domingo, 21 de julio de 2024

"Los espejos cóncavos" por Sergio Ramírez




Este año se cumple el centenario de la publicación de Luces de bohemia, la pieza teatral de don Ramón del Valle-Inclán, que apareció primero por entregas en 1920, y se estrenó muchos años después, primero en París en 1963, y en España hasta en 1970. Cien años del esperpento.
El protagonista, Max Estrella, un escritor ciego fracasado que peregrina por distintos parajes de Madrid, define con precisión el concepto de esperpento en uno de los diálogos con don Latino, su compañero de jornada: “el esperpentismo lo ha inventado Goya… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”.
Detrás de los ojos que no pueden ver de Max Estrella, están los de Valle, capaces de penetrar su época a través de la óptica deformada de los espejos cóncavos, en los que se refleja una realidad que por muy grotesca, ridícula o extravagante que parezca, no deja por eso de ser verdadera. Lo trágico en la envoltura de lo risible. Todo viene de Goya, de los monstruos alados de los sueños de la razón, de los disparates que meten el buril en la entraña oscura del poder represor, el poder felón, que es ridículo, prohíbe y manda callar, y lo empuja al exilio.
Disparates, prisiones, suplicios, libertad. “Usted no es proletario”, le dice el preso a Max Estrella en el calabozo donde va a parar; “yo soy el dolor de un mal sueño”, responde. El mal sueño de la razón. La pesadilla de la imaginación. Todo entra en la órbita del esperpento. El poder felón al que Goya pone delante de sus espejos cóncavos, es venal, y lo es desde antes, desde Cervantes: “que no falte ungüento para untar a todos los ministros de la justicia, porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes”, dice en La ilustre fregona; y lo sigue siendo cuando Max Estrella entra en el despacho del ministro, su “amigo de los tiempos heroicos”. Llega a pedir justicia porque ha sido reprimido por la policía, y agobiado por la miseria, el ciego termina aceptando dinero “porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo, sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles”.
La acción de Luces de bohemia discurre cuando España aguanta aún el peso de la restauración, y sobre todo, el peso de la derrota de la guerra de 1898 contra Estados Unidos por la posesión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, un desastre que marca al país, y marca a la generación de intelectuales de la “generación del 98″: el propio Valle-Inclán, Baroja que creía en las virtudes regeneradoras de las viejas hidalguías castellanas, y Unamuno, que quería enterrarlas. Y Ramiro de Maeztu, quien dirá en Hacia otra España, haciendo un inventario de esperpentos: “este país de obispos gordos, de generales tontos, de políticos usureros, enredadores y analfabetos…”.
Es cuando llega Rubén Darío desde Buenos Aires con el encargo del diario La Nación de escribir la crónica de la derrota, de lo que resulta su libro España Contemporánea. La España que él también mira reflejada en los espejos cóncavos, los supliciados de semana santa, “doña Virtudes”, la reina regenta María Cristina, con fama de avara, que los jueves santos lavaba los pies de los mendigos, y los nobles, que, también como una expiación de culpas, les servían luego la comida en vajilla de plata. Todo como en una toma negra de Los olvidados de Buñuel, que viene también de Goya y viene de Valle.
En la semana trágica de 1909, el año de la muerte de Alejandro Sawa, el escritor sevillano a quien encarna Max Estrella, un carbonero alzado en las barricadas en Barcelona sería fusilado por haber bailado con el cadáver de una monja. Otro aguafuerte de la serie infinita de Goya, otro esperpento de Valle-Inclán, otra toma de Buñuel.
La España de los espejos cóncavos que Darío ve es también la del entierro de la sardina, ya la gente olvidándose de la derrota mientras Madrid iba llenándose de más mendigos inválidos de guerra, recibidos con charanga y alboroto mientras estallaban los motines reprimidos a tiros.
Y Valle-Inclán agrega dos esperpentos más, de paseo entre las tumbas de un cementerio. Él mismo, “viejo caballero con la barba toda de nieve, y capa española sobre los hombros, es el céltico Marqués de Bradomín. El otro es el índico y profundo Rubén Darío”.
El último de los poemas de Darío será un poema negro, en que relata una peregrinación fantasmagórica a Santiago de Compostela en compañía, otra vez, de Valle-Inclán.
Una vuelta de tuerca. Porque en Luces de bohemia, otra vez entre espejos en el café Colón, Darío recita para Max Estrella, después de un diálogo sobre la muerte, la última estrofa de ese poema desolado: ...la ruta tenía su fin/y dividimos un pan duro/en el rincón de un quicio oscuro/con el Marqués de Bradomín….

