martes, 21 de enero de 2014

¿Preocupan a los dirigentes políticos los problemas de sus ciudadanos? de Javier Bilbao

Un artículo excelente sobre la corrupción que el poder desarrolla 
en los individuos que llegan a él y sus consecuencias nefastas 
para los ciudadanos.
Benito Mussolini (DP)
Benito Mussolini (DP)
Analizaré todas las pruebas adicionales que confirmen la opinión que 
ya me he formado
. (Hugh Molson, parlamentario británico)
Sospecho que muchos lectores al ver el título habrán dado la misma respuesta 
y con similar vehemencia. Y es que basta echar un vistazo a la historia para 
comprobar la preeminencia en casi todas las épocas y lugares de élites 
extractivas, cuando no directamente criminales. Ya saben, aquello de Stalin 
sobre que un muerto es un drama pero un millón es una estadística. 
Una frase que refleja la indiferencia del poder ante el sufrimiento de las masas 
gobernadas y cuyo único inconveniente es que su atribución es errónea. La que 
sí es cierta es otra de Mussolini acerca de que para negociar en una 
conferencia internacional antes «necesitamos poner unos cuantos miles de muertos 
en la mesa». O la mucho más reciente de Taro Aso, ministro 
de finanzas japonés, pidiendo a los ancianos que «se den prisa en morir» 
porque sale caro mantenerlos. Los ejemplos serían innumerables, pero la constante 
es considerar a las personas poco más que fichas de un juego que pueden ser 
utilizadas y sacrificadas al servicio de sus líderes. 
¿Por qué? La primera razón, y la más obvia, está en que el ascenso al poder ha 
sido siempre una competición despiadada en la que triunfa aquel con menos 
escrúpulos. Lo hemos visto infinidad de veces y la ficción a menudo también se 
ha hecho eco de ello: ya fuera uno un emperador romano, un aspirante al trono 
retratado por Shakespeare, un senador interpretado por Kevin Spacey 
un concejal de Cascajales del Páramo, la lucha por trepar siempre acaba dejando 
cadáveres por el camino. Ver en un informativo a cualquier dirigente político 
henchido de satisfacción en su flamante nuevo cargo es contemplar el resultado 
final de una larga sucesión de zancadillas, regates, mentiras, compromisos con 
unos y con sus opuestos y traición a las propias convicciones si es que 
alguna vez las tuvieron. De ahí que a menudo resulte tan poco grato verlos y 
escucharlos, es lo que ha quedado tras una implacable selección de los más 
aptos. Aunque el problema es determinar para qué son aptos exactamente, si 
para gobernar o solo para ascender en jerarquías.Pero hay una segunda razón 
que, añadida a la anterior, termina de dibujar un paisaje un tanto desolador. 
Si el resultado de tal selección es el que vemos, si Carlos FabraPepe Blanco o 
Miguel Ángel Rodríguez —por poner algunos ejemplos al azar, aunque cada 
lector tendrá sus favoritos— no son necesariamente las mentes más preclaras 
de su generación, ni puede que tampoco estén entre lo más admirable que 
se pueda encontrar en España, una vez lleguen al poder este no les hará 
sacar lo mejor de sí mismos. Muy al contrario. El biólogo y psicólogo 
evolucionista Robert Trivers, considerado por la revista Time uno de los 
cien pensadores y científicos más importantes del siglo XX, sostiene al respecto 
que:
Cuando la gente experimenta la sensación de poder se siente menos inclinada a 
contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta su 
propio pensamiento exclusivamente. En consecuencia, se reduce su capacidad 
para comprender cómo ven las cosas los demás, cómo piensan y sienten. 
Entre otras cosas, el poder causa una especie de ceguera hacia los otros.
Esto es algo que cualquiera puede constatar hablando con su jefe, pero lo 
interesante es poder contrastar tal afirmación bajo las condiciones controladas 
de laboratorio. Un peculiar experimento que describe Trivers al respecto 
consistió en organizar dos grupos; al primero se le pidió que escribiera 
durante cinco minutos acerca de alguna situación que recordasen en la que se 
sintieron con poder y mientras tanto se les regalaron unas golosinas. El segundo 
debía rememorar una situación opuesta y además se quedaron sin golosinas, solo 
podían expresar qué cantidad de ellas esperaban recibir. A continuación se pidió 
a los miembros de ambos grupos que escribieran sobre su frente la letra E y unos 
participantes la pusieron en el sentido en el que ellos la verían y otros en el sentido 
en el que un observador ajeno pudiera leerla. Lo curioso es que esta última 
opción fue hasta tres veces más común en el segundo grupo. Es decir, el poder te 
convierte precisamente en el tipo de persona que no debería tener poder.
«Yo soy Churchill y Sadam es Hitler»
David Owen es un neurólogo, exministro y actual miembro de la Cámara de los 
Lores que conoció Tony Blair antes de que llegase al poder, mantuvo con 
él un contacto regular desde entonces y observó críticamente su deriva a medida 
que fue implicándose más y más en la guerra de Irak de 2003. Así que a partir 
de toda esa experiencia personal y profesional ha definido lo que denomina 
el Síndrome de Hybris, un mal que afectaría a muchas políticos una vez llegan al poder 
y que se caracteriza básicamente por la autoconfianza excesiva y, en último 
término, por la pérdida de contacto con la realidad. Lo que suele traer 
finalmente consigo consecuencias desastrosas para sus gobernados: es la 
némesis que viene tras la hybris, siguiendo el símil de la mitología griega. 
Para ello ha definido catorce síntomas, de los que bastaría padecer tres o 
cuatro para obtener ese diagnóstico:
1º – Inclinación narcisista a ver el mundo como un escenario en el que pueden 
ejercer el poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas 
que requieren un planteamiento pragmático.
