Hoy, en Literatura Universal, un nuevo espectáculo representado por las nueve alumnas que me están alegrando el curso. Apoyándonos en los métodos de la Comedia del Arte y mezclándolo con argumentos de las obras de Shakespeare, han hecho dos interpretaciones espontáneas, desternillantes y sin vergüenza (cosa muy rara en estas edades) que para sí las quisieran "Els Joglars". Es evidente que estoy exagerando (y mucho), pero estas funciones me devuelven la confianza en que se puede dar clase sin ahogar el espíritu dinámico y efervescente de los adolescentes, se puede disfrutar del aula si hay un mínimo de motivación y de interés por parte del alumnado, se puede divertir uno y divertirlos a ellos si se produce esa rara convergencia de quien quiere educar con quienes quieren aprender. El humor como vínculo mágico.
El problema es que no es muy habitual esa entrega incondicional del alumnado al aprendizaje y aún lo es menos atrevernos con el humor para acercarnos a ellos, en realidad un método tan viejo como el mundo. Es muy engorroso preparar algo distinto todos los días, pero da, a veces, tantas satisfacciones que uno no puede sino compartirlas. La comodidad de la clase magistral es, a menudo, un refugio para la pereza y no es incompatible con hacer el payaso de vez en cuando. El humor es, sin duda alguna, la mejor estrategia para conectar con el otro. Yo sin los Monty Python o sin Muchachada Nui o sin Juan Carlos Ortega o sin Faemino y Cansado o sin Los Roper o sin La cantante calva o sin la Comedia del Arte o sin El enfermo imaginario o sin La dama boba no sería el mismo. En mis circunstancias actuales, no sería nada.
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