martes, 21 de febrero de 2023

Nápoles III: "Margarita y un napolitano aragonés"


 

¿Qué ofrece más peligro en Nápoles, la camorra o los motorinos de reparto? No lo dudéis, los motorinos. He visto algunos que se lanzan de frente por el carril contrario y cuando están a punto de impactar con el coche que va hacia ellos, lo esquivan balanceando la moto a uno y otro lado. No me extraña que haya imágenes de pilotos en los escaparates y que compitan en popularidad con Maradona. Una vez que te acostumbras al peligro, es un entretenimiento ver cómo son capaces de pasar entre un camión de cerveza y un todoterreno por un hueco imposible a velocidad de escándalo.

De los muchos entretenimientos que nos brinda Nápoles, uno importante es el del teatro. Por aquí cerca nació la Comedia del Arte y eso se palpa en el ambiente. Aquí todo el mundo improvisa; los pilotos de motorinos, los de coches, los camareros, los caseros, los pescaderos, los militares (están por todas partes) y, como no, las ratas y los traficantes. La máscara de Polichinela también compite con los pilotos de motos y con Maradona en toda tienda que se precie. Se aproxima el Carnaval y en Nápoles se celebra por todo lo alto. Los vendedores ambulantes ofrecen pequeños cuernos rojos (cornicello) con los que remediar la falta de dinero, contra el mal de ojo y también para paliar la impotencia sexual. 

Paseamos por las callejuelas del barrio de los Españoles. Están atestadas de gente y de puestos de mercado. Las cigalas y el rape se mezclan con las tripas de vaca, quesos pantagruélicos, bragas de segunda mano, dulces árabes y pizzas de todos los tamaños. Es una algarabía, un zoco oriental. Callejuelas del barrio de los Españoles, poco recomendadas en las guías, llenas de basura, comida, gritos y vida, mucha vida. Que estamos en este barrio nos lo certifica uno de los vendedores: al identificarnos, nos llama emocionado, "¡españoles!, los napolitanos también somos españoles, mira, mira -se señala un escudo en la manga-, el escudo real de Aragón, ¡viva el rey!". No sabemos a cuál se refiere, si a Carlos III, al emérito o al vigente. Es un placer comprobar que hay ciudades europeas que todavía conservan su sabor, sus olores, a pesar de todos los inconvenientes. La gente es amable, dicharachera, dispuesta a dirigirse a ti sin ninguna traba social. 

En el puerto el aspecto de la ciudad cambia. Las fachadas de los hoteles caros sí las han remozado, deslumbran, después de ver la cochambre del barrio del que venimos. Y ya parece que nos falta algo. Es cierto que disfrutamos de una taberna al sol, con vistas espectaculares al Vesubio y a la Bahía, pero echamos de menos el bullicio. Lo compensamos en parte con una pasta fresca sabrosísima. Por la tarde nos espera, por fin, el "funiculí-funículá". Baja y sube de la Vía Toledo a lo más alto de la ciudad, hasta un castillo fortaleza, San Elmo, tan sólido como anodino. Las vistas, eso sí, son envidiables. Nápoles ha dado poca opción a la naturaleza. Otra vez el Vesubio amenaza con su copa recortada, allá, al fondo, donde se pierden las luces de la ciudad. 

Hay mono de callejuela y optamos por volver en taxi. Enseguida la jauría del tráfico napolitano nos envuelve en un periplo de navegantes. El taxista, muy juicioso, nos explica su técnica para no volverse loco: "Hay que tener ojos en todos lados y olvidarse de los semáforos. Los más peligrosos, los inconscientes son los repartidores en moto. Me esperan mi mujer y mi hija (habla como si su salida diaria fuera una travesía por el océano) y juega el Nápoles contra el Sasiolo".  Justo en ese momento se nos abalanza un jinete del diablo, parece que se va a comer el coche, pero no, gira inverosímilmente hacia un espacio que no existe. 

