sábado, 3 de agosto de 2024

Trieste 5: "La comida austrohúngara"

 


Cuando el viajero llega a una ciudad desconocida, sabe que va a permanecer en ella un tiempo limitado. Hay que aprovechar la estancia, hay que absorberlo todo en muy poco tiempo. Uno se desvive por recorrer las calles, atrapar los museos, absorber los paisajes, comer sin medida, beber sin tiento. Todo hay que hacerlo en un tiempo récord. Se desvive el viajero por patear las calles, por no perderse ninguno de los recovecos que le han recomendado, los rincones que aparecen señalados en las guías turísticas, las placas de los recorridos históricos, las señales del buen turista. Uno hace todo esto y llega al apartamento derrengado, exhausto, ávido de cama y reposo. Posiblemente el mejor momento de la jornada sea ese, el de la llegada al refugio. 

En la vida diaria, pasa un poco esto, solo que ese reposo final es la muerte. Por eso veo con cierta confianza esta analogía. El fin del camino es lo más placentero, lo que, en el fondo, uno busca cuando va de acá para allá, disolviendo el mundo a zancadas, intentando atraparlo en la memoria de la cámara fotográfica. No, es imposible, nada se puede atrapar, todo se deshace, se diluye, nada permanece, aunque la sensación de sosiego, de paz, de felicidad al final del camino me sirve para ver la muerte como una esperanza.

Esta reflexión nace de una mala comida (eran platos típicos austrohúngaros, qué se podía esperar) y del calor húmedo de los lugares marítimos. No penséis que he cambiado o que me he vuelto un hombre cabal, sensato, con capacidad para analizar con sensatez mis movimientos. No, no es así. Solo el calor y el mal comer me llevan a estos parajes. En cuanto me engulla una pizza napolitana en Casa Pepe, vía del Coroneo, 19, esto se me ha pasado.   

viernes, 2 de agosto de 2024

Trieste 4: "El Castello de MIramare"



 Hoy hemos estado en el Castillo de Miramare en Trieste, un palacio al borde del mar que te deshace por su belleza y paz. Yo ya me había hecho a la idea de que Freud y Rilke lo frecuentaban, posiblemente sea falso, pero a mí eso me da igual. No pienso hablar de los nobles y los emperadores que poblaron este lugar, solo de los disparates que se me van ocurriendo cuando disfruto de sus dependencias. El jardín del Castillo de Miramar es un espectáculo. Corre una brisa suave y, a la sombra, se respira una frescura que en agosto hace tiempo que no la disfrutaba. Los laureles, hiedras y otros perifollos te llenan el alma de un aroma bucólico, de arcadia virgilesca. Todos los sentidos están convocados: el olfato, la vista (maravillosa) y el tacto. Al gusto ya le daremos rienda suelta en una terraza de los alrededores. Contemplar el mar, sosegado, turquesa, lánguido, de la bahía sosiega al más zafio, incluso a quien viste una camiseta del Barcelona. 

Esta ciudad, este paisaje, ya me pasó en el café de San Marco, tiende a la modorra, a la languidez, a la zozobra. Me imagino aquí al zumbado de Freud comprobando las pulsiones de Sissi, de Mª Teresa y del resto de emperatrices, alteradas por el ritmo del Imperio austrohúngaro. Él les diagnosticaría un enamoramiento del padre y ellas, rozagantes entre el frufrú de sus enaguas lo dejarían estar y se irían a disfrutar con sus perrillos de aguas. En ese mismo momento, cuando Sissí está en pleno éxtasis, pasa Rilke bajo el balcón de las audiencias y le recita unos versos melancólicos que nadie comprende y todos califican de geniales. 

Bueno, la escena es un tanto patética, pero no tanto como el recorrido que nos lleva al restaurante La Terrazza. Sol, escaleras, carretera de asfalto hirviente. Javi no me mata porque es muy buena persona, aunque al final conseguimos probar las delicias del mar Adriático. Los viejos siguen quemándose (su piel es de un color café poco recomendable); los yates brillan, impúdicos; las señoras se barnizan y los jóvenes no saben usar el dialecto friulano como Pasolini quisiera. 

