jueves, 1 de junio de 2023

La dama boba y los exámenes


 

La semana pasada hicimos teatro. No sé cómo, pero he conseguido que alumnos de 1º de bachillerato representen unos fragmentos de La dama boba para casi todo el instituto. Entramos en las clases y escenificamos quince minutos de escenas cómicas y atropelladas, adaptadas por ellos mismos. "Teatro por irrupción" lo hemos llamado. No lo había planificado. Se me ocurrió un día, sobre la marcha, al hilo de una actividad que hace mi amiga Merce, y el proyecto fue tomando un cuerpo muy sugerente, determinado por la implicación de los chicos (bueno, sobre todo de las chicas). El impulsor más efectivo ha sido la "amenaza" de los exámenes. Si conseguían que el teatro fuera para adelante, los eximiría de las pruebas fatales de sintaxis e historia de la literatura. Con ese recurso he conseguido que se impliquen en el teatro hasta la médula. Sin apenas darse cuenta, la mayoría se ha ido entusiasmando por la magia de la representación escénica. Hasta doce pases en tres días. Lope estaría orgulloso, seguro; los pedagogos de la LOGSE, LOMLOE, LOE, LOMCE, etc., no tanto. 

Estoy comenzando odiar los exámenes todavía más que los propios alumnos. Y estoy comprobando que, cuantos más exámenes pone un profesor, más incompetente es. No quiere decir esto que quien no los utiliza sea competente per se, ni por pienso. El examen no es una herramienta perversa ni inútil por sí misma, por supuesto que no, pero no se puede convertir en el único recurso para que atiendan en las clases. Y, partiendo de este supuesto, podríamos desplegar un catálogo de ejemplares de la enseñanza actual: 

1. El profesor que pone muchos exámenes para reivindicar su asignatura y darle importancia de cara a sus alumnos, porque es incapaz de captar su atención de otra forma. 

2. El profesor timorato que cree que sin exámenes no se aprende y que sin ellos perderá todo su caché como enseñante. 

3. El profesor que hace exámenes (muchos y casi todos tipo test) para dar menos clases (los hay).

4. Los profesores que se estimulan casi eróticamente al comprobar cómo sus alumnos se obsesionan con su materia el día de la prueba. 

5. Los profesores que ponen exámenes para mantener la tensión del alumnado, pero no los corrigen porque cansa mucho. 

6. Los profesores sádicos que disfrutan viendo el sufrimiento del alumnado ante la prueba inexorable. 

7. Los profesores que nunca han visto a nadie que no ponga exámenes y les asusta salirse de la norma. 

8. Los profesores responsables plenamente convencidos de que sin exámenes no es posible enseñar nada y que no prepararían a los alumnos para la competición de la vida. 

9.  Los profesores que creen imprescindibles los exámenes para enseñar al alumno a hacer exámenes.

Repito, no estoy en contra de poner exámenes, simplemente los odio por su instrumentalización perversa. Cuando el profesorado en general se entera de que hay una materia donde no emplean dicha herramienta, se lanzan sobre ella para robarle tiempo y utilizarlo para que los chicos realicen sus pruebas interminables. Porque están convencidos, y esa es la perversión, de que en esas materias sin exámenes el profesor es un chiquilicuatre que no respeta los cimientos de la educación convencional (y posiblemente estén en lo cierto). 

Si no hubiéramos representado La dama boba, si no hubiéramos actualizado los versos de Lope, si no los hubiéramos trabajado, memorizado, ensayado y dramatizado, les habría ensartado una ristra de nombres, fechas, títulos y teorías infumables. Las habría trufado con unas clases de sintaxis (esa perla) para colocarles el último día un hermoso examen. Para mí habría resultado más fácil y también más aburrido. Para ellos, no te digo. ¿Cómo habrían aprendido más? Yo lo tengo muy claro y cualquiera que los viera actuar también. Sí, hemos roto las reglas (como Lope) y me han perdido el garrote de mi padre, pero, sin duda ha valido la pena. A Baltasar Gracián ni lo han oído nombrar, pero a Nise y a Finea las conocen hasta en su último pensamiento. ¡Ah!, ¿que no sabéis quiénes son? Las alumnas, sí.  

martes, 30 de mayo de 2023

Palabras


 

Las palabras llaman a nuevas palabras,

es una obviedad. Palabras

como barcos que surgen de la niebla,

palabras de Alejandro Duque,

anoche en un teatro dorado;

o de Baudelaire,

esta mañana de literatura,

con chicas apasionadas 

por el misterio de los versos,

por la sangre de la absenta. 

Las palabras llaman a nuevas palabras,

es una obviedad,

las llaman en tropel,

como los venenos desatados 

de Baudelaire;

o se susurran,

como las esencias claras y profundas 

de Alejandro Duque.

Todos sabemos que no hablaríamos,

que no diríamos versos,

si no los hubiéramos escuchado,

todos lo sabemos.

