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domingo, 5 de julio de 2015
Teatro en Almagro: "Entremeses" de Cervantes
Corral de Comedias de Almagro. Noche cerrada. Mil seiscientos y pico. El público entra al corral entre empujones, insultos y carcajadas. Las mujeres, a la cazuela; los mosqueteros abajo, junto al escenario. El obispo se frota las manos. El corral se llena y la recaudación va a ser excelente. Sube hasta el palco para ver la obra detrás de la celosía. En el patio, junto al pozo, un muchacho vende hidromiel y otro escancia agua en las calabazas a un precio muy ajustado. El alguacil ha recibido ya tres denuncias por levantamiento de bolsas. Las mujeres alborotan las alturas. No es hora habitual para comedias, todos los candiles se han tenido que encender y un humo negro atufa a los que abarrotan los palcos. La obra es de campanillas, nada menos que del autor del Quijote, el malogrado Cervantes, muerto no hace mucho. Entremeses en los que el público espera encontrar picardía, bailes, bromas recias y alguna que otra canilla al aire. Me dicen que es compañía de ley la que representa, no bululús, ni cómicos de la legua cualquiera, no. La Abadía del siglo XXI, dirigida por un tal José Luis Gómez, de buen nombre entre los del teatro. Yo la veo y la reveo y nadie me dirá que no, que no soy yo marrano, ni hijo de otro que no sea mi padre. La compañía es del siglo XXI y quien no la vea es que no es hijo de su padre o tiene la sangre más sucia que los hijos de Abraham. Entra mi vecino Lorenzo, un viejo de 70 años que acaba de casar con una niña de 15, mal de su grado.También se acercan hasta mi banco los alcaldes y secretarios de Almagro y pueblos aledaños, provistos de sus varas y sombreros. Se rumorea que hombres de mala ley, pagados por Tirso de Molina, se han llegado hasta aquí para reventar la obra y saludarla con frutas podridas, bostas y algún que otro cascote.
Comienza la función.En el patio huele a mierda de caballo y a sudor rancio de muchos días. La algarabía de la cazuela se va apagando, suenan los trinos de innumerables pájaros que no lo son. Se llena el corral de bucolismo con los silbatos que imitan el canto de la calandria, el piar del ruiseñor, el silbido del zorzal. Bailes y refranes, cantos y alegría. Esto promete diversión.
La cueva de Salamanca, primer entremés. El viejo Lorenzo se escama y se remueve en el banco al ver cómo un sacristán y su acólito ponen cuernos de más de un palmo a un confiado marido. Más bailes, cada vez más desvergonzados; más coplas, se caldea el ambiente. Un mosquetero lanza la zarpa al escenario para alcanzar la pantorrilla de una de las cómicas. El alguacil le varea la oreja y casi se la saja. Debería marcharse para la cura, pero no quiere perderse la función. Se aplica un emplasto de bosta de caballo y se apoya mareado en una de las columnas.
El viejo celoso. Lorenzo no puede aguantar más. Mira hacia la cazuela por si se hubiera escapado su mujer, encerrada bajo siete llaves. No la ve, pero ella está allí, después de haber gozado de su amante en un descuido de su marido.El viejo abandona el patio. El protagonista del entremés se parece tanto a él que no puede sujetar sus sospechas. Ya leyó algo parecido de un toscano llamado Boccaccio, y tomó sus precauciones. Por eso usaba siete llaves para encerrar a su joven esposa. Más desvergüenza, libertinaje y desenfreno. El sudor baña el canal de los pechos de las cómicas y al obispo, tras la celosía, le gustaría degustarlo. Llama a una "su sobrina" para que le haga compañía en el compartimento.
El retablo de las maravillas. Yo lo veo, ya lo he dicho, lo veo y lo reveo. Es compañía del XXI y no bululú, ni ñaque, yo la veo y la reveo. Estoy convencido que ni el alcalde de Almagro, ni los demás son capaces de apreciarlo, a pesar de sus gestos. Como dice el regidor de la obra, yo también tengo puntos de poeta y aunque se dice que el orbe está lleno de los malos, yo no quiero incluirme en esa nómina por no estar solo. Porque a ningún poeta he visto que se incluyera dentro de los malos por propia voluntad, si no era el mismo Cervantes y pienso que no lo decía con mucha sinceridad. La maravilla de este retablo finaliza con una copla dulce, popular y sencilla de Agustín García Calvo, se desvanece el público, se mueren los candiles, se aligera el vapor de las bostas.
Al salir del corral, el siglo XXI: terrazas en la plaza de los Fúcares, bebidas espirituosas, luz eléctrica y la misma algarabía que en el siglo XVII. La guardia civil patrulla por el empedrado y un rapaz se estampa con su bicicleta contra la estatua ecuestre de Diego de Almagro. Los lamentos del viejo Lorenzo se escuchan desde más allá de los siglos.
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