Mar y montaña, delicia agreste de mundos sin fronteras. Istria, Austria, Eslovenia, Italia, las banderas, los límites no existen. Volvemos al Café de San Marco. La grappa, a pesar de los negacionistas del alcohol, nos espera. Está demasiado caliente. ¡Joder, qué buena!  

jueves, 1 de agosto de 2024

Trieste 3: "El Café de San Marco"

 



Os iba a contar un chascarrillo sobre mi habitual tendencia al despiste. Resulta que se me olvidaron los calzoncillos en casa. Tuve que adquirir un paquete en Trieste y justo los compré debajo de una de las casas en las que vivió Joyce. No sé si esto cuenta como turismo cultural o se puede agregar a los méritos de un escritor aficionado, no lo sé. Bueno, el caso es que ya he contado la tontería, pero en realidad quería escribir sobre otro asunto mucho más serio.


Hemos encontrado en Trieste un café maravilloso, inaugurado en 1914 y frecuentado por todos los escritores que pasaron por aquí, y fueron muchos. Entre ellos, uno que todavía vive, Claudio Magris. En su novela, Microcosmos, el autor utiliza este café como eje y hasta como protagonista de su relato. En el poco tiempo que hemos estado en lo que ahora es un café-biblioteca, el sopor se ha adueñado de nosotros y nos hemos trasladado a los años 10 del siglo XX. Dos muchachos feos y con incipiente bigote eran para nosotros, Joyce y Svevo jóvenes. Los dos llevaban libretilla y parecían frikis de libro, tal y como serían seguramente los originales. Pero la fantasía se ha venido abajo cuando han pedido la bebida. Uno, Coca 0; el otro, té con leche de avena. Cuando la juventud no colabora no se puede seguir. Quién, con dos dedos de frente puede imaginar a Joyce y a Svevo pidiendo semejantes brebajes, nadie. Nosotros nos pedimos dos gintónics, tampoco es lo ideal, pero nosotros no aspiramos a imitar a escritores de época, nos puede la buena mesa y el tomahawk de ciervo (este plato es real).

El café San Marcos nos acuna, nos mece, nos transporta a la modorra menos creativa del mundo. No sé cómo los escritores venían aquí a inspirarse. Nosotros casi nos dormimos entre el silencio arrullador de sus divanes de cuero, sobre las mesas de mármol, rodeados de una decoración modernista que amaga con desvanecernos. Como dice Magris, el café es el mejor sitio donde uno puede estar porque no se está en ninguna parte. Fuera del mundo, al margen de las horas. Cafés literarios no, cafés de nana y orinal. Benditos sitios.

miércoles, 31 de julio de 2024

Trieste 2: "Elegías de Duino"



 Para que veáis lo intelectual que soy, os voy a decir los escritores que pasaron por la ciudad de Trieste, mas que nada porque no hay cosa que más vista que el darse pisto. James Joyce, el autor del Ulises, estuvo mucho tiempo aquí y también Rainer Mª Rilke, así como Nietzsche. Su larga estancia en este lugar puede explicarse fácilmente. Cualquiera que haya probado las porquerías que se comen en Irlanda y Alemania podrá comprender que estos autores se quedaran a vivir aquí, aunque solo fuera por la subsistencia. La pasta de Trieste es materia aparte. Ayer me engullí un espaghitone de mar que me hizo olvidar mi propia naturaleza humana. Si pienso en las porquerías que me comí en Dublín y en Berlín puedo explicar racionalmente, sin ninguna opción a la duda, que tanto Rilke, como Joyce, como Nietzsche, estuvieran aquí por mera cuestión culinaria. Ni el Ulises, ni las Elegías de Duino, ni Así habló Zaratustra no son obras nacidas del intelecto, sino del vientre interesado de estos autores. Por todo eso y por mucho más hoy hemos comido en un restaurante recomendado por una plataforma extraña y hemos comprobado que a pesar de haber pasado más de cien años, las pulsiones humanas son las mismas de las de hace cien años. Yo, ahora mismo, me he puesto a escribir el Ulises, intercalando poemas de Duino y reflexiones filosóficas de Nietzsche. Lo que salga no lo voy a publicar porque seguro que es un truño imposible de interpretar. Por cierto, a mí Claudio Magris me priva, otro día escribiré sobre él. Y este sí que es un tipo autóctono de Trieste. Italia, Austria Hungría, Eslovenia son nutritivas.  