2º – Predisposición a realizar acciones que den una buena imagen de ellos.
3º – Preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
4º – Forma mesiánica de hablar.
5º – Identificación de sí mismos con la nación.
6º – Tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o en plural mayestático.
7º – Exceso de confianza en su propio juicio y desprecio por consejos y críticas 
ajenas.
8º – Exceso de confianza en su propio poder y en lo que puede llegar a lograr.
9º – Creencia de que solo deberán rendir cuentan no ante la opinión pública sino 
ante Dios o la historia.
10º – Creencia de que en tal tribunal serán justificados.
11º – Comportamiento irreflexivo e inquieto.
12º – Aislamiento y pérdida de contacto con la realidad.
13º – Obstinación en la creencia de la rectitud moral de su política, al margen de las 
consecuencias.
14º – Falta de atención al detalle y a la puesta en práctica, al plantearse únicamente 
una visión general, lo que acaba conllevando el fracaso de su acción política.
En España esta clase de extravío mental lo hemos conocido bien en sucesivos 
gobernantes, lo que popularmente se denomina como «síndrome de la Moncloa». 
En ese sentido resultan llamativos los paralelismos entre Blair y Aznar a partir del 
perfil que describe Owen del primero en su libro En el poder y en la enfermedad
Nuestro expresidente, por su parte, quería situarnos en la historia, un propósito 
alejado de los mucho más mundanales intereses de buena parte de sus gobernados. 
Como en la imagen que abre el artículo, estos pasan a convertirse en una masa cada 
vez más amorfa y lejana que solo sirve de telón de fondo para un gobernante situado 
en primer plano. Blair mientras tanto se comparaba a sí mismo delante de los funcionarios 
nada menos que con Churchill: ya no era la opinión pública quien lo juzgaba, sino la historia. 
Dijo Aznar en cierta ocasión que admiraba de Bush su utilización sin complejos del poder. 
Es decir, que fuera capaz de desatar una guerra, que es la demostración máxima del poder. 
Ya conocemos lo que vino después. Proclives a tomar en cuenta su propio pensamiento 
exclusivamente, el presidente estadounidense y sus aliados imaginaron una guerra 
quirúrgica sin apenas dificultades, ¿Acaso alguien o algo podría obstaculizar su exhibición 
de fuerza? Pero finalmente acabarían provocando, según coinciden varias estimaciones, 
más de cien mil muertos. La guerra de Irak fue un fenómeno claramente identificable de 
hybris, de ceguera provocada por el poder, aunque por supuesto no ha sido el único 
en la historia reciente. Es gradual, afecta en mayor o menor medida a cada uno y con 
diferentes consecuencias en cada caso. Como dice Owen:
El poder es una droga dura que no todos los líderes políticos tienen el firme carácter 
necesario para contrarrestar: una combinación de sentido común, sentido del humor, 
decencia, escepticismo e incluso cinismo que trate el poder como lo que es, una 
privilegiada oportunidad para servir y para influir —y en ocasiones 
determinarla la marcha de los acontecimientos.
¿Pero cómo podríamos distinguir a sus potenciales víctimas? ¿Cómo neutralizarlos 
antes de que acaben causándonos daño? ¿Hay otras opciones aparte de pedirles 
que se escriban una E en la frente? Las democracias, con su división de poderes y su 
elección y escrutinio público de los gobernantes limita el problema, pero como 
vemos no lo elimina. Podemos escoger entre unos pocos candidatos a menudos 
solo dos pero como señalábamos al comienzo el proceso de selección por el que 
han llegado a ese papel de candidatos escapa a nuestro control, y a la vista de los resultados 
no parece que fomente la excelencia. Por ello a menudo se reclaman listas abiertas y 
primarias en los partidos. Los candidatos se verían menos doblegados a sus jerarquías 
partidistas, podrían sentir entonces una mayor afinidad a los intereses no de su 
partido, sino de los ciudadanos. Podrían llegar a lo alto habiendo resultado 
menos corrompidos por el camino. Aunque podría suponer también un aumento de la 
impostura, de la pose. Queriendo evitar a los profesionales de la burocracia partidista, 
acabamos en manos de profesionales de la interpretación. El mencionado Blair en cierta 
ocasión se presentó en público con lágrimas en los ojos para hablar de un trágico suceso 
en el que un perturbado disparó a varios niños en un colegio. El país entero quedó 
conmovido por la noticia y por la cercanía que mostraba su primer ministro con las 
víctimas. Pero unos cuantos días después, para abordar si no recuerdo mal 
unas preguntas en el parlamento por dicho asunto, Blair volvió a mostrarse lloroso. 
Lo que antes parecía empatía ahora sonaba a impostura, a representación mediática. 
Mucho más recientemente y ya en nuestro país, tuvimos la ocasión de oír a 
Elena Valenciano, vicesecretaria del PSOE: «Cuando acabé de visitar la valla de 
Melilla me tuve que esconder detrás de un árbol porque me puse a llorar, 
porque lo que allí se ve es terrorífico». ¿Realmente alguien puede echarse a llorar por ver 
una valla? Tanta ostentación de humanidad acaba resultando sospechosa… En fin, la 
cuestión no es sencilla.
Querría concluir mencionando un experimento realizado en 1964 por el investigador 
Jules H. Masserman con monos rhesus. Pusieron al alcance de uno de ellos una 
cadena que si tiraba de ella le proporcionaba comida, pero también una descarga 
eléctrica a uno de sus compañeros. Los monos al descubrirlo simplemente dejaron de 
tirar de la cadena. Uno de ellos llegó a estar doce días sin usarla, muriéndose de hambre, 
con tal de no perjudicar con su acción a otro macaco. De manera que sentir algo de 
empatía no debe de ser entonces tan complicado, incluso para las personas que 
ostenten el poder, así que no todo está perdido.