Pero nadie sabe quién dijo el primero,

quién extrajo la palabra del vacío,

del silencio, 

del caos,

de la nada. 


lunes, 29 de mayo de 2023

Cincuenta y siete años




Hoy cumple 57 años Galatea, sí, 57. No puedo regalarle otra cosa que mi tristeza, mi nostalgia. La añoro como nunca creí que podría extrañar a nadie, con la espalda rota de arrastrarla conmigo, con los ojos arrasados por no poder verla, con la piel cuarteada por un envejecimiento prematuro de toda mi alma. Hoy cumple 57 años y yo me refugio, como hago desde que se fue, en los más hondos recovecos de la pena. Las voces se han acallado, las calles están vacías, los montes se deshojaron, mi capacidad de enredar con las palabras se perdió el día que la despedí, agarrada a mi mano, el último asidero que la sujetaba a la vida. No quería irse, no quería. Deseaba más que nadie cumplir 57 años y no pudo, la terrible enfermedad le usurpó la esperanza sencilla de vivir una madurez tranquila, rodeada de bosques y estrellas. No pudo. Un tremendo dolor, ese es mi regalo de cumpleaños, un tremendo dolor que, desde la soledad más absoluta, me desata en lágrimas, en lamentos incontenibles. 

Galatea sigue creciendo, resuelta en hojas verdes, sigue creciendo, alimentando mi pena. La contemplo, hablo con ella, espero que algún día se transforme en lo que era. Esperanza baldía, literaria, nada más que literaria. Ya no puedo hablar de felicidad, no puedo desear feliz cumpleaños a nadie, solo a mi sombra, a su sombra, a su recuerdo, a su ausencia, a su no ser, a su transparencia, a su intangibilidad, al viento que me trae aromas de su cuerpo, a la maldita imaginación que me la devuelve en sueños casi corpórea. Aunque no seas, yo te sigo viendo crecer. Oigo a Chet Baker y el poder de la música me devuelve tu imagen, tu vitalidad, tu firme y amorosa manera de mirarme. Te fuiste, pero no te vas a ir nunca. 

viernes, 26 de mayo de 2023

La chica de la cabeza de algodón

 La chica de la cabeza redonda sale del paritorio. Es sonrosada como una bola de algodón, pequeña como un cromo y única como la rosa. La chica de la cabeza mondada llora moderadamente, acunada en los brazos de su madre y se retuerce despaciosa como si aún estuviera nadando en el líquido amniótico. La chica de la cabeza privilegiada sabe que el mar la espera allá afuera, el mar y el azahar. Es un 26 de mayo de 2000. Anuncia el siglo nuevo con su cabeza de lino, con su llanto de amapola. Ella, la chica de la cabeza delicada, pronto se agarra del pezón de su madre, hambrienta, deseosa de estrenar la vida. Se agarra pronto a mi dedo para comunicarme que ahí está, que quiere viajar con nosotros allá adonde vayamos, allá lejos de los líquidos amnióticos y los cordones umbilicales. La chica de la cabeza digital será, tras 23 años, tan sedosa como en el paritorio, tan suave como las azucenas, tan maravillosa como la lluvia en Sevilla. 

Escribir

La literatura, perdón, escribir, me salva de muchas calamidades. Por ejemplo, de sentirme aislado en el mundo o de sentirme demasiado acompañado. Me sirve para desalojar los gusanos que me destrozan; o para conectar con gente limpia o no tan limpia; o para entretenerme, para ocupar tanto tiempo vacío; o para no sentirme yo mismo o para tentarme real o para desmarcarme de la realidad o para no tirarme por la ventana o para calmar vanidades o para acrecentarlas o para despotricar de los que me rodean o para amarlos o para adorarme a mí mismo o para odiarme o para no llorar o para martirizarme o para curarme o para sosegarme o para enervarme o para desencajar las angustias de sus goznes o para ordenar el mundo o para descalabrarlo... Escribir es un hábito pernicioso, un hábito maravilloso, una costumbre narcisista, un vínculo social, una llama apagada, un venero seco, un oxímoron. Y después de tantas contradicciones y tantas chorradas, afirmo que escribir es para mí, ahora mismo, la mitad de mi vida. La otra ronda otras latitudes, otros páramos, otras dimensiones.  

Alma cumple 23

Que ya cumples veintitrés,

nada más ni nada menos.

Recuerdo mirar tus pies

con dedos gordos bien llenos.

¿Te parecías a quién?,

¿a un señor de Albacete,

 a una rosa de satén? 

¡Qué bien te veo en Sevilla!,

con Raúl y colocada.

 La vida en tus ojos brilla

y no te hace falta nada.

Telesforo te saluda,

desde tu infancia te mima,

que aunque fueras muy menuda,

siempre te tiene en la cima.

Tu madre disfrutaría

viéndote cómo haces tratos

con la ONU, día a día,

y amando a todos los gatos.

Veintitrés cumples de edad,

ojalá pudiera verte,

porque eres mi otra mitad,

la vida me da esa suerte.

 


martes, 23 de mayo de 2023

Diarios de Albacete (2)


 

Soy un recio bebedor de cerveza, un perlático en ciernes, un aspirante a Poe, aunque creo que Poe bebía licores más serios. ¿De qué será mejor morir, de "delirium tremens" o de aburrimiento o de desidia o de un recital poético o atropellado por un patinete eléctrico? No lo sé, todo es probarlo. La gente se muere de cualquier cosa y luego no explican su experiencia. Ese es el problema.

Ha vuelto a entrar en La Botica el doble de Vila Matas. Este solo bebe cafés con leche de soja. ¿Sera fácil morir de empacho así? Todo es posible. Vigilaré a este Vila Matas de Albacete. No está mejor que yo, por mucho que le hayan recomendado los lácteos antes que las bebidas espirituosas. ¿Quién se puede resistir a ese adjetivo, "espirituosas"? Yo, no. Vila Matas, sí. 

