viernes, 27 de mayo de 2022

La calle y el aula



La biblioteca está en el entresuelo; sus ventanas, al nivel de la acera y, por supuesto, abiertas. Los ruidos de la calle irrumpen con violencia, como un componente más de la clase. Comentamos el peligro de decir la verdad, a raíz de la lectura de un fragmento del Rey Lear. El bufón se burla de su señor y expresa amargamente la dificultad de haberse convertido en la voz de la conciencia de los poderosos. Un martillo neumático hace vibrar toda el aula. Nos callamos, porque el estruendo es insoportable. El bufón ya no tiene nada que decir. Una alumna lee, con pausa, con sentimiento, un fragmento de La dama del alba. La muerte es una mujer y se lamenta de su destino, porque nunca ha reído. Un camión ruge y agrede el emocionado parlamento, sin piedad con la delicadeza. Hablamos del monólogo de Lady Macbeth, de la belleza de unas palabras terribles, y nos deleitamos con la interpretación de Marion Cotillard, contenida, angustiosa. El petardeo de una moto de cross destroza la escena y nos deja los oídos llenos de barro. 

Esta es la lucha de todos los días. El aula como una caverna donde se intenta encender el fuego de la belleza para calentarnos y ver las sombras del ideal. La calle como un baño frío, estrepitoso, que apaga cualquier foco de calor. La caverna no es hermética, por desgracia, los boquetes que la comunican con el exterior provocan que el martillo neumático, el camión y la moto de cross tengan más presencia que las voces de los poetas. Por eso nos preguntan constantemente, ¿para qué sirve esto? Porque el camión y la moto y el martillo neumático sí que sirven para algo.    

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