miércoles, 10 de julio de 2024

Almagro

 


No hay nadie en la plaza de Santo Domigo. El empedrado agrupa el silencio y lo condensa bajo un cielo limpio, de azul puro. El palacio de los Torremejía espera a los visitantes tras su fachada de cal, pero no hay nadie, sigue sin haber nadie. La plaza, hermosísima, paciente, barroca, teñida de olivo, se tiende trémula para recibir al visitante, pero no hay nadie, sigue sin haber nadie. Almagro se ha quedado vacío. La plaza de los Fúcares sigue ahí, deslumbrante, centroeuropea, recién bañada, pero no hay nadie, nadie pisa las piedras de sillería, la cruz de Calatrava, el caldeado suelo de julio. No hay nadie, nadie puede admirar este prodigio sencillo de la arquitectura. El Corral de Comedias está preparado, con el pozo, la cazuela, el escenario de tablas, las sillas rústicas. Las celosías recién pintadas de ocre apagado. Pero no hay nadie, ni siquiera faranduleros, nadie tiene valor de representar nada. Recorro el Parador, sus pasillos de baldosas tan antiguas como brillantes, en el techo vigas azuladas, en la bodega las tinajas de barro, el sosiego, listo para ser saboreado, el abrevadero de piedra deja caer un borboteante chorro de agua que rompe el silencio, porque no hay nadie, nadie se ha sentado en ningún sitio, nadie se moja los labios, nadie se deja mecer por el cuidado placer de la piedra antigua, del azulejo rescatado, del zureo de las palomas. Nadie vigila el pozo, ni se sienta bajo la higuera, ni contempla el pasar de la vida con recogimiento, nadie. Y Almagro se duele de la soledad, de la ausencia, de la piedra antigua que tantas soledades, que tantas ausencias ha visto, ha sufrido. El agua de la piscina apenas se estremece, porque nadie, nadie, agita su piel quieta, cristalina. Solo el sol, implacable, sigue cayendo de allá arriba, impenitente.    

martes, 9 de julio de 2024

"El gran teatro del mundo" de Calderón de la Barca

 


¡Qué pena me dio anoche la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Almagro! Hace muchos años que la sigo y siempre que me preguntan por una obra de teatro clásico recomiendo que vean a la CNTC porque nunca defrauda. Sus anteriores directores, Alonso de Santos, Eduardo Vasco, Helena Pimenta (hasta Ana Zamora, aunque no fuera directora), hicieron de sus montajes teatrales extraordinarias experiencias estéticas con las que sabían acercar el lenguaje de los clásicos (siempre tan rico y difícil) al público actual. "El gran teatro del mundo", bajo la dirección de Lluis Homar adolece de todas las virtudes que adornaban a los experimentos de la CNTC. El verso no está mal dicho (faltaría más), pero el auto sacramental de Calderón se convierte en sus manos en una pieza de arqueología teatral. Una insulsa puesta en escena, un vestuario intrascendente y unas actuaciones nada deslumbrantes ayudan a arrinconar la obra en la mediocridad (fenómeno extraño en una obra de la CNTC). El texto de Calderón apenas se ha tocado y espero que no haya sido para conservar su pureza ideológica y su moraleja (seguro que no). Nada nuevo se ofrece en esta versión de un auto sacramental, ni siquiera su apariencia. La obra misma es un autómata con las articulaciones oxidadas, el cuello rígido y la mandíbula descolgada. Homar consigue que el estro artístico de la CNTC se convierta en una labor de funcionarios, sin alma, rutinaria, en una pandorga de paja y tierra. Solo me queda la esperanza de que una disidente como Marta Poveda nos ofrezca en "La francesa Laura" una transgresión suficiente para eliminar el mal sabor de boca de este teatro del mundo, tan anodino como falto de arte.  

domingo, 7 de julio de 2024

Chapitó, "Julio César"