Diarios de Albacete (1)


 

En la Plaza de la Catedral tocan "Que viva España" (luego me entero de que se trata del mitin de Vox). Cada vez escribo menos. La cabeza no me funciona como antes de la tragedia. Todo el tiempo estoy pensando en huir, en buscar alternativas que me saquen de casa y lo peor o lo mejor es que las encuentro. Salgo por inercia, igual que antes me encerraba en el despacho por otro tipo de inercia, la de la rutina. También me han cambiado los gustos literarios. Me asomo a autores conocidos que, ahora, me repelen; o al contrario, otros a los que no tenía en gran estima me atraen y me deslumbran, hasta cierto punto, porque todo, el cine, el teatro, la literatura, se ha vuelto más anodino con la edad y los pesares. Y no me explico por qué tenía mala opinión de algunos de ellos (no, con Máximo Huerta, no me ha pasado). Eso sí, igual que me ocurría antes, no puedo salir de fiesta con gente brava porque me lanzo al alcohol con ansia viva, con desesperación. El único consuelo es que esta tendencia a la desmesura, hacia las barras de bar, no es nueva, no es producto de mi soledad. 

¿Es tan difícil alejarse de todo, de tu entorno conocido, de tu familia,  de tus antiguos amigos, de tu espacio de convencionalismos? Sí, lo es, por muy cochambrosa que fuera esa convención. Al fin y al cabo he dejado un erial, tampoco he abandonado ningún paraíso, ni mucho menos. Y, a pesar de todo, a uno le cuesta arrancar desde cero (y más a estas edades). Rodar barranco abajo es peligroso, complicado, pero también inquietante y renovador. Antes yo tenía con Eva una serie de rituales que nos estabulaban, nos mantenían en un espacio seguro, a salvo de sorpresas estruendosas (fíjate qué paradoja, el cáncer), sin abismos, sin torrenteras, sin sobresaltos. No es que me haya arrojado a la vida bohemia, ni a la anarquía absoluta, pero sí he trasmutado casi todos mis hábitos. 

En muchas ocasiones imagino lo que habríamos disfrutado los dos viviendo en una ciudad como estoy haciendo ahora. En parte no la disfruto del todo porque caigo en lo bien que se lo habría pasado en este concierto o en esa película o en aquella obra de teatro. Estoy con ella, pero ella no está. Me compro una camisa y por la noche sueño que Eva me afea la compra. Ahora mismo estoy en un bar que a ella le habría encantado para tardear, algo que empezamos a hacer demasiado tarde y en un lugar inhóspito para el alterne, mi pueblo. Escribo con un bolígrafo suyo en un cuaderno que ella compró. Lo guardo en un macuto que ella me regaló y me bebo el vino que ella habría bebido.

Qué diferentes son los camareros de La Botica de los que dominaba doña Rosa, la propietaria del café de La colmena. Cela es un autor al que le estoy sacando más jugo ahora. ¿Por la mala leche, por su humor negro, porque está muerto, por sus sentencias? "La gente es cobista por estupidez". Lo del cobismo es algo muy vigente en nuestra actualidad. Somos cobistas hasta la náusea, a lo mejor es que somos cada vez más estúpidos.  

jueves, 18 de mayo de 2023

Páramo

Una brisa leve levanta el polvo del rastrojo. Apenas se mueve el horizonte, apenas, inmóvil como un cuadro pintado, con un borde nítido, claro: arriba el cielo, sin nubes, desesperado de agua; abajo, la tierra acre, desnuda, con los matojos grises poblándola de tristeza. El páramo es así, desnudo y crudo, como la bilis, como el sueño de un muerto, como los espantados ojos del venado recién degollado por la cuchilla. Deambulo sin tiento, sin objeto, sin pies. Me hundo en la tierra molida por la sequía. No hay cobijo. Si oteas el horizonte, el sol te ciega. Ni siquiera encinas, ni siquiera una esquina de sombra donde refugiarse. Arden los pies, arden las manos, arde la cabeza. En llamas está el suelo y arriba, otro infierno. Desnudo, como tierra, y aúllo, me desgañito pidiendo alguna lágrima, un poco de lírica escocesa. Las hebras de un cardo amarillento se pudren, se quiebran y caen al suelo, para fundirse con el polvo. Los mamíferos perdieron aquí sus ubres; los insectos abandonaron sus alas; los reptiles no pudieron cambiar de camisa. Sopor y lastre, esto he recogido, nada comestible, salvo la tierra, que ya empasta el paladar y los huecos de las muelas perdidas y las noches frías, sí, pero sin luna, sí, pero sin barro. La cerámica se ha perdido, es arqueología de la vieja era. "Era", del tiempo que fue; "era", del páramo; "era", del verbo ser que ya no es; "era", de la muerte y el recuerdo. Los cuervos siguen graznando, solo ellos, animados por la carroña, ven en este erial un triunfo de su suerte.      

domingo, 14 de mayo de 2023

Acis y Galatea: Fábula en tres actos (III)



Acis y Galatea gozaban su madurez. El mundo parecía bien hecho. El ajetreo juvenil se sosegó y los placeres cambiaron: reposar bocarriba en las florestas, admirar la altura de los abetos, saborear carne de venado y recrearse con la ficción. Galatea regaba las plantas con el mismo amor que dedicaba a sus alumnos, con la misma delicadeza. Las petunias alumbraban la puerta de su casa y un grosellero frondoso daba refugio a un gato silvestre. El mundo se había ralentizado, pero seguía ofreciendo delicias que la nueva edad recogía con regocijo. La Naturaleza se había adueñado por fin del pasar de los pastores, vivían en un mundo que auguraban tranquilo y susurrante, como los paisajes de Garcilaso. Las montañas se perfilaban en el futuro descanso de Acis y Galatea. Pero no. Nadie, ni siquiera los dioses más descastados previeron la maldición que se cebó contra ellos.

