martes, 26 de diciembre de 2023

La edad de la inocencia

 


He vuelto a ver La edad de la inocencia de Scorsese. Era una de nuestras películas favoritas y hoy la he sufrido especialmente. La he visto entre continuos hipidos y escalofríos, provocados, no sé si por las propias escenas rebosantes de dulzura, intensidad y elegancia; o por los recuerdos, la melancolía y los detalles que me trasladaban una y otra vez a Eva. Las rosas amarillas, símbolo del amor imposible de los protagonistas, esas que aún tengo plantadas en la maceta de la entrada de mi casa. Los ojos verdes de Michel Pfeiffer, su belleza cristalina, su mirada alegre que esconde una tristeza inmensa, los ojos verdes de Eva. Los troncos de la chimenea desmoronándose por la ferocidad del fuego, la enfermedad salvaje. Los guantes que estorban cuando hay que acariciar la mano deseada, el placer de su blancura. La renuncia a ver a la amada cuando es demasiado tarde para revivir lo perdido. 

No hay nada en esta nueva realidad que vivo que me estremezca tanto como la recreación en el dolor y la pena a la que me somete la ficción. Nada de lo que me rodea me conmueve con tanta fuerza como los libros, las películas, la música o el teatro. Es como si mi alma estuviera anclada en el rincón de los contempladores, como si hubiera renunciado a vivir y solo la vida de los otros, las escenas de su pasión, fueran capaces de herirme, de conturbarme, de conmoverme. Una película perfecta para deshacerse.   

lunes, 18 de diciembre de 2023

Niebla


 

La tristeza es niebla ácida que lo invade todo. Ninguna luz es capaz de atravesarla. Los cuerpos se deshacen (sobre todo viejos y adolescentes), no hay horizonte. Allá, al fondo, está la esperanza de la hierba, muy al fondo, tanto que ni siquiera se atisba, pura ilusión. Cala los huesos la humedad eterna, hasta volverte líquido. Solo quiero callar, dormir, abandonarme. No veo a nadie a mi alrededor, a nadie. La bruma lo invade todo: oculta el amor, el entusiasmo, la amistad, la ilusión, la ribera. Por mucho que intento salir de las tinieblas, solo consigo dar tumbos, me golpeo contra las paredes, contra las piedras, contra las esquinas de los muebles. Las palabras no circulan entre tanta espesura, todo es silencio; el olfato murió hace mucho y el tacto ya no se estremece con las pieles nuevas. Quizá la vida era esto: esperar como lago sin orillas a la muerte, envuelto en la nada. Ser agua. Solo esto.   

martes, 12 de diciembre de 2023

Chet y los muertos



 Me dispongo a ver un documental sobre Chet Baker y, desde el principio, vuela la convicción de que el genio devora al personaje y, al no poder aguantar los espacios en los que no está creando, se entrega a la droga y a la depravación. Conforme avanza el documental (de estupenda manufactura), se impone otra idea, más común: mejor separar al personaje y su talento. Las creaciones musicales de Chet Baker me cautivan, me enamoran, igual que a todas sus mujeres. Qué trivial, qué sucio todo lo que tiene que ver con su adicción a las drogas, con el maltrato hacia alguna de sus ellas, con el desprecio hacia sus hijos y hacia su madre. En cambio, Chet se pone a cantar, con esa lírica imperfecta, sopla la trompeta y toda su maldad desaparece. Me hace llorar, me produce una sensación extrema. El problema es que siempre que se trata la vida de un genio se suele escoger a estos, a los que han sufrido una vida convulsa y fuera de orden. ¿Es que el genio no puede vivir de otra forma? ¿Es que no hay otra manera de resistir la creación de tanta belleza que ocupar los momentos fuera de la música con droga y perversión? No sé. Hay muchos otros ejemplos de vidas ejemplares, pero claro, esas no interesan porque no tienen el morbo de la biografía convulsa. Sería un fiasco hacer un documental sobre Antón Chéjov o sobre Pérez Reverte (espera, sobre este no). A todas estas, yo me había metido aquí para escribir sobre los muertos, porque Chet está muerto, aunque siga escuchándolo a través de los altavoces de última generación, igual que tantas otras, a pesar de que sigan resonando en mis oídos sin pausa. Porque la gente genial, sea por sus obras o por su vida siempre sigue sonando  

viernes, 8 de diciembre de 2023

Sevilla, Cervantes y Lope


 