Ayer volví a disfrutar de la comedia pura como del baño en el río cuando era niño. El escenario, inevitable, el Corral de Comedias de Almagro. La temperatura, inusual, por estos lares manchegos de canícula bochornosa. Algunos abanicos, pero prescindibles. Y sobre el escenario, una compañía portuguesa que no conocía, Chapitó, ya soy su rendido admirador. Estos sí han conseguido resucitar la comedia del arte, el entremés, los sainetes y el espectáculo de payasos, todo en uno. Solo tres actores: un clon de Benigni, un histrión descacharrante y una chica con una vis cómica esplendorosa. La obra, Julio César, en versión descompuesta y desternillante. La escenografía, inexistente, no hace falta y el vestuario, espectacular: unos guantes plateados, unos bigotes, papel de plata y un rollo de papel brillante rojo. La base de la actuación es la mímica, aunque el texto ayuda y mucho a partirse la caja desde el principio hasta el final. Hacen una deconstrucción de la historia del primer emperador romano digna de los mejores cómicos. Todo suena a chufla, todo es una burla constante: se ríen de la historia, de la gravedad de la literatura, de los mitos, de la posteridad. Y lo mejor es que arrastran en su disparate a todos los espectadores, entregados incondicionalmente al espectáculo humorístico. Los Chapitó, con su dulce tono portugués, nos dan las claves de varios enigmas históricos: cómo murió Craso, quién le cortó la cabeza a Pompeyo, por qué Marco Antonio se llama Marco Antonio, cuál fue la reacción de Calpurnia ante los excesos de su marido, por qué a Cleopatra le quedaba tan bien el biquini, por qué se rebela el senado contra César y cuál es el significado de la palabra "perpetuo". 
El final, apoteósico, un Julio César alto, desgarbado, sudado hasta la rabadilla, tras cruzar el Rubicón entre las risas incontenibles del público, es asesinado por algunos senadores, después de que suene la flauta de pan del afilador. El rollo de papel brillante rojo es la sangre de Julio, que riega toda Roma y nos hace reventar de risa otra vez. Uno sale de los pasillos estrechos del corral con el pecho abierto, con el ánimo recuperado y con la sensación de que las penas con risas son menos, casi nada. "¡Ave, César!", gritamos todos los que asistimos al espectáculo, pletóricos de buen humor y agradecidos a los cómicos. Hasta el clima en la noche almagreña se ha vuelto amable. "¡Ave, Chapitó!, los que has resucitado te saludan".      

martes, 18 de junio de 2024

Necesidad de silencio


 

Oyes un susurro, crispación del silencio nocturno, un quejido, no sabes si vegetal, si animal, si humano. El viento puntea las ramas de un árbol, un autillo atrapa a un roedor, una mujer exhala su último suspiro. Lo oyes, lo oyes, con toda, con ninguna claridad. Se desgarra el silencio: el chirrido de una bisagra, la rendija de la ventana forzada por la brisa, el deambular ciego de unos pasos perdidos. Las puertas mal cerradas, la fragilidad del reino vegetal, el sueño de un hombre sin futuro. Son leves gañidos, casi mudos, de una noche perturbadora, silenciosa, rota por el eco de una voz indecisa herbácea animal esotérica. 

Riman los sueños con la vida, riman con la oscuridad, escenario teatral de una voz apagada, que no es voz, que es rumor, que es aire levantado. Los oídos nublados por la noche, tendidos confusos. ¡Chissss!, callad, callad, dejadme dormir en paz. Las almas sin rumbo necesitan la noche para reposar, para anular las voces de la vigilia. Dejad que el silencio se adueñe de todo, cerrad puertas y ventanas con pestillo, ajustad las claraboyas, calmad al viento, ahogad a los predadores, cortad las cuerdas vocales, renunciad a las pesadillas de los muertos. La desgracia necesita el silencio absoluto para licuarse, para entregarse a los vaivenes del mar, un mar sin orillas, sin playas. Un mar eterno, tan parecido a la muerte que se diría todo de oscuridad y silencio.  

lunes, 17 de junio de 2024

Lina Meruane


 

Reviso textos de Cervantes, leo a Lope, sin descanso y, a la vez, me engullo, abrumado, una novela de la chilena Lina Meruane. La prosa de esta autora es hipnótica, adictiva, angustiosa. Su novela, Sistema nervioso, me está haciendo daño y yo, empujado por un impulso morboso, la sigo leyendo, porque me atrae la desgracia y, sobre todo, la que se enrosca con extrañeza en la construcción del discurso y te hace sangrar con la originalidad de un narrador de escalofrío. He intentado acercarme a lo que algunos llaman literatura ligera, a esos autores denostados por los críticos y seguidos masivamente por los lectores, y no puedo con ellos. No me dicen nada, me entretienen durante un rato, como lo puede hacer un partido de la Eurocopa, pero luego me enfadan porque me da la impresión de que me están estafando, de que quien ha construido esas historias de efectismos y misterios pueriles, no es escritor, sino medio centro. Solo te intriga el resultado final. No, Alex Michaelides no me roza ni la epidermis, mientras que la Meruane me arranca las vísceras a dentelladas. No puede ser lo mismo. No. Aunque los dos libros vengan encuadernados de la misma forma. Uno es un balón de fútbol; el otro, el bálsamo de Fierabrás, y aquí enlazo con Cervantes. Lo de Lope ya lo contaré otro día.   

miércoles, 12 de junio de 2024

Teresa de Cepeda


 

Carnalidad de Teresa de Cepeda:

"Nada te turbe,

nada te espante,

todo se pasa (....)

