viernes, 30 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVII

Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento. 

Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.     

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Casa Matías en Sevilla

 La taberna Casa Matías en Sevilla tiene todo lo que uno busca cuando entra en un bar del sur. En primer lugar, una botillería envuelta en humo, polvo, e hilachas negras de telarañas, que le dan al local un sabor antiguo, muy útil para animarte a ingerir cualquier poción mientras te trasladas en el tiempo. La oscuridad del local le da un misterio especial al ambiente. No hay ni un solo guiri, los dejes del andaluz se dejan sentir en todos sus habitantes, quienes, con seguridad, llevan tantos años allí como la rebaba de la botillería. Se baila y se canta flamenco en un rincón, con toda espontaneidad, sin aparataje, ni tablao, ni preparación ninguna, fiesta popular pura. En un rincón, apoyado en la barra, con la mirada perdida y el tembleque propio de los beodos, nos encontramos al borracho oficial del local, de melena repeinada, aunque tan grasienta como el suelo de madera negra que ya pisaron los fenicios. Intenta decirnos algo, pero no puede. A su lado trajina con dos señoritas un viejo verde de unos ochenta y cinco años. Cuando las muchachas huyen, el camarero le pregunta, "¿Qué tal con las chicas, Aurelio? Me querían las dos, pero tengo demasiada potencia para ellas." Otro de los borrachos oficiales pasa detrás de la barra, descuelga un teléfono negro de 1940 y va llamando a los que beben y beben, "Quillo, ponte, que te llama la reina". Los palos cortados y el resto de las consumiciones no han sufrido el alza de los precios, ni la inflación ni Cristo que lo fundó. Lo raro es que nos hayan cobrado en euros y no en maravedíes. Antes de salir, un parroquiano nos saluda con hospitalidad oriental y nos indica dónde encontrar más locales como ese. Ha anochecido, el mundo es otro ahí afuera. Creo que si vuelvo la vista atrás, Casa Matías va a desaparecer porque ya no pertenece a este mundo de luces destellantes, franquicias y barras asépticas de metacrilato.    

viernes, 23 de diciembre de 2022

Temporada teatral de otoño en Albacete

La temporada teatral de otoño en Albacete me ha sorprendido, ha sido mucho más intensa y emocionante de lo que esperaba. Tanto la programación habitual como la Feria de Artes Escénicas han ofrecido al espectador la ocasión de disfrutar de veras del arte de Talía, algo difícil de conseguir. Muchas obras excelentes y muy pocas de baja calidad. 

Empiezo con Oceanía de Carlos Hipólito. Un intérprete magistral que lleva el texto autobiográfico de Gerardo Vera a alturas inesperadas. Su naturalidad y su actuación sin efectismos ni exageraciones es de las que hacen que acompañes al personaje sobre el escenario durante toda la representación. 

Sacristán, con su Señora de rojo sobre fondo gris, no desmereció a Hipólito. El texto de Delibes me emocionó especialmente por mi situación personal y se convirtió en un testimonio tan vivo como desgarrador para mí. 

Llegamos con las fauces chorreantes a Una noche sin luna de Juan Diego Botto y a fe que calmó la voracidad del espectador con maestría. Una representación completísima, como he visto pocas, donde la escenografía, el texto y el intérprete brillan a tanta altura que resulta difícil expresar el altísimo grado de satisfacción y emoción con que salimos del Teatro Circo. Hacer algo sobre Lorca tan original como lo que hace Botto tiene mención aparte. Había asistido poco antes al Lorca de Carmelo Gómez y más vale no hacer comparaciones.  

Y por último las representaciones de la Feria de Artes Escénicas. Gracias a Merce y a Mª Ángeles pude asistir a cinco obras. No esperaba tanta variedad y calidad, sobre todo en tres de ellas: La infamia, Tenorio y Vive Molière. Con la primera sufrimos la violencia mexicana de forma desgarradora, con la segunda me reí a rabiar y Vive Moliére es teatro en carne viva. Vaya espectáculo delirante, dinámico y atrevido. Si tengo ocasión de ir a Madrid lo volveré a ver.

