectiva íntima que se materializaba en personajes solitarios.

Se cumplen exactamente 20 años de la muerte del realizador polaco, un desenlace prematuro (tenía apenas 54 años) provocado en gran medida por su empeño en completar un proyecto monumental, demasiado exigente para su salud. La sobredosis de trabajo, café y tabaco le desgastó hasta llevarle al retiro. Justo cuando preparaba su regreso al cine con un tríptico consagrado al Paraíso, Purgatorio e Infierno, un infarto terminaba con su vida el 13 de marzo de 1996.

El tríptico fue la culminación de una filmografía que desde el inicio desafió al pensamiento absolutista y escapó del reduccionismo. Cada una de las entregas del ciclo tomaba una franja de la bandera francesa como clave estética y temática. En ellas Kieslowski insistía en que la libertad absoluta no existe, la igualdad no es más que una quimera en este mundo de feroz materialismo, la fraternidad resulta imposible mientras los interlocutores mantengan su sordera y su tendencia al monólogo.

En Azul (1993) la muerte se convierte en el detonante de revelaciones dolorosas. Su protagonista, Julie, sobrevivía a un brutal accidente en el que fallecían su hija y su marido, un afamado compositor que dejaba inacabado su Concierto para Europa, concebido como una celebración de la unidad del continente. Abocada a un aislamiento total, angustiada por la pérdida y también por el descubrimiento de la infidelidad de su esposo, la mujer interpretada por Juliette Binoche afronta su reinvención, el regreso al presente junto a los vivos, superando una memoria marcada por la traición. El amor se articula como una prisión, pero la impermeabilidad emocional conduce también a la privación absoluta de la libertad.

Blanco (1994) aportó un enfoque irónico sobre esta misma cuestión. El peluquero polaco Karol deambula hundido en una miseria económica y anímica por las calles de París tras ser abandonado por su mujer. Sufre su última humillación cuando regresa a Varsovia embutido en una maleta, y a partir de ahí decide entregarse a negocios dudosos que le reportarán una fortuna. La imposibilidad de olvidar a su mujer le lleva a elaborar un juego macabro en el que finge su propia defunción, cargando a ella con las culpas. El romance fallido se transforma en una tragicomedia de muertos vivientes. Blanco exhibe tanta mordacidad con esa Francia altiva y despiadada, extremadamente hostil con el extranjero, como con la Polonia que había abrazado el capitalismo más salvaje, mezclándolo además con los viejos vicios de la etapa comunista. Por un lado, Kieslowski muestra las barreras infranqueables que separan a la Europa Occidental de la del Este. Por otro, apunta que con dinero se pueden tender todos los puentes.

Contrapunto a la devastación de Azul y la crueldad de Blanco, Rojo (1994) culminó la trilogía ofreciendo una vía de redención, un punto de luz que congregaba a todos los protagonistas de la saga por medio del azar. El filme propone la unión de dos caracteres opuestos: un juez en el ocaso de su existencia, agrio, desgastado; y una joven modelo que mantiene intacta su inocencia. Como de costumbre en Kieslowski, los personajes sobrevuelan los estereotipos. El juez pasa sus días cometiendo una actividad delictiva y la modelo esquiva la frivolidad con unos ideales firmes y al mismo tiempo ecuánimes. El hombre de ley se mueve por algo tan poco empírico como la intuición, mientras que la joven mantiene una relación con un hombre obsesivamente celoso. Tomando la incomunicación como punto de partida, Rojo defiende la posibilidad del entendimiento entre personas antitéticas mediante un encuentro propiciado por un animal herido.

Si en su serie de mediometrajes El Decálogo, Kieslowski recorrió los diez mandamientos bíblicos desde la perspectiva más terrenal, en la trilogía abordó los cimientos del laicismo dejando paso a la trascendencia. Sus películas identifican los errores del ser humano sin caer en la condena, reconociendo esas fisuras como rasgos inherentes e incluso potencialmente esclarecedores. Con el paso del tiempo, algunos elementos de sus últimas obras se han resentido (su simbolismo, la tendencia al barroquismo visual y la construcción milimétrica de tramas que refuerzan de manera ciertamente forzada el sentido final de las películas), pero la relevancia de su discurso no ha hecho más que aumentar.

Nacido en 1941, Kieslowski pasó parte de su infancia viajando de sanatorio en sanatorio, acompañando a su padre enfermo de tuberculosis por las profundidades de la Polonia que se reconstruía lentamente tras la II Guerra Mundial. Fue entonces cuando aprendió a observar a los otros, rostros del silencio y el desamparo que retrataría primero desde el documental más crudo y sobrio, después desde ficciones notablemente sofisticadas. Su filmografía es un viaje del realismo al artificio, de lo inmediato a lo eterno.

