En Libérame Domine Gracia Aguilar escancia las palabras, las filtra a través de un cedazo tupido para escoger solo las necesarias, las que sirvan para cauterizar heridas. Hay una intensidad sentimental tan acogedora como la mística en la que se asienta su título. El poemario empieza citando a san Juan de la Cruz ("Aunque es de noche") y no lo desmerece. La sensualidad da aroma a los versos con higueras, pan, zumo y albaricoques. La naturaleza se transforma en sabiduría y se convierte, a veces, en una poeta polaca. Gracia cuestiona la fiabilidad del recuerdo e insiste en la necesidad de perderse en la pasión, de abandonar el mundo racional. Una necesidad de embriagarse de luz. El pasado, en ocasiones, es doloroso y se reivindica la fuerza interna que nos mantiene en pie. Se desenredan serpientes y rencores. El tacto se convierte en terapia necesaria: la peluquera, la madre, Safo, la esteticién. Tres versos: "Sacudo / mi nuca estremecida / por la ternura de la peluquera". Los pájaros son caricias cálidas que nos dan cobijo en la intemperie de la carrera. Y llegamos a la cumbre, a "Mitología familiar", poema tan breve como redondo, en el que la historia íntima se cita con lo atávico. El sufrimiento de una gata vieja, nos traslada a la angustia de lo efímero, "Hoy acaricio / el tiempo que nos queda". Y reclama, "lámeme el alma", porque en este poemario se destila a partes iguales el dolor y el bálsamo. En un mundo de ritmo mecánico "masa, relleno, masa", solo la poesía se yergue como solución y hay una cierta pesadumbre por haber permanecido en el lugar de siempre, bajo el cobijo del padre, en no haber huido, en someterse a los ritmos de la necesidad. Termina Gracia con un sueño, ella, mujer desnuda, sustituye a una virgen en la catedral y todos los seres se rodean de agua y se funden con esa nueva deidad. La esperanza es luz, una luz nueva que se otea desde lo alto del fin del mundo.
"Estoy aquí,
sobre el acantilado,
Un,
dos,
tres,
Splass".
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