El buen teatro te reconcilia con la vida, os lo puedo asegurar. Y si después se cena en compañía, el placer se multiplica por diez.    

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El contrato social

Cuando uno, por lo que sea, pierde los vínculos familiares y juveniles, se convierte en un ser anómalo. Nuestras convenciones hacen que la gente con novio o novia, marido o esposa, se cierre en su círculo de conocidos y es difícil hacerlos participar en cualquier actividad (por nimia que sea) que no incluya a sus deudos o a su grey. El verso suelto, el hombre o la mujer sin ataduras, las parejas atípicas, actúan por impulsos y se dejan llevar por cualquier fuerza espontánea que se revuelva a su alrededor. Esto conlleva riesgos, pero sobre todo una ventaja incuestionable: la vida es menos predecible, más espontánea y diversa, se conoce a más fauna y permite abrir tu mundo de manera que cualquiera puede entrar en él. Es justo lo contrario de lo que ocurre en las parejas convencionales. Resulta muy difícil, casi imposible, que en esos círculos formales ingrese nadie que no haya pertenecido a ellos por vínculos casi de sangre. 

Siempre resultan traumáticas las presentaciones de nueva gente, pero si uno se acostumbra a tratar con todo el mundo corre el "peligro" de volverse una persona más libre, más crítica y con menos prejuicios. Es violento conocer a desconocidos, sobre todo cuando uno tiene ya una edad, pero a la larga redunda en un beneficio incuestionable: el músculo de la receptividad se vuelve flexible y vigoroso, vamos, como un pilates del comportamiento social.   

jueves, 15 de diciembre de 2022

IES EVA ESCRIBANO DE MINGLANILLA

Hoy he comido mal, sin embargo me alegro. He comido mal porque la directora del instituto de Minglanilla me ha comunicado una noticia que me ha colmado de emoción y me ha desgarrado. Los compañeros de Eva, a propuesta de su equipo directivo (Virginia, Inda e Isabel), han decidido poner un nuevo nombre al centro: IES EVA ESCRIBANO. No hay homenaje mayor que este para una maestra. Sus compañeros, los representantes de alumnos y padres han decidido conceder un reconocimiento magnífico a quien entregó gran parte de su vida a la enseñanza. La tragedia del cáncer se la llevó en un suspiro y nos dejó a todos los que la queríamos desconcertados, sin norte; sin embargo, gracias a la comunidad educativa su nombre va a presidir el lugar de sus amores: la escuela.  

No encuentro mejor gratificación que quienes trabajaron contigo crean que mereces llevar el nombre del centro donde enseñaste, donde ellos conviven día a día y se desesperan y ríen y se envuelven con los alumnos en una tarea tan menospreciada como decisiva. Ser maestra era tu pasión, tu vida, tu dedicación continua. Llevabas más de treinta años con los chicos y pocas veces desfallecías. No estoy escribiendo un panegírico, estoy reflejando la realidad de lo que yo veía en casa y de lo que tú me contabas cuando salías del aula. Escrupulosa, vigilante, dedicada, entregada, amorosa, recta, laboriosa, solidaria... No voy a cargarte de más adjetivos porque parecen fabricados por tu ausencia y no es así. Te puedo asegurar que he visto a pocas maestras con tu denuedo por la profesión, muy pocas. El reconocimiento de tus propios compañeros así lo ratifica, es un galardón que ningún vate provenzal podría igualar. Eva, eras maestra y lo serás siempre, porque tu nombre es el pórtico de un centro educativo que te ha reconocido como paradigma. Gracias infinitas.       

domingo, 11 de diciembre de 2022

Reventar

Ayudan las nuevas amigas, incondicionales y entregadas (un ejemplo, Mercedes y Elena). Ayuda correr hasta perder el aliento, hasta no saber quién eres. Ayuda leer, leer a los clásicos y a los no tan clásicos. Ayuda escribir, ayuda y a veces desangra, pero ayuda. Ayuda el teatro, el cine, las artes escénicas, el espectáculo, ayuda. Ayuda, y mucho, la cerveza y el güisqui de malta, ya te digo. Ayuda la ciudad, la ciudad, el cambio, ayuda. Ayuda todo esto a ignorar diálogos como los que surgen:

-Si como mierda y me hincho a licores recios, ¿cuánto tardaré en reventar?

