Tengo el cuerpo cubierto de hematomas, por eso cuando me rozo con la gente, con las paredes, con las esquinas de las mesas, siento una quemazón intensa que me hunde en la tristeza más absoluta. Tengo miedo de que me toquen, de apoyarme en las paredes, por eso ando solo, aislado del mundo y de su mobiliario: un licenciado Vidriera, un misántropo.
No siento las huellas de la desgracia hasta que me tocan, hasta que me hablan, hasta que el recuerdo hurga en las heridas, o sea, siempre.
Contemplo el pasar de los campos a través de la ventanilla del tren y una melancolía abrumadora me ahoga: nunca volveré a abrazar a los árboles, nuca podré morder la carne del melocotón. Las encías son las partes más delicadas de mi organismo: están hinchadas, doloridas, de suspirar abejas. No me toquéis hoy, ni nunca.
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