Sigue el estudio de David Arona sobre los personajes de la novela, con numerosas referencias y detalles que descubren sus entresijos:
La enfermedad de Doña Miranda provoca la aparición de Mencía, verdadera protagonista de esta historia, tratada con el máximo respeto y admiración por el narrador, deliberada y justamente parcial, ya que toma partido frente al poder irracional y gratuitamente cruel de los SSOO por este personaje que representa la humanidad reprimida, perseguida y eliminada. Mencía es una mujer. Morisca, sabia, yerbera, partera y curandera. Como señala Michel Onfray, en su Tratado de ateología, desde que en el siglo XII la iglesia católica comenzara su persecución hacia estas supuestas brujas y herejes, ardieron en Europa entre cuarenta y cinco y sesenta mil mujeres en las hogueras de la inquisición. ¿Por qué? Porque la mujer representa el placer sexual que se niega y, sobre todo, el odio a la mujer es un odio a la inteligencia. Sólo hay que reparar en los textos bíblicos, permitidme que cite literalmente a Onfray: “El pecado original, la culpa, la voluntad de saber, se deben primero a la decisión de una mujer, Eva. Adán, el imbécil, se queda satisfecho con obedecer y someterse.” Las mujeres representan para los hombres no sólo la inteligencia y, con ello, la rebeldía ante el poder, sino también la capacidad de seducción de la belleza y el placer, el puente a la felicidad que no se conformará con la versión de este mundo como valle de lágrimas. Como señala Onfray: “Ella da deseos y también la vida… Las religiones monoteístas detestan a las mujeres: sólo aman a las madres y a las esposas… para ellas no hay más que dos soluciones –de hecho, una en dos tiempos-, casarse con un hombre y darle hijos.” Cuando atienden a su marido y al hogar ya no queda lugar para lo femenino.
Mencía es una mujer que reivindica sus conocimientos, sus saberes, su orgullo profesional como la protagonista de
Mencía como le ocurría a Celestina, aunque nuestro personaje tiene una nobleza de carácter que la aleja con mucho de la alcahueta universal, se relame con el recordatorio nostálgico de amores y placeres pasados. Cuando le desgrana a Torralba sus prácticas amorosas de juventud con Diego parece repasar El Kamasutra, muestrario de un erotismo placentero para la pareja y, por ello igualitario, donde la mujer no sólo tiene derecho al orgasmo, sino que la felicidad del hombre y su valía como amante estriba en hacer gozar a la pareja. Esta vivencia libre y natural del sexo se opone frontalmente a la depravación del cura y a la de Don Alvar, no por homosexual, evidentemente, sí por su objeto de deseo (un raquítico enfermo mental) y por su forma de satisfacerlo.
Entre Torralba y Mencía se establece una verdadera amistad. Es real y auténtica la preocupación de Torralba hacia Mencía por “el qué dirán”. “Las alcobas de esta villa son transparentes”. Torralba hace referencia a la delación de unos vecinos sobre otros, de la vigilancia continua en todo momento y lugar… sistema instaurado por el Santo Oficio y copiado varios siglos después por
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