sábado, 25 de septiembre de 2021

"El suicidio como fin de fiesta" por Manuel Vicent



Había amanecido un sol radiante aquel 28 de junio de 1914 en Baden-Baden. Era la víspera de San Pedro y San Pablo y muchos burgueses austriacos habían decidido pasar el día de fiesta en ese balneario. Stefan Zweig era uno de ellos. En su libro El mundo de ayer cuenta que a la hora del té bajo los perfumados tilos del parque, una orquesta de violines y pistones hacía sonar un vals; algunos veraneantes a esa hora también apostaban en la ruleta del casino y otros ataviados con pamelas y sombreros blancos, seguidos de niñas vestidas con colores claros, cruzaban los puentecillos de hierro colado que unen los jardines a uno y otro lado del río Oos. En medio de esta perfecta armonía, de repente, la orquesta dejó de sonar. Algunos oyentes rodearon a un guardia que en ese momento estaba fijando en un tablón visible un cartel con la noticia de que el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del imperio austro-húngaro, y su mujer habían sido asesinados en Sarajevo a manos de Gavrilo Princip, un nacionalista serbio que luchaba por la independencia de su país frente a Austria. Nadie dio demasiada importancia a ese hecho, de modo que el vals comenzó a sonar de nuevo desde el mismo compás en que se había interrumpido.

También en Baden-Baden los burgueses no imaginaban la terrible carnicería que se avecinaba. Creían que la guerra sería una cuestión de cuatro días y puesto que no tenían recuerdo de ninguna contienda, como si se tratara de una aventura romántica, los jóvenes austriacos en 1914, ebrios de entusiasmo y de cerveza, gritaban por la calle y corrían a alistarse con toda prisa temiendo que la guerra terminarse sin poder hacerlo y partían al frente cargados de flores. Fue una guerra de trincheras, cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada que empezó con un vals. Pero la vida no había cambiado, excepto para los que iban al frente. En la ciudad la gente iba a los teatros, celebraba fiestas y llenaba los bares.También había amanecido un día radiante el 1 de septiembre de 1939 en la ciudad-balneario de Bath, a 150 kilómetros al oeste de Londres. Era viernes y Stefan Zweig había ido a ver un abogado para hablar de los requisitos para casarse con su secretaria Lotte Altmann. Fue atendido por un funcionario muy amable con quien programó la ceremonia para el lunes siguiente. Pero, de repente, un empleado se acercó muy alterado y les anunció que Alemania acababa de declarar la guerra a Polonia. El funcionario, como si no hubiera pasado nada, siguió explicándoles a la pareja los detalles del acto nupcial. Por la tarde llegaron las noticias de los primeros bombardeos y la radio transmitía los bramidos de Hitler mientras en la ciudad de Bath, según cuenta Stefan Zweig en sus Diarios, todo el mundo permanecía sereno e imperturbable; la gente seguía su vida con toda normalidad, ajena a la gran tragedia que se avecinaba. El escritor solo estaba afanado por los trámites de la boda, por el interés de comprar una casa para establecerse y poder escribir.

El 3 de septiembre de 1939 el embajador británico lanzó el ultimátum a Alemania y horas después Inglaterra declaró la guerra a Alemania. A Stefan Zweig le atormentaba no poder escribir en su lengua, no dominaba el inglés y además como austriaco había sido declarado enemigo extranjero, pero mientras comenzaban a caer las bombas sobre Londres su obsesión era casarse y comprar una casa. Esos días en la ciudad balneario de Bath lucía un sol espléndido. No había ninguna señal de que el país estuviera en guerra. En sus Diarios Stefan Zweig describe una excursión por las verdes colinas de alrededor en el que descubre el esplendor de la naturaleza que hace olvidar la estupidez humana. Escribe: ”Las tardes se han vuelto terriblemente tristes. Las calles están oscuras y desiertas, hay que evitar que desde las ventanas salga el más mínimo rayo de luz. No quiero pensar cuando oscurezca a las cuatro de la tarde. Además no hay cines ni teatros ni nada de nada. Recuerdo la Viena de 1914, incluso la del 1918, con la ópera, los bailes y los espectáculos, cuando se podía pensar en vivir y dormir…”.

El 6 de septiembre, mientras Stefan Zweig lee en el periódico las noticias de los bombardeos recibe la llamada de que puede casarse a las cuatro de la tarde y al mismo tiempo le llega una carta en que el señor Hundley le dice que está dispuesto a venderle la casa. Con su novia Lotte va a verla, le parece muy hermosa y decide comprarla. Después del almuerzo se afeita a toda prisa y finalmente se casa sin mucha ceremonia y toma como esposa a Lotte Altmann, mientras Cracovia había sido tomada por los nazis y Varsovia estaba a punto de caer. Nunca Bath había estado tan hermosa. El escritor recordaba el vals interrumpido bajo los tilos de Baden-Baden de aquel 29 de junio de 1914. Fin de la fiesta. Stefan y Lotte se suicidaron en Petrópolis, Brasil, en 1942.

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