domingo, 14 de mayo de 2023

Acis y Galatea: Fábula en tres actos (III)



Acis y Galatea gozaban su madurez. El mundo parecía bien hecho. El ajetreo juvenil se sosegó y los placeres cambiaron: reposar bocarriba en las florestas, admirar la altura de los abetos, saborear carne de venado y recrearse con la ficción. Galatea regaba las plantas con el mismo amor que dedicaba a sus alumnos, con la misma delicadeza. Las petunias alumbraban la puerta de su casa y un grosellero frondoso daba refugio a un gato silvestre. El mundo se había ralentizado, pero seguía ofreciendo delicias que la nueva edad recogía con regocijo. La Naturaleza se había adueñado por fin del pasar de los pastores, vivían en un mundo que auguraban tranquilo y susurrante, como los paisajes de Garcilaso. Las montañas se perfilaban en el futuro descanso de Acis y Galatea. Pero no. Nadie, ni siquiera los dioses más descastados previeron la maldición que se cebó contra ellos.

Galatea estaba adelgazando demasiado, sufría diarreas y gastroenteritis. No parecía nada grave, solo un pasajero malestar, una afección sin importancia. Pero no. El día 11 de mayo de 2022 Acis llevó a Galatea ante los médicos para intentar paliar esas minucias. Pero no. Ese día, sin previo aviso, sin que nadie estuviera preparado para la noticia, sin que nadie la hubiera ni siquiera imaginado, a Galatea le hablaron del fin de sus días. Le estamparon con pocas dudas que no podría ir a las montañas nunca más. Galatea era una mujer fuerte y firme. No se derrumbó ni en esas circunstancias. Mantuvo el pulso necesario para comunicárselo a Acis. Él no era tan firme ni tan fuerte como Galatea. Se hundió, cayó al suelo y cuando se levantó ya no fue ni sombra de sí mismo. Pasaron por más pruebas, por más expertos. Uno de ellos les llegó a decir que "aquí no se muere nadie", pero en cuanto Galatea abandonó la consulta, a Acis le confirmaron el diagnóstico terrible. 

Galatea se consumió en muy poco tiempo. Acis la veía envejecer por minutos, la veía debilitarse hasta extremos terroríficos. Un dios muy vengativo se había cebado con su cuerpo: la postró en cama, le arrebató el placer de la comida, el de la bebida, el de regar las plantas, el de ver las montañas, el de escuchar relatos de ficción. Acis se desvivía por aliviarle la convalecencia, pero no hubo manera. Cuando la mano de Galatea se quedó rígida entre los dedos de Acis, después de dos meses y medio de sufrimiento, él se derrumbó, la besó, la vio inmóvil, sin alma y al tentarse el cuerpo no se lo notó. Vio huir a la Naturaleza a través de sus labios, vio cómo se apagaba su fortaleza, como enmudecía el canto de los pájaros, cómo se marchitaban las petunias. 

Un día, cuando Acis deambulaba sin rumbo por los bosques, con la desesperanza de que nunca volverían a iluminarse, se encontró a una cajera de supermercado que le ofreció una planta. Se llama Galatea le dijo. Levantó la vista de sus zapatos y la vio allí con las hojas erguidas, firmes, verdes, con la vitalidad que él esperaba de ella. La compró con mucho gusto, la llevó a casa, la regó y espera a la tarde para contarle alguna de las historias que había arrumbado el día que a ella se le enfriaron los dedos. Galatea se despereza, levanta sus hojas y las dirige hacia el techo, entusiasmada, maestra. Acis sonríe por primera vez en mucho tiempo.      

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