martes, 30 de julio de 2024

Crónicas de Trieste 1: "El váter turco"


 

Estoy en Trieste, amigos. Una ciudad italiana que perteneció al Imperio austrohúngaro. ¿Que por qué, sé esto? No, no lo he mirado en internet, qué va. Me gusta dejarme sorprender por los sitios a los que viajo por primera vez. 

En nuestra primera visita a los bares de la ciudad, nos hemos encontrado un váter turco, así es. Hacía mucho tiempo que no veía uno y de ahí he deducido el pasado austrohúngaro del enclave. No sé si sabíais de lo delicado de las posaderas de los austrohúngaros. Bueno, pues ya lo sabéis. Los miembros de este imperio legendario eran conocidos por tener la piel de las nalgas de terciopelo. Solo podían lavarse el culo con agua de lavanda y se daban friegas diarias con polvos de talco. Esto impedía que pudieran sentarse para cagar, como os lo digo. Inventaron estos váteres con la clara intención de no apoyar ninguna parte de sus posaderas en superficies desconocidas. El método es sencillo y, además, fortalece los cuádriceps y los talones de Aquiles. Las famosas sentadillas de los gimnasios actuales tienen ese precedente. Sabréis, porque sé que habéis visto Sissi, emperatriz, que los austrohúngaros eran muy aficionados a la hípica. Entonces, ¿cómo cuadra que no pudieran apoyarse para cagar y sí para montar a caballo? Y yo qué sé, el mundo de la historia está lleno de contradicciones.  

La rivalidad entre turcos y austrohúngaros no tiene nada que ver con el nombre de este cagadero. El vocablo "turco" es un acróstico formado a partir de la primeras sílabas de las palabra "turgente" y "colorada". Cuánto aprende uno viajando y qué maravilloso es el mundo de la etimología.    

miércoles, 24 de julio de 2024

La princesa Micomicona



Este texto, sobre un personaje del Quijote, lo escribí hace unos años. Era uno de los que más le gustaba a Eva, por la reivindicación de la libertad femenina en Cervantes. La recuerdo hoy, 24 de oscuridad, un día señalado con bilis en mi calendario:

La princesa Micomicona, antes de ser princesa, padeció un pasado oscuro, triste. Solo era Dorotea: huyó de su lugar, de su casa y se disfrazó de gañán para buscar a un hombre que la burló después de desflorarla. La princesa Micomicona lucha por sus derechos, por la voluntad robada, por las promesas incumplidas. Ella, Dorotea, a pesar de sus tribulaciones; a pesar de andar por Sierra Morena en traje de varón, ocultándose de los hombres que la querrían violar si la descubrieran mujer; a pesar de dedicarse a cuidar ganado por recuperar su dignidad, se presta a ayudar al cura y al barbero para sacar de su locura a don Quijote y devolverlo a su lugar. Y Cervantes la convierte en princesa. 
La princesa Micomicona, antes de ser princesa, se rebela contra los caprichos de los hombres, que no reparan en desgraciar a una mujer por satisfacer su hombría. Ha abandonado a su familia, su lugar, toda su vida, por encontrar a quien no tuvo escrúpulos en deshonrarla, huir y casarse con otra. Y, a pesar de sus cuitas; a pesar de la desgracia y la soledad; a pesar de vivir como un hombre, ocultando piernas y cabello para no encalabrinar a quienes no dudan en forzar a una mujer sola, se presta a salvar a un loco de su locura, disfrazándose de princesa e inventando una historia caballeresca en la que su reino es asediado por un gigante, que también la quiere como esposa.
La princesa Micomicona, Dorotea, es otra de esas mujeres del Quijote: aguerrida, astuta, leída, con sentido del humor y también bella, que se rebelan contra su propio mundo, que muestran un valor mayor que el del más esforzado caballero andante. La princesa Micomicona solo quiere casarse con el hombre que la desvirgó, aunque el proceso de su rebeldía es lo importante y no el desenlace. Cervantes convierte el dolor de la mujer en nobleza, la corona princesa porque no merece menos, la corona y se corona como adalid de las desfavorecidas, de las menesterosas, de las humilladas, de las mujeres todas.