-Pues no sé.

-Mucho me parece.   

Consejos para un domingo por la tarde

Los domingos por la tarde son espacios que, a menudo, resultan odiosos a mucha gente. No sé por qué. Si no estáis en un erial o en medio del campo (las consejas serían otras), os recomiendo un itinerario que os conducirá, sino a la gloria, por lo menos a olvidaros del tópico de que el domingo es despreciable. Reservad en un restaurante de postín (evitad las gambas). Llevad paraguas, es imprescindible, y recorred las zonas de bares y copas más frecuentadas. El mal tiempo y el que sea domingo ayuda a que haya muy pocos sitios abiertos. En cada uno de ellos es necesario hacer una parada y probar la cerveza de la casa o un palo cortado o lo que surja. Es una selección natural, y ayuda a no tener que pensar si me tengo que meter en un sitio o en otro. Bar abierto, lugar que tengo que visitar. Una vez que hayamos visitado todos los tugurios, no queda otra opción que la de volver a casa. Una vez en el refugio, nos serviremos un güisqui caro con hielo y surgirá esta reflexión: "Joder, la copa de güisqui caro de mi casa me cuesta menos que la caña más barata". Sí, es verdad, pero hay que asumirlo. Yo opto por el circuito, otros, una vez visto el dispendio, no volverían al vía crucis. Otra cosa, cuidad lo que veis en las plataformas, porque si después de esta enseñanza, os dedicáis a ver una película de los Hombres G, el vómito de los licores ingeridos va a ser inevitable y de eso no me podéis echar la culpa.   

jueves, 8 de diciembre de 2022

"Los muertos" de James Joyce



En "Los muertos" James Joyce nos invita a asistir al baile navideño de las señoritas Morkan en Dublín a comienzos del siglo XX. Las anfitrionas, Kate, Julia y su sobrina Mary Jane, nos conducirán, muy hospitalarias, al salón donde se baila desenfadademente; se bebe güisqui, limonada o ponche caliente; se habla, se canta e incluso se discute de nacionalismo, religión y asuntos domésticos (hasta de galochas). Se vive a la luz de las lámparas de gas, refugiados de la nieve, de la intemperie. Luego cenaremos y el protagonista, Gabriel, sobrino de las anfitrionas, trinchará la oca. Será él mismo quien se encargará de agradecer con un emotivo discurso la cortesía de sus tías al invitarnos como todos los años por Navidad. Coreamos el nombre de las tres mujeres y poco más tarde comienzan las despedidas. 

Hemos disfrutado de una velada cálida, agradable, llena de las delicias y las tiranteces de una pequeña comunidad habitada por las vulgaridades mundanas de tantas otras. Y es en ese momento cuando comienza lo grandioso de este relato. Gabriel y Gretta (su mujer) abandonan la casa, y nosotros con ellos. Nos dirigimos hacia el hotel. Él, movido por un acceso de lujuria, desearía que ella se mostrara esa noche más amorosa, más cercana, pero Gretta está muy lejos de allí, su mirada triste y perdida la delata, la enfría. Gabriel le pregunta qué le ocurre y ella le cuenta una historia de amor terrible, que le sucedió en su adolescencia, en Galway. Un pretendiente suyo murió por su culpa. Estaba muy enfermo y Gretta se iba a Dublín. La misma noche de su partida él se presenta en la puerta de casa. Era una noche fría, la nieve caía lentamente. A los dos días el muchacho de 17 años muere de enfriamiento. Toda la historia la cuenta Gretta recostada en la cama. Se duerme por fin, está muy cansada, y Gabriel observa su melancolía, más allá del sueño. Gabriel llora de celos y de congoja. En la penumbra de la habitación, a través de la ventana, imagina ver la figura del joven bajo un árbol goteante. Afuera, la nieve sigue cayendo lentamente. "Su alma había alcanzado esa región en la que moran las vastas huestes de los muertos". Nieva y nieva, según los periódicos en Dublín y en toda Irlanda, también sobre la tumba del amante muerto. La nieve desciende a través del universo, sobre todos los vivos y los muertos, como cae la lluvia que canta el bufón de Lear, como se deshila la lluvia lentamente en el páramo desnudo de Albacete. En 1907 y en 2022.       