miércoles, 15 de enero de 2014

Izpisúa se va de España



La noticia de la marcha de Juan Carlos Izpisúa es una muestra más del cariño con que se trata en este país a la gente que se preocupa por el progreso y por la humanidad.
En el 2007 le hicimos una entrevista a este científico español, pionero en la genética regenerativa, para el periódico escolar de ese año. Dejo aquí los enlaces de la portada y la entrevista que realizaron los alumnos como triste despedida.

https://drive.google.com/file/d/0B0DamNT7-OUEUzNmbV9zcEdDNlk/edit?usp=sharing

https://drive.google.com/file/d/0B0DamNT7-OUETUd5OFU2Y0pieFE/edit?usp=sharing

Crónicas desde la indocencia XXIV: "Un cuento de terror"



Comencé a leer y se hizo el silencio. Nadie pudo sujetar la atracción de la literatura, ni siquiera su adolescencia intempestiva. Ni yo mismo lo creía. Bajamos las persianas y tuve el temor de que se durmieran o de que aprovecharan la oscuridad para las habituales tropelías. No ocurrió nada de eso. En cuanto la historia comenzó a surcar el silencio y la oscuridad, noté que se subían a ella, que los miedos, los prejuicios eran infundados. La literatura todavía tiene poder, solo hay que encontrar el momento y la situación adecuados. Levantaba la vista de vez en cuando y asomaba en sus rostros la necesidad de conocer qué le ocurriría al protagonista después de volverse loco. No podía creer que algunos estuvieran tomando notas en la penumbra y que otros callaran sin interrumpir ni una sola vez el relato. Seguí entusiasmado, con la piel erizada y la sorpresa azuzando mi lectura. El protagonista acababa de arrancarle el ojo al gato y se oyó un rumor de repeluzno. Seguían escuchando, no se habían dormido, no se oían quejas, nadie preguntaba, todos esperaban el siguiente suceso con una avidez que los mayores ya hemos extraviado entre los años. Se había quemado la casa del protagonista y el relieve del gato había quedado impresionado en la única pared que quedaba en pie.
Era mucho tiempo ya el que llevaba leyendo, casi 20 minutos. Levanté la vista, para certificar que ya se habían cansado, pero no, la única respuesta fue el requerimiento de que siguiera. Estaba convencido de que algunos no comprendían muchas de las palabras, pero, al parecer, la fascinación del relato, del clima de expectación, los había atrapado a todos. Se percibía el esfuerzo de algunos por seguir la historia, el suplemento de concentración para saber qué ocurriría con ese hombre que se había vuelto loco y que tenía instintos asesinos. Se habían sumergido de lleno en la historia, sin duda alguna. Más de veinte minutos sin que ninguno de ellos rechistara, sin que se oyera ni una mínima queja ni un ruido molesto, demostraban que algo extraño sucedía. "La magia de la literatura", esa expresión que la mayoría de las veces se emplea con total esnobismo y sin ningún significado real, se había llenado de contenido. Solo quedaba una página para el final de la historia cuando sonó el timbre para escapar del instituto. Esperaba que todos salieran atropelladamente, como siempre, después de 6 horas de encierro antinatural, pero no. "Termino mañana", "¡No, no. Queremos saber cómo descubren el cadáver!" La petición era mayoritaria. Emocionado, leí la última página.

domingo, 12 de enero de 2014

"¿Por qué escribo?" de Orhan Pamuk

Autógrafo de Orhan Pamuk fotografiado en un bar de Erzurum (octubre de 2012)

"¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz."

jueves, 9 de enero de 2014

Generación del 14 o novecentismo.


Recorrido panorámico por las primeras décadas de los años 20 de la mano de los intelectuales pertenecientes a la Generación del 14.





domingo, 29 de diciembre de 2013

A mi padre




Él era hosco
como un paisaje después de la batalla.
Golpeaba de mañana
la puerta de mi habitación
y yo despertaba somnoliento
de un salto,
arrancado del sueño
para la vida.
Él se encargaba de sacudir la madera hueca,
para lanzarme al mundo
con un balde de agua helada.

Él era hosco
como un quirófano.
Sabía esconder la vida
detrás de un silencio
de latas de conserva.
Y yo, ya despierto,
no me atrevía
a romperlo,
no tenía valor
para acanalar la hojalata
y descubrir lo que se había guardado
con tanto esmero,
con tantas medidas de seguridad.

Él era hosco
como un cepillo de púas.
Lo veía tras el mostrador,
cada vez más encorvado
y con la mente lúcida
del que suma con la cabeza.
Apenas me acercaba a él,
se defendía con un humor agrio
que no dejaba senderos a la confidencia.
Eligió la soledad para sus últimos años,
los paseos interminables con sombrero
de paja y bastón de madera,
los almuerzos de vino en la trastienda
y una honda trascendencia que no supimos descubrir.

Él era hosco
como un cielo de ciudad.
Sin embargo, cuando sonreía
o cuando concedía unos metros,
se acercaba tanto, en su silencio,
que la piel se me encendía
y esperaba con el ansia
del que nunca ha visto la luz.
Cuando abría un claro en su encapotada
existencia,
había que sacar las gafas de sol
y acercarse con cuidado hasta la claridad
para gozarla en toda su delicia.
Los lengüetazos del viejo macho
dejaban una delicadeza húmeda en la piel,
un temblor de salivas
preñadas de sinceridad
y de escasez.

Él era hosco,
pero yo ya me había acostumbrado a su aspereza,
a su lengua de gato.

                                    29 de diciembre de 2013


De nuevo 29 de diciembre

COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (I)

Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta un hedor de abismo
en lo más profundo de la garganta
que ahoga las palabras.
Ni siquiera el rumor de lo cotidiano
acalla el infame aroma de la putrefacción
y un temblor de pánico
se instala en el miserable pasar de las horas.

Cuando la muerte se abre paso
con la ferocidad que acostumbra,
nada, ni siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste por la mañana y no nos abandona,
nos persigue a través de nuestra memoria
y no deja que el bálsamo del pasado
sirva para despegar las babas pegajosas
que nos engullen.

Cuando la muerte se presenta de improviso,
ante quien te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el gañido del infante cuando nace.


COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (II)

Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.


29 DE DICIEMBRE

Las horas avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de cristales.
En cada chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura insoportable.
¿Quién ha pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y gratuito?
¿Qué animal perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se detiene en su violencia
para que la muerte se transforme en sosiego,
para que el último estertor se convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu obra,
complácete con nuestra derrota!



martes, 24 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXIII: "Catorce consejos imprescindibles para 2014".


En el colmo de los tópicos está ese afán por conseguir renovar en el año que comienza lo que no se ha hecho en el anterior. Para no ser menos, y aunque siempre he huido de los lugares comunes, os propongo catorce consejos para comenzar el año escolar 2014 con brío, buen ánimo y aislados de la ciclogénesis burocrática  y amputadora que nos abruma:

1. Sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Si eres mujer, siempre puedes pasar por un sex shop y hacerte con uno de esos artilugios que se usan en el sadomaso. Ahora bien, si compruebas que goza, deja de hacerlo y oblígale a leer un libro.

2. En claustros, cecepés, consejos escolares y otras reuniones parecidas cuenta chistes verdes y no dejes de interrumpir al secretario cuando lea el acta. Con un poco de esfuerzo, es posible que consigas que te echen o que todos se lancen a contar historias divertidas. En cualquiera de los dos casos, sales ganando.

3. Ilustra tus PTI con fotografías de modelos brasileñas o de actores húngaros. Si en cada uno de los ejemplares buscas una buena ilustración, verás cómo no resultan tan aburridos.

4. Si algún alumno te monta un buen pollo, piensa antes de actuar. Primero debes ponerte en su lugar, trasladarte en el tiempo y ver si tú hiciste lo mismo en el pasado. Si es así, déjalo pasar, hazte el blando. Si no, métele un buen paquete. Evitarás remordimientos innecesarios y te desahogarás a gusto.

5. Desconecta la wifi de la sala de profesores. Será divertido comprobar cómo se comportan los que se esconden detrás del ordenador para no hablar con los compañeros. Provocarás nuevas relaciones sociales, discusiones y alteraciones del orden público que siempre son muy aprovechables para contarlas en fiestas y homenajes.

6. Dicta los exámenes. Será un tiempo precioso el que los alumnos dedicarán a la copia de los enunciados y no a las respuestas. La reducción en el contenido para corregir te vendrá de perlas para acudir a pilates o para hacerte la manicura japonesa.