¿Ves la gloria del mundo?

es gloria vana;

nada tiene de estable,

todo se pasa (...)"


"Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero 

que muero porque no muero (...)

¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Solo esperar la salida

me causa dolor tan fiero, 

que muero porque no muero (...)

Solo con la confianza 

vivo de que he de morir,

porque muriendo, el vivir

me asegura mi esperanza;

muerte do el vivir se alcanza

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;

vida, no me seas molesta,

mira que solo me resta,

para ganarte perderte.

Venga ya la dulce muerte,

el morir venga ligero

que muero porque no muero (...)"


"¡Oh hermosura que excedéis

a todas las hermosuras!

Sin herir dolor hacéis,

y sin dolor deshacéis,

el amor de las criaturas (...)

Juntáis quien no tiene ser

con el ser que no se acaba;

sin acabar acabáis,

sin tener que amar amáis,

engrandecéis nuestra nada."


"Ya toda me entregué y di,

y de tal suerte he trocado,

que es mi amado para mí,

y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída,

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado

que es mi amado para mí

y yo soy para mi amado (...)" 

jueves, 6 de junio de 2024

Cernuda


 

Mi poeta de la adolescencia fue Luis Cernuda. En su momento, no lo podía decir, porque estaba muy mal visto leer y aún más, leer poesía, y todavía peor leer a un poeta homosexual. En la madurez lo releí y volví a abrazarme a él, por otros motivos. Ahora, en el final del trayecto, Cernuda ha conectado conmigo, con mi sufrimiento, con mi soledad, de manera definitiva, Cernuda soy yo, nunca lo habría dicho, pero, ahora, es así. Os dejo aquí algunos mordiscos que he dado a sus versos:"Donde el deseo no exista", "Eres de nieve por fuera y de llama por dentro", "Tu sitio no está en ninguna parte. Eres el extranjero", "Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos", "¿Qué silencio? ¿Es así el mundo?", "Todo es triste al volver", "La fatiga de estar vivo", "Las sombras de soledad, vejez, muerte". Leed a Cernuda, empapaos, aunque os llenéis de cieno y amargura, aunque no os ofrezca ninguna esperanza, leed a Cernuda, Cernuda somos todos los españoles, todos los ciudadanos del mundo, Cernuda es la voz del desarraigo, del paria. Cernuda somos todos, hasta los que odian a Cernuda sin saber que ha existido. Y, además, es sevillano. 

miércoles, 5 de junio de 2024

Pruebas de Diagnóstico

 Quiero dar las gracias más sentidas a la Administración Educativa por habernos hecho partícipes, a los profesores de Lengua y Matemáticas, de una idea genial: las Pruebas de Diagnóstico. Se vienen haciendo desde hace tiempo, pero no había tenido el honor de corregirlas y de colaborar en los eximios procedimientos con que nos ilumina la Administración. Es apasionante tener que corregir estas pruebas justo a final de curso, cuando andamos abrumados por los exámenes finales y la burocracia. Supone un acicate más para nuestra profesionalidad. Sé que lo hacen para aprovecharse de la inercia, no por reírse de nosotros ni por malicia. 

Ahora, eso sí, no comprendo cómo dejan en nuestras manos documentos tan importantes. Ellos saben que somos incompetentes, que no cumplimos ni el mínimo exigido, por eso deberían ser ellos mismos quienes corrigieran estas pruebas. Además, si son necesarias a causa de nuestra ineptitud, ¿por qué ponen la corrección en nuestras manos? Retiro la pregunta, no soy quién para discutir los designios de la divinidad.    

Solo van destinadas para 2º de ESO y, por supuesto, las 36 páginas de ejercicios por alumno van a mostrar de manera más fiable el nivel del alumnado que nuestra observación diaria porque, como la Administración sabe, somos de una incompetencia sublime. Si no se hiciera este balance de diagnóstico, ¿cómo podríamos saber la competencia de los chicos y chicas?, desde luego que, con nuestra práctica educativa no, eso ya nos lo demuestran ellos, los dioses, en todo momento. 

