domingo, 11 de junio de 2017

El final de Goytisolo y el juicio fácil


Leo con estupor un artículo de "El País" sobre la situación de Juan Goytisolo durante sus últimos años de vida. Sus problemas de salud, agravados por una economía precaria, lo llevaron a un estado lamentable. Evitaba ser hospitalizado durante mucho tiempo para no frustrar el futuro de sus ahijados. No pudo renunciar en 2015 al premio Cervantes porque necesitaba el dinero. Un premio, como otros muchos, que, desde su independencia, él había criticado por el clientelismo en el que se revuelca desde hace tiempo el corrillo literario español. Y recuerdo cómo muchos articulistas y, lo que es más triste, escritores de renombre, se lanzaron a la yugular del anciano Goytisolo cuando aceptó un premio que tanto había zarandeado. 
Somos gente de juicio fácil y sentencia rápida. Parece mentira que nuestros juzgados acumulen tanto retraso. En cuanto vemos oportunidad de lapidar a cualquiera que tenga un cierto prestigio, nos desvivimos por coger la piedra con más aristas y lanzarla a la cabeza del señalado. Es una perversión, no sé si solo de nuestros días o solo de este país, pero es una perversión en auge. Lo triste, lo más triste, es que, los que deberían preservar la poca sensatez que nos queda, los poetas, los intelectuales... se hayan aficionado también a la práctica del juicio fácil y la sentencia cruel. 

La contradicción en la que incurría Goytisolo al aceptar el premio lo condujo a él a una depresión y, a algunos de sus colegas, al libelo y al placer perverso de colocarlo en el paredón. Al nómada, al exiliado permanente, al heterodoxo lo habían pillado con los pantalones bajados y los calzoncillos sucios. Tenía 82 años, pero no podían dejar pasar la ocasión. Era una oportunidad para arrastrarlo y verlo sangrar. Cuando, ahora, aparece la razón de su aceptación y se cuenta la depresión que casi lo abocó al suicidio, es todavía más sonrojante el comportamiento vengativo de algunos divos de nuestro panorama literario. 

No son tiempos de indagación, de reflexión, de opiniones reposadas, ni por supuesto, de disidencias. Goytisolo no era de los nuestros, no era de nadie. Goytisolo veló hasta el final por preservar su independencia y sus rarezas, a costa de su salud y quién sabe cuántas cosas más. Su legado, sus palabras, poco tienen que ver con las de esos otros colegas de mano nerviosa y dedo irreflexivo que comen de la mano del monopolio emergente y abrevan en las charcas de los banqueros. Ya queda uno menos y no son tantos.

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