domingo, 19 de julio de 2015

"La revolución desde el sofá" por José Antonio Pérez

Seguro que a alguien se le ha ocurrido antes, pero lo cierto es que nunca he leído nada al respecto. Algunos seguramente lo llamarían terrorismo. Terrorismo mediático o publicitario o anticapitalista. Terrorismo perroflauta.
Lo bueno del asunto es que generaría un cierto caos económico y social sin que nadie perdiese la vida. Sin amputaciones, ni gritos, ni sangre en la acera. Lo malo es que resulta mucho más fácil de imaginar que de poner en práctica.
Para que la idea pueda llevarse a cabo, se necesitaría la colaboración de 12.000 españoles, más o menos. Pero no 12.000 cualesquiera, claro, de lo contrario sería muy sencillo. Necesitamos a los 12.000 españoles que tienen un audímetro en sus (aproximadamente 5000) casas. Esas 12.000 personas que deciden, por aquello de la estadística y la convención, qué programas ven sus 47 millones de compatriotas. Esas 12.000 personas que, con solo presionar un botón cada vez que se sientan frente a sus televisores, sostienen un negocio multimillonario.
Si, de algún modo, toda esa gente fuese persuadida para que dejase de ver televisión, se produciría un colapso inmediato en el sistema audiovisual y publicitario español. No hace falta que lo dejen para siempre; bastaría un día o dos o una semana para sembrar un considerable caos y generar unas pérdidas colosales. Los ejecutivos de televisión amanecerían con tablas llenas de ceros y nada más que ceros. Un Barça-Madrid sin espectadores,Falete en bañador saltando al vacío, Imanol Arias gritando Merche, me cago en la leche, en mitad de la nada.
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La vulnerabilidad del sistema quedaría al manifiesto. Sin audímetros, ¿cómo saber qué ve la gente cuando la gente ve televisión? Las encuestas no son fiables, porque, ante el encuestador, los españoles tienden a descubrir súbitamente su amor por los documentales y por los animales y por Jordi Hurtado. No, eso no funciona. Solo podemos confiar en los audímetros, solo ellos sirven para mantener el negocio, desde el fútbol a la campaña de Navidad. Sin los audímetros, cundiría la desconfianza en las televisiones, en las agencias de publicidad, en las centrales de medios. Y sin confianza, ya lo sabemos, los negocios se van al garete.
Todo esto es ciencia ficción, por supuesto. Me temo que sería imposible localizar a esas 12.000 personas y convencerlas de que aceptasen el juego. Aunque ellas no perderían mucho. Casi nada, en realidad. Lo único que obtienen colaborando con la empresa de medición de audiencias son unos ridículos regalos-tipo-domicilia-aquí-tu-nómina. Tostadoras, planchas, termos, ese tipo de cosas. ¿Acaso no resulta mucho más gratificante tomar parte en un colapso económico que coleccionar puntos canjeables para la Nespresso? Pasados 20, 30 años, esa gente podría contar a sus nietos y al personal de la residencia que tomó parte en un crack solo por el placer de hacer algo en la vida además de comer y dormir y sonreír forzadamente día tras día tras día. Que reventó una burbuja de billones de euros con tan solo no mover un dedo. Con solo no apretar el botón. Que inició la revolución del sofá, con el mando a distancia como única arma. Alguien lo dijo una vez: pocas cosas hay más democráticas que la televisión. 

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