No volvió Carmelino a la mesa, alterado por una luciérnaga de silicona que le cayó desde el cielo sobre su cabeza. Miró a su alrededor, pero ni siquiera vio al pakistaní que le pedía disculpas por el suceso, mientras le ofrecía el juguete. Convencido de que alguien lo seguía, se perdió entre las columnas del Panteón. Pagó Balbino la cuenta con precipitación y dolor (se había dejado media pizza sobre la mesa), cogió a su abuelo del brazo y salió corriendo tras él. Vio cómo Carmelino se introducía por una pequeña puerta en el interior del edificio. Llamó con fuerza para que le abrieran, pero solo consiguió llamar la atención de dos chicos japoneses que retozaban protegidos por la penumbra. Balbino forzó el portillo con una ganzúa y entró en el Panteón con su abuelo cogido del brazo. Por el óculo de la cúpula, un chorro de luz circular descubría cómo el capo de la mafia trepaba hasta el sepulcro del rey Víctor Manuel II. A su padre aún le duraba el síndrome de Stendhal, además, al entrar en el templo y ver el suelo de mármol en penumbra, iluminado por las estrellas, comenzó de nuevo a cantar el "Torero" de Carosone con mucha más emoción que en la plaza Navona. Carnelino, al oír al viejo, se asustó y salió corriendo por otra puerta.
Balbino subió al sepulcro de Víctor Manuel y no halló nada. Desde la altura de los casetones, se oía retumbar con más fuerza la voz de su abuelo y él también sintió ganas de llorar por la confluencia de tanta belleza y por haber dejado escapar al presunto culpable de una presunta acción contra los presuntos salvadores de almas de la presunta capital católica del mundo, por culpa del presunto padre de su madre y de su segura locura...CONTINUARÁ.
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