Otra vez en el laberinto, de noche, cada vez más gente bulle entre los adoquines, las losas, los palacios y los grafitis. Hemos vuelto a la ubre materna, al lugar de la vida, al infierno. En el restaurante jugamos a adivinar cuál es la camarera operada, porque sí, en todos los sitios de comidas donde hemos parado había una chica con retoques un tanto extravagantes. Y sí, la encontramos también. De todas formas, siguen siendo cercanas y afables, con y sin retoques. 

Los días son tan intensos como el viaje de Dante, a quien volvemos todas las noches y le rendimos pleitesía. Margarita, la rata, también lo hace.    

viernes, 17 de febrero de 2023

Nápoles II: "Pompeya, Sorrento y los contrastes de Nápoles"

 


¿Quién, cuando ha viajado y ha llegado de noche a un lugar desconocido, no ha tenido la sensación de desasosiego, de intranquilidad, de desorientación? Yo creo que nadie, salvo algún iluminado, se siente seguro ante un paisaje nocturno totalmente nuevo. Lo curioso es que cuando amanece en Nápoles y bajamos a la calle, la sensación sigue siendo la misma que por la noche. Nuestra acomodada posición de burgueses hace que nos acongoje esta ciudad caótica, sin control, de tráfico desmesurado, anárquica, insegura. La sensación es similar a la que producen las películas de Haneke. La basura sigue desparramada por las calles; los adoquines, dispuestos en marejada, cimbrean los autos que navegan sin concierto en un mar descabalado; Dante sigue allí, en lo alto del pedestal, como un guardia urbano al que nadie atiende. En unos soportales se alinean mantas y cartones de indigentes, mientras unos hombres con chalecos reflectantes y mangueras intentan echarles a golpe de agua. El pescado se expone en plena calle, sin miedo de que salten al proceloso mar que los rodea. Cruzar la calle es un ejercicio de riesgo extremo, aquí querría yo ver a los que se lanzan con parapente o alardean de tirarse por un puente atados a una goma. 

El caos llega también a las plataformas digitales con las que tenemos que sacar los billetes de tren para ir a Pompeya. Tras varias tentativas conseguimos entrar en uno. Como todo por aquí, atestado de gente. De entre los rostros que pueblan el vagón, destaca el de una muchacha de pelo negrísimo y ojos de un verde eléctrico. Un rostro italiano, displicente, desafiante, de una belleza sobrecogedora. Su ademán de diosa clásica me atemoriza. Está de pie, con el brazo levantado, agarrada a la barra horizontal no para evitar la caída, sino para imponer su dominio. Quiero creer que esto es Nápoles, Italia: dentro de un tren sucio, destartalado, pintarrajeado, a punto de descarrilar, se esconde la más alta expresión de lo estético. 

Llegamos a Pompeya, qué os voy a contar de este lugar, nada, porque no os voy a decir nada nuevo. Esto, mejor lo consultáis en algún manual de historia o de viajes. A nosotros nos ilustra un historiador entusiasmado y eso le da un interés suplementario a los falos, a los lupanares, a las calzadas, a los mosaicos, a las mansiones, a los cadáveres detenidos en el tiempo, a los grafitis, a las barras de bar romanas, al abrumador encanto de una arqueología viva. 

Contemplamos la tarde en Sorrento, lugar de veraneo, tan diferente a Nápoles que aquí se puede uno dar el lujo de dejar la bicicleta en la calle sin candado. Avenidas limpias, de comercios asépticos, hoteles de lujo, paraíso burgués en el que no nos importaría recalar un día más, aunque, en el fondo, echamos de menos ya el caos de Nápoles, hasta a sus ratas extrañamos. Están una a cada lado de la bahía, sin embargo parece que se trate de países diferentes. Como si hubiéramos visitado Saint Tropez y Calcuta en 24 horas. 