7. Si en algún momento te asalta una debilidad y quieres regalar algo a alguien del centro, no dudes en hacerle el obsequio a uno de los miembros del equipo directivo. Son los únicos que te podrán recompensar por tu altruismo.

8. Acude a todo tipo de fiestas, comidas u homenajes. Si faltas, ya sabes de quién van a hablar y por muy bien que hagas las cosas, seguro que te sacan algún defecto del que van a tirar hasta que te quedes sin piel.

9. Cuando te satures de planificar, corregir, aguantar a alumnos molestos o de los propios compañeros, bueno, no tengo otra solución mejor: sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Es muy terapéutico, 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan.

10. Si te crispan las evaluaciones interminables, donde no se decide nada importante y solo se habla de la plancha que se acaba de comprar la madre de fulanito y de los pelos que me lleva la Jénnifer, llévate los PTI y revisa las fotografías de las modelos brasileñas o de los actores húngaros.

11. Lleva ropa llamativa al instituto, no dejes que unos muchachos o muchachas de 16 años te quiten el protagonismo con sus tangas de cuello alto o con sus calzoncillos de corva baja.

12. Sé discreto, no intentes contar todo lo que has hecho durante las Navidades en el primer encuentro en la sala de profesores. Ya no te quedará nada de qué hablar y tendréis que tratar de los suspensos de fulanito y de los problemas ortográficos de menganito durante todo un trimestre. Si no has hecho nada durante las Navidades, ya lo estás haciendo o te lo inventas.

13. No muestres tus debilidades en clase ni delante de compañeros sospechosos. Como en las películas de policías, todo podrá ser utilizado en tu contra, incluso muy en tu contra.

14. Y por último, lo de sodomizar a un Periférico se entiende en sentido metafórico. Es decir, mandándole cartas o emails absurdos todos los meses para contradecirlos al mes siguiente (pagarles con la misma moneda), llamándole por teléfono para consultar asuntos sin importancia... Y bueno, si no os sentís satisfechos con lo metafórico y tenéis oportunidad de ver a alguno de estos ejemplares (también valen los de la Consejería y el ministro de Educación) pues no os cortéis y hacedlo de forma literal. Ya os he dicho que 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan. Os aseguro que seréis más felices.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXII: "Taxonomía avanzada del profesor de secundaria II"


Fotografía de Juan Luis López Palacios

Como os prometí en la última entrega, aquí sigue la transcripción del análisis taxonómico de la Universidad de Osuna sobre la condición del profesorado.
2. DOCENS MANTIS MANTIS: Se trata de una malformación congénita de la especie "docens mantis". Mucho más peligrosa y dañina que la anterior. El ansia por el suspenso que persigue su pariente próximo ha mutado hacia una propensión al estrujamiento del alumnado. El "docens mantis mantis" experimenta un placer morboso cuando humilla a la termita y la empuja a salir del sistema educativo. Su mal digerida ciencia la regurgita sobre el alumno con el único fin de mostrar su superioridad sobre él. Se ceba con los mediocres y los aplasta hasta hacer de ellos su carnaza. Así como el "docens mantis" teme a todo lo nuevo, este espécimen ha heredado, junto a esta condición, la de la pedantería inaguantable. Es una perversión de la primera especie y como tal se comporta: siente odio por la profesión y, en cambio, no podría vivir sin la sangre del débil con la que alimenta su indigencia social. Por suerte es cada vez más rara esta especie y solo se ha detectado un 1% en la actualidad.
3. DOCENS APICULA: Es la especie más abundante, del orden de un 60%, aunque también es de la que menos se habla por su discreción. Se define por su interés por enseñar, por su dedicación y por la indiferencia que muestran los alumnos hacia ellos. No suele mostrar grandes artificios ni excepcionales aptitudes, solo se dedica a laborar en su celda (de ahí su nombre científico) con la mejor de las intenciones. Tampoco se suele enrolar en proyectos demasiado novedosos, ni en empresas revolucionarias. Simplemente trabaja y desarrolla su función de obrera para fabricar la miel necesaria con que alimentar a los alumnos. Algunos de estos especímenes se ven absorbidos por la voracidad de la "docens mantis", pero suelen abandonar sus propuestas por no participar del placer por suspender. Solo el exceso de horas y una mala planificación administrativa de sus labores, provocan que esta especie se vea desbordada y entre en la espiral de otras minoritarias con escasa dedicación educativa. A veces, su exceso de sumisión es aprovechada por la rapiña cruel de los gestores educativos. Los exprimen hasta dejarlos sin sus señas de identidad genética y son los alumnos los que sufren las consecuencias de su desbordamiento (aunque este problema a los gestores de la colmena les trae sin cuidado).
En la siguiente entrega hablaremos de los "docens cigarra" y de los "docens aranea".

domingo, 22 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXI: "Taxonomía avanzada del profesorado (Universidad de Osuna), I"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Desde la Universidad de Osuna se nos envía una taxonomía avanzada sobre la condición del profesorado de secundaria en España. No es un tratado definitivo (según rezan los propios autores), pero sí el único en el que se clasifica a las diferentes especies de docentes en categorías entomológicas con el fin de estudiar con mayor espíritu científico a los especímenes que se dedican a la ardua tarea de educar y evaluar a nuestra ínclita raza de termitas adolescentes.
Se aportan, como en toda clasificación biológica y antropológica, especies nombradas genéricamente con un término latino que nos sirve para identificar a los diferentes individuos que se incluirían dentro de dicha nomenclatura. Transcribo en esta entrada las características con que se define a la primera de esas especies:

