martes, 12 de abril de 2022

Clarín y los oligarcas



A cualquiera que haya leído La Regenta de Clarín le sorprenderá sin duda el trabajo que ha hecho el escritor Ricardo Labra sobre el vilipendio y el auto de fe al que se vieron sometidos la obra y su autor prácticamente desde que salió publicada la obra. Una muestra que me ha parecido muy esclarecedora de todo el proceso fue el monumento dedicado a Clarín en tiempos de la República, en el que aparecía el busto del escritor en relieve. Los padres prohibían a sus hijos acercarse a él, el hijo de Clarín fue fusilado porque era hijo de su padre y, después de la guerra, la oligarquía ovetense colocó una cabeza de burro sobre el busto de Clarín para luego destrozar el monumento. Cualquiera que en la actualidad lea La Regenta se preguntará el porqué de dicho ensañamiento. La obra se limita a reflejar (eso sí, de forma muy verosímil) la podredumbre de una sociedad provinciana de finales del XIX. Clarín no era un agitador anticlerical ni un anarquista peligroso ni siquiera un socialista con ganas de tumbar a las clases poderosas, no, era un buen escritor. Pero el poder establecido es muy sensible ante las críticas, por muy artísticas y sutiles que sean. La Iglesia, los poderes fácticos, las instituciones públicas, podridas hasta la médula, entonces y ahora, no permitían en la época que nadie reflejara sus miserias en la palabra escrita. Hoy eso ha cambiado, no porque los órganos de poder sean distintos o menos corruptos que entonces, sino porque los oligarcas simplemente se han adueñado de de tal forma de las parcelas intelectuales de la crítica, del periodismo e incluso de las redes sociales, que la crítica, la parodia y la sátira se neutralizan con dosis continuas de idiotización y de consignas goebelianas que nos atrofian. Solo hay que ver la masiva información sobre las procesiones católicas para entender este fenómeno. Que la superstición y el fanatismo nos dominen y las televisiones participen de esa delectación en lo esotérico no es síntoma de una sociedad sana. Lo del amor incondicional por la propaganda de los órganos de poder es tan obvio que ni siquiera cabe comentarlo. Por eso les gusta salir en las procesiones. 

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