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jueves, 19 de junio de 2014
"Fascinados por los depredadores"
La pompa, el oropel, los fastos, el boato, los rituales del poder producen un escalofrío angustioso, desprenden un olor a sarcófago y un sabor a carroña descompuesta. Los discursos grandilocuentes y vacuos, las alfombras, los tapices, las plumas, las fanfarrias, los desfiles de soldados, las cornetas, los coches descapotables, los doseles, los escudos, las banderas, excitan y confunden a la multitud enajenada que aúlla de satisfacción. Los voceros del poder se llenan los carrillos con la palabra "histórico" y las gentes caen desarmadas ante el pecho descubierto de un legionario sudoroso. Es difícil no rendirse al hipnotismo de lo convencional.
Mientras tanto, en otra cadena de televisión, las hienas devoran a una pobre gacela entre risas macabras. Un tumulto de depredadores menos dotados observan atentos con la esperanza de tener la ocasión de meter el hocico en el vientre abierto del rumiante. Los buitres y otros carroñeros esperan su turno abriéndose paso con una voz rugosa que suena a vísceras desgarradas. Los cuervos se colocan tras ellos para participar del expolio. Y lo más desagradable, lo que provoca más desazón es que no solo los poderosos se relamen quebrando huesos y sorbiendo sangre, sino que también las posibles víctimas de su voracidad contemplan con agrado, fascinados por la podredumbre y el ritual, el espectáculo de la muerte. Se unen al griterío, a la algarabía de la muestra de poder. Hasta los insectos se agolpan entre el cuero del venado para caer sobre sus restos en cuanto termine el festín de las bestias.Todas las especies menores intentarán más tarde repetir los ritos de depredación que tanto los han deslumbrado, el zorrillo imitará a la hiena, la comadreja al zorrillo, la rata a la comadreja y hasta la araña tejerá su tapiz para atrapar con boato a la mosca.
Es mucho más desagradable contemplar en vivo estos espectáculos. Asistí una vez en los Pirineos a la fiesta de unos buitres devorando el cuerpo de un caballo. Las rapaces rompían el silencio de la montaña con gritos voraces. Su mirada fanática les tiznaba el pico de sangre y vísceras. Mostraban su porte majestuoso y se disponían en escuadras de estamentos, bien disciplinados según su categoría dentro de su sociedad depredadora.
Siempre que contemplo "Saturno devorando a su hijo" tanto el de Goya como el de Rubens, no sé por qué me vienen a la cabeza las imágenes de una y otra cadena de televisión, me llegan a los oídos los sonidos de las cornetas, de los tambores y salgo con paso marcial a la busca de una alfombra roja para rasgarla y así desprenderme del sabor desagradable del poder en exhibición obscena y complaciente.
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