De regreso en Nápoles nos espera un paseo nocturno por el casco viejo y una pizza de crema de pistacho. Esta ciudad sobrecoge, desarma. Solo llevamos aquí día y medio, pero algo distinto a cualquier ciudad que yo haya visitado se propone aquí. Un cartón con la imagen de Maradona a tamaño natural junto a una torre romana con columnas plagadas de grafiti es una buena muestra de los contrastes que nos asaltan en cada vuelta de esquina. La majestuosidad de sus edificios, sólidos y enormes, bellos, está arañada, rasgada por una decadencia que hubiera encantado a Valle-Inclán y a los poetas modernistas. Futbolistas y libros, motorinos y basílicas, ratas y pizzas, miedo y entusiasmo... Todo en un sorbo, como un tonificante y agresivo trago de grappa dorada.  

Nápoles I: "Virgilio, Dante y unas vecinas nos dan la bienvenida"



Volar con Iberia es como volar con cualquier otra compañía, un coñazo. Solo te queda el consuelo que el lugar adonde nos dirigimos nos emocione, nos sorprenda, nos ofrezca los placeres propios que busca el viajero. De Nápoles tengo tantas referencias cinematográficas y literarias que me parece que voy a un lugar conocido: Sofía Loren, Maradona, La mano de Dios, Gambardella, Cervantes, Mateo Alemán, Lope, Elena Ferrante, todos los cantantes italianos antiguos, "Funiculi-funicula, la ra la la la"... Los lugares desconocidos, antes de ser visitados, ya están medio construidos, solo queda por saber cómo cambiarán cuando pisemos los adoquines (porque yo imagino Nápoles con adoquines), cuando visitemos sus bares, sus trattorías, sus callejuelas, sus monumentos, sus gentes (chillando, siempre chillando), sus catacumbas, sus tripas. 

Italia siempre me ha deslumbrado. El sur, el norte, Roma, siempre Roma. A pesar de que la edad corroe los resortes de la sorpresa y la curiosidad, del viaje se espera siempre un engrasado de esos engranajes, atascados por el inmisericorde paso de los años. 

En el avión se aprecian ya los dejes de un italiano rudo, explosivo. Me gusta este idioma, me gustan Mina, Battiato, Ornella Vanoni, Gino Paoli y algunos más que no me voy a detener en recordar. Viajar a Italia es, siempre, expectativa de belleza. 

Leo El caballero de Illescas de Lope de Vega. Sorpresivamente aparece Nápoles en boca de uno de los personajes: 

CAMILO.- ¿Tan bien os ha parecido Nápoles?

JUAN TOMÁS.- Vengo admirado / de haber visto el más honrado / lugar que Europa ha tenido...

Con la última palabra que habría relacionado a Nápoles, habría sido con "honrado".

La llegada es apoteósica. Un taxista intrépido y mal afeitado nos recoge en el aeropuerto. Le gusta charlar, manejar el móvil y saltarse los cedas todo al mismo tiempo. Y lo mejor es que lo hace con total naturalidad. La ciudad, de noche, es intrigante. El taxista nos lleva hasta una corrala destartalada, un Circo Máximo desvencijado, ropa tendida y fachadas desconchadas. Según él ahí está nuestro alojamiento, pero no, en un giro satisfactorio de los acontecimientos, comprobamos aliviados que ninguna de esas fincas a punto de caer es la nuestra. No acertamos y se nos vienen encima los primeros versos de la Divina Comedia: "...en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado".  El taxista, como un Virgilio de perra gorda nos señala una puerta verde y nos abandona a nuestra suerte entre los contenedores de basura colmados. Al fin encontramos la puerta, pero no terminan las tribulaciones, el acceso al Infierno no podía ser tan fácil. Después de varios intentos, damos con el código. Entramos en un zaguán y subimos una escalera divina, los escalones no son humanos, la altura indica que por aquí solo deambulan almas del otro mundo, tan tremendas como Bud Spencer o el propio Dante. El casero nos ha preparado un bonito "scape room" de bienvenida. En la puerta señalada un candado con un código (otro) y dentro la llave, "Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera".