domingo, 21 de julio de 2024

"Los espejos cóncavos" por Sergio Ramírez




Este año se cumple el centenario de la publicación de Luces de bohemia, la pieza teatral de don Ramón del Valle-Inclán, que apareció primero por entregas en 1920, y se estrenó muchos años después, primero en París en 1963, y en España hasta en 1970. Cien años del esperpento.
El protagonista, Max Estrella, un escritor ciego fracasado que peregrina por distintos parajes de Madrid, define con precisión el concepto de esperpento en uno de los diálogos con don Latino, su compañero de jornada: “el esperpentismo lo ha inventado Goya… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”.
Detrás de los ojos que no pueden ver de Max Estrella, están los de Valle, capaces de penetrar su época a través de la óptica deformada de los espejos cóncavos, en los que se refleja una realidad que por muy grotesca, ridícula o extravagante que parezca, no deja por eso de ser verdadera. Lo trágico en la envoltura de lo risible. Todo viene de Goya, de los monstruos alados de los sueños de la razón, de los disparates que meten el buril en la entraña oscura del poder represor, el poder felón, que es ridículo, prohíbe y manda callar, y lo empuja al exilio.
Disparates, prisiones, suplicios, libertad. “Usted no es proletario”, le dice el preso a Max Estrella en el calabozo donde va a parar; “yo soy el dolor de un mal sueño”, responde. El mal sueño de la razón. La pesadilla de la imaginación. Todo entra en la órbita del esperpento. El poder felón al que Goya pone delante de sus espejos cóncavos, es venal, y lo es desde antes, desde Cervantes: “que no falte ungüento para untar a todos los ministros de la justicia, porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes”, dice en La ilustre fregona; y lo sigue siendo cuando Max Estrella entra en el despacho del ministro, su “amigo de los tiempos heroicos”. Llega a pedir justicia porque ha sido reprimido por la policía, y agobiado por la miseria, el ciego termina aceptando dinero “porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo, sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles”.
La acción de Luces de bohemia discurre cuando España aguanta aún el peso de la restauración, y sobre todo, el peso de la derrota de la guerra de 1898 contra Estados Unidos por la posesión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, un desastre que marca al país, y marca a la generación de intelectuales de la “generación del 98″: el propio Valle-Inclán, Baroja que creía en las virtudes regeneradoras de las viejas hidalguías castellanas, y Unamuno, que quería enterrarlas. Y Ramiro de Maeztu, quien dirá en Hacia otra España, haciendo un inventario de esperpentos: “este país de obispos gordos, de generales tontos, de políticos usureros, enredadores y analfabetos…”.
Es cuando llega Rubén Darío desde Buenos Aires con el encargo del diario La Nación de escribir la crónica de la derrota, de lo que resulta su libro España Contemporánea. La España que él también mira reflejada en los espejos cóncavos, los supliciados de semana santa, “doña Virtudes”, la reina regenta María Cristina, con fama de avara, que los jueves santos lavaba los pies de los mendigos, y los nobles, que, también como una expiación de culpas, les servían luego la comida en vajilla de plata. Todo como en una toma negra de Los olvidados de Buñuel, que viene también de Goya y viene de Valle.
En la semana trágica de 1909, el año de la muerte de Alejandro Sawa, el escritor sevillano a quien encarna Max Estrella, un carbonero alzado en las barricadas en Barcelona sería fusilado por haber bailado con el cadáver de una monja. Otro aguafuerte de la serie infinita de Goya, otro esperpento de Valle-Inclán, otra toma de Buñuel.
La España de los espejos cóncavos que Darío ve es también la del entierro de la sardina, ya la gente olvidándose de la derrota mientras Madrid iba llenándose de más mendigos inválidos de guerra, recibidos con charanga y alboroto mientras estallaban los motines reprimidos a tiros.
Y Valle-Inclán agrega dos esperpentos más, de paseo entre las tumbas de un cementerio. Él mismo, “viejo caballero con la barba toda de nieve, y capa española sobre los hombros, es el céltico Marqués de Bradomín. El otro es el índico y profundo Rubén Darío”.
El último de los poemas de Darío será un poema negro, en que relata una peregrinación fantasmagórica a Santiago de Compostela en compañía, otra vez, de Valle-Inclán.
Una vuelta de tuerca. Porque en Luces de bohemia, otra vez entre espejos en el café Colón, Darío recita para Max Estrella, después de un diálogo sobre la muerte, la última estrofa de ese poema desolado: ...la ruta tenía su fin/y dividimos un pan duro/en el rincón de un quicio oscuro/con el Marqués de Bradomín….