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVI

Hoy, 7 de diciembre de 2022, tendríamos que estar celebrando nuestro treinta y un aniversario de boda, pero, como se lamentaba Bécquer, "no pudo ser". Fueron más de treinta y un años juntos, muchos más. Te escribí un poemario, ¿lo recuerdas? "Dame tu mano y paseemos". Acababas de cumplir veinte años y lo celebraba con júbilo, con la esperanza de que no me apartaras de tu lado. Yo mismo cosí las hojas y le puse unas tapas de fieltro verde (el color de la locura). Eran versos infames, casi tanto como la calidad de la encuadernación, y, pese a todo, aún los conservo. Te esperé en uno de los bancos de la Alameda, donde conversábamos durante horas, nos acariciábamos, nos besábamos (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!) y nos descubríamos con ensimismamiento todavía adolescente. Cuando te regalé el poemario, me ruboricé. Era 29 de mayo de 1986. Lo escribí con mi mejor caligrafía, con esmero, sacando la punta de la lengua en cada trazo. Lo escribí con rima y métrica tradicional, con el denuedo de un amante clásico, con la torpeza de un joven desmayado. Las rimas sonaban a Miguel Hernández y retumbaba Ángel González en cada uno de los ripios. Podría haberte descrito como Dante lo hizo con Beatrice o Petrarca con Laura o Garcilaso con Isabel Freyre, porque poseías casi todas las cualidades del modelo de belleza renacentista: ojos verdes; tez pálida, casi transparente; cuello firme y estilizado y, sí, recuerdos de Botticelli; pero no, no manejaba todavía los recursos para retratarte con fidelidad literaria. Me agarraste la nuca con delicadeza (me gusta que enrosques mi pelo negro en tus dedos de maestra) y se te saltaron unas lágrimas. Todo era tan melifluo, tan inocente, tan juvenil, que me avergüenza registrarlo. Me enseñaste a besar (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!), a acariciar, a susurrar, casi a escribir. Era la fiesta de la primavera. El viento removía tus veinte años recién cumplidos, los turbaba, los hacía temblar bajo la lectura, pausada, demudada, emocionada. Los versos no merecían tanta atención, tanta dulzura, tanta admiración. Y nos besamos: ¡pongo tanto cuidado cuando te beso!            

martes, 29 de noviembre de 2022

"Dostoievski, el poder del espíritu" por Rafael Narbona



Nabokov no comprendía a Dostoievski. Opinaba que sus novelas solo eran una deplorable combinación de caos y sentimentalismo. No soportaba su fervor religioso y su exaltación del pueblo ruso. A veces, las grandes antipatías surgen de secretas afinidades u obsesiones comunes. Nabokov y Dostoievski se asomaron a los mismos abismos: las pasiones desordenadas, las miserias de la razón, la impotencia ante la vida, el tacto áspero de la muerte, el filo acerado de las ideas.

