¿En el alud de artículos sobre el matonismo
en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no
definiría precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin
embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para
provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la época de
Internet, usted, ¿para qué sirve?"
El estudiante decía una verdad a medias, que,
entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y
es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo
nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en
la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la
secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e
incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones
empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.
De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima
quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y
sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época
de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas,
mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el
desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un
Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono,
sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no
sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar,
mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias
naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?
He dicho que el estudiante dijo una verdad a
medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que
hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos,
sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones,
una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera.
Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo
ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia,
es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces
también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano
de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a
Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también
transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los
transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen
en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la
información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente
puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber
aprendido de la televisión?
Pero el estudiante no le estaba diciendo al
profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión
para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es
decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados,
que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios -que
sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad
de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre
de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la
guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los
números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su
disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la
que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice
"casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o
rechazar toda esa información.
Almacenar nueva información, cuando se tiene
buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo
que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre
los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas
(aunque sean geniales).
El problema dramático es que por cierto a
veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no
en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no
sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede
ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y
juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también
puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente
lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán
y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.
El sentido de esa relación sólo puede
ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si
no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo
solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.
(Traducción: Mirta Rosenberg)
La Nacion/L'Espresso (Distributed by The New
York Times Syndicate)
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