Una vez asegurada la cama, salimos demasiado tarde en busca de la cena. Otra vez Dante, esta vez sí físicamente, en forma de estatua, nos recibe, enorme, oscuro, y nos señala el camino para beber las primeras Peroni "por aquí se va a la ciudad divina". De vuelta al apartamento, contemplamos en penumbra la grandeza decadente de la Plaza de Dante. Unos chavales hacen "botelloni" y dos ratas como conejos pasean, abúlicas, entre las desmayadas bolsas de basura, tranquilas, encantadas. A pesar de la noche, de la suciedad, del descuido, del desvencijamiento, de que Virgilio no fuera afeitado ni acertara con la puerta, algo nos dice que este es un lugar acogedor. Una de las ratas se detiene, levanta el hocico y nos da la razón.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Situaciones traumáticas

Tres situaciones traumáticas de esta mañana. Bueno, tiene cojones que yo, después de lo vivido, tilde de traumáticas estas cosas. Como mucho debería llamarlas curiosidades o excentricidades, poco más.

Uno. Una madre me escribe un correo para justificar la ausencia de su hija en 2º de bachillerato durante una semana. Es la fiesta de los Quintos y esto, en las pequeñas poblaciones de Cuenca, es un acontecimiento parecido al Mundial de Cátar o a la pasarela Cibeles. Me da un poco de risa, pero recuerdo que la madre, hace unos años, vino al instituto para hablar conmigo y me confesó que fue casi musa de la movida madrileña de los ochenta. Me enseñó fotos con Alaska y con Almodóvar que lo confirmaban. Luego tuvo que regresar al pueblo, no recuerdo por qué circunstancia. Su periplo vale para una película del insigne oscarizado manchego, con flashbak y pasado oscuro incluidos. No me extraña que considere la falta de su hija completamente justificada. Solo unos Quintos son equiparables a una Movida madrileña. 

Dos. Un antiguo alumno de la FP Básica viene a verme en el recreo. A mí me da repeluzno porque creo que quiere volver a matricularse, pero no, me pide ayuda. Lleva un año trabajando y no aguanta más. Sus compañeros se burlan de él, cobra una miseria y tiene un horario de mierda. Yo pienso: justicia poética, pero no, intento eliminar este rencor de mi cabeza. Quiere hacer un ciclo, quiere que le deje libros, quiere salir de esa maldición del trabajo esclavo, como sea, y claro, solo se ha dado cuenta cuando ha catado la vida en crudo, sin aditivos. 

Tres. Es muy difícil hacer correspondencias entre la Blanca Paloma y san Juan de la Cruz. Lo intentamos en primero de bachillerato y casi lo conseguimos. ¿Esto es una situación de aprendizaje como manda la nueva ley, un disparate que se me ocurrió ayer o una excusa para poner música, cantar y casi bailar en clase? No lo sé. Es un misterio, me remito a Shakespeare in love.

Cuatro. Los bares, cafeterías y restaurantes de Albacete siguen estando a rebosar, a pesar de ser febrero y miércoles.

Bueno, ya son cuatro y no tres, además de no ser situaciones traumáticas, ni mucho menos. 

martes, 7 de febrero de 2023

Shakespeare y sus traductores

Leemos fragmentos de Hamlet. Estela (el sepulturero) canta con gracia al sacar de la fosa la calavera de Yorik (con más gracia que tiene la traducción). Mónica (Hamlet) habla como moribundo (y es muy creíble), porque ya ha sonado el timbre del cambio de hora y el monólogo no acaba. El "ser o no ser" de esta versión coja es difícil de trasegar para almas tan efervescentes. De todas formas, los asuntos de fantasmas, amores contrariados que acaban en suicidio, el verbo fácil y la sangre final (sobre todo la sangre) captan la atención de todo tipo de público, ya sea del siglo XVII o del XXI, ya sean viejos varados o adolescentes en desarrollo, pese al traductor y a las hojas mal fotocopiadas. Por qué utilizar palabras como "tórnanse, aléjase, arteros, cholla..." Ya sé, porque la intención última es que hagamos un ejercicio de traducción propia, una versión rural y moderna del drama. Y hacia ella vamos.      

domingo, 29 de enero de 2023

Shakespeare, Cervantes, Lope y las redes sociales

Una cuestión que me ha surgido cuando estaba viendo una serie: ¿Por qué antes de que existieran las redes sociales y las plataformas de series y películas no se escribían novelas, poemarios y obras de teatro a cascoporro. No sé, a mí solo me quedan dos horas al día para escribir, entre mierdas de Facebook, Netflix, Filmin y otras gilipolleces. Si yo no tuviera la necesidad de ver series y películas sin parar, de comentar las últimas imbecilidades en Facebook y de compartir alguna foto idiota en Instagram, tendría tanto tiempo para escribir que mis novelas tendrían mil quinientas páginas y no doscientas. Si tuviera el genio de Cervantes o de Shakespeare, no habría escrito un Quijote y algunas obras de teatro, no, habría llenado el mundo de manuscritos y los escenarios y las linotipias no habrían dado a basto. El único que me cuadra en esta composición de lugar es Lope, ese sí. Es el único que aprovechó el tiempo a conciencia, yo no sé si el resto, desde él hasta el siglo XXI, no se han tocado los cojones a dos manos y nos han dado por casualidad alguna obrilla que les ha salido en un momento de pereza. Seguro que sí.  

jueves, 19 de enero de 2023

Los jóvenes amantes



Andar, andar, andar tan rápido como uno pueda, como Buster Keaton perseguido por una locomotora, como Charlot delante de los guardias. Andar, andar muy rápido, para llegar a tiempo a la Filmoteca, para ver a Fanny Ardant, a la diosa, a esa mujer extraordinaria. Para disfrutar de lo mejor del cine francés, para derretirse con una musa de setenta años que te cautiva como una muchacha de veinte. Andar, andar muy rápido, trastabillándote en la acera, en el hielo del suelo, soportando el cierzo de la Mancha. Andar para refugiarse en el cine, en el cine de siempre, para dejarse acariciar por la ficción, por una historia romántica, de siempre, con diálogos vigorosos, de compacto argumento, de escenas líricas, sencillas. Andar para disfrutar de lo mejor del cine francés, "Los jóvenes amantes", deliciosa película, donde Fanny Ardant te devora con la mirada y la sonrisa triste de la Gioconda.  

miércoles, 18 de enero de 2023

Los barrios del extrarradio

Los barrios de casi pijos están plagados de perros de raza, gente corriendo con ropa del Decathlon y grúas, muchas grúas. Además, siempre hay cerca un gran centro comercial donde se puede comprar de todo, hasta armas de fuego -también está "La casa de las carcasas"-. En estos barrios viven muchos profesores, lo sé porque yo soy uno de ellos. Los bares suelen ser franquicias muy modernas. Camareras con cara de perro, malas formas y camareros desafiantes -los turnos interminables y los sueldos que cobran no dan para más-. Cuando paseas por estos barrios no tienes sensación de peligro, bueno, si no tenemos en cuenta el momento en el que te cruzas con un rottweiller o cuando atraviesas un paso de cebra sin semáforo. Hay que tener en cuenta que algunos conductores no son tan educados como los que vivimos en estos barrios y pueden arramblar sin reparos con un transeúnte que confíe demasiado en las franjas blancas del paso de peatones. Dentro de las casas donde viven (vivimos) los casi pijos de estos barrios, Audrey Hepburn y Nueva York suelen presidir las paredes (aunque estés en Albacete): en el salón comedor, en el altillo, hasta en la cocina. También podemos encontrarnos con habitáculos muy modernos pero poco prácticos con techos bajísimos en los que puedes romperte la crisma con mucha facilidad (yo ya cuento tres escalabraduras contra estos ingenios de la arquitectura). Eso sí, dentro de casa se oyen muy pocos ruidos, como si la gente que habitara en estas fincas estuviera muerta o casi. Es el paraíso para el hombre tranquilo, para el amante del campo y del sosiego. Os puedo asegurar que hay más escándalo en cualquier caserío en medio del monte que en estos lugares. Si sales un domingo, cuando el centro comercial cierra, ten cuidado, podrías pensar que acaba de caer una bomba atómica o que ha vuelto la pandemia.      

martes, 17 de enero de 2023

A pachas con Rosa Montero

Ayer escuché a Rosa Montero en la radio. Habló entre otras cosas de la desorientación que le produjo la pérdida de su pareja y confesó que el duelo le duró dos años. Antes fue incapaz de retomar su antigua vida. Yo no sé si me costará dos años recuperarme, pero tengo claro que no quiero volver a mi antigua vida, porque esa está arruinada. Desde el primer momento en que sufrí la pérdida de mi compañera, supe que no había opción: o me reconstruía prácticamente de cero (con la dificultad que supone hacerlo con cierta edad) o me sumía en el desánimo y en la abulia más absoluta. Empujado por los consejos de mi hija, me mudé de ciudad y he intentado, en estos primeros seis meses de dolor y desconcierto, recolocarme, tejer una nueva red de relaciones y hábitos que tenía casi olvidados. No me está yendo mal. He aceptado ya que cuando pierdes a la persona amada que te acompañaba a todos sitios, esta siempre estará contigo, siempre habitará tus pensamientos, en mayor o menor medida. 

Oigo ahora voces y leo libros con una mirada alterada, viciada por la hipersensibilidad de la muerte. La realidad en la que vivo es otra y las sensaciones son muy distintas a las que tenía antes de la pérdida. He intentado en estos primeros meses salir, socializarme en espacios desconocidos, ver cine, teatro, hasta conciertos de música. Lo hago por inercia, por intuición, por no estar conmigo mismo a solas (algo que antes buscaba insistentemente), aunque poco a poco voy recuperando el hábito de sentarme ante el ordenador a escribir en serio (la vanidad del ser humano es infinita, hasta en los trances más extremos). Aún tengo embotada la inclinación a la ironía y al sarcasmo, con las que tanto disfrutaba. Ahora la cabeza me pide realidad, sencillez, confesión (sin cura, por supuesto). 

Identificarme con Rosa Montero me ha costado poco, porque es una autora con la que siempre estoy de acuerdo ideológicamente, pese a que nunca me haya gustado su estilo literario. Utilizo artículos suyos en las clases de Lengua, a pesar de que no tenga muy buena opinión de sus novelas. Aún así, leeré la última, por delicadeza, por ese esfuerzo generoso que solemos conceder a las personas que nos caen bien.  

Me voy al cine.

lunes, 9 de enero de 2023

"Los chicos del PREU"



Dado que últimamente las redes son propicias a los críticos de cine prêt a porter, voy a animarme. Hay que agradecer a Castilla La Mancha Televisión la oportunidad de poder disfrutar lo mejor del cine español del siglo XX. La semana pasada, a pesar de los compromisos, estuve viendo Los chicos del PREU, un paradigma olvidado del neorrealismo español de los años 60. Nada que envidiar a Ladrón de bicicletas o a Roma, ciudad abierta, en absoluto, no pongamos palos en las ruedas a nuestra excelencia cinematográfica. En Los chicos del PREU se retrata a una juventud sana, guapetona, bien vestida, limpia, nada que ver con las fotos de la misma época de Cristina García Rodero (a saber dónde fue para sacarlas). Los chicos preuniversitarios de los sesenta estaban ya bien granados, posiblemente por haber repetido una y otra vez, vestían como los Hombres G, no se masturbaban (ni siquiera hablaban de ello) y cuando se besaban no se comían la boca, como mucho se acercaban los labios bien apretados. Era gente de familia bien, alguno de ellos incluso hijo de un catedrático, que, con toda decencia, suspende a su vástago y luego lo abraza. Perdonad que me quedara con poca cosa más de la película, pero es que me estaba friendo un huevo y la última vez que lo hice el aceite hirviendo me abrasó el dedo. Fue un episodio que ya conté por estos lares, pero bueno, a lo que íbamos, a la crítica sesuda de la película. Es un retrato fiel de la juventud (más o menos) española de los sesenta: próspera, culta, libre y grande. Creo que una de las chicas se queda ciega o algo así, no sé. También hay que reivindicar que Karina era nuestra Anna Magnani y Emilio Gutiérrez Caba nuestro Vittorio Gassman. Después volví a ver Amor de Haneke, vaya cuerpo se me puso. Sí, son como razas de cineastas diferentes. Se me ha olvidado citar a directores desconocidos y a películas de Irán, que siempre quedan bien en una crítica, pero ya lo haré en otra ocasión, os lo prometo.     

viernes, 30 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVII

Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento. 

Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.     

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Casa Matías en Sevilla

 La taberna Casa Matías en Sevilla tiene todo lo que uno busca cuando entra en un bar del sur. En primer lugar, una botillería envuelta en humo, polvo, e hilachas negras de telarañas, que le dan al local un sabor antiguo, muy útil para animarte a ingerir cualquier poción mientras te trasladas en el tiempo. La oscuridad del local le da un misterio especial al ambiente. No hay ni un solo guiri, los dejes del andaluz se dejan sentir en todos sus habitantes, quienes, con seguridad, llevan tantos años allí como la rebaba de la botillería. Se baila y se canta flamenco en un rincón, con toda espontaneidad, sin aparataje, ni tablao, ni preparación ninguna, fiesta popular pura. En un rincón, apoyado en la barra, con la mirada perdida y el tembleque propio de los beodos, nos encontramos al borracho oficial del local, de melena repeinada, aunque tan grasienta como el suelo de madera negra que ya pisaron los fenicios. Intenta decirnos algo, pero no puede. A su lado trajina con dos señoritas un viejo verde de unos ochenta y cinco años. Cuando las muchachas huyen, el camarero le pregunta, "¿Qué tal con las chicas, Aurelio? Me querían las dos, pero tengo demasiada potencia para ellas." Otro de los borrachos oficiales pasa detrás de la barra, descuelga un teléfono negro de 1940 y va llamando a los que beben y beben, "Quillo, ponte, que te llama la reina". Los palos cortados y el resto de las consumiciones no han sufrido el alza de los precios, ni la inflación ni Cristo que lo fundó. Lo raro es que nos hayan cobrado en euros y no en maravedíes. Antes de salir, un parroquiano nos saluda con hospitalidad oriental y nos indica dónde encontrar más locales como ese. Ha anochecido, el mundo es otro ahí afuera. Creo que si vuelvo la vista atrás, Casa Matías va a desaparecer porque ya no pertenece a este mundo de luces destellantes, franquicias y barras asépticas de metacrilato.    

viernes, 23 de diciembre de 2022

Temporada teatral de otoño en Albacete

La temporada teatral de otoño en Albacete me ha sorprendido, ha sido mucho más intensa y emocionante de lo que esperaba. Tanto la programación habitual como la Feria de Artes Escénicas han ofrecido al espectador la ocasión de disfrutar de veras del arte de Talía, algo difícil de conseguir. Muchas obras excelentes y muy pocas de baja calidad. 

Empiezo con Oceanía de Carlos Hipólito. Un intérprete magistral que lleva el texto autobiográfico de Gerardo Vera a alturas inesperadas. Su naturalidad y su actuación sin efectismos ni exageraciones es de las que hacen que acompañes al personaje sobre el escenario durante toda la representación. 

Sacristán, con su Señora de rojo sobre fondo gris, no desmereció a Hipólito. El texto de Delibes me emocionó especialmente por mi situación personal y se convirtió en un testimonio tan vivo como desgarrador para mí. 

Llegamos con las fauces chorreantes a Una noche sin luna de Juan Diego Botto y a fe que calmó la voracidad del espectador con maestría. Una representación completísima, como he visto pocas, donde la escenografía, el texto y el intérprete brillan a tanta altura que resulta difícil expresar el altísimo grado de satisfacción y emoción con que salimos del Teatro Circo. Hacer algo sobre Lorca tan original como lo que hace Botto tiene mención aparte. Había asistido poco antes al Lorca de Carmelo Gómez y más vale no hacer comparaciones.  

Y por último las representaciones de la Feria de Artes Escénicas. Gracias a Merce y a Mª Ángeles pude asistir a cinco obras. No esperaba tanta variedad y calidad, sobre todo en tres de ellas: La infamia, Tenorio y Vive Molière. Con la primera sufrimos la violencia mexicana de forma desgarradora, con la segunda me reí a rabiar y Vive Moliére es teatro en carne viva. Vaya espectáculo delirante, dinámico y atrevido. Si tengo ocasión de ir a Madrid lo volveré a ver.

El buen teatro te reconcilia con la vida, os lo puedo asegurar. Y si después se cena en compañía, el placer se multiplica por diez.    

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El contrato social

Cuando uno, por lo que sea, pierde los vínculos familiares y juveniles, se convierte en un ser anómalo. Nuestras convenciones hacen que la gente con novio o novia, marido o esposa, se cierre en su círculo de conocidos y es difícil hacerlos participar en cualquier actividad (por nimia que sea) que no incluya a sus deudos o a su grey. El verso suelto, el hombre o la mujer sin ataduras, las parejas atípicas, actúan por impulsos y se dejan llevar por cualquier fuerza espontánea que se revuelva a su alrededor. Esto conlleva riesgos, pero sobre todo una ventaja incuestionable: la vida es menos predecible, más espontánea y diversa, se conoce a más fauna y permite abrir tu mundo de manera que cualquiera puede entrar en él. Es justo lo contrario de lo que ocurre en las parejas convencionales. Resulta muy difícil, casi imposible, que en esos círculos formales ingrese nadie que no haya pertenecido a ellos por vínculos casi de sangre. 

Siempre resultan traumáticas las presentaciones de nueva gente, pero si uno se acostumbra a tratar con todo el mundo corre el "peligro" de volverse una persona más libre, más crítica y con menos prejuicios. Es violento conocer a desconocidos, sobre todo cuando uno tiene ya una edad, pero a la larga redunda en un beneficio incuestionable: el músculo de la receptividad se vuelve flexible y vigoroso, vamos, como un pilates del comportamiento social.   

jueves, 15 de diciembre de 2022

IES EVA ESCRIBANO DE MINGLANILLA

Hoy he comido mal, sin embargo me alegro. He comido mal porque la directora del instituto de Minglanilla me ha comunicado una noticia que me ha colmado de emoción y me ha desgarrado. Los compañeros de Eva, a propuesta de su equipo directivo (Virginia, Inda e Isabel), han decidido poner un nuevo nombre al centro: IES EVA ESCRIBANO. No hay homenaje mayor que este para una maestra. Sus compañeros, los representantes de alumnos y padres han decidido conceder un reconocimiento magnífico a quien entregó gran parte de su vida a la enseñanza. La tragedia del cáncer se la llevó en un suspiro y nos dejó a todos los que la queríamos desconcertados, sin norte; sin embargo, gracias a la comunidad educativa su nombre va a presidir el lugar de sus amores: la escuela.  

No encuentro mejor gratificación que quienes trabajaron contigo crean que mereces llevar el nombre del centro donde enseñaste, donde ellos conviven día a día y se desesperan y ríen y se envuelven con los alumnos en una tarea tan menospreciada como decisiva. Ser maestra era tu pasión, tu vida, tu dedicación continua. Llevabas más de treinta años con los chicos y pocas veces desfallecías. No estoy escribiendo un panegírico, estoy reflejando la realidad de lo que yo veía en casa y de lo que tú me contabas cuando salías del aula. Escrupulosa, vigilante, dedicada, entregada, amorosa, recta, laboriosa, solidaria... No voy a cargarte de más adjetivos porque parecen fabricados por tu ausencia y no es así. Te puedo asegurar que he visto a pocas maestras con tu denuedo por la profesión, muy pocas. El reconocimiento de tus propios compañeros así lo ratifica, es un galardón que ningún vate provenzal podría igualar. Eva, eras maestra y lo serás siempre, porque tu nombre es el pórtico de un centro educativo que te ha reconocido como paradigma. Gracias infinitas.