Nabokov respondió a esos desafíos con escepticismo y desencanto, buscando en la literatura el orden que no apreciaba en el universo. La belleza le parecía el único consuelo al que se podía apelar desde la razón. En cambio, Dostoievski se refugió en la tradición y la fe. Responsabilizó a Occidente de propagar el nihilismo y la desesperanza, afirmando que solo el alma rusa, fiel a las enseñanzas del cristianismo primitivo, podía ofrecer una alternativa saludable a una humanidad sumida en la angustia y el miedo.
El tiempo parece haberle dado la razón a Nabokov, pero se trata de una victoria amarga, pues el desencantamiento del mundo ha producido un infortunio colosal. El hombre ha interiorizado que solo es una mota insignificante en un cosmos frío e indiferente y no percibe otro horizonte que la nada. El refinado y cínico Humbert Humbert se mofa del Príncipe Myshkin, un "idiota" que intentó obrar éticamente y al que la historia ha vapuleado sin compasión. Los libertinos han silenciado a los santos, celebrando el placer y el instante.


La carcajada estridente del Marqués de Sade es la melodía triunfante de nuestro tiempo. Nabokov no ha cesado de coleccionar "nínfulas", criaturas tan frágiles como esas mariposas que cazaba con su red y clavaba en un cartón. En cuanto a Dostoievski, se reconoce su genio literario, pero se escarnecen sus ideas. Arrodillado ante un icono, su imagen parece tan anacrónica como las reliquias de un viejo monasterio ortodoxo.

"Si Dios no existe, todo está permitido", sostiene Iván Karamázov. El actual concepto de la ética repudia esa reflexión, pues presupone que la moral es autónoma y no necesita un fundamento sobrenatural. La autonomía es un principio líquido que abona una perspectiva relativista. Si la razón humana es la única legisladora, ¿qué impide que los valores se desplacen o inviertan según las épocas? Para los héroes de la Ilíada, rematar al adversario herido y vencido no era una abominación, sino un acto virtuoso. Aquiles se compadece de Príamo, pero no lo hace por razones sentimentales.

En el mundo antiguo, perdonar al enemigo derrotado acredita magnanimidad, grandeza, no compasión. El perdón implica poder, magnificencia. Es un lujo, casi un despilfarro. No está al alcance de los débiles. Es una prerrogativa exclusiva de los grandes caudillos. Es lo que intenta explicarle Oskar Schindler al brutal Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en la famosa película de Steven Spielberg, pero el oficial nazi prefiere continuar satisfaciendo su instinto criminal.

Nietzsche consideraba que la magnanimidad era superior a la compasión. Su filosofía es un intento de restaurar la moral de Odiseo, Aquiles y Áyax el Grande. El superhombre es magnánimo, pero no compasivo. El filósofo alemán admiraba a Dostoievski por su intuición psicológica, por su capacidad de describir el paisaje interior de un hombre atormentado, por su recreación del resentimiento, la impotencia y el nihilismo. Estaba de acuerdo en que si Dios no existía, todo estaba permitido, pero no le desagradaba que fuera así, pues pensaba que la legitimidad de la moral procedía de la fuerza y no de sentimentalismos decadentes y opuestos al sentido ascendente de la vida.

Nabokov no es un filósofo, pero comparte con Nietzsche el desprecio por la tradición judeocristiana. No piensa que el hombre sea algo sagrado. No pretende invertir los valores. Simplemente, cree que no existen. Humbert Humbert deshumaniza a Lolita sin que le estorbe la mala conciencia. En cierta manera, es el heredero del Marqués de Sade, pues interpreta la vida como juego, exceso, éxtasis. Ni siquiera está cerca de Raskólnikov, pues este mata a la usurera para liberar a su hermana de un matrimonio indigno. Lolita no es simplemente una víctima. Simboliza la destrucción de la inocencia en un entorno contaminado por la frivolidad, el hastío y el cinismo.