miércoles, 10 de julio de 2024

Almagro

 


No hay nadie en la plaza de Santo Domigo. El empedrado agrupa el silencio y lo condensa bajo un cielo limpio, de azul puro. El palacio de los Torremejía espera a los visitantes tras su fachada de cal, pero no hay nadie, sigue sin haber nadie. La plaza, hermosísima, paciente, barroca, teñida de olivo, se tiende trémula para recibir al visitante, pero no hay nadie, sigue sin haber nadie. Almagro se ha quedado vacío. La plaza de los Fúcares sigue ahí, deslumbrante, centroeuropea, recién bañada, pero no hay nadie, nadie pisa las piedras de sillería, la cruz de Calatrava, el caldeado suelo de julio. No hay nadie, nadie puede admirar este prodigio sencillo de la arquitectura. El Corral de Comedias está preparado, con el pozo, la cazuela, el escenario de tablas, las sillas rústicas. Las celosías recién pintadas de ocre apagado. Pero no hay nadie, ni siquiera faranduleros, nadie tiene valor de representar nada. Recorro el Parador, sus pasillos de baldosas tan antiguas como brillantes, en el techo vigas azuladas, en la bodega las tinajas de barro, el sosiego, listo para ser saboreado, el abrevadero de piedra deja caer un borboteante chorro de agua que rompe el silencio, porque no hay nadie, nadie se ha sentado en ningún sitio, nadie se moja los labios, nadie se deja mecer por el cuidado placer de la piedra antigua, del azulejo rescatado, del zureo de las palomas. Nadie vigila el pozo, ni se sienta bajo la higuera, ni contempla el pasar de la vida con recogimiento, nadie. Y Almagro se duele de la soledad, de la ausencia, de la piedra antigua que tantas soledades, que tantas ausencias ha visto, ha sufrido. El agua de la piscina apenas se estremece, porque nadie, nadie, agita su piel quieta, cristalina. Solo el sol, implacable, sigue cayendo de allá arriba, impenitente.    

martes, 9 de julio de 2024

"El gran teatro del mundo" de Calderón de la Barca

 


