La brillantez de la obra de Juan Bonilla
(Jerez de la Frontera, 1966) repartida por su obra en prosa y verso, ha
planteado a menudo a sus lectores una pregunta de difícil respuesta: ¿qué
tal conviven el ingenio y la hondura? En sus mejores pasos, la respuesta de la
obra de Bonilla es contundente: de maravilla. En la memoria de cualquiera
de sus lectores están esos versos suyos que han hecho que sepamos lo que pasa
cuando a la rutina se la cae la t o que la verdad ya no es más que un periódico
de Murcia. Como con casi todo, el problema está en dar con la justa medida, en
elegir, de todas las ocurrencias, solo aquellas que trascienden el chiste.
Poemas
pequeñoburgueses (Renacimiento) es el nuevo libro de poemas de Juan Bonilla
tras recopilar sus versos anteriores en Hecho en falta (Visor). La primera parte, titulada igual que
el libro, nos devuelve al Bonilla que no renuncia a buscar una sonrisa en el
lector, pero no solo una sonrisa: “Oh Insolvencia, tú sí que sabes / el nombre
exacto de las cosas”, termina el primer poema, titulado “Herencia”. Ese tono
convive con otro más grave, el de poemas como “Ya no más”, que arranca: “El
futuro pasó como una guerra / de antepasados parlanchines, / condecorados por
no ser valientes, / por no haber entrado en el combate, / no haber muerto / y
poder inventarse alegremente / la guerra en la que no estuvieron nunca”.
“Desiderata” enumera los libros que no cuenta con encontrar en librerías de
viejo: “Me moriré sin conseguirlos”. “Apuntes de bachillerato” es una
serie de poemas cuyos títulos remiten a asignaturas. “Belleza es todo
aquello / que te la ponga dura”, dice “Historia del arte” (para señores, habría
que añadir). De lo grave a lo leve transita Bonilla usando siempre un tono
llano y conversacional que deja todo el riesgo en manos de su ingenio. Todo lo
demás tiende a la contención: ni en la sintaxis, ni en la elección del
vocabulario, ni en la estructura de los poemas hay nada que se salga de lo que
uno esperaría de un poeta de aquellos que llamábamos de la experiencia. Salvo
el talento que salva con una pirueta final unos poemas que fácilmente podrían
haber acabado en lo banal.
Otra historia encontramos en la segunda parte
del libro, titulada “El día de regalo” y subtitulada “Borrador de un poema”, un
poema que volvería por sí solo a Juan Bonilla como uno de nuestros poetas
imprescindibles. El poema arranca hablándonos de alguien que inicia su día
haciendo todo aquello que detesta. ¿Por qué? “Digamos que es costumbre
familiar. / Cuando se muere un padre alguno de sus hijos / tiene que regalarle
un día, / hacer durante un día las cosas que el difunto ya no hará, / ponerse
en su lugar”. El poema avanza convirtiéndose en un entrelazado de biografía del
padre, reflexión sobre las relaciones paternofiliales y esas pequeñas
cosas que son nuestro autorretrato sin que nosotros lo sepamos. El poema es un
borrador porque espera que “algún día mi hijo lo descubra entre mis cosas, / y
piense: un día de regalo, vale, padre”, “y me regale uno de los milagrosos días
de su vida / cuando el milagro de la mía haya terminado / y corrija y termine
este poema”. Creo que ganaría limando algún exceso conversacional (“ya te
digo”, ese “qué cabrón” repetido) por su redundancia; el tono del poema ya es
conversacional, y cargar las tintas demasiado en eso reduce la tensión del
poema. Pero es un poema enorme, que no debería faltar en ninguna de las
antologías que de este tiempo se hagan.
“Cincuenta años de éxitos”, tercera parte del
libro, remeda en su título el de la primera entrega publicada de Bonilla
(entonces eran justo la mitad, 25). “Canicas en un bote de cristal”, primer
poema de la sección, es un borrador de autobiografía a base de recuerdos: “Cincuenta
años, Juan Bonilla. / Mi más sentido pésame. / Mi felicitación más fervorosa.
// A partir de este punto recomiendan / caminar siempre de espaldas / para que
el futuro se empequeñezca en el retrovisor: / tienes toda la muerte por delante”.
La ironía es un ingrediente peligroso en
poesía. Es un antídoto que impide al poeta ponerse estupendo, pero que tiene la
peligrosa contraindicación de volverlo superficial. Casi siempre Juan Bonilla
la administra con maestría, pero sin duda consigue sus mayores logros cuando usa
apenas unas gotas. Por eso poemas como “Caminas en un bote de cristal” nos
dejan una sonrisa pensativa y otros como “El día de regalo” nos conmueven y nos
cambian. Por eso Poemas
pequeñoburgueses es un título ingeniosillo, que no hace justicia a los
poemas enormes que contiene.
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