¿Por qué dejan en nuestras manos torpes unos exámenes tan importantes? No nos sentimos dignos de tamaña gracia. ¿Por qué una prueba externa la corregimos los mismos necios que en ningún caso somos de fiar, a causa de nuestras costumbres desidiosas y faltas de rigor? Nuestro departamento de Lengua ha tenido que completar 900 ítems, por supuesto, no nos vemos capaces de comprender los códigos, las calificaciones (0, 1, 2, 9), los métodos empleados en las pruebas, demasiado complejos para nuestro nivel intelectual. Ellos saben que somos unos menguados, que no son fiables nuestras notas finales porque, a pesar de estar con el alumnado durante todo un año, cuatro horas a la semana, nuestras apreciaciones y nuestra labor las acompaña siempre la inopia. ¿Por qué arriesgar los resultados de una evaluación externa, elaborada por sus insignes meninges, a nuestras correcciones? No lo sé, desde nuestra caverna de indigencia mental alabamos a esta Administración, ¿cómo pretender comprender a mentes tan privilegiadas? No, imposible, los bueyes nunca entenderán al boyero.      

martes, 4 de junio de 2024

Todavía


 

Todavía duermo contigo, todavía. Huelo tu cabello, tu crema hidratante, tu piel. Te acaricio la barbilla, los labios. Oigo tu respiración, leve, como si quisieras decirme algo, un susurro apagado. Me acurruco en tu seno y busco el sueño, el único lugar apacible. Te siento en la oscuridad, próxima, te veo, no es necesario abrir los párpados, te veo. El problema es la madrugada, llega, despierto, envejezco.  

Marbella


 

Intentad cantar esta letra con la boca anestesiada, como si acabarais de salir del dentista: "Marbella, mundo de los narcos; / Marbella, la droga viene en barcos..." Yo lo vengo haciendo todas las mañanas desde que empecé a ver series ambientadas en la Costa del Sol. Me he rapado los parietales y he ido a una tienda de saldos para vestir desde ahora mismo con camisetas ceñidas y floreadas. El problema es que aún no he desarrollado la musculatura adecuada, pero todo se andará, me he comprado unas mancuernas. También he preguntado dónde puedo conseguir polvo blanco y cadenas de oro que se ajusten al cuello. Me ha resultado más fácil lo del polvo blanco. Este finde me voy a la costa y con un poco de suerte dejo esto de la educación y, con nuevo look, me meto en alguna de las fiestas que aparecen en las series y busco empleo como trapicheador. No sé si mi edad será impedimento, espero que no. Quiero conducir un Ferrari Testarosa y andar columpiando las caderas como si tuviera una pierna más larga que otra, quiero ser un capo de la mafia o por lo menos un sicario con pistolas de oro y tatuajes por todo el cuerpo. No pienso matar a nadie, la última vez que cogí una escopeta fue en un puesto de la feria y disparaba tapones. Lo importante es la pose, aparentar y lucir chandal de popelina. Es la ilusión de mi vida, ¡ojalá se cumpla, por Quevedo!    

jueves, 23 de mayo de 2024

Mayo


 

El pueblo es el lugar ideal para dejarte ir, para abandonarte en el lánguido precipicio de la abulia. Dentro de casa, duele el silencio, se mastica la ceniza. El sofá es un sepulcro mullido desde donde no pensar, asomado a las perlas narcóticas de la televisión. Todo sabe a murria, hasta las fresas recién compradas. Subo y bajo las escaleras del panteón. Me acuesto. Duele el silencio, se mastica la ceniza. Salgo a la puerta, en el jardín un arbusto se seca. La hiedra, agostada por los primeros calores, da muestras de su próxima agonía. Los pulgones han atacado al rosal, han devorado sus hojas y han secado hasta las espinas. Los lirios de agua se abren y, ahogados por el bochorno, rápidamente se marchitan. Un romero seco, un clavel sin flores. Solo sobreviven las malas hierbas y la tierra, desnuda, con sabor a tierra. Las aceras están despobladas, las persianas echadas, los balcones abandonados. Parece no haber acabado el tiempo de pandemia. Solo la luz de la tarde avisa de que es lenta la caída: un lánguido descenso a los infiernos. Duele el silencio, se mastica la ceniza. 

jueves, 16 de mayo de 2024

"Rimbaud: pasión por lo imposible" por Rafael Narbona




Yo también soñé con ser un artista adolescente, pero me faltó tu audacia y tu pasión por lo imposible. Yo también senté a la Belleza en mis rodillas y la injurié al descubrir que su rostro era amargo y venal. La Belleza es una prostituta que finge amarte en una pensión barata, susurrándote al oído que nadie le ha hecho sentir algo semejante. Yo también soñé con corazones que se abrían y liberaban ríos de arañas y murciélagos. Yo también soñé con falsas auroras, mañanas irrealizables e improbables reencuentros y no tardé en descubrir que la poesía puede ser un vino agrio, un veneno insidioso, una estrella enferma.