Galatea estaba adelgazando demasiado, sufría diarreas y gastroenteritis. No parecía nada grave, solo un pasajero malestar, una afección sin importancia. Pero no. El día 11 de mayo de 2022 Acis llevó a Galatea ante los médicos para intentar paliar esas minucias. Pero no. Ese día, sin previo aviso, sin que nadie estuviera preparado para la noticia, sin que nadie la hubiera ni siquiera imaginado, a Galatea le hablaron del fin de sus días. Le estamparon con pocas dudas que no podría ir a las montañas nunca más. Galatea era una mujer fuerte y firme. No se derrumbó ni en esas circunstancias. Mantuvo el pulso necesario para comunicárselo a Acis. Él no era tan firme ni tan fuerte como Galatea. Se hundió, cayó al suelo y cuando se levantó ya no fue ni sombra de sí mismo. Pasaron por más pruebas, por más expertos. Uno de ellos les llegó a decir que "aquí no se muere nadie", pero en cuanto Galatea abandonó la consulta, a Acis le confirmaron el diagnóstico terrible. 

Galatea se consumió en muy poco tiempo. Acis la veía envejecer por minutos, la veía debilitarse hasta extremos terroríficos. Un dios muy vengativo se había cebado con su cuerpo: la postró en cama, le arrebató el placer de la comida, el de la bebida, el de regar las plantas, el de ver las montañas, el de escuchar relatos de ficción. Acis se desvivía por aliviarle la convalecencia, pero no hubo manera. Cuando la mano de Galatea se quedó rígida entre los dedos de Acis, después de dos meses y medio de sufrimiento, él se derrumbó, la besó, la vio inmóvil, sin alma y al tentarse el cuerpo no se lo notó. Vio huir a la Naturaleza a través de sus labios, vio cómo se apagaba su fortaleza, como enmudecía el canto de los pájaros, cómo se marchitaban las petunias. 

Un día, cuando Acis deambulaba sin rumbo por los bosques, con la desesperanza de que nunca volverían a iluminarse, se encontró a una cajera de supermercado que le ofreció una planta. Se llama Galatea le dijo. Levantó la vista de sus zapatos y la vio allí con las hojas erguidas, firmes, verdes, con la vitalidad que él esperaba de ella. La compró con mucho gusto, la llevó a casa, la regó y espera a la tarde para contarle alguna de las historias que había arrumbado el día que a ella se le enfriaron los dedos. Galatea se despereza, levanta sus hojas y las dirige hacia el techo, entusiasmada, maestra. Acis sonríe por primera vez en mucho tiempo.      

martes, 9 de mayo de 2023

Acis y Galatea. Fábula moderna en tres actos (II)



Cuando Acis y Galatea se fueron a vivir juntos, el mundo parecía bien hecho. Mientras Galatea pastoreaba a los muchachos de Primaria, Acis preparaba la comida, leía poemas de Miguel D´Ors, libros de caballerías y comedias de Lope. Además, criaron gatos, muchos gatos, y vivieron junto a un mercado, sobre un antiguo cementerio, donde las acacias y las plantas de marihuana crecían alimentadas por el vigor de los muertos. La vida era fácil, se disolvía entre burbujas al echarla al agua, los cajeros escupían dinero suficiente y la juventud vibraba en la casa de maestros, con estufa de leña y rosales de dos metros. 

Galatea gozaba con su oficio y empezaba a pensar que estaba tocada por la vocación. Los compañeros y los chicos también lo creían, hasta el bedel hablaba maravillas de la firme dulzura de la nueva maestra. Para celebrarlo, Acis y Galatea gastaron todos sus ahorros en recorrer el mundo, primero Sudamérica (Brasil, México, Colombia, Cuba), luego las Españas y después el destino preferido de Galatea, Roma. En Roma, la maestra fue tan feliz que se estremecía y lloraba admirando el foro y el arco de Trajano y el Panteón y el Trastévere y el Tíber y la perspectiva de la plaza Navona, que atisbaban desde la cama. 

Por aquel tiempo ya había nacido la hija de Acis y Galatea, sonrosada, calva y con los mofletes de los querubines. Es verdad que en los libros de pastores no se menciona a los hijos de los amantes, pero en este el autor no lo ha podido evitar. Porque Galatea se volcó amorosa y firme a la educación de la muchacha y era de razón que apareciera en este capítulo. 

El teatro era una de las aficiones preferidas de los dos pastores. Acudían a Almagro en julio con especial puntualidad para recrearse con lo mejor de Lope y para cocerse con lo peor de la canícula manchega. Galatea se veía transmutada en todas esas actrices que representaban a Nise, a Finea, a Dorotea, a Aurora, a Marcela y sobre todo a Laurencia, la heroína rebelde de Fuenteovejuna, de fuerte carácter y convicciones claras.  

