7 de octubre de 2022
Hoy he vuelto a Sevilla. Ya es otoño, la canícula no te desbarata y una tarde de cobre bruñido me ha recibido con la boca entreabierta. He vuelto a Sevilla, al Callejón del Agua, a la Puerta de la Carne, al abrigo de mi hija, que me da refugio, alegría, candor y un vigor de juventud que necesito más que la comida. Las callejas del barrio de Santa Cruz, por la noche, silenciosas, limpias, amorosas, me acogen como si hubiéramos nacido aquí, como si las conociéramos desde la niñez. Abrazo por el hombro a Alma y caminamos juntos, felices, endulzados por una noche de temperatura deliciosa, sin brisa, sin el acogotamiento del sol, con la intensidad y la sencillez de la compañía necesaria. Sevilla es un huerto donde madura el limonero, un panal de turistas que pugnan por encontrar la cola más larga, un barandal de mármol desde donde se contempla un esponjoso anochecer, con manjares en sazón y flores y licor de dioses en las vitrinas. Sevilla es azulejo y piedra, soleá y romance, silencio y rompimiento de cantaor desgarrado. Sevilla es Alma y Cernuda y un poco el burlador. En Sevilla tengo ahora más aire del que puedo respirar.
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