¡Qué pena me dio anoche la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Almagro! Hace muchos años que la sigo y siempre que me preguntan por una obra de teatro clásico recomiendo que vean a la CNTC porque nunca defrauda. Sus anteriores directores, Alonso de Santos, Eduardo Vasco, Helena Pimenta (hasta Ana Zamora, aunque no fuera directora), hicieron de sus montajes teatrales extraordinarias experiencias estéticas con las que sabían acercar el lenguaje de los clásicos (siempre tan rico y difícil) al público actual. "El gran teatro del mundo", bajo la dirección de Lluis Homar adolece de todas las virtudes que adornaban a los experimentos de la CNTC. El verso no está mal dicho (faltaría más), pero el auto sacramental de Calderón se convierte en sus manos en una pieza de arqueología teatral. Una insulsa puesta en escena, un vestuario intrascendente y unas actuaciones nada deslumbrantes ayudan a arrinconar la obra en la mediocridad (fenómeno extraño en una obra de la CNTC). El texto de Calderón apenas se ha tocado y espero que no haya sido para conservar su pureza ideológica y su moraleja (seguro que no). Nada nuevo se ofrece en esta versión de un auto sacramental, ni siquiera su apariencia. La obra misma es un autómata con las articulaciones oxidadas, el cuello rígido y la mandíbula descolgada. Homar consigue que el estro artístico de la CNTC se convierta en una labor de funcionarios, sin alma, rutinaria, en una pandorga de paja y tierra. Solo me queda la esperanza de que una disidente como Marta Poveda nos ofrezca en "La francesa Laura" una transgresión suficiente para eliminar el mal sabor de boca de este teatro del mundo, tan anodino como falto de arte.  

domingo, 7 de julio de 2024

Chapitó, "Julio César"



Ayer volví a disfrutar de la comedia pura como del baño en el río cuando era niño. El escenario, inevitable, el Corral de Comedias de Almagro. La temperatura, inusual, por estos lares manchegos de canícula bochornosa. Algunos abanicos, pero prescindibles. Y sobre el escenario, una compañía portuguesa que no conocía, Chapitó, ya soy su rendido admirador. Estos sí han conseguido resucitar la comedia del arte, el entremés, los sainetes y el espectáculo de payasos, todo en uno. Solo tres actores: un clon de Benigni, un histrión descacharrante y una chica con una vis cómica esplendorosa. La obra, Julio César, en versión descompuesta y desternillante. La escenografía, inexistente, no hace falta y el vestuario, espectacular: unos guantes plateados, unos bigotes, papel de plata y un rollo de papel brillante rojo. La base de la actuación es la mímica, aunque el texto ayuda y mucho a partirse la caja desde el principio hasta el final. Hacen una deconstrucción de la historia del primer emperador romano digna de los mejores cómicos. Todo suena a chufla, todo es una burla constante: se ríen de la historia, de la gravedad de la literatura, de los mitos, de la posteridad. Y lo mejor es que arrastran en su disparate a todos los espectadores, entregados incondicionalmente al espectáculo humorístico. Los Chapitó, con su dulce tono portugués, nos dan las claves de varios enigmas históricos: cómo murió Craso, quién le cortó la cabeza a Pompeyo, por qué Marco Antonio se llama Marco Antonio, cuál fue la reacción de Calpurnia ante los excesos de su marido, por qué a Cleopatra le quedaba tan bien el biquini, por qué se rebela el senado contra César y cuál es el significado de la palabra "perpetuo". 
El final, apoteósico, un Julio César alto, desgarbado, sudado hasta la rabadilla, tras cruzar el Rubicón entre las risas incontenibles del público, es asesinado por algunos senadores, después de que suene la flauta de pan del afilador. El rollo de papel brillante rojo es la sangre de Julio, que riega toda Roma y nos hace reventar de risa otra vez. Uno sale de los pasillos estrechos del corral con el pecho abierto, con el ánimo recuperado y con la sensación de que las penas con risas son menos, casi nada. "¡Ave, César!", gritamos todos los que asistimos al espectáculo, pletóricos de buen humor y agradecidos a los cómicos. Hasta el clima en la noche almagreña se ha vuelto amable. "¡Ave, Chapitó!, los que has resucitado te saludan".      

martes, 18 de junio de 2024

Necesidad de silencio


 

Oyes un susurro, crispación del silencio nocturno, un quejido, no sabes si vegetal, si animal, si humano. El viento puntea las ramas de un árbol, un autillo atrapa a un roedor, una mujer exhala su último suspiro. Lo oyes, lo oyes, con toda, con ninguna claridad. Se desgarra el silencio: el chirrido de una bisagra, la rendija de la ventana forzada por la brisa, el deambular ciego de unos pasos perdidos. Las puertas mal cerradas, la fragilidad del reino vegetal, el sueño de un hombre sin futuro. Son leves gañidos, casi mudos, de una noche perturbadora, silenciosa, rota por el eco de una voz indecisa herbácea animal esotérica. 