I. DOCENS MANTIS: Ejemplar en evidente retroceso. Según las estadísticas de los últimos diez años, tan solo un 10% de los profesores pertenecerían a esta categoría. Se definen en esencia por su capacidad devoradora. Son infatigables a la hora de acabar con las esperanzas de las termitas de salir con un aprobado de una evaluación. Su diferenciación como especie reside en el hecho de suspender a más alumnos que ninguna de las demás. Es su norte. Para ello abandonan métodos novedosos de enseñanza y se muestran estrictos y poco flexibles en sus clases. Dan pocas pistas sobre los medios para aprobar y se nutren del silencio absoluto de su alumnado. Cuando se encuentran con un número exagerado de suspensos tienen la satisfacción de haber triunfado como miembros de su especie. Esta condición les da prestigio entre termitas y padres. Su máxima gloria es verse contemplados como los duros del instituto y suelen gozar una vez conseguida esta impresión de rigidez y de extrema dificultad. Cuando se encuentran con un curso brillante, desarrollan toda su genética y se ufanan al cotejar sus bajas notas con el resto de materias. Es curioso observar cómo algunas de las termitas educadas por los "docens mantis" desarrollan una sensación de síndrome de Estocolmo y se regodean en el sufrimiento y en las interminables horas de estudio que necesitan para sacar un 5.  Sus métodos suelen ser tradicionales y abruman con la misma ponzoña que en la Edad Media se utilizaba para desasnar en los sermones religiosos. El misoneísmo es una de sus señas de identidad.
Una de sus degeneraciones es la especie "docens mantis mantis" (de la que hablaremos en la próxima entrada), por suerte casi extinguida en los institutos de la actualidad.
P.D.: Mis agradecimientos a los investigadores de la Universidad de Osuna por permitirme hacer pública esta investigación que todavía está en proceso.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XX: "Literatura visceral"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Era el momento de los relatos íntimos, de la literatura visceral. Los ejercicios debían reflejar los hábitos y costumbres de sus experiencias más impactantes. Se les ofreció un variado surtido de títulos entre los que debían escoger: "Mi primer día en el instituto", "¿Qué hago los fines de semana?", "Un viaje al extranjero", "Mi primer beso", "Un día de Carnaval"...
El profesor, después de haber intentado el ejercicio de la doma sin éxito, había detectado que eran proclives a la narración, que gozaban contando sus experiencias y relatando los sucesos sin trascendencia de sus cortas vidas. Todos, cuando uno de ellos leía o simplemente recordaba lo ocurrido la tarde anterior en la plaza de su pueblo, escuchaban en silencio, con una atención que no se conseguía con otros medios. Les gusta oírse y ver cómo una aventura en la que son protagonistas es relatada por uno de sus compañeros. Ríen, esperan el final, se enfadan cuando falta un detalle, son unos críticos despiadados.
Pero aquel día tocaba relato escrito. Y nada menos que al estilo de Mesonero Romanos: contar los usos y costumbres de su vida cotidiana. Aunque se podía esperar de ellos, de sus doce años sin herradura, cualquier cosa, había algo seguro: la ortografía y la puntuación de los ejercicios iba a dejar mucho que desear. Pero una vez leídos los relatos, fue lo de menos. Tras corregir su forma y adecuar (poco) la gramática, os dejo dos muestras de la mejor literatura escatológica, que nada tienen que envidiar al mejor Bukowski:
"Cuando llegué al instituto, estaba muy nervioso. Yo soy muy pequeño y aquello era muy grande y no conocía a nadie. De tantos nervios, me entraron ganas de orinar. Pregunté por los baños y fui para allá a saltos. Dentro había un chico mayor. Yo me puse a mear y con los nervios y la presión se me escapó una ventosidad. El chico mayor se rio mucho y me dijo que era un marrano. Y yo, echando mano de un dicho que le oigo mucho a mi padre, le dije: "El que mee y no se pee es como el que tiene un libro y no lee". Y aquí acaba mi historia".
"Mis fines de semana son muy divertidos. Estoy esperando que llegue el viernes para dejar el instituto y comenzar mis actividades. Los sábados por la tarde me lo paso muy bien jugando a la consola sin parar, pero lo mejor es el domingo. Toda la semana estoy esperando ese día. Después de comer, me encierro en mi habitación y me hago unas "pajillas". Fin".
Como veis, por mucho que hayan avanzado las civilizaciones y aunque los intelectuales vaticinen una y otra vez el fin de la novela y de la literatura, aquí hay una muestra de que lo que más interesa a los chicos, por mucho que hayamos avanzado, es la vida, para después contarla.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIX: "El viaje a ninguna parte del interino viejo"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

El viaje del interino a través de las profundidades océanas de los institutos de España es una experiencia que no tiene nada que envidiar a la de Miguel Strogoff o la de los cómicos de la legua. En un mismo año se pueden conocer tantos destinos, tantos compañeros distintos, tantos adolescentes desorientados que en junio, al final del periplo aparece una luz blanca que les indica la salida del túnel, como los moribundos que han podido contar sus experiencias sobre la proximidad de la muerte.
Les suele recibir en el centro un Jefe de Estudios estirado y con pocos escrúpulos que los arroja dentro de un aula donde los acechan 30 fieras voraces. Los muchachos esperan con avidez al nuevo, al que va a estar con ellos un breve tiempo y que no va a poder controlarlos como lo hacía el que los conoce de antiguo. Se frotan las manos, se afilan los colmillos y la baba les rebosa y cae barbilla abajo. Ni siquiera se tiene tiempo de preparar la materia ni de planificar la clase, todo es precipitado y caótico. En un mismo curso un interino puede pasar por todos los niveles educativos posibles, puede haber intentado sanar la locura de muchachos de 12 años y haber sosegado la angustia del preuniversitario de 18. Nadie tiene compasión de ellos, es más, el Jefe de Estudios que los lleva hasta el aula y los introduce en ella goza con sadismo de su indefensión.
Al cabo de 30 días o con suerte después de 4 meses se va del centro sin apenas haber conocido a sus compañeros, sin apenas haber tenido contacto humano, si no es el de las dentelladas de los alumnos que muerden sin compasión la pieza tierna. Magullados y sin ninguna caricia abandonan el instituto, la ciudad donde han vivido uno o varios meses a lo sumo y salen hacia un nuevo destino donde los tundirán como a cuero sin curtir.
El problema es que ahora, en estos tiempos de miserias, los interinos ya no son muchachos y muchachas imberbes, recién salidos de la universidad y con toda la energía paciente para aguantar estos vaivenes, no. En estos años, los interinos son gente ya granada, con años de experiencia a sus espaldas, que se ven de nuevo, como el cómico viejo, arrastrados por los caminos, de feria en feria, para que los paisanos descarguen sus frustraciones o sus pocos años sobre ellos. Y a veces, aunque el Jefe de Estudios sea un personaje estirado y con pocos escrúpulos, se le despierta una cierta misericordia al verlos partir con la cabeza gacha y la maleta reventada por el traqueteo del viaje.  