Los años y los cursos fueron deshaciéndose. Acis y Galatea descubrieron las montañas y se volvieron eremitas. Buscaban los Pirineos en cuanto el mundo se abría y recorrieron las sendas, los apriscos y las veredas en la frontera con Francia. Se acurrucaban en los bares de Villanúa cuando el cierzo soplaba recio. Allá, allá arriba, bien alto, seguía comprobando Galatea que el mundo seguía bien hecho, que todo era armonía, que el viento movía los abetos y que la Naturaleza siempre ofrece el abrazo más largo. También lloraba cuando abandonaban las montañas. Una sensación de pérdida amarga quedaba en las papilas de los dos. 

Cuando fueran libres y el trabajo ya no les sujetara al páramo, buscarían los Pirineos para abandonarse entre los árboles y las grutas de las brujas.          

sábado, 6 de mayo de 2023

Errabundia



Hoy he vuelto a salir con nadie a ninguna parte. Así son muchos de mis días, vacíos de nada, de aire, de quilómetros, de errabundia. No sé si me acabo de inventar la palabra, supongo que no. De todas formas, ya Gómez de la Serna usó aquella de "automoribundia" para titular su biografía. A mí me sirve, "errabundia", vagar sin rumbo fijo, de un lado a otro, de un bar al de enfrente, de un solar a otro solar, de un páramo a un rastrojo. Errabundia, voluntad involuntaria del que ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Errabundia, navegar sin embarcación, sin brújula, sin sextante, sin puerto en el que repostar. Basta que el mar se preste a la navegación para que uno se embarque hacia el naufragio. Errabundia, calidad inevitable del ser humano. Errabundia, también aplicada a la escritura: soltar la amarra del bolígrafo y dejar que se pierda, se encalle, se ensucie de sal, derrote en los estuarios, y se hunda definitivamente en las profundidades abisales. Errabundia. Por suerte, la navegación a veces te descubre islas como la de Inisherin. En sus costas he encallado hoy, gracias a la película Almas en pena, qué belleza, qué acantilados tan apropiados para despeñarse. Errabundia.   

martes, 2 de mayo de 2023

Castilla La Mancha Televisión

 Ya he cumplido la edad necesaria para ver Castilla La Mancha Televisión y voy a prepararme convenientemente para disecar las tardes ante el televisor. En primer lugar, tengo que investigar acerca del mundo de los toros y el significado de las procesiones. Soy un verdadero ignorante sobre estos asuntos y será necesario familiarizarme con ellos para ver los programas con el interés adecuado. Por una parte, seguro que la edad me ha curado de las impresiones sangrientas, lo que propiciará mi acercamiento taurino. En cuanto a las procesiones, uno debe ya buscar refugio divino, porque voy pidiendo tierra ya. También tendré que hacer una prospección literaria en las bibliotecas de los pueblos castellanomanchegos para informarme de sus tradiciones. Me han dicho que el programa "Ancha es Castilla La Mancha" trata de estos temas. Sobre las películas de Paco Martínez Soria voy ya más avisado. Mi infancia no fue "un patio de Sevilla", sino un televisor en blanco y negro. En cuanto al asunto de la copla, también sé un poco porque a mi madre y a mi padre les gustaba esta música. Impaciente estoy por empezar mi nuevo recorrido por las pantallas de la televisión regional.    

Que por mayo era por mayo...

 Es el mes de la desgracia, es el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Es. Las abejas ya no existen y los campos están ahogados por el polvo. Nada florece ya, nada germina, ni el trigo es capaz de levantarse lo suficiente. Cuando llegue julio, no se podrá segar. Todo, todo muere, todo se agosta, todo abrasado por el sol. Un sol inclemente, desafiante, abrumador. No hay piedad para nadie. El último hombre sobre la tierra tiene ataques de ansiedad y suspira, abrazado a los troncos descarnados de los árboles. Las ramas caen, agotadas, se quiebran ante el viento que sopla, huracanado, impío. Un viento de langostas y piedras, un viento de rencores, de angustias, de llantos, de enfermedades incurables, de rostros sin carne, despellejados por la desgracia. Es el mes de la desgracia, el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Y "la calor" vino hace tiempo, no en mayo, se ha instalado para siempre en el corazón de los rastrojos. Se ha adueñado de la vida, de la muerte, de la piel de la tierra. Nadie puede detener su arremetida. Ni siquiera el tiempo, ni los aviones, ni los quirófanos equipados con la última tecnología. "La calor" es una infección del alma que penetra hasta el tuétano y te hace vomitar, negro, confuso, hasta el hígado. Los cuerpos se desvanecen, consumidos por el cáncer, por el bochorno, por la calima que enturbia al mundo. Cioran era un hombre alegre a nuestro lado, era el alma de la fiesta. Nunca nadie habrá visto tanta pena, tantas desgracias. La consunción se recrea lentamente en el páncreas, en la carne mortal, la devora como una plaga de insectos voraces. El alimento no sirve, todo sabe a tierra y a fango, todo, hasta el mejor manjar se ha convertido en masa indigerible. Masticamos cuerdas y trapos y mierda, sin solución. Y la sequedad de mayo llega al tuétano. Los ojos ya no emiten ninguna luz, no, ya no son el espejo del alma, o sí, porque el alma está abismada en un sopor indescifrable, enterrada por el calor infame, por los insectos que han cavado una fosa donde yace enterrada, cadavérica, invisible. Los ojos están secos, sin brillo, sin vida, aterrados ante la voracidad de la enfermedad. Y sin decir nada, así, con la mirada desencajada, hundida en la tierra, queda mayo, cuando viene la calor, cuando canta la calandria y el espanto se respira mejor.     

