jueves, 10 de enero de 2019

Reflexión de invierno

La ignorancia, como siempre la ignorancia, la madre de todos los males. O no. El miedo, el miedo a perder lo que tenemos (la vida, la salud, la casa, el trabajo, el coche, el móvil, los calzoncillos de fantasía...) como acicate para acogotar al ignorante y a alguno más. Y el egoísmo, el egoísmo del burgués capitalista que acentúa aquello de que "el hombre es un lobo para el hombre". 
La clase media se asienta en la convención. La mediocridad y la ignorancia acentúan ese apego exacerbado a los principios y "valores" tradicionales. Cualquier cuerpo extraño que amenaza esa convención es primero temido, luego rechazado y, si cabe, eliminado. No es difícil comprender por qué triunfan ideologías basadas en el odio al inmigrante o en el apego fanático a la tradición, por muy rancia que esta sea. El burgués medio no quiere ser molestado, no queremos que nuestro mundo cambie porque no nos enseñan a adaptarnos a lo nuevo, sino a que lo instalado perdure. ¿Por qué en Finlandia, cuna de la mejor educación (según PISA), está cogobernando un partido ultraderechista? Sin duda alguna, por ese miedo a perder los privilegios de los ricos, por el egoísmo de no querer compartir el estado del bienestar con alguien ajeno a su cultura, o por el miedo a que cambie a causa de la injerencia foránea. No, la educación, o mejor, el concepto actual de educación, no es la panacea para que los individuos sean mejores personas, ni menos egoístas, ni menos miedosos. Finlandia, Austria, EE. UU. y otros países prósperos son una prueba de ello. En la civilización capitalista de la competencia, no cabe el débil, no cabe un intruso que no se integra en la convención establecida y, además, la conturba. Se acepta al rico, por supuesto, igual que en España el inglés y el alemán no han tenido ningún problema de integración o racismo. 
Un adolescente que desarrolle un criterio propio de la diversión o de las costumbres lo pasará muy mal si no coinciden con las establecidas. Hay que tener una personalidad muy fuerte y una consistencia mental fuera de lo común para aguantar la presión de la manada del ritual. Si a esto le sumáramos que el adolescente procede de un país extranjero y, aún más, de una cultura diferente, el proceso de socialización se volvería casi imposible (lo he comprobado en todos los institutos en los que he dado clase). Los jóvenes reproducen los mecanismos de la sociedad en la que viven, adiestrados por la familia, la escuela y el entorno. Y una sociedad burguesa en un país occidental capitalista tiene unas normas tácitas de actuación según las cuales hay poca posibilidad de convivir con normalidad si no sigues los preceptos religiosos, económicos, sociales y culturales de la comunidad. 
Lo que es todavía más preocupante es que los que nos gobiernan sean todavía más ignorantes, más miedosos y más egoístas que la sociedad que dirigen; y aprovechen el miedo, la ignorancia y el egoísmo para constituir comunidades en donde el fanatismo y la aberración serán la siembra diaria. El fruto, siempre envenenado.      

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