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVIII: "El ingeniero hidráulico Don Quijote de la Mancha"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

"El ingeniero hidráulico Don Quijote de la Mancha" es un buen libro. Cuenta la historia de un hombre que no está muy bien de la cabeza, aunque dinero tenía bastante. Inventó los molinos de viento y eso hizo que se montara en el maravedí. ¿De qué si no iba a tener un caballo, un criado y una mujer que le hacía la comida? Bueno, a este tío, que ya estaba a punto de cascar cuando comienza la historia, no se le ocurrió otra cosa que andar de aquí para allá por las tierras de La Mancha.
Yo soy de aquí y a nadie con dos dedos de frente se le ocurre pasearse en caballo por vicio por mitad de los trigos. Yo, si tuviera posibles como tenía este hombre, me voy a Cancún o a Benidorm o a la Costa del Sol. A nadie se le ocurre, teniendo dinero, salir en caballo por estos andurriales. ¿Para qué?, si entonces tampoco había playa, ni festivales de música, ni macrofiestas, ni "na" de "na". Mi padre conocía al autor de este libro, ¡menudo pájaro! Su amante vivía cerca de la casa de mi abuelo y más de una vez lo vieron saltar por la ventana con la ropa en la mano. El marido de su amante era camionero y una noche los pilló en la cama y les dio una tunda que le dejó huella. ¿Por qué os creéis que no nombra el lugar del que salió ni algunos de los sitios que visita su personaje?, pues, coño, porque no tenía buen recuerdo del pueblo donde lo trasquilaron por goloso.
Bueno, a lo que vamos, este hombre se echa un criado, un tío campechano, borracho como él solo y al que le gustaban los chascarrillos. Vamos, como mi tío Manolo, al que en cuanto sale de casa y se va al bar se le caen los chistes de los bolsillos, ¡qué cachondo es mi tío Manolo! y ¡qué borracho también!
Al Quijote le hacen de todo, por tonto, nada más que por eso. ¿A quién se le ocurre escaparse de su casa cuando tenía hacienda sin trabajar, tenía criados y vivía como Dios, cazando y durmiendo (no hacía otra cosa el tío)? Bueno, ¿a quién se le va a ocurrir, pues a alguien que no funciona muy bien de la cholla? ¿Y por qué se volvió tarumba? Pues por leer libros. ¡Toma ya!, esto es lo mejor de la historia. A mí desde luego no me ha de pasar lo mismo. No tenía intención, pero después de leer algún resumen de Internet y ver lo que le pasó a este ingeniero hidráulico que lo tenía todo para vivir del cuento, no pienso coger un libro en mi puta vida. A mí no me engañan, yo no pienso pasar las de Caín por dármelas de listo. Mira Sancho cómo disfrutaba la vida. Y porque tenía a un cenizo
a su lado, si no, aún lo hubiera pasado mejor. Bueno, que me ha gustado mucho este libro y espero que se me ponga buena nota por el comentario.

martes, 10 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVII: "Mundos paralelos"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Nadie se atrevía a chistar en la clase. Las moscas se estampaban contra los cristales de las ventanas, angustiadas por escuchar solo su propio zumbido. En la pizarra bailaban unas letras de caligrafía con el oropel de las antiguas cornucopias. El profesor se repantigaba en el sillón de cuero amedrentando a las moscas con el disparo de sus miradas de hielo. La cabeza disecada de un lucio pescado por don Julián nos amenazaba con sus dientes de sierra. Todo era silencio y leve susurro de plumas rasgando el papel. Los tinteros habían desaparecido de los pupitres, pero aún quedaba el sabor antiguo y amargo de la escuela de posguerra. Carlitos se atrevió a pedir el plumier a su compañero y un rugido seco le quebró los oídos y lo inmovilizó en el pupitre.
Vio acercarse al inmenso don Julián, descomunal desde el pozo de la silla, y le salió un sollozo ahogado que atrapó las miradas de sus compañeros. Un murmullo de satisfacción viperina se deslizaba reptando por el suelo de la clase. Todos esperaban que la bofetada le hiciera saltar las gafas como la última vez.
Años más tarde, a Carlitos lo llamaban don Carlos y se pudo repantigar en el sillón de cuero cuyo crujido tanto tiempo había temido. Esperaba repetir las hazañas de don Julián, pero los tiempos habían cambiado. Las gafas le caían desmayadas en el puente de la nariz y observaba, como don Julián, el comportamiento de sus alumnos: Javier se acababa de levantar sin permiso, Gabriel le lanzaba una bola de papel a Manuela y Rebeca se desnucaba por hablar con Miguelín. Sus esfuerzos por poner orden no tuvieron efecto y ya hacía años que ni siquiera lo intentaba. Berta se acercó hasta su sillón, le pareció descomunal, como don Julián, y le pidió ir al baño. Don Carlos no se pudo negar. Al ver cómo se aproximaba hasta él, ahogó un sollozo de espanto (que nadie oyó en la clase) y le dio su permiso como si solicitara su perdón. Le pareció tan monstruosa como don Julián y esperó hundido en el sillón a que las gafas salieran volando hasta estamparse contra el cristal de las ventanas, como hacían las moscas, desesperadas por abandonar el aula y respirar el aire limpio de la calle. Los alumnos esperaban con deseo viperino el estrépito de los vidrios rotos.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVI: "El placer de corregir exámenes"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Recibir los exámenes de los adolescentes cuando suena el timbre al final de clase es un placer de dioses. Pocos gustos hay comparables a sentir las palabras latentes de la angustia transpirando a través de los folios aún calientes. Cuando en casa salen del sobre, vuelven a cobrar vida y relucen en la mesa como un premio sin parangón a la labor educativa. Se deshojan uno a uno con delicia, con el sentimiento del que está devorando un manjar y no quiere llegar a la última cucharada.
Todo el que se dedique a la enseñanza lo sabe, nada hay más grato, nada hay más placentero que la corrección de los ejercicios completados con denuedo por los alumnos. Sentir cómo el mamotreto de folios nunca se termina, leer con los ojos del revés, alelado ante tanta literatura de primera calidad, ver cómo han desarrollado las preguntas que con tanta precisión cuestionan los entresijos de la obra de Góngora o deleitarse con las líneas bien trazadas de un análisis sintáctico.
¿Quién no querría participar de este privilegio?, ¿quién, en las tardes de domingo, no pagaría por sumar las cifras decimales de cada una de las respuestas y colocar en rojo chillón el maravilloso 4,5 en la esquina derecha del ejercicio?, ¿quién no mataría por sentir la responsabilidad de que un simple número vaya a hacer reír o a hacer llorar a un muchacho de 12 o de 18 años?, ¿quién no dejaría cualquier trabajo por leer las diferentes reflexiones en torno a la retórica hueca del modernismo? Sí, sin duda es uno de los mayores privilegios de nuestro oficio, una de las prebendas de las que nadie habla y solo los que la gozamos conocemos su beneficio.

 ¿En qué cabeza cabe que algunos iluminados propusieran acabar con estos ejercicios que sacan la hiel de los estudiantes y nos elevan a los educadores al más elevado de los edenes?, ¿a qué cabeza loca se le pudo ocurrir que había que acabar con los exámenes para comenzar la revolución del sistema educativo?, ¿quién dijo que estos controles no hacían sino acumular ovejas al rebaño y promover la competencia insana del sistema capitalista, que solo conseguían abofetear la creatividad del individuo y someterlo al engranaje mecánico que interesa al poderoso? No sé, alguien que odiaba nuestro oficio de sencillos funcionarios y el placer consecuente de estampar sellos numerados en la frente de los adolescentes. Por suerte, la nueva ley nos promete una orgía de exámenes y reválidas con los que podremos revolcarnos a conciencia en el establo de las cifras. ¡Vivan nuestros insignes administradores y su sed por complacernos!  

domingo, 8 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XV: "Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua".

