Hay quienes encuentran en su pareja el mejor compañero de faenas entre sábanas. Parejas que se entregan sin temor ni tapujos, quienes encuentran su perdición sexual en su compañero de vida.
Uno de ellos fue el afamado irlandés James Joyce, uno de los escritores más influyentes del siglo XX; su obra literaria suele ser un referente obligado cuando se habla del llamado modernismo anglosajón. Más allá de las obras mundialmente conocidas como Ulysses, también mantuvo una relación epistolar con su esposa Nora Barnacle. En esas cartas el autor muestra su lado erótico con palabras altamente explícitas, llenas de complicidad con su amada, con una fuerte carga de lujuria y perversión que hizo que sus descendientes las mantuvieran ocultas hasta hace pocos años.
Poco después de la muerte de su madre, James Joyce conoció a Nora Barnacle, quien trabajaba en un hotel de Dublín y de quien el también poeta se enamoró ferozmente. Fue a ella, a su dulce y pícara Nora, a quien envió correspondencia sucia en la que describía sus más oscuros deseos:
6 de diciembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín
¡Noretta mía! Esta tarde recibí la conmovedora carta en la que me cuentas que andabas sin ropa interior. El día veinticinco no conseguí las doscientas coronas sino sólo cincuenta, y otras cincuenta el día primero. Esto es todo en lo que al dinero se refiere. Te envío un pequeño billete de banco y espero que al menos puedas comprarte un lindo par de bragas, te mandaré más cuando me paguen de nuevo. Me gustaría que usaras bragas con tres o cuatro adornos, uno sobre el otro, desde las rodillas hasta los muslos, con grandes lazos escarlata, es decir, no bragas de colegiala con un pobre ribete de lazo angosto, apretado alrededor de las piernas y tan delgado que se ve la piel entre ellos, sino bragas de mujer (o, si prefieres la palabra) de señora, con los bajos completamente sueltos y perneras anchas, llenos de lazos y cintas, y con abundante perfume de modo que las enseñes, ya sea cuando alces la ropa rápidamente o cuando te abrace bellamente, lista para ser amada, pueda ver solamente la ondulación de una masa de telas y así, cuando me recueste encima de ti para abrirlos y darte un beso ardiente de deseo en tu indecente trasero desnudo, pueda oler el perfume de tus bragas tanto como el caliente olor de tu sexo y el pesado aroma de tu trasero.
Te habrán impresionado las cosas sucias que te escribo. Quizás pienses que mi amor es una cosa sucia. Lo es, querida, en algunos momentos. Te sueño a veces en posiciones obscenas. Imagino cosas muy sucias, que no escribiré hasta que vea qué es lo que tú me escribes. Los más insignificantes detalles me producen una gran erección. Un movimiento lascivo de tu boca, una manchita color castaño en la parte de atrás de tus bragas, una palabra obscena pronunciada en un murmullo de tus labios húmedos, un ruido sin recato, repentino, de tu trasero y entonces asciende un feo olor por tus espaldas. En algunos momentos me siento loco, con ganas de hacerlo de alguna forma sucia, sentir tus lujuriosos labios ardientes chupándome, follar entre tus dos senos coronados de rosa, en tu cara, y derramarme en tus mejillas ardientes y en tus ojos, conseguir la erección frotándome contra tus nalgas y poseerte sodomíticamente.
¡Basta per stasera!
Espero que te haya llegado mi telegrama y lo hayas comprendido.
Adiós, querida mía a quien trato de degradar y pervertir.
¿Cómo sobre esta tierra de Dios es posible que ames una cosa como yo?
¡Oh, estoy tan ansioso de recibir tu respuesta, querida!
8 de diciembre de 1909
¡Genial!
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