31 de octubre de 2022
A raíz de un artículo de Irene Vallejo, recuerdo un mito de la tradición clásica. Y me desmorono. Los sueños me llevan siempre a ella. Hoy, por ejemplo, Eva no estaba muerta, resucitaba, los médicos se habían equivocado por completo y ella se había despertado en la morgue, plena de alegría y de vitalidad. Nadie sabía cuál había sido la equivocación, pero estaba claro que no estaba muerta, que volvía a casa y volvíamos a planear nuestra jubilación.
Al despertar, tuve que cambiar la hora y, luego, amoldarme a la nueva realidad. Por suerte estaba en Bilbao y nada es como parece. Leo el texto de Irene Vallejo y, a pesar de rememorar un mito que a mí, cuando lo conocí me pareció demasiado efectista y melodramático, se me agarra al paladar como el cruasán que acabo de engullir en el desayuno. Jupiter y Mercurio bajan al mundo de los mortales y solo una pareja de mortales los acoge, humildes, hospitalarios. Ellos cobijan a los dioses y les dan lumbre, comida y vino (qué más puede pedir un viajero). Baucis y Filemón avivan el fuego, les ofrecen carne y unas jarras bien condimentadas, para que los extranjeros no pasen calamidades. Los dioses, agradecidos, al ver que esa pareja les entregaba todo lo que tenían para agasajarlos, se apiadan de ellos y quieren premiarlos. Les dan a elegir, les ofrecen la vida eterna, el colmo de los placeres y ellos no dudan: "Quiero morir el mismo día que Filemón" -dice Baucis. "Yo quiero lo mismo"-dice Filemón. "No quiero ver la tumba de mi compañera". Jupiter y Mercurio se sorprenden, no comprenden cómo alguien que puede elegir libremente sobre su destino, elige la muerte. A mí me resulta tan razonable que me da miedo.