Al releer tus poemas, siento que una copa de cristal estalla en mi garganta. Tus versos son dos amantes que se inmolan en una pira, lamiéndose la piel con una lengua áspera, de perro sediento.

A los quince años ya eras un vidente que anunciaba la seriedad del suicido y la grandeza de las existencias malogradas. A los veinte arrojaste las palabras lejos de ti, asqueado de su triste quehacer. No te interesaba la eternidad ni el nombre exacto de las cosas. No querías ser un poeta laureado, sino un ladrón, un canalla, un forajido, un hombre libre, que se ríe de la moral y el pecado. De niño, paseabas por las calles con un cartel donde se leía: “Muera Dios”. A los dieciséis, ya eras un bandido adolescente, que se había regocijado con el baile de los ahorcados, títeres negros con lenguas cárdenas y ojos de espanto.


Aunque los hombres estaban en guerra, no te interesaban sus querellas. Sentías el mismo desprecio por todas las banderas. La sombra roja de la Comuna de París te deslumbró durante un tiempo, pero enseguida descubriste que no deseabas ser un revolucionario, sino un alquimista, un chamán, un nigromante. Aunque pertenecías a la familia humana, no experimentabas ningún amor por tus semejantes. No apreciabas ninguna diferencia entre obreros y burgueses, proletarios y explotadores, hombres y mujeres. Todos te resultaban igualmente repulsivos.

Escribiste “Yo es otro”, pero el otro solo era para ti una tela de araña, una trampa mortal, un aire negro. Cuando llegaste a París, Victor Hugo afirmó que eras “Shakespeare niño”, pero en realidad eras un Calibán furioso, un caníbal que solo aceptaba la compañía del hachís y el ajenjo. Cuando alguien se acercaba a enseñarte un poema, le escupías en la cara. Verlaine se enamoró de ti y te invitó a su casa: “Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos”.

No apreciabas ninguna diferencia entre obreros y burgueses, hombres y mujeres. Todos te resultaban repulsivos.

Verlaine te acogió con su joven esposa Mathilde Mauté, una “virgen demente”, una doncella de diecisiete años monstruosamente embarazada y acostumbrada a la violencia de un esposo con aspecto de fauno. Enseguida os hicisteis amantes. Enseguida comenzaron las reyertas y las humillaciones. Os marchasteis a Londres, abandonando a Mathilde con su hijo, el triste fruto de un matrimonio aciago. Vivisteis en la pobreza en Bloomsbury y en Camden Town. Cuando anunciaste que te marchabas, Verlaine enloqueció. No era la primera ruptura, pero esta vez tu determinación parecía inquebrantable.

Verlaine te disparó y te hirió en la muñeca. La justicia le envió a prisión, pese a tus súplicas de indulgencia. Después de esa experiencia, renunciaste a escribir, pero no a ser una canalla, un forajido, un hombre sin miedo a pecar y a extraviarse en el último círculo del infierno. Te enrolaste en el ejército holandés para viajar a Java. Desertaste, convirtiéndote en prófugo. Viajaste a Chipre y a Yemen. En Adén, hiciste el amor con las nativas y paseaste por plazas y calles con una abisinia, que te amó sin esperar nada a cambio. En Harar, Etiopía, empezaste tu carrera como traficante de armas.


Te gustaba fotografiarte con rifles y una pipa, sin ocultar tu arrogancia de blanco europeo que no se avergüenza de esclavizar a los pueblos inferiores. Algunos dicen que comerciabas con los nativos, capturándolos en sus aldeas y vendiéndolos a los capitanes de barco que se dirigían a la joven América, donde les aguardaban las plantaciones de algodón y los capataces brutales. Hiciste una pequeña fortuna, pero tu rodilla derecha era un árbol enfermo, que propagaba el cáncer por tus huesos.