Kieslowski indicó que para evitar que los términos libertad, igualdad y fraternidad queden reducidos a un leitmotiv anquilosado y vacío, para que Europa frene su tendencia agonizante y deshumanizada, es preciso recuperar de una vez por todas nuestra capacidad afectiva. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

"¿Vino o agua? Los trapicheos en las tabernas del Siglo de Oro" por Óscar Díaz


“Un vaso de vino al día es bueno para el corazón”. Hemos escuchado esta frase hasta la extenuación, nuestros abuelos ya la decían y también es repetida en muchos programas de televisión de salud (esos mismos que suelen ver nuestros abuelos). Siempre nos han dejado claro, eso sí, que las proporciones deben ser pequeñas. Se nos especifica la cantidad, pero no la calidad necesaria para que el vino realice esa magia ancestral en nuestro corazón ¿Nos salvará de la muerte de la misma manera un denominación de origen que un vino marca blanca en tetrabrik?
En el Madrid del Siglo de Oro, una ciudad definida por la precariedad y la miseria, el vino no era un complemento a una dieta equilibrada ni una bebida que se tomara en celebraciones excepcionales, sino que se convertía muchas veces en el único sustento del que disponían las clases más desfavorecidas. En el Lazarillo de Tormes, la primera comida que toma el protagonista son sopas de vino que le ofrecía el ciego y, con sólo ocho años, ya decía que “estaba hecho al vino y moriría por él”. Cuando existe una falta de recursos y el hambre arrecia, el paladar afloja sus exigencias, por lo que los caldos que se vendían en las tabernas no destacaban por su exquisitez.
La picaresca engullía a todas las profesiones de la época, no sólo a los maleantes, y los taberneros tuvieron que recurrir a remedios poco ortodoxos para poder conseguir el mayor beneficio posible. Vender gato por liebre era su máxima, y la aplicaban tanto a la comida, engañando en la mercancía, como en la bebida. Desde realizar trapicheos con el vino hasta servirlo con moscas y, la más extendida, aguarlos para conseguir una mayor cantidad.
Los literatos del Siglo de Oro apreciaban el vino en cantidad, por algo Quevedo llamaba a Góngora en su eterna trifulca el “sacerdote de Venus y Baco”, pero también estimaban la calidad, distinguiendo cuando un vino había sido mezclado con agua. La de tabernero es probablemente una de los oficios más maltratados por la literatura de la época ya que, como escribía Francisco de Rojas Zorilla en Lo que quería ver el marqués de Villena:
Si es vino de Madrid,
tan agua será como antes.
Como consecuencia de la rufianería de los dueños de las tabernas, se crearon bebidas que llegaron a ser muy apreciadas por los ciudadanos, como la carraspada, que mezclaba vino aguado con miel y especias y que se vendía sobre todo en Navidades; o la aloja, en la que el vino frío que se mezclaba con grandes cantidades de agua y canela, y se consumía como refresco en los corrales de comedia.

Vinos consumidos sin mesura y tabernas que servían de refugio e inspiración para poetas formaban parte del discurrir de la vida diaria de la época. Una copa de vino al día, desde luego, no hubiera sido una rutina bien recibida.

martes, 8 de marzo de 2016

"Te negarán la luz": historia de un gato rubio


Lo que son las coincidencias, hoy cuando estaba jugando con mi gato rubio y me clavaba las uñas en el dorso de la mano, me ha venido a la cabeza una canción de Guillermo de Poitiers en la que el protagonista también es un gato rubio. Se cuenta en ella una historia procaz e histriónica que no pude incluir en "Te negarán la luz". Solo conservamos nueve canciones suyas, pero son suficientes. Hasta el siglo XI, nadie se había atrevido a escribir de asuntos eróticos en lengua romance. Algunas de sus coplas, procaces y libertinas, sonrojarían ahora mismo a cualquier puritano por su crudeza. Esta -la más cantada- relata una aventura que suena mucho a cuento del Decamerón, incluso a peripecia del Quijote. Dejo aquí mi versión en prosa. Si queréis oírla cantada en lengua d´oc, solo hay que pinchar en el vídeo.
"Tened cuidado mujeres, gozad con caballeros todo lo que deseéis, pues no es pecado; pero cuidaos de clérigos y monjes, porque si con ellos lo hacéis, mereceréis que os quemen con un tizón. 
Iba yo por Limoges, en la Auvernia, vestido de peregrino cuando me abordaron las esposas de Garín y Bernardo, Agnes y Ermesinda. Se acercaron hasta mí y me saludaron: "Buen día tengáis, caballero. Parecéis de buen linaje y no como los necios que suelen pasar por aquí". Yo, al ver la lozanía de las dos, urdí un plan y nada contesté a sus halagos, solo farfullé unos sonidos torpes para convencerlas de que no podía hablar. Enseguida comprobé que mi ardid funcionaba. Confiando en que yo también era sordo, Agnes le dijo a Ermesinda: "Sin duda este peregrino es mudo. Justo lo que necesitamos. Le daremos hospedaje y haremos con él lo que nos plazca sin que nadie se entere de nada". Me dieron cobijo, me llevaron hasta su casa, me arrimaron a la lumbre, calenté mis costillas y me sentí muy bien junto a ellas. Me comí más de dos capones con pan blanco, buen vino y mucha pimienta. Y ya bien caliente y alimentado las escuché: "Debemos asegurarnos de que es mudo. Trae al gato rubio y haremos la prueba definitiva".Cuando vi a Agnes con el gatazo, grande y de espantosos bigotes, casi pierdo el coraje y el ardor. Me quitaron el hábito y me pusieron al animal en la espalda. Le tiraron del rabo y el animal, enfurecido, me arañó el costado causándome muchas heridas. Pero yo no rechisté, no dije ni mu. Las dos muchachas satisfechas con la prueba llegaron a una conclusión: "Hermana, sin duda es mudo. Ya podemos aparearnos y solazarnos con él sin ninguna preocupación". Allí estuve más de ocho días sin salir de ese horno. No os vais a creer las veces que me las jodí: pasaron de ciento ochenta y ocho. La polla no se me cayó a trozos de puro milagro. El mal que me pegaron no os lo puedo nombrar, pero lo podéis imaginar. Cuando llegué a palacio, le di este recado a mi vasallo: "Lleva este poema a Agnes y Ermesinda y diles que por deferencia conmigo maten al gato".