En Los demonios, Dostoievski también aborda el tema de la inocencia profanada, pero no desde la perspectiva de Nabokov, sino desde el prisma de Nietzsche. Stavroguin viola a Matryosha, una niña de once años —la edad de Lolita— para demostrar que puede usurpar el lugar de Dios, decidiendo sobre la vida y la muerte de los otros. No acepta ningún mandato externo, pues cree en la autonomía absoluta de su voluntad. No comete su crimen con placer morboso, como Humbert Humbert, sino con desgana y hastío. "Su malignidad —explica Dostoievski— era fría, tranquila y, si se puede decir así, racional; por tanto, la más repugnante y terrible de entre todas las posibilidades". Su regla de oro es que no existen ni el bien ni el mal. Las categorías morales solo son prejuicios. Sin embargo, no puede evitar sentir lástima por su víctima, un sentimiento que lo enloquece y acaba llevándolo al suicidio. Humbert Humbert jamás conocerá el remordimiento. Solo le aflige la frustración de haber perdido a Lolita y, lejos de quitarse la vida, asesinará a Clare Quilty, otro perverso y el hombre que le ha arrebatado a su "nínfula".

Stavroguin pertenece a esa aristocracia educada en Occidente incapaz de comprender el alma del pueblo ruso. Por el contrario, María Lebyadkin, su esposa enferma y virginal, encarna las virtudes de ese pueblo desdeñado por los intelectuales y las clases altas. Inocente y sin malicia, su religiosidad desprende una sabiduría ancestral. Para ella, "la Madre de Dios es la gran madre, la tierra húmeda".

La obligación del ser humano es cuidar y cultivar esa tierra para que proporcione frutos. Para Dostoievski, la salvación de la humanidad solo puede venir de la fe sencilla del pueblo, que inspira hermosos gestos como la de esa niña de diez años que le dio una limosna cuando se hallaba deportado en Siberia y tiritaba de frío en una estación de tren en compañía de otros condenados. Conmovida por su miseria, la niña, una pobre campesina, se desprendió de una moneda, depositándola en su mano y le dijo: "Por el amor de Cristo".

En la estepa, Dostoievski aprendió que cuando el hombre pierde toda esperanza, se convierte en un ser abyecto o muere de dolor. Hijo de su siglo, todas las dudas y vacilaciones se disolvieron con el hambre, el frío y los malos tratos. Su conversión no se debió a una convicción racional, sino a un impulso del corazón semejante al de Kierkegaard, que descartó la posibilidad de la certeza en el terreno de lo espiritual. "Si alguien me demostrase que Cristo está fuera de la verdad, y que, en realidad, la verdad está fuera de Cristo —escribe Dostoievski—, entonces preferiría quedarme con Cristo antes que con la verdad".

Nabokov detestaba ese razonamiento, pues no creía en Cristo ni en la verdad. Al igual que Stavroguin, pertenecía a la élite educada en la cultura occidental. Con Humbert Humbert no quiso desafiar a Dios, sino mostrar cómo era el mundo realmente: un teatro donde no hay reglas morales universales ni permanentes, sino juegos perversos. Como Sartre, opina que el amor es una ilusión. Solo existe el deseo, que nos cosifica. De ahí que los otros sean el infierno.

Su mirada nos deshumaniza, pues solo aspira a la dominación y el sometimiento. Lolita es el ser humano abandonado a su suerte, una criatura a la que le han despojado brutalmente de su inocencia y que ya no espera nada de sus semejantes. De hecho, acabará asumiendo el cinismo de los adultos que han abusado de ella.

Dostoievski advirtió que la razón escondía grandes peligros. Stavroguin se convierte en un violador por un exceso de racionalidad. Humbert Humbert no parece tan racional, pero en el fondo comparte la convicción de que el bien y el mal son conceptos relativos y, por tanto, intercambiables. Dostoievski, al que se lee sobre todo por sus dotes como psicólogo y su capacidad para recrear experiencias como la soledad, la locura o el desamparo, prefirió dejar de lado la razón y confiar en el poder del espíritu.

Su fe siempre soportó el acecho de la duda, como cuando contempló en Basilea el Cristo muerto de Hans Holbein y casi sufrió una crisis epiléptica, pues solo advirtió en la imagen impotencia, dolor y miseria. Sin embargo, luchó contra esa impresión y prefirió aferrarse a la idea de que Cristo realmente era el camino, la verdad y la vida.

