Ahora, soledad, desconcierto. Antes, sosiego, abulia. Mucho antes, entusiasmo, furor.
El salón en penumbra, Melancolía de Lars Von Trier en la pantalla, una novia insatisfecha, enferma emocionalmente, obsesionada con los cometas que pueden destruirla, abatida por los rituales. Pájaros muertos caen desde el cielo, como hojas de otoño. El sofá vacío, con la ausencia aún estampada en los rincones.
El salón vivo, sin preocupaciones, entregados a las ficciones y a los planes de viajes. El sofá es nuestro coche cama, confortable y tranquilo.
El salón, destartalado; el sofá, hogar del sexo; los gatos rondando alrededor de la estufa; jóvenes, como nosotros, golpean la puerta para invitarnos a la fiesta.
El ánimo apresado por el terror vivido, por la muerte, por la ausencia. Solo el móvil y la ficción ofrecen refugio.
El dulce pasar de la madurez compartida; la dulce confianza de la convivencia; una tortilla de patatas, felicidad de la noche. Los Pirineos como horizonte.
El espíritu encendido de la juventud, las fuerzas intactas, el entusiasmo en la nuca, las yemas de los dedos bullen con la piel eléctrica.
Al final, el parto, la hija que rompe las lindes del antes y el mucho antes. Solo ella consuela el ahora.
Los tres actos de la función, las tres jornadas de la comedia, el tríptico de El jardín de las delicias.
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