domingo, 29 de marzo de 2020

Me despido del apocalipsis


No es nada atractivo ser protagonista, ni siquiera actor secundario de una historia apocalíptica real, nada, nada. Así os lo digo. Nadie nos llamó para el casting del coronavirus y aquí estamos, actuando en primera línea de plató, sin haber recibido ninguna justificación por parte del director de la película. Tampoco la ha dado la seleccionadora del reparto. Nunca he querido ser actor, nunca me ha apetecido la perspectiva de morir en el escenario, ni en un plató, y menos participar en una película en la que muchos secundarios van a desaparecer o a vivir situaciones dolorosas. Prefiero ser espectador, salir de la pantalla y apoltronarme de nuevo en el sofá para contemplar las desgracias de entes de ficción y regodearme en mi abúlica realidad. Quiero escapar de las páginas de este guion macabro en el que algún autor malicioso nos ha incluido sin habérselo pedido y en el que llevamos todas las de perder, y sin satisfacción artística alguna. 
Prefiero ser lector, sí, seguir disfrutando de las peripecias del doctor Rieux en Orán, sin mancharme las manos de sangre y pus. Prefiero disfrutar, desde la distancia de siglos, de los chascarrillos eróticos del Decamerón, sin ser yo uno de los diez amenazados por la peste. Prefiero quedarme aquí, en el sillón de lectura o en el sofá, aunque me llamen ataráxico o estoico, no me importa. No quiero participar en esta película o en esta novela de peste y apocalipsis. Estos domingos eternos que vivimos los actores principales y secundarios, estos rodajes interminables yo no los había pedido. Nunca he tenido afán de personaje distópico. 
Solo he asistido una vez a un rodaje y no me quedaron ganas de volver. Lo que duró casi doce horas solo correspondía, en el metraje de la película, a siete minutos. El protagonista murió en la escena treinta y cinco veces, de maneras diferentes, pero murió; aunque, eso sí, al terminar la jornada, se levantó y se fue a casa en metro. Ahora, en nuestra actuación de secundarios forzosos, el tiempo se ha estirado como en aquel rodaje: los siete minutos son doce horas, y doce horas son... sacad la cuenta. El problema es que si mueres, no vuelves en metro, sino en furgona acristalada, y no te lleva a casa. 
Insoportable hastío. Y el director pide más y más muertos, más y más escenas terribles, más y más acciones heroicas, más y más efectismos, más y más traidores que remuevan la trama. 
Me canso, me despido, no quiero participar de esta producción de serie B. Es grosera, tediosa y sin un guion coherente. Ahora comprendo las horribles actuaciones de algunos buenos actores cuando participan en una trama cuyo director ha perdido los papeles.       

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