Sevilla me atrae de manera casi azarosa: primero, la fijación que sentía mi padre hacia todo lo andaluz; luego, fue el servicio militar; ahora, es el lugar elegido por mi hija para vivir. Una de las novelas que escribí me llevó a Sevilla impulsivamente en su último capítulo. Con la que en este momento paso el rato, me sucede lo mismo. Paseo por la ciudad con la vista puesta en mis personajes. Es como esas rutas que se organizan alrededor de un libro famoso (o no tanto), solo que en mi caso el itinerario va dictando la trama y va configurando el carácter y las peripecias de los los protagonistas. Ayudan las conversaciones cadenciosas, dulces, líquidas del andaluz, incluso influyen en el ritmo y en el humor de los diálogos. En fin, que de esta forma se visita la ciudad con los ojos tan abiertos, con los oídos tan atentos y hasta con el olfato tan dispuesto que me parece estar a finales del siglo XVI en el Arenal, en la plaza de la Alfalfa, en el Guadalquivir, en la cárcel con Cervantes, en el corral de comedias con Lope... Lo de menos es el rigor histórico. Lo de más es que parezcan vivos, que se relacionen con desparpajo y liberalidad. Son mis compañeros de viaje, mis compadres. ¿Bebería Lope manzanilla?, la va a beber hasta caer redondo, os lo aseguro. ¿Comería Miguel chicharrones?, yo lo invito, hasta hartarse.   

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Me llamo Nadie



Estoy rodeado de gente, pero nadie sabe de mí. Yo tampoco los conozco, nada sé de ellos. Nadie me espera, nadie me busca, aquí no soy nadie y, como a Ulises, en cierta manera, mi anonimia me salva. Ahora mismo no existo para nadie, soy absolutamente transparente. Veo grupos familiares, de amigos, yo observo con suficiencia, con desapego, porque no pertenezco a nadie, porque nadie me busca, porque no hay conversación a la vista que me condicione. Las luces de Navidad me hacen sonreír, me dan grima, me repelen. Solo hablo con la camarera por absoluta necesidad, ella me da la vida, la cerveza. Es una sensación perversa: no pertenecer a nada, ni a nadie, ni esperar que nadie piense en ti. No esperar abrazos ni consuelos ni siquiera saludos. Nada. Libertad absoluta o soledad indigesta, cualquiera sabe. No estoy en ningún sitio, no estoy, no soy. O eso parece, hasta que la camarera, diligente y real, anuncia, “aquí tienes la oreja” y me encuentro con mis vicios. Y ahora, dime, ¿esto es un poema? No, cualquier texto que contenga las palabras “oreja” y “Navidad”, no es un poema.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Un hombre desastrado

 


Soy un hombre desastrado, eso lo sabe mi madre y todo aquel que me conoce un poco. Desastrado mentalmente, es decir, que aquí dentro hay poco orden y concierto, o sea, que mi cabeza es un sindiós. La desgracia ha ayudado un poco, pero yo ya era así. Ayer, sin ir más lejos, fui a echar aceite al coche, porque me lo pidió la máquina, y grande (o no tanto) fue mi sorpresa al ver que el depósito no tenía tapón. El motor estaba negro, con chorreones por todos lados. Se lo llevé al mecánico y me dijo que no había salido ardiendo por puro milagro. Así soy yo, amante del riesgo y del peligro aventurero. A mí no me hace falta ir a Camboya ni a ningún país africano, ni siquiera a Jerusalén. Mi cabeza me compone las aventuras más arriesgadas sin contratarlas de antemano. Ninguna agencia de viajes, por muy moderna que sea, te puede ofrecer actividades tan excitantes como la de conducir un coche que asperja aceite o montar de noche una bici sin luces con algunas copas de más o poner la cabeza bajo una barra de párking cuando está cayendo o agotar la batería del móvil cuando te va el alojamiento en ello o equivocarte en el día de subir a un tren en Valladolid o dar clase a adolescentes o alternar con gente de cuestionable salud mental... Sí, soy un hombre desastrado, no lo comentéis por ahí, no está de moda ser sincero.    

martes, 28 de noviembre de 2023

Gnomeo y Julieta

 