Regresaste a Marsella y te amputaron la pierna, pero ya era demasiado tarde. Tu hermana Isabelle te cuidó durante largas semanas. Mientras agonizabas, dibujó tu rostro una y otra vez. Ya no eras un joven hermoso, sino un hombre de 37 años con los días contados. “Dentro de poco yo estaré bajo tierra y tú caminarás bajo el sol”, le dijiste a Isabelle, aceptando que un capellán absolviera tu alma sufriente y desfallecida. Ya conocías el infierno y te preguntabas si existía el paraíso.

Nunca ocultaste tu arrogancia de blanco europeo que no se avergüenza de esclavizar a los pueblos inferiores

Tal vez el miedo se apoderó de ti en el último momento, pero nunca buscaste la paz ni la fraternidad. Ser otro no significó para ti adentrarse en el otro, sino liberarse del yo para bailar ebrio y desnudo. El amor siempre te pareció una farsa, un viaje estéril por la carne. Tú único anhelo era desordenar los sentidos y atisbar lo incomprensible. No creías en Dios, pero sí en tus iluminaciones, que hablaban de relámpagos y vigilias, lejanías y confines, albañales y cimas. Sabías que el yo no piensa ni escribe. Nos escriben y nos piensan los otros. Nunca presumiste de hombre civilizado.

Eras un bárbaro que festejaba la sangre y los cielos llenos de pavesas escupidas por ciudades en llamas. Descubriste el color de las vocales y el estridor del silencio. A veces he envidiado tu vida y tu muerte, tus poemas precoces y tu prematuro exilio del mundo. ¿Dónde estás ahora? ¿En el infierno, reconciliado con la Belleza y con la risa de los niños? ¿O sigues con nosotros, escuchando la fanfarria atroz de este tiempo de asesinos? Siento tu presencia cuando escribo, pero no es una compañía benévola, sino una mirada feroz que celebra el vértigo de no ser.

martes, 14 de mayo de 2024

DOS HISTORIAS DE AMOR





1. Amor caprino

Todos los miércoles aparecía por la tienda de comestibles, sobre las diez de la mañana. Se proveía de víveres: latas de fabada, callos, garbanzos con chorizo, jurel... Era un hombre sencillo. Bajaba todas las semanas desde un pueblecito de la serranía conquense porque se alimentaba de conservas. Disfrutaba con deleite de los sabores de siempre: el regusto a hojalata de los guisos recalentados sobre la estufa de leña.

Todos los miércoles lo recibía el tendero, a quien conocía desde tiempos inmemoriales, cuando su padre lo llevaba de la mano. Hacían buenas migas. Los dos eran apretados como la mojama, pero se reblandecían con la historia de su amorío. Y no había que contar demasiado, porque su romance siempre fue sosegado y de pocas palabras. Un amor sin saliva. Sin los aditivos de la retórica ni del estridente romanticismo.

"Y cómo va Rosita". "Pues tranquila, como siempre. Ella pide poco: algo de hierba y un paseo por la tarde, ya la conoces. Ahora, eso sí, la lana cada vez más suave. Le sienta bien estar conmigo. Yo, para mí, que me entiende. En cuanto entro en casa, me recibe con un balido. Se pone a mi lado cuando recojo sus miserias y no me deja solo ni un minuto. Por eso no puedo perder el tiempo cocinando, porque me quiere cerca. De vez en cuando, me suelta un "beeee.." que me deshace. Sobre todo cuando tengo intimidad con ella. Si la vieras volver la cabeza... Me mira y bala con agradecimiento. Y luego calla. Me siento en el sillón, miro la montaña a través de la ventana y pienso que no puede haber nadie más feliz, mientras le acaricio el morrillo. A las mujeres ni las miro".

Un miércoles, como otro cualquiera, apareció por la tienda un poco más tarde de lo habitual. No parecía el mismo. Se limitó a darle la nota del pedido al tendero con la cabeza gacha, sin dar los buenos días.

"¿Te pasa algo?" "No tengo ganas". "¿No tienes ganas de hablar?". "No. Se me ha muerto la Rosita". "Pues te acompaño en el sentimiento". Levantó la cabeza y el tendero vio cómo se empañaban los cristales de sus gafas. "El moquillo". Mejillas abajo le corría una lágrima. Sacó el pañuelo, se sonó con fuerza y se despidió sin dar las gracias, sin las conservas y sin poder aguantarse el soponcio.No lo volvimos a ver.