domingo, 30 de abril de 2023

"Cómo ser Cervantes: cagándola mucho" por Martín Sacristán




Cuando el más clásico de nuestros escritores escribió en la dedicatoria de su última novela que ya palmaba, así: «con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo» le faltó añadir «tras cagarla mucho toda mi vida». La fama de El Quijote no solo nos ha eclipsado una biografía delirante, también le ha añadido un respeto que nos ha impedido entender en su plenitud quién fue Cervantes. Un gafe, un macarra, un jeta, un precario, y un improvisador con atisbos de genialidad brillante que dio la espalda, una y otra vez, a la intuición. Alguien a quien le soplaron cinco o seis veces los números ganadores de la lotería, y siempre eligió otros.

Estuvo a punto de triunfar con solo veinte años. Introducido en el círculo literario de la villa por el humanista Juan López de Hoyos, la amistad forjada allí con el escritor Pedro Laynez le condujo hasta el príncipe Carlos, convirtiéndose en uno de los jóvenes que acompañaban y divertían al heredero de Felipe II. Cuando el rey quiso celebrar el nacimiento de su hija Catalina Micaela con un fiestón en las calles para los madrileños, se eligió uno de sus sonetos para uno de los arcos triunfales de madera y cartón que decoraron la ciudad. En aquel siglo la literatura era sobre todo una herramienta que te abría las puertas para ser cortesano, es decir, para tener un cargo que te permitiese vivir con holgura. Miguel estaba en el lugar adecuado en el momento propicio.

Y entonces llegó su primera gran cagada.

Una tarde, estando en el patio de palacio, donde frecuentaba al príncipe, se cabreó como un mono por algo que le dijo el italiano Antonio de Sigura. Un pintor y arquitecto italiano traído por Felipe II para trabajar en El Escorial. Se cabreó tanto que lo cosió a cuchilladas. Era un delito castigado con diez años de destierro, pero ni siquiera se presentó al juicio para defenderse. Y, para peor, durante la investigación se descubrió que ni siquiera era hidalgo. Su padre, un oportunista, había ido firmando con el don como si lo fuera, y como era de Alcalá de Henares, y su hijo formaba parte de los íntimos del príncipe, nadie se ocupó de comprobarlo. Pero ahora que no tenía manera de demostrar que era noble, sumaron a su condena la pena de los plebeyos, la amputación de la mano derecha.

Todo esto figura en la orden de busca y captura dictada contra él. Cuando la Real Academia de la Historia descubrió ese documento en el Archivo de Simancas lo ocultó durante veinte años. Les daba vergüenza desvelar que el héroe nacional literario no era un hombre ejemplar. Sobre todo porque el origen de la disputa con Sicura fue la venta de la virginidad de su hermana Andrea Cervantes por doscientos cincuenta ducados. Con los años, y después de venderla varias veces, ella se convirtió en cortesana, o lo que es lo mismo, en prostituta de lujo. Su padre timador y buscavidas, sus hermanas cortesanas, él mismo un oportunista, así eran los Cervantes.

Huyendo de los tribunales, Miguel pasó a Italia, se enroló como soldado raso en los Tercios, y allí volvió a tener otra vez la oportunidad de su vida. Y la cagó. Otra vez.

Lepanto, aunque marítima, fue una batalla que libró la infantería. El éxito dependía de arrimarse a la galera enemiga, tender un tablón, mandar por ahí a la vanguardia al asalto, y mientras estos recibían tiros y tajos, botar embarcaciones con soldados que subían por los costados. Si ganaron los Tercios y no los turcos fue sobre todo por su habilidad en entender las órdenes del toque de tambor, ya que la batalla se libró en la oscuridad. Aunque era de día, usaron tanta pólvora con los arcabuces y los cañonazos como para que la nube blanca provocada por las explosiones no permitiera ver a pocos pasos.

Cervantes subió al asalto desde una de las barcas, recibiendo dos tiros de arcabuz, uno en el pecho, otro en la mano izquierda. Pese a ello, y sin ser muy consciente del dolor ni de las heridas, siguió luchando. Al menos eso contó él, y así lo atestiguaron dos alféreces que también sobrevivieron. El general en jefe de la armada, Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, le premió personalmente. Subiéndole la paga, contribuyendo a sus gastos de hospital, y sobre todo entregándole una carta de recomendación con su sello. A esa se uniría otra del duque de Sessa, también recomendándole. Ambos documentos podrían abrirle la puerta al cargo en corte que las heridas a Sigura le negaron años antes. Así que cambiándose el nombre de Miguel de Cervantes Cortinas por Miguel de Cervantes Saavedra, para despistar sobre la orden de busca y captura que aún seguía vigente, regresó a la península.