En nuestros días, el materialismo parece haber derrotado al espíritu, pero esa victoria no ha traído paz, sino desesperación. Sartre, Camus, Cioran, no ofrecen al ser humano otra salida que la náusea, el pesimismo o el sarcasmo. Dostoievski, con su mensaje de fe y esperanza, tal vez resulte incomprensible o irritante para los que reducen la verdad a evidencias empíricas, pero aún sigue reconfortando el alma de los que no pueden aceptar la idea de que el hombre solo sea un ser para la muerte.

domingo, 27 de noviembre de 2022

"Al borde" de José Corredor-Matheos


Celebro el poemario de José Corredor-Matheos, que me regaló el amigo Matías. Palabras que reconfortan, que te reconcilian con la vida y con la poesía. Palabras desnudas, esenciales, primigenias, que muestran un panteísmo sencillo, sin aspavientos, pleno de intensidad y misticismo: 

El caminante espera

que, algún día, 

por sorpresa,

el camino 

se abra

para él.

Palabra madura y sosegada que, a pesar de no esconder a la muerte, canta esperanzada:

Luz de un relámpago.

En plena oscuridad

no hay engaño.

Y esos versos que parecen escritos para ti, para tu desazón, te arrullan y consuelan como una manta en invierno:

...El otoño otra vez,

con una sensación

de que la vida empieza cuando acaba.

No conocía a este poeta, grande solo por este libro. Al borde se titula el poemario. Leedlo despaciosamente, con sosiego. Y si por desgracia tenéis dañada el alma (quién no la tiene) os aseguro que os servirá de bálsamo, de letuario, de árnica, de todos los sinónimos que se le puedan buscar a las palabras sanadoras. Gracias, Matías. Gracias, José Corredor-Matheos. Una suerte entrar en centros de salud donde sí hay médicos.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Luces de Navidad

Nunca había asistido al encendido de las luces de Navidad en una ciudad. Ha sido una experiencia casi religiosa, emocionante, subyugante, abrumadora. He visto cosas que jamás imaginaríais, como diría un replicante cualquiera. He visto la noche convertirse en día, he visto ríos de gente extasiada por la emoción de las luminarias, he visto bailar la luz al son de la música, he visto a las tiendas de ropa engullir millares de seres humanos como si estuvieran ingresando en el paraíso, he visto robar carteras, caer babas, hincar rodillas, dejar caer móviles al suelo, miradas de LSD..., y, además, era Blas Fridéi, otra tradición milenaria que nos coloca en la vanguardia del capitalismo. Las gentes salían de las tiendas cargadas de bolsas de papel, de cajas de cartón, de satisfacción absoluta y de bolsillos vacíos. No veo mejor conjunción en los astros, ni mejor atracción para un viernes noche que asistir al encendido de luces de Navidad y a un Blas Fridéi. ¿Quién puede gozar de mayor felicidad, de mayor arrobo? Lástima que no fui capaz de encontrar al distribuidor del ácido lisérgico, solo al de cornezuelo.   

jueves, 24 de noviembre de 2022

El purgatorio es una ducha



Hoy en Literatura Universal tocaba hablar de Dante. Tampoco nos sumergimos a mucha profundidad, pero sí analizamos la estructura de su Comedia, de su Divina Comedia. Al llegar al purgatorio les pregunto si saben lo que es, y sí, lo saben, porque las monjas se lo explicaron en la catequesis con un ejemplo muy ilustrativo: "El purgatorio es la ducha". Yo, os lo aseguro, no lo había oído nunca, aunque el propio Virgilio es verdad que lava a Dante con el rocío del purgatorio. Al parecer, el purgatorio es una especie de balneario donde las almas van a depurarse. La ducha, el agua a presión, los desprende de sus pecados, de sus vicios, de sus porquerías espirituales, para entrar ya, bien limpios y lijados, en el paraíso. "La ducha, el purgatorio es la ducha", "y debíamos rezar mucho para que la presión del agua llegara a los familiares muertos que se encontraran en esa situación". 

