Os iba a contar un chascarrillo sobre mi habitual tendencia al despiste. Resulta que se me olvidaron los calzoncillos en casa. Tuve que adquirir un paquete en Trieste y justo los compré debajo de una de las casas en las que vivió Joyce. No sé si esto cuenta como turismo cultural o se puede agregar a los méritos de un escritor aficionado, no lo sé. Bueno, el caso es que ya he contado la tontería, pero en realidad quería escribir sobre otro asunto mucho más serio.
Hemos encontrado en Trieste un café maravilloso, inaugurado en 1914 y frecuentado por todos los escritores que pasaron por aquí, y fueron muchos. Entre ellos, uno que todavía vive, Claudio Magris. En su novela, Microcosmos, el autor utiliza este café como eje y hasta como protagonista de su relato. En el poco tiempo que hemos estado en lo que ahora es un café-biblioteca, el sopor se ha adueñado de nosotros y nos hemos trasladado a los años 10 del siglo XX. Dos muchachos feos y con incipiente bigote eran para nosotros, Joyce y Svevo jóvenes. Los dos llevaban libretilla y parecían frikis de libro, tal y como serían seguramente los originales. Pero la fantasía se ha venido abajo cuando han pedido la bebida. Uno, Coca 0; el otro, té con leche de avena. Cuando la juventud no colabora no se puede seguir. Quién, con dos dedos de frente puede imaginar a Joyce y a Svevo pidiendo semejantes brebajes, nadie. Nosotros nos pedimos dos gintónics, tampoco es lo ideal, pero nosotros no aspiramos a imitar a escritores de época, nos puede la buena mesa y el tomahawk de ciervo (este plato es real).
El café San Marcos nos acuna, nos mece, nos transporta a la modorra menos creativa del mundo. No sé cómo los escritores venían aquí a inspirarse. Nosotros casi nos dormimos entre el silencio arrullador de sus divanes de cuero, sobre las mesas de mármol, rodeados de una decoración modernista que amaga con desvanecernos. Como dice Magris, el café es el mejor sitio donde uno puede estar porque no se está en ninguna parte. Fuera del mundo, al margen de las horas. Cafés literarios no, cafés de nana y orinal. Benditos sitios.
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