Todavía no he empezado con Shakespeare en Literatura Universal y las alumnas ya están planteando nuevas miradas hacia las obras del bardo. Ayer, gracias a ellas, descubrí la película de animación, Gnomeo y Julieta, impagable documento. Una de las chicas me mostró algunas escenas y contó el argumento, maravilloso. Todo termina bien y los disparates son para enmarcarlos. Por supuesto, los protagonistas son gnomos: los Montesco, con capuz rojo; los Capuleto, con capuz azul. No tengo palabras (eso nunca lo habría dicho William, aunque él nunca tuvo la suerte de ver Gnomeo y Julieta). Esto ha superado todas mis expectativas. Los clásicos están vivos, muy vivos, tan vivos que uno de los Montesco (recordad, capuz rojo) lleva triquini, como los ingleses en Benidorm. Ella, Julieta, es una especie de guerrera ninja y el ama es una rana. ¡Ah!, y la música es de Elton John. ¿Hay quién dé más? No se me cuece el pan esperando a llegar al teatro barroco, no sé si voy a poder aguantar, lo mismo me salto la Edad Media y el Renacimiento, o, espera, también tengo la vida de Petrarca contada por verduras. No hay que precipitarse.   

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Espantos

 Casi siempre estoy de acuerdo con Dragánov en casi todo, ese escritor búlgaro al que asesiné hace unos años. En casi todo, porque a veces no estoy de acuerdo conmigo mismo. Dice Dragánov que le dan miedo los iluminados. A mí también. Temo a esa gente que habla en nombre de un colectivo, de una patria y, sobre todo, me dan miedo los que hablan en nombre de un dios. 

Me causan repeluzno esos hombres que, cuando vociferan e insultan en los campos de fútbol, lo hacen en nombre de su equipo, de una institución que está por encima de los individuos, de un club que amalgama los sentimientos de sus miembros y les hace convenir en todo, mientras se defienda el nombre de sus colores, de la patria chica, de la aldea a la que representan. 

Me enfadan esas mujeres que se erigen en portavoces ultraterrenas del feminismo y se escudan tras esta, la más justa de las luchas, para defender sus intereses personales, sin pensar en el flaco favor que infligen a la batalla legítima por los derechos de la mujer, oprimida desde el principio de los tiempos por el macho poderoso. 

Me espantan esos espantajos que creen poseer el espíritu de la patria y proclaman el odio hacia todo aquel que no "piense" igual, porque en ellos reside el espíritu de la nación, la esencia de los valores primigenios. 

Me aterran los sacerdotes y los predicadores que dicen hablar por boca de sus dioses (los únicos verdaderos) y anatematizan a diestro y siniestro y hacen apología de su Dios hasta convertirle en un arma mortífera e infernal. 

Me intimidan, me aterran los iluminados, porque son peligrosos, porque han causado todas las guerras que conocemos, porque son proselitistas del odio y desconocen el diálogo, el racionalismo, la tolerancia y el principio de humanidad. Me espanto de mi condición de hombre y de mis atributos.         

martes, 14 de noviembre de 2023

El jardín de las delicias



 Ahora, soledad, desconcierto. Antes, sosiego, abulia. Mucho antes, entusiasmo, furor. 

El salón en penumbra, Melancolía de Lars Von Trier en la pantalla, una novia insatisfecha, enferma emocionalmente, obsesionada con los cometas que pueden destruirla, abatida por los rituales. Pájaros muertos caen desde el cielo, como hojas de otoño. El sofá vacío, con la ausencia aún estampada en los rincones. 

El salón vivo, sin preocupaciones, entregados a las ficciones y a los planes de viajes. El sofá es nuestro coche cama, confortable y tranquilo.  

El salón, destartalado; el sofá, hogar del sexo; los gatos rondando alrededor de la estufa; jóvenes, como nosotros, golpean la puerta para invitarnos a la fiesta. 

El ánimo apresado por el terror vivido, por la muerte, por la ausencia. Solo el móvil y la ficción ofrecen refugio. 

El dulce pasar de la madurez compartida; la dulce confianza de la convivencia; una tortilla de patatas, felicidad de la noche. Los Pirineos como horizonte.

El espíritu encendido de la juventud, las fuerzas intactas, el entusiasmo en la nuca, las yemas de los dedos bullen con la piel eléctrica. 

Al final, el parto, la hija que rompe las lindes del antes y el mucho antes. Solo ella consuela el ahora.

 Los tres actos de la función, las tres jornadas de la comedia, el tríptico de El jardín de las delicias.  