Riman los sueños con la vida, riman con la oscuridad, escenario teatral de una voz apagada, que no es voz, que es rumor, que es aire levantado. Los oídos nublados por la noche, tendidos confusos. ¡Chissss!, callad, callad, dejadme dormir en paz. Las almas sin rumbo necesitan la noche para reposar, para anular las voces de la vigilia. Dejad que el silencio se adueñe de todo, cerrad puertas y ventanas con pestillo, ajustad las claraboyas, calmad al viento, ahogad a los predadores, cortad las cuerdas vocales, renunciad a las pesadillas de los muertos. La desgracia necesita el silencio absoluto para licuarse, para entregarse a los vaivenes del mar, un mar sin orillas, sin playas. Un mar eterno, tan parecido a la muerte que se diría todo de oscuridad y silencio.  

lunes, 17 de junio de 2024

Lina Meruane


 

Reviso textos de Cervantes, leo a Lope, sin descanso y, a la vez, me engullo, abrumado, una novela de la chilena Lina Meruane. La prosa de esta autora es hipnótica, adictiva, angustiosa. Su novela, Sistema nervioso, me está haciendo daño y yo, empujado por un impulso morboso, la sigo leyendo, porque me atrae la desgracia y, sobre todo, la que se enrosca con extrañeza en la construcción del discurso y te hace sangrar con la originalidad de un narrador de escalofrío. He intentado acercarme a lo que algunos llaman literatura ligera, a esos autores denostados por los críticos y seguidos masivamente por los lectores, y no puedo con ellos. No me dicen nada, me entretienen durante un rato, como lo puede hacer un partido de la Eurocopa, pero luego me enfadan porque me da la impresión de que me están estafando, de que quien ha construido esas historias de efectismos y misterios pueriles, no es escritor, sino medio centro. Solo te intriga el resultado final. No, Alex Michaelides no me roza ni la epidermis, mientras que la Meruane me arranca las vísceras a dentelladas. No puede ser lo mismo. No. Aunque los dos libros vengan encuadernados de la misma forma. Uno es un balón de fútbol; el otro, el bálsamo de Fierabrás, y aquí enlazo con Cervantes. Lo de Lope ya lo contaré otro día.   

miércoles, 12 de junio de 2024

Teresa de Cepeda


 

Carnalidad de Teresa de Cepeda:

"Nada te turbe,

nada te espante,

todo se pasa (....)

¿Ves la gloria del mundo?

es gloria vana;

nada tiene de estable,

todo se pasa (...)"


"Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero 

que muero porque no muero (...)

¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Solo esperar la salida

me causa dolor tan fiero, 

que muero porque no muero (...)

Solo con la confianza 

vivo de que he de morir,

porque muriendo, el vivir

me asegura mi esperanza;

muerte do el vivir se alcanza

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;

vida, no me seas molesta,

mira que solo me resta,

para ganarte perderte.

Venga ya la dulce muerte,

el morir venga ligero

que muero porque no muero (...)"


"¡Oh hermosura que excedéis

a todas las hermosuras!

Sin herir dolor hacéis,

y sin dolor deshacéis,

el amor de las criaturas (...)

Juntáis quien no tiene ser

con el ser que no se acaba;

sin acabar acabáis,

sin tener que amar amáis,

engrandecéis nuestra nada."