Mañana entraremos en el infierno, ¿de la mano de Virgilio?, no, de la mano de las monjitas, porque yo no me quedo sin saber cómo es ese lugar terrorífico, según estas maestras de la imagen. Si el purgatorio es un spa, no puedo imaginar qué alegoría habrán utilizado para el infierno. Ya hablaremos de la interpretación de Dante otro día.   

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Chico Buarque y el mar



Chico Buarque suena a barcaza deslizándose sobre una tranquila bahía. No sé por qué. Muy pocas veces he surcado los mares, ni falta que hace, porque el agua en abundancia me da pánico, me estremece. Hace poco, en Cudillero, pude admirarlo en todo su esplendor. La maravilla del paisaje, las cervezas de la Chupis y la compañía entrañable de Javi se veían en cierta manera atenuadas por la enormidad de las olas. Me imaginaba a los pescadores en mitad de la marejada, alejados de la seguridad de la orilla, cabrilleando y cabalgando su fiereza con dificultad. 

El mar de Juan Ramón Jiménez no es el mío. No encuentro en él eternidad ni sosiego, todo lo contrario.  La mar solo me remite a la insondabilidad de la muerte, de la angustia. Por eso no comprendo que la música líquida de Chico Buarque, la sensualidad de sus melodías, me traslade a un mar que no reconozco, un mar, este sí, de poetas ribereños, calmo, aceitoso, sobre cuyas olas se podría bailar con ritmo sosegado, con vaivén de mulata. Y caigo en algo que he leído cien veces, mil veces, cien mil veces y que he explicado en clase otras tantas: el mar es tanto un símbolo de muerte como de vida, una contradicción en sí mismo; un monstruo que devora a sus adoradores y que, a la vez, les ofrece lo mejor de su vientre; el mar es tan traicionero como acariciador, tan zalamero como insolente. Y sigue sonando Chico Buarque y ya no está el mar, todo me suena a fútbol y a samba brasileña. Pero en el desierto no se puede jugar al fútbol ni tampoco hacer el amor con libertad.    

martes, 22 de noviembre de 2022

Volver a Shakespeare


Vuelvo a Shakespeare cada cierto tiempo, ahora con más fe que nunca, porque Shakespeare, como dice Rafael Narbona, es el poeta del caos y, para mí, el poeta del páramo. Sí, me imagino a los personajes de Shakespeare deambulando siempre en un paisaje árido, sin posibilidad de vida, sin esperanza, con un destino fijo, la muerte. Un camino desdibujado en el que solo el final trágico es evidente. Veo una tierra seca (a pesar del bufón de Lear y su lluvia constante, a pesar de las humedades del norte), una encina bajo la que cobijarse, un árbol que será arrasado por el rayo, sin remisión, en cuanto los caminantes se sirvan de su refugio. El tormento de Hamlet, la desesperación de no encontrar soluciones a la existencia, la siento más viva que nunca y, en esas analogías, veo a Shakespeare como mi autor de cabecera, el que ha sabido plasmar la tragedia humana con mayor efectividad. 

El destino es la caída en un pozo: vemos con horror a Macbeth y a Otelo, espantados de su propia crueldad; sentimos el amor sin horizonte de Romeo y Julieta o la frustración de Falstaff al constatar la ingratitud de su amigo íntimo. Shakespeare es un dios registrador, nos da fiel testimonio de lo que nos espera y no hay ninguna pluma que haya estado tan iluminada como la suya. La muerte crea un vacío, una angustia en sus personajes tan viva como si fuera cierta. Por eso veo las creaciones de Shakespeare siempre en la paramera, en el rastrojo, en una naturaleza inhóspita, sin refugio, con un horizonte tan plano y evidente como el de nuestra propia naturaleza. 

Y a pesar de todo, Shakespeare reconforta, porque aunque sus argumentos no dan respiro a la esperanza, sin quererlo, nos brindan la clave para sobrevivir: el amor por la palabra. Escarbando entre las vísceras de un cuerpo derrengado, aparece la rosa, no la toquéis, dejadla.