La flota de Nápoles en la que regresaba fue dispersada por una tormenta. La galera en que viajaba Cervantes quedó sola, y ya con Cadaqués a la vista, fue asaltada por tres barcos piratas argelinos. Insuficientes para rendir una galera llena de soldados de Tercios, aguantaron el asalto varias horas. Pero el futuro escritor, de acuerdo con el capitán, sugirió que mejor era rendirse que perder todos la vida, y dejaron de luchar. Justo en el momento en que apareció en el horizonte la flota española reagrupada. Era demasiado tarde. Los ágiles barcos piratas huyeron con botín y prisioneros sin que pudieran alcanzarles las pesadas galeras.

La cagó, y la cagaron, rindiéndose.

Cervantes pasó cinco años prisionero en Argel. Intentó fugarse cuatro veces, y estuvo a punto de ser ejecutado al menos tres. En la última, el gobernador Hasan Bajá le tuvo con el cuello en la horca, el pie en la banqueta que le sujetaba y amenazándole a gritos con dejarle morir de un momento a otro. Las dos cartas de recomendación por grandes de España consiguieron que se le confundiese con un noble, pidiendo un rescate de quinientos ducados, en lugar de los cincuenta que solían por un soldado como él. Su familia tardó muchos años en reunir trescientos, la orden monástica que gestionaba los rescates puso el resto. Justo en el último minuto, cuando Miguel estaba ya encadenado como galeote a una galera turca y a punto de partir a Constantinopla, de donde no hubiera regresado nunca.

Su vuelta a la península no fue fácil. Nada más llegar, la Inquisición inició un proceso por sodomía contra él. Un religioso, que también estuvo cautivo en Argel, aseguró que Miguel había tenido amoríos con moros, algo bastante común. Los piratas llevaban en sus barcos «mujeres barbadas», y tenían preferencia por los prisioneros extranjeros. Algunos cervantistas plantean la pregunta de si Miguel no se salvaría tantas veces de ser ejecutado, algo poco frecuente, gracias a tener un amante argelino. De los inquisidores se salvó con una argucia legal, un documento notarial donde otros cautivos juraron que el tal Saavedra se había comportado acorde a los principios cristianos en Argel.

En los siguientes años alternó una incipiente carrera como escritor con los ruegos repetidos a la corte de Felipe II de que le premiaran de una vez por su comportamiento en Lepanto, batalla de la que ya no se acordaba nadie. Para peor, Juan de Austria y el duque de Sessa ya habían muerto. Y mientras, la orden de rescatadores le apretaba con la deuda de doscientos ducados, amenazando embargar los bienes de su familia si no les pagaba.

Fueron tres años en los que escribió como un galeote para conseguir dinero. Veinte obras teatrales, de las que solo conocemos el nombre de diez, y conservamos dos. Su novela pastoril La Galatea, con la que se unió al género de moda. Sus ingresos con la literatura apenas superan los cien ducados anuales. El sueldo de un barrendero madrileño entonces era de cincuenta. Al final de este período, por fin recibe un cargo oficial, el de comisario de abastos. Durante el tiempo que le duran ese y otros dos cargos públicos, trece años, deja de escribir.

Y comienza la parte más insulsa de su biografía. Muere su amigo de juventud Pedro Laynez, y acude a su pueblo, Esquivias, para ayudar a la viuda en una edición póstuma de sus poemas. Allí se casa con Catalina de Esquivias, una joven de diecinueve —él tiene treinta y siete—, con la que nunca tendrá hijos. Pero de cuyas tierras acabará viviendo, al menos en parte. Primero recorre Andalucía expropiando cereales y aceite a los campesinos para la Armada Invencible. Es decir, se los compra a la fuerza al precio que pone el rey, inferior al real de mercado. Luego es nombrado proveedor de galeras, más o menos lo mismo, y más tarde recaudador de impuestos.

Esta vida termina con su encarcelamiento debido a un juez corrupto que quiere ser sobornado. En un trámite habitual y no penal, los funcionarios de palacio reclaman al recaudador Cervantes una pequeña cantidad que le resta entregar de los tributos. Un ajuste contable, vaya. Pero el juez, para recibir un soborno a cambio de su liberación, le reclama la cantidad total, seis mil ochocientos ducados, y lo encarcela. Miguel se niega a pagar el soborno, apela al rey, y no solo le dan la razón, obligan al juez a liberarlo. Pero como todo tarda tanto con la burocracia del Siglo de Oro, pasa seis meses en la cárcel.

Cuando sale es un hombre de cincuenta y uno, desengañado, viejo, harto de todo. Escribe un soneto a la muerte de Felipe II, donde habla de su decepción. El rey que tanto prometió para su imperio no dejó nada, ni bienestar para los ciudadanos del reino ni para quienes le sirvieron, como él. Con su hijo Felipe III no tiene oportunidades en la corte. Su vida laboral ha terminado. Regresa a Esquivias, donde se convierte en ese hidalgo rural que tanto se parece al Alonso Quijano en El Quijote. Ve nacer el éxito de la nueva novela picaresca, un invento moderno que le parece horrible. Hay que recuperar, piensa, el sentido moral de la literatura, su valor de ejemplo, no alabar al superviviente que sale adelante entre la corrupción y la ineficiencia españolas. Y entonces comete el mayor acierto y a la vez el mayor error de su vida. Su verdadera gran cagada. Escribe la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, una autoficción donde se cachondea de sus propios sueños y aspiraciones, de ese soldado de Lepanto convencido de los proyectos megalómanos de Felipe II, de una España quebrada, y de una vida personal en que no ha alcanzado ni la gloria ni la riqueza. Y queda convencido, durante el resto de su vida, que esta novela suya era una mierda. O al menos, una cosa menor.