2. Amor entre cipreses

Ella era joven, tan joven como para no creer en las peluquerías. Él también era joven y tampoco creía en las pizarras. Él se compró una moto de motocrós con el dinero que sacó de la vendimia. Dejó las clases porque no vio nada de interés en ellas. Sus padres lo amenazaban con el subsidio de desempleo. A ella no, porque ella sí seguía estudiando. Estaba de acuerdo con él, pero no quería alejarse de los botellones.

Se conocieron en los autos de choque. Él conducía con una mano y ella se arriesgó a que la invitara a una ficha, a pesar de que las amigas no hablaban bien de él. Se acababa de comprar la moto y, cuando se detuvo el auto de choque, la invitó a dar una vuelta. Ella se agarró fuerte a su cintura. Le apretó una barriga incipiente que a ella le pareció puro metacrilato. Él no se explicaba cómo la tenía tras, él sobre la moto recién estrenada. Sintió sus manos firmes a través del chándal de espumilla y se saltó tres stops y un ceda el paso. Ella no se dio cuenta. Apoyaba su mejilla en la espalda de él, con fuerza, para refugiarse de un viento helado que no se atrevía a atravesarlo. Él sintió la mejilla de ella a través del chándal y se subió a la acera, atropelló a un perrito y rozó, con los nudillos, la pared de la cooperativa agrícola. Dio dos bandazos que estuvieron a punto de estamparlos en el suelo, pero ella ni se inmutó, sentía el calor de los riñones de él en su mejilla y la digestión del coco y el algodón dulce en la palma de la mano. Nada más. Con lo ojos cerrados se adivina más a gusto.

Él no sabía a dónde iba. Había perdido la orientación desde el momento en que sintió las manos de ella sobre el vientre y la mejilla en sus riñones. Subían a toda velocidad por el camino del cementerio. La moto se paró de repente. No tenía gasolina. Él se avergonzó y ella lo besó, todavía con los ojos cerrados. Se sentaron en un banco y apretaron sus cuerpos hasta no saber de quién era esa mano ni de quién esa pierna.

El coche fúnebre subía de camino al cementerio, despacio, muy despacio, seguido por una comitiva que arrastraba los pies. Él y ella no vieron ni el coche fúnebre ni oyeron, por supuesto, el rastro de las plañideras. Ella acababa de meter su lengua en la de él y él, abrumado, no sabía dónde meter la suya. La moto interrumpía, caída en el suelo, el paso del coche fúnebre. Él no sabía dónde meter la lengua, ni si la pierna que tocaba era suya o de la chica. Ella rastreaba el paladar de él y buscaba su lengua con desesperación, solo halló restos de coco y un sabor dulzón de azúcar granulada. El conductor del coche fúnebre paró el motor, después de hacer sonar el claxon varias veces, y bajó a apartar la moto. Llamó la atención a los muchachos, pero ellos seguían buscando y rehuyendo lenguas. Bramó, los insultó, fue hacia ellos, golpeó el hombro de él (¿o sería el de ella?), pero no se inmutaron. Su tarea era demasiado nueva para que la muerte la detuviera.

lunes, 13 de mayo de 2024

El país de mayo



Vengo de un país oscuro, muy oscuro; y frío, extraordinariamente frío. No sé si voy a saber adaptarme a la bonanza. Haber estado expuesto a las inclemencias más feroces de un mayo miserable, te predispone a la melancolía y al hundimiento del ánimo. No sé cuándo dejaré de estar en ese país del que provengo, no sé. La primavera ya no existe. El paisaje es tan asfixiante y el clima tan desalentador que apenas he tenido tiempo de vaciarme del hielo. Todavía contemplo la vida a través del filtro de la tormenta. Veo el mundo, aún, oscuro, frío, inhóspito, terrible, como lo fue mi estancia en aquel país lóbrego del cáncer. Nadie ha salido indemne de ese páramo, nadie. La muerte es la única habitante de sus lagos helados y de sus precipicios inaccesibles. Hay días en los que sigo cayendo en vacíos sin fondo, de yogur y parches de morfina. Y no consigo ver nada, y no cojo resuello, porque la caída es tan violenta que el aire se vuelve fuego y alrededor todo son sombras vertiginosas, imágenes de cuerpos famélicos, descarnados. Y bocas sin alimento, sin dientes. 

Ojalá y todo esto no fueran sino alegorías literarias, imágenes de ficción, pero no es así. El paisaje que habito sigue siendo ese inframundo de fuego, aborrecible, diseñado por un monstruo del horror. No es una imagen literaria, qué más quisiera yo.