Fotografía de Juan Luis López Palacios

"Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!; diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se buscaba un bufón para la función de Shakespeare, pero no había ninguno disponible."Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se buscaban también sus palabras, pero habían desaparecido, nadie sabía ya armar los ritmos ni los conceptos que arrancan el hígado con taladros de fuego. Se buscaba con desesperación la forma de recuperarlas.
Se levantaron las alfombras de las academias, los colchones de los eruditos, la hojarasca de los novelistas, pero no se encontró otra cosa que polvo y ácaros sin residencia fija. "Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se pagó un anuncio en los medios de comunicación de mayor reputación con el fin de que quien hallara la osamenta de Falstaff mandara un mensaje completamente gratuito. Solo se recibieron las bromas de los habituales irresponsables. Se pidió a los profesores de Literatura que prendieran fuego a los libros de texto para liberar el espíritu de Lear y a los herbolarios se les solicitaron emplastos para hacer olvidar a los adolescentes las murgas diarias con las que se había embalsamado a Hamlet. Se situó a los escritores al lado de los poderosos con la intención de que devoraran el cuero podrido de sus sillones y así vomitaran la hiel de Lady Macbeth."Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Nada fue suficiente, los libros salían sin dientes de la imprenta, los escenarios seguían ocupados por burgueses sin tripas y las escuelas continuaban recitando palabras de ceniza. No había esperanza para la resurrección, nadie podría encarnar al bufón ni decirle verdades sin esquinas al rey. Mejor cerrar las escuelas y los teatros y quemar las imprentas y abrasar con tormentas las radios y televisiones. "Que la lluvia es diaria. Diga ¡hey!, con el viento; diga ¡oh!, con el agua. Que la lluvia es diaria".

sábado, 7 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIV: "Un curso rodeado de murallas"

Fotografía de Juan Luis López Palacios
Recuerdo ese año rodeado de murallas. Había tantas estrellas que las noches sin luna no eran noches sin luna, aunque el hielo te podara los pies y te anudara las palabras con un vaho de niebla congelada. Al levantar la vista, caía sobre ti el universo, iluminado por un caprichoso funcionario del ayuntamiento que no  atendía al ahorro de las instituciones. Todas las mañanas sobrevolaban el castillo varios buitres en busca de la perdida brillantez de la noche. Y se podían contemplar sus círculos embalsamados a través de la ventana de la sala de profesores, mientras tomábamos un café familiar que unía a los nueve mochuelos que habíamos sido allí destinados. No había bullicio por los pasillos ni escándalos ensordecedores en los cambios de clase ni compañeros a punto de entrar en ebullición por la alta temperatura de las aulas. No más de 70 alumnos, instalaciones de prestado y mobiliario recién llegado de unos misteriosos almacenes donde los administradores guardan sus guadañas.
Contemplábamos el paisaje lento, recluido entre las murallas medievales, comiendo un bizcocho que había elaborado esa misma mañana la madre del Jefe de Estudios en su pueblito de 90 habitantes. Las horas pasaban tan bucólicas como placenteras: de un cobertizo al pie del castillo, salían a pastar unas cabras diminutas durante el recreo, mientras los adolescentes ataban al conserje (con su permiso) al tronco de una encina.
Por la tarde los chicos nos llevaban al río, atravesando praderas, higueras y castaños, para que viéramos su pericia en el arte de la pesca o salíamos al espeso bosque de pino negro para buscar entre sus pies los níscalos y boletus que nos ofrecía la tierra agradecida. Todo se desarrollaba con tanta placidez que nunca hubiéramos dicho que la labor educativa pone de los nervios a cualquiera.
Sin duda se trataba de un experimento. Se pretendían simular las condiciones de Finlandia, estoy seguro: el frío, los pocos alumnos por aula, la calidad humana de los compañeros, la naturaleza agradecida... Hasta el nombre de los chicos incitaba al sosiego y a la poesía: "Libertad", "Sabina", "Rubén Darío". No invento, esos eran sus nombres, y el techo de luciérnagas también sale del recuerdo, no de la imaginación. En invierno se oía al silencio pasear por la plaza empedrada y en verano celebran todavía una fiesta medieval que empezó en aquellos años.
Por allí anduvimos, escondidos en un rincón de la Edad Media, para aprender y enseñar con recursos del siglo XXI de los que ya no disponemos en estos años de "indocencia".  El experimento por lo visto no sirvió o pareció demasiado peligroso a los pedagogos por la sencillez de los medios y de la terminología.  

viernes, 6 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIII: "La primera vez".

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Sabía cuándo iba a hacerlo, el día estaba marcado. Me preparé concienzudamente, con la meticulosidad de los guerreros orientales. Solo pensar en el momento de mi estreno me producía temblores, inseguridad, tenía arena en la garganta y a punto estuve de retirarme antes de empezar.
No iba a dejar nada a la improvisación, todo lo tenía secuenciado y pensado para que no hubiera sobresaltos, para que quedáramos satisfechos y la frustración no impidiera una segunda oportunidad. Los preámbulos habían sido estudiados al milímetro; los ejercicios, planteados a partir de una buena bibliografía. Eché mano también de la videoteca y de las experiencias que otros me habían descrito y de las que yo tomé buena nota.
Y a pesar de todo, la angustia me atrapaba con su garfio implacable y me impedía respirar con normalidad. Si tanta gente lo hacía, no podía ser tan difícil. Si tantos le dedicaban tantas horas, no podía ser tan traumático como a mí me lo estaba pareciendo.
Llegó el día y la hora. No había dormido la noche anterior, atrapado por las sábanas que no me dejaban en paz, envuelto en un haz de inseguridades que me exprimían hasta dejar empapada la almohada. Llegó la hora. Un momento antes di un paso atrás y rehuí la cita, pero allí estaba frente a mi angustia y mi deseo.
De todo lo que planeé, poco pude aprovechar, las palabras se atropellaban en la frontera de los dientes, los movimientos eran torpes y no respondían a ninguna de las enseñanzas recibidas, el corazón se disparó en su cabalgada y el ritmo pautado se precipitó en una acción sin ramales. A tal grado de excitación llegué que caí de espaldas sobre el suelo y llegué a oír un murmullo de risas que me atolondró aún más.
Se resolvió el apuro con demasiada rapidez, no quise conversar sobre la experiencia. Salí de allí acongojado, reclamado por el ansia de la vergüenza. Y a pesar de todo, a pesar del amargor de la precipitación y de no haber cumplido con lo planeado, salí con la sensación de que la próxima vez sería mucho mejor.
Un regusto dulce quedó impregnado entre la sal de la insatisfacción que me anunciaba un placer tan solo intuido. Al día siguiente, pude, sin espasmos y sin caídas cómicas, gozar de impartir una clase sobre Bécquer.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XII: "Loa a la Dolores"

