Una brisa leve levanta el polvo del rastrojo. Apenas se mueve el horizonte, apenas, inmóvil como un cuadro pintado, con un borde nítido, claro: arriba el cielo, sin nubes, desesperado de agua; abajo, la tierra acre, desnuda, con los matojos grises poblándola de tristeza. El páramo es así, desnudo y crudo, como la bilis, como el sueño de un muerto, como los espantados ojos del venado recién degollado por la cuchilla. Deambulo sin tiento, sin objeto, sin pies. Me hundo en la tierra molida por la sequía. No hay cobijo. Si oteas el horizonte, el sol te ciega. Ni siquiera encinas, ni siquiera una esquina de sombra donde refugiarse. Arden los pies, arden las manos, arde la cabeza. En llamas está el suelo y arriba, otro infierno. Desnudo, como tierra, y aúllo, me desgañito pidiendo alguna lágrima, un poco de lírica escocesa. Las hebras de un cardo amarillento se pudren, se quiebran y caen al suelo, para fundirse con el polvo. Los mamíferos perdieron aquí sus ubres; los insectos abandonaron sus alas; los reptiles no pudieron cambiar de camisa. Sopor y lastre, esto he recogido, nada comestible, salvo la tierra, que ya empasta el paladar y los huecos de las muelas perdidas y las noches frías, sí, pero sin luna, sí, pero sin barro. La cerámica se ha perdido, es arqueología de la vieja era. "Era", del tiempo que fue; "era", del páramo; "era", del verbo ser que ya no es; "era", de la muerte y el recuerdo. Los cuervos siguen graznando, solo ellos, animados por la carroña, ven en este erial un triunfo de su suerte.
Secciones
jueves, 18 de mayo de 2023
Páramo
domingo, 14 de mayo de 2023
Acis y Galatea: Fábula en tres actos (III)
Acis y Galatea gozaban su madurez. El mundo parecía bien hecho. El ajetreo juvenil se sosegó y los placeres cambiaron: reposar bocarriba en las florestas, admirar la altura de los abetos, saborear carne de venado y recrearse con la ficción. Galatea regaba las plantas con el mismo amor que dedicaba a sus alumnos, con la misma delicadeza. Las petunias alumbraban la puerta de su casa y un grosellero frondoso daba refugio a un gato silvestre. El mundo se había ralentizado, pero seguía ofreciendo delicias que la nueva edad recogía con regocijo. La Naturaleza se había adueñado por fin del pasar de los pastores, vivían en un mundo que auguraban tranquilo y susurrante, como los paisajes de Garcilaso. Las montañas se perfilaban en el futuro descanso de Acis y Galatea. Pero no. Nadie, ni siquiera los dioses más descastados previeron la maldición que se cebó contra ellos.
Galatea estaba adelgazando demasiado, sufría diarreas y gastroenteritis. No parecía nada grave, solo un pasajero malestar, una afección sin importancia. Pero no. El día 11 de mayo de 2022 Acis llevó a Galatea ante los médicos para intentar paliar esas minucias. Pero no. Ese día, sin previo aviso, sin que nadie estuviera preparado para la noticia, sin que nadie la hubiera ni siquiera imaginado, a Galatea le hablaron del fin de sus días. Le estamparon con pocas dudas que no podría ir a las montañas nunca más. Galatea era una mujer fuerte y firme. No se derrumbó ni en esas circunstancias. Mantuvo el pulso necesario para comunicárselo a Acis. Él no era tan firme ni tan fuerte como Galatea. Se hundió, cayó al suelo y cuando se levantó ya no fue ni sombra de sí mismo. Pasaron por más pruebas, por más expertos. Uno de ellos les llegó a decir que "aquí no se muere nadie", pero en cuanto Galatea abandonó la consulta, a Acis le confirmaron el diagnóstico terrible.
Galatea se consumió en muy poco tiempo. Acis la veía envejecer por minutos, la veía debilitarse hasta extremos terroríficos. Un dios muy vengativo se había cebado con su cuerpo: la postró en cama, le arrebató el placer de la comida, el de la bebida, el de regar las plantas, el de ver las montañas, el de escuchar relatos de ficción. Acis se desvivía por aliviarle la convalecencia, pero no hubo manera. Cuando la mano de Galatea se quedó rígida entre los dedos de Acis, después de dos meses y medio de sufrimiento, él se derrumbó, la besó, la vio inmóvil, sin alma y al tentarse el cuerpo no se lo notó. Vio huir a la Naturaleza a través de sus labios, vio cómo se apagaba su fortaleza, como enmudecía el canto de los pájaros, cómo se marchitaban las petunias.