Nada cabreó más a Cervantes que El Quijote tuviera tanto éxito. La gente de aquel siglo, y de toda Europa, se reía a carcajadas con las patochadas del caballero loco. La tradujeron al inglés, al francés, y con el tiempo a la mayoría de lenguas del continente. Hasta William Shakespeare copió el argumento de la Historia de Cardenio, contenida en la primera parte, para estrenar una obra del mismo título en 1613. Y serían los europeos quienes enseñasen a los españoles, más o menos hacia el XIX, el valor de la novela cervantina, que aquí ya no se tenía en mucha estima.

En el mismo año de su publicación, 1605, cuando la corte había sido trasladada a Valladolid para que el duque de Lerma diera un pelotazo inmobiliario, y al agasajar a los embajadores ingleses en la plaza de toros de la ciudad, un número cómico en la arena representó el episodio de los molinos con don Quijote y Sancho encarnados en un par de actores, incluidos Rocinante como caballo viejo y flaco, y el borrico. Cervantes y Lope de Vega estaban entre el público, como escritores insignes de la corte. El autor del Quijote, más cabreado que un mono, otra vez, diciendo a todo el mundo que era mejor su novela pastoril, La Galatea. Y casi rogándoles que no lean su Quijote sino de pasada.

Al año siguiente, con la corte de vuelta en Madrid, Cervantes es admitido en las tertulias del círculo literario donde también está Lope, que le ha cogido bastante manía. Ve en Miguel a un viejo cascarrabias que siempre está en contra de la modernización de los géneros, abanderada por él. También le molesta tener que compartir el fervor de los lectores con este tipo al que aplastó en el teatro, años atrás, y que ahora todo el mundo conoce por una narración cómica. Pero que, en su opinión, no tiene ni idea de escribir.

Miguel vive en la precariedad, en un piso de alquiler en el actual Barrio de las Letras, gracias a los ingresos de los bienes de su mujer en Esquivias, que también ha acabado odiándole. Tanto como para pedir no ser enterrada junto a él. Dentro del país se cachondean del anciano gruñón, seguramente cornudo porque viejo como es no puede satisfacer a su mujer, tan joven. El embajador francés que vino de visita y pidió conocerle preguntó por qué a un escritor tan señalado no le tenía la corte situado en un puesto que le permitiese escribir con holgura. La respuesta: porque así, en la estrechez, avivará el ingenio y producirá más obras como El Quijote.

Es a eso a lo que Cervantes se niega en rotundo. Se resiste a escribir la segunda parte del Quijote, por mucho que se lo pidan todos, porque se niega que esa novelilla que no es ni ejemplar, como las otras suyas, sea motivo de su fama. De hecho no remató la gran revolución de la novela moderna hasta que alguien publicó, bajo el nombre de Tomás de Avellaneda, la segunda parte apócrifa. Dicen que fue un negro literario encargado por Lope de Vega, que ya no podía más con él, pero no está demostrado. El de Avellaneda no es malo, pero no tiene la brillantez cervantina. Su mayor valor es provocar un metajuego literario dentro del verdadero segundo Quijote que eleva aún más el valor de la obra. Avellaneda hace mejor a Cervantes. De hecho su mérito es haberle obligado a escribirlo, convertirlo en inmortal.


Miguel, como escritor, es un dios. Y como hombre no puede estar más ciego para no verlo. Nunca entenderá el valor de su Quijote, y morirá cagándola en un intento de ser recordado por otra obra.


Enfermo, agotado, cada vez más pobre, con problemas renales y hepáticos, seguramente diabético, medio sordo, sin dientes, tal como se retrata a sí mismo con sorna, cree que va a morir como un escritor menor, y que pronto será olvidado. Necesitaba escribir algo que le pusiera por encima de Lope de Vega, que situase su genio en el Parnaso junto a las musas. Las formas clásicas, el pasado, pensaba, eran mejores literariamente que todas las modernizaciones de género a las que está asistiendo. Incluida la suya, la reforma de la novela. Así que su oportunidad, piensa, es volver a los clásicos.


El resultado es un bodrio. Una novela bizantina como la que llevaba haciéndose desde finales del Imperio romano. Los trabajos de Persiles y Segismunda. Su cagada final, nivel genio. Nivel dios.


Tras su muerte es enterrado deprisa. Ningún lector acompaña su ataúd, como harán los de Lope pocos años después, honrándole como a un santo. Le olvidarán tanto que ni llegarán a encontrarse sus huesos cuando los busque Ana Botella, siglos después. Los ilustrados del XVIII le despreciarán. Su profecía está cumplida. Solo los europeos nos lo devolverán, haciendo que le leamos de nuevo, al advertirnos que toda la novela occidental moderna bebe y nace en El Quijote, en cientos de lenguas distintas.

De no haberla cagado tanto, Miguel de Cervantes Saavedra, o Cortinas, hubiera sido un cortesano más, empleado en el palacio real, autor de sonetos secundarios, tan poco recordado como Pedro Laynez. Y hoy estaríamos en un mundo literario distinto porque El Quijote modificó la forma de narrar de este planeta. Qué gran cagada fue tu vida, Miguel. Qué gloriosa gran cagada.