Cayó ella, la divina Dolores, del cielo, como una Virgen en asunción inversa. Ya lo decía Alberti, "se equivocó la paloma". También se equivocan los buitres.
Llegó recién ungida por los votos de sus adoradores, prendados de esa melena lacia y de esa naricilla de perdigón que encantaba a los pervertidos. Bajó de los cielos para salvarnos de la consciencia. Todos sus votantes esperaban el milagro de su Dolores, recién llegada a la Tierra para distribuir la riqueza de nuevo y dejar las cosas como estaban. ¿Para qué queríamos los pobres perdurar en este valle de lágrimas? ¿Para qué gozar de médicos que curaran nuestros males y de hospitales donde aliviar nuestro padecer? ¿Para que extender nuestro sufrimiento? Ella, la divina Dolores, puso un fin drástico a tanta enfermedad alargada: "Fuera hospitales, morid dignamente en casa y contemplaréis el Paraíso del que yo vengo cuanto antes, pues de los pobres es el reino de los cielos, el de la Tierra dejádnoslo a nosotros". ¡Palabra de diosa!, te alabamos Dolores y te besamos humillados los pies.
Y bajó de los cielos y comprobó que la enseñanza era una losa para nosotros y nos alivió de nuestro pesar. ¿Para qué conocer, para qué saber, para qué instruirnos?, el ignorante lleva la felicidad en el carro que arrastra y nada hace mejor a un hombre y más útil que papar moscas con la lengua. Te adoramos, oh Dolores, gracias por llevarnos a la idiotez, donde tanto gozo hallaremos.
Y nombró Dolores a sus santos e hizo de su corte divina una "troupe" de saltimbanquis, titiriteros y economistas. Ellos nos llevarían al Paraíso en la Tierra, ellos, los herederos de Tonetti, de Fofó y de Keynes. ¿Para qué necesitaban de sabiduría los que nos tenían que regir si la divinidad todo lo puede? Para despojarnos de la salud y de la educación que nos estaba haciendo tan infelices, era suficiente con el Bombero Torero y sus enanos rejoneadores. Ellos nos dirigen y nos administran, ellos procuran que haya más alumnos por clase, que haya menos profesores, que no dispongamos de dinero, que dejemos a los futuros fieles sin nada en el cerebro con que pergeñar falsas ideas propias o criterios apartados de lo establecido. ¡Qué felices serán cuando mayores!, ¡qué fortuna no tener que pensar por uno mismo, qué placer tener una sola luz a la que seguir, la de nuestra inmarcesible Dolores! Ha costado algunos puestos de trabajo, es cierto, se han lapidado esperanzas de mucha gente, todos lo sabemos, pero cómo no hacer este gran sacrificio para criar unas nuevas generaciones que serán dirigidas con mano firme por los elegidos, que ya no tendrán que cuestionarse su condición, que sabrán con seguridad a quién servir.
Para iluminarnos bajó de los cielos, con su falda de tubo y su traje chaqueta. Loemos a la Dolores y a su corte de payasos y titiriteros. Apuremos la vida sin hospitales, aspirando el aire del que sabe que va a morir en la lista de espera. Dejad que los muchachos se acerquen a ella y los unja con su dedo divino y con su facilidad de palabra. Apartad de ellos la Filosofía y recluidlos en su ignorancia para que disfruten del placer de las ovejas.
Yo la he visto con su mantilla negra y su peineta, la he visto con su luto recatado, la he visto y me ha mirado, hoy creo en Fofó.  

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XI: "El curso de los peces de colores".

Fue el curso de los peces de colores.
Tener catorce o quince años no es un regalo, sobre todo para quien tiene que sufrir a 30 de ellos enjaulado en una clase preparada para 25. En las aulas de 3º de ESO se palpa la locura, se pueden tocar con los dedos las hebillas de las camisas de fuerza y se puede oler la química descompuesta de los cuerpos desastrados. Tener quince años supone poseer unas piernas que no te corresponden unidas a un tronco que con dificultad se domina y a unos brazos que obedecen a órdenes que tú no das. Tener quince años supone haber perdido la cabeza en el desayuno y no volver a recuperarla hasta la hora del sueño.
En la clase de Tutoría se decidió comprar unos peces de colores y dejarlos al cuidado del grupo A como ejercicio de solidaridad, responsabilidad y organización. Se habían tratado otros temas: el sexo, las drogas, el acoso escolar..., pero el aire de esa clase tenía algo que hacía morir a las palomas. Ni siquiera los alumnos más consecuentes se comportaban de forma racional, todo se despeñaba por un barranco de estrépito de cristales. Habían conseguido que el profesor sustituto les hiciera los exámenes con libro y de pie, y al de Matemáticas lo desesperaron hasta la venganza. De las paredes del aula resudaba una resina de insania colectiva como si la masa encefálica de todos ellos se hubiera estampado sobre el estuco. Fuera de clase no era mejor: se acosaban, se pegaban, se insultaban y algunos hasta se amaban.
Los peces a duras penas iban sobreviviendo. Las chicas los cuidaban, los alimentaban, les cambiaban el agua y los protegían de los ataques estratégicos de los chicos. El más agresivo, la fumigación con desodorante y espuma. Aparecieron los peces, en el cambio de clase, rígidos sobre la superficie del agua. Todos creímos que habían muerto, pero las chicas cambiaron el agua y resucitaron milagrosamente. Solo el instinto asesino y la crueldad estaba quedando patente en el ejercicio de Tutoría, frente a la vena salvadora de una pequeña minoría. Se sucedieron los castigos, las reprimendas, las broncas de padres y las reuniones moralizadoras. Pero la masa encefálica seguía resbalando por las paredes del aula.
En el último trimestre los dos pobres peces, que habían sido bautizados con el nombre de dos personajes insignes de los "realitys" televisivos del momento, no aparecían. Todos hubiéramos considerado lógico que hubieran escapado por su propia voluntad o que se hubieran suicidado, pero no. Al levantar la vista al techo, en el fondo de las placas blancas destacaban dos ojos vigilantes ya cristalizados. No pudieron soportar a animales tan sosegados, los sacaron de la pecera y los estrujaron entre sus manos ajenas hasta que los ojos salieron disparados de sus órbitas. Estamparlos luego sobre los plafones del techo no fue tarea difícil. Tener quince años te saca los ojos y te desinfla las branquias.