Un día, cuando Acis deambulaba sin rumbo por los bosques, con la desesperanza de que nunca volverían a iluminarse, se encontró a una cajera de supermercado que le ofreció una planta. Se llama Galatea le dijo. Levantó la vista de sus zapatos y la vio allí con las hojas erguidas, firmes, verdes, con la vitalidad que él esperaba de ella. La compró con mucho gusto, la llevó a casa, la regó y espera a la tarde para contarle alguna de las historias que había arrumbado el día que a ella se le enfriaron los dedos. Galatea se despereza, levanta sus hojas y las dirige hacia el techo, entusiasmada, maestra. Acis sonríe por primera vez en mucho tiempo.
martes, 9 de mayo de 2023
Acis y Galatea. Fábula moderna en tres actos (II)
Cuando Acis y Galatea se fueron a vivir juntos, el mundo parecía bien hecho. Mientras Galatea pastoreaba a los muchachos de Primaria, Acis preparaba la comida, leía poemas de Miguel D´Ors, libros de caballerías y comedias de Lope. Además, criaron gatos, muchos gatos, y vivieron junto a un mercado, sobre un antiguo cementerio, donde las acacias y las plantas de marihuana crecían alimentadas por el vigor de los muertos. La vida era fácil, se disolvía entre burbujas al echarla al agua, los cajeros escupían dinero suficiente y la juventud vibraba en la casa de maestros, con estufa de leña y rosales de dos metros.
Galatea gozaba con su oficio y empezaba a pensar que estaba tocada por la vocación. Los compañeros y los chicos también lo creían, hasta el bedel hablaba maravillas de la firme dulzura de la nueva maestra. Para celebrarlo, Acis y Galatea gastaron todos sus ahorros en recorrer el mundo, primero Sudamérica (Brasil, México, Colombia, Cuba), luego las Españas y después el destino preferido de Galatea, Roma. En Roma, la maestra fue tan feliz que se estremecía y lloraba admirando el foro y el arco de Trajano y el Panteón y el Trastévere y el Tíber y la perspectiva de la plaza Navona, que atisbaban desde la cama.
Por aquel tiempo ya había nacido la hija de Acis y Galatea, sonrosada, calva y con los mofletes de los querubines. Es verdad que en los libros de pastores no se menciona a los hijos de los amantes, pero en este el autor no lo ha podido evitar. Porque Galatea se volcó amorosa y firme a la educación de la muchacha y era de razón que apareciera en este capítulo.
El teatro era una de las aficiones preferidas de los dos pastores. Acudían a Almagro en julio con especial puntualidad para recrearse con lo mejor de Lope y para cocerse con lo peor de la canícula manchega. Galatea se veía transmutada en todas esas actrices que representaban a Nise, a Finea, a Dorotea, a Aurora, a Marcela y sobre todo a Laurencia, la heroína rebelde de Fuenteovejuna, de fuerte carácter y convicciones claras.
Los años y los cursos fueron deshaciéndose. Acis y Galatea descubrieron las montañas y se volvieron eremitas. Buscaban los Pirineos en cuanto el mundo se abría y recorrieron las sendas, los apriscos y las veredas en la frontera con Francia. Se acurrucaban en los bares de Villanúa cuando el cierzo soplaba recio. Allá, allá arriba, bien alto, seguía comprobando Galatea que el mundo seguía bien hecho, que todo era armonía, que el viento movía los abetos y que la Naturaleza siempre ofrece el abrazo más largo. También lloraba cuando abandonaban las montañas. Una sensación de pérdida amarga quedaba en las papilas de los dos.
Cuando fueran libres y el trabajo ya no les sujetara al páramo, buscarían los Pirineos para abandonarse entre los árboles y las grutas de las brujas.
sábado, 6 de mayo de 2023
Errabundia
Hoy he vuelto a salir con nadie a ninguna parte. Así son muchos de mis días, vacíos de nada, de aire, de quilómetros, de errabundia. No sé si me acabo de inventar la palabra, supongo que no. De todas formas, ya Gómez de la Serna usó aquella de "automoribundia" para titular su biografía. A mí me sirve, "errabundia", vagar sin rumbo fijo, de un lado a otro, de un bar al de enfrente, de un solar a otro solar, de un páramo a un rastrojo. Errabundia, voluntad involuntaria del que ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Errabundia, navegar sin embarcación, sin brújula, sin sextante, sin puerto en el que repostar. Basta que el mar se preste a la navegación para que uno se embarque hacia el naufragio. Errabundia, calidad inevitable del ser humano. Errabundia, también aplicada a la escritura: soltar la amarra del bolígrafo y dejar que se pierda, se encalle, se ensucie de sal, derrote en los estuarios, y se hunda definitivamente en las profundidades abisales. Errabundia. Por suerte, la navegación a veces te descubre islas como la de Inisherin. En sus costas he encallado hoy, gracias a la