"Ya toda me entregué y di,

y de tal suerte he trocado,

que es mi amado para mí,

y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída,

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado

que es mi amado para mí

y yo soy para mi amado (...)" 

jueves, 6 de junio de 2024

Cernuda


 

Mi poeta de la adolescencia fue Luis Cernuda. En su momento, no lo podía decir, porque estaba muy mal visto leer y aún más, leer poesía, y todavía peor leer a un poeta homosexual. En la madurez lo releí y volví a abrazarme a él, por otros motivos. Ahora, en el final del trayecto, Cernuda ha conectado conmigo, con mi sufrimiento, con mi soledad, de manera definitiva, Cernuda soy yo, nunca lo habría dicho, pero, ahora, es así. Os dejo aquí algunos mordiscos que he dado a sus versos:"Donde el deseo no exista", "Eres de nieve por fuera y de llama por dentro", "Tu sitio no está en ninguna parte. Eres el extranjero", "Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos", "¿Qué silencio? ¿Es así el mundo?", "Todo es triste al volver", "La fatiga de estar vivo", "Las sombras de soledad, vejez, muerte". Leed a Cernuda, empapaos, aunque os llenéis de cieno y amargura, aunque no os ofrezca ninguna esperanza, leed a Cernuda, Cernuda somos todos los españoles, todos los ciudadanos del mundo, Cernuda es la voz del desarraigo, del paria. Cernuda somos todos, hasta los que odian a Cernuda sin saber que ha existido. Y, además, es sevillano. 

miércoles, 5 de junio de 2024

Pruebas de Diagnóstico

 Quiero dar las gracias más sentidas a la Administración Educativa por habernos hecho partícipes, a los profesores de Lengua y Matemáticas, de una idea genial: las Pruebas de Diagnóstico. Se vienen haciendo desde hace tiempo, pero no había tenido el honor de corregirlas y de colaborar en los eximios procedimientos con que nos ilumina la Administración. Es apasionante tener que corregir estas pruebas justo a final de curso, cuando andamos abrumados por los exámenes finales y la burocracia. Supone un acicate más para nuestra profesionalidad. Sé que lo hacen para aprovecharse de la inercia, no por reírse de nosotros ni por malicia. 

Ahora, eso sí, no comprendo cómo dejan en nuestras manos documentos tan importantes. Ellos saben que somos incompetentes, que no cumplimos ni el mínimo exigido, por eso deberían ser ellos mismos quienes corrigieran estas pruebas. Además, si son necesarias a causa de nuestra ineptitud, ¿por qué ponen la corrección en nuestras manos? Retiro la pregunta, no soy quién para discutir los designios de la divinidad.    

Solo van destinadas para 2º de ESO y, por supuesto, las 36 páginas de ejercicios por alumno van a mostrar de manera más fiable el nivel del alumnado que nuestra observación diaria porque, como la Administración sabe, somos de una incompetencia sublime. Si no se hiciera este balance de diagnóstico, ¿cómo podríamos saber la competencia de los chicos y chicas?, desde luego que, con nuestra práctica educativa no, eso ya nos lo demuestran ellos, los dioses, en todo momento. 

¿Por qué dejan en nuestras manos torpes unos exámenes tan importantes? No nos sentimos dignos de tamaña gracia. ¿Por qué una prueba externa la corregimos los mismos necios que en ningún caso somos de fiar, a causa de nuestras costumbres desidiosas y faltas de rigor? Nuestro departamento de Lengua ha tenido que completar 900 ítems, por supuesto, no nos vemos capaces de comprender los códigos, las calificaciones (0, 1, 2, 9), los métodos empleados en las pruebas, demasiado complejos para nuestro nivel intelectual. Ellos saben que somos unos menguados, que no son fiables nuestras notas finales porque, a pesar de estar con el alumnado durante todo un año, cuatro horas a la semana, nuestras apreciaciones y nuestra labor las acompaña siempre la inopia. ¿Por qué arriesgar los resultados de una evaluación externa, elaborada por sus insignes meninges, a nuestras correcciones? No lo sé, desde nuestra caverna de indigencia mental alabamos a esta Administración, ¿cómo pretender comprender a mentes tan privilegiadas? No, imposible, los bueyes nunca entenderán al boyero.