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Duermevela

 


Me acuesto solo. Entro pronto en un sueño plácido, esponjoso, hasta que un vaivén del colchón me deja aturdido, en duermevela; hasta que noto un brazo que me abraza los hombros, amorosamente, con cariño; hasta que una voz me susurra al oído: "No te preocupes, estoy bien". Me espanto, quiero despertar, quiero abrir los ojos, pero no me atrevo. Por fin puedo moverme, me despierto del todo, abro los ojos, pero no soy capaz de encender la luz. Extiendo el brazo a lo largo de la cama. No hay nada o no palpo nada. Estoy solo. Cierro los ojos, pero el sueño no vuelve. La voz, esa voz de mujer sí que está allí, conmigo, esta vez desde dentro, desde no sé dónde: "No te preocupes, estoy bien". No puedo conciliar el sueño, sudo, me aparto el edredón, tengo frío, la voz resuena otra vez, como un eco sordo, acurrucado, perdido: "No te preocupes, estoy bien". Espero al día, con los ojos de par en par, sin luz, con la compañía del espanto y del consuelo. 

jueves, 2 de noviembre de 2023



Lo único que me salva es el humor. O el amor, no lo sé. Amo a los Monty Python, amo a Faemino y Cansado, amo a los hermanos Marx, amo a Chaplin, amo a Aristófanes, amo a los Coen, amo a Lope de Vega, a Cervantes, a Vonnegut, a Saunders..., amo a Rajoy. A todo aquel que me hace reír, lo amo, porque me saca de los infiernos y me salva de las brasas del verano. Por eso, en clase, cada vez intento reír más. He comprobado que el humor es el mejor medio para conectar emocionalmente con los alumnos, y de ahí a enseñar hay un tramo muy corto. No fuerzo el humor, porque debería tener las mismas consecuencias que forzar el amor, la cárcel. Están tan acostumbradas las alumnas a que el aprendizaje ha de ser un plomo serio y grave que, cuando en una clase se hace algo que provoca no solo la sonrisa, sino el descojone pleno, hay desconcierto. Primero, por lo inusual de la situación académica; luego, cuando se dan cuenta de que han aprendido algo sin ser martirizados ni aburridos mortalmente, se quedan, primero, confundidos y, después, muy satisfechos. Que conste, que a mí me pasa lo mismo. Antes no me atrevía a tanto, no sé por qué.   

martes, 31 de octubre de 2023

Jarower


 

He conseguido resolver la cuadratura del círculo, he aunado modernidad y tradición,  he fundido lo autóctono (nunca lo es) con lo extranjero (tampoco lo es nunca del todo). Y cómo, pues de la manera más sencilla posible, como se solucionan los problemas que parecen irresolubles: desde la inocencia y la espontaneidad. Ayer en casa de mi madre había una postal de la virgen (no sé cuál, se parecen todas mucho). La había dejado un tío mío encima de la mesa. Mi madre, que no ve muy bien. la encontró y la observó con detenimiento. Después del examen, con los ojos aún entornados, me pregunta: "¿Esto qué es, un "jarower"?" Yo no comprendo, "¿un qué?", "sí, hombre un "jarower" de esos de los disfraces". No podía parar de reírme, pero, al cabo de un rato comprendí que acababa de dar con una piedra filosofal. Había solucionado el conflicto que se presenta cuando se celebra la fiesta de Halloween y muchos se oponen a ella por considerarla extraña a nuestras costumbres (todos sabemos que los Reyes Magos eran de Albacete). 

Mi madre me acaba de dar la solución, cuando llegue el 31 de octubre me disfrazaré en el instituto de la Macarena o de la Moreneta o de cualquier otra virgen y, así, conciliaré estos sentimientos tan encontrados: modernidad y tradición, religiosidad y diversión. Seguro que en un ambiente tan intelectual, tan respetuoso con el humor, tan tolerante y tan habituado a la sátira, esto se va a ver muy bien. ¿A que sí, a que lo veis? Yo tampoco.      

domingo, 15 de octubre de 2023

Licenciado Vidriera


 

Tengo el cuerpo cubierto de hematomas, por eso cuando me rozo con la gente, con las paredes, con las esquinas de las mesas, siento una quemazón intensa que me hunde en la tristeza más absoluta. Tengo miedo de que me toquen, de apoyarme en las paredes, por eso ando solo, aislado del mundo y de su mobiliario: un licenciado Vidriera, un misántropo. 

No siento las huellas de la desgracia hasta que me tocan, hasta que me hablan, hasta que el recuerdo hurga en las heridas, o sea, siempre. 

Contemplo el pasar de los campos a través de la ventanilla del tren y una melancolía abrumadora me ahoga: nunca volveré a abrazar a los árboles, nuca podré morder la carne del melocotón. Las encías son las partes más delicadas de mi organismo: están hinchadas, doloridas, de suspirar abejas. No me toquéis hoy, ni nunca. 

lunes, 9 de octubre de 2023

Delicatessen I


 

El lunes no es buen día para ir de bares, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, me ha apetecido salir a un restaurante y, por mi mala cabeza, he comprendido que también se puede comer mal en Albacete, lo confirmo. Me he acercado a tres sitios conocidos, pero estaban cerrados y me he aventurado (¡qué intrepidez, qué riesgo!). Me he armado de valor y me he dicho a mí mismo, "¿cuándo has comido mal en esta ciudad?" (este es el nivel de mis monólogos interiores) y me he metido en un local ignoto (qué palabra, qué misterio).  

Al adentrarme en el salón comedor, me han dado ganas de escapar, pero soy muy pusilánime (aquí podéis poner gilipollas) y la mirada del camarero me lo ha impedido. Me siento. Frente a mí un señor mayor que ya está terminando. Al salir, me toca el hombro y me suelta un "que aproveche" ilustrado con una sonrisa sospechosa. La camarera me perdona la vida y me dice que hay menú único, sin posibilidad de elección. Por suerte, de los tres platos, me gustan dos y no me atrevo a huir. Pido vino y gaseosa para beber mientras contemplo desanimado los paisajes que adornan las paredes. Si Garcilaso los hubiera visto, nunca habría compuesto las églogas. De todas formas, me animo porque hay bastante gente. El vino está malo, hasta con gaseosa, tiene ese color ocre del metal oxidado. Además, está caliente, como la gaseosa. Por supuesto las dos botellas me las sirven a medias (hay que cuidar la sostenibilidad y no desperdiciar nada). 

Primer plato: cazuelilla de chipirones en salsa. Menos mal que es cazuelilla porque mi estómago (que es un verdadero trullo) no habría aguantado una cazuela. De segundo: arroz a banda. Tiemblo a la espera del plato. Me sirven una paellita individual, forrada de pimiento rojo. ¿Quién ha dicho que el arroz con poco tomo siempre está bueno?, mentira. Una parte es salitre puro, a la otra (bastante caldosa) le ha caído una lluvia importante de pimienta. Como mucho más de lo que desearía porque las miradas de los dos camareros me intimidan (aquí también podéis poner por gilipollas). Espero el postre, bueno, no, lo temo. Natillas. Una alegría: son de los polvos de siempre (Potax creo), sabor reconocible de los bares que frecuentaba en los ochenta. 

Por fin he terminado. Me arriesgo a pedir café (creo que llegados a este punto no llevo nada a perder). Pues sí, he vuelto a perder: un recuelo centenario con el mismo sabor que el vino y con la misma temperatura. 

Al salir, aturullado y confuso tras el pago de la cuenta, me doy cuenta de que aquello se vende como marisquería y en las vitrinas hay unas cigalas y unas gambas muy aparentes. Caigo en ese momento en que los únicos que hemos comido de menú hemos sido el señor mayor y yo. Quizás es de esos sitios en los que pedir el menú es un error de bulto, pero qué iba a hacer yo si la camarera es lo primero que me ha ofrecido. Cualquiera se atreve a pedir otra cosa. Con lo que a mí me gusta el marisco. 

Espero digerir el asunto sin espasmos y sin tener que llamar al 112. Sudores fríos ya me suben.      

Nunca

 Páncreas, pulmón, estómago, vísceras. Vísceras, que me enseñaron el significado del adverbio nunca. Nadie comprende su sentido verdadero hasta que no experimenta la tortura del vacío, hasta que no saborea la nada. Nunca es un adverbio terrorífico, una realidad definitiva, sin paliativos, nunca. Cuando el oncólogo la pronuncia, tampoco él sabe lo que significa, porque no está al otro lado de la mesa, porque no te conoce, porque, a pesar de pronunciarla una y otra vez, la usa como el poeta que ha perdido el poder de reanimar a las palabras. 

Nunca, dice Tiresias, nunca volverás a verla, nunca. Seis meses máximo o tres o dos y, después nunca estará contigo, nunca. Él, Tiresias, tampoco la comprende de veras, porque es ciego, porque es un oráculo frío, sin vísceras, porque es un personaje literario. 

Pensad en ella, pensadlo, nunca comprenderéis la palabra nunca hasta que no le arranquen las vísceras a quien os abraza, a quien os besa, a quien os revuelve el cabello con los dedos. Entonces, solo entonces, sabréis que la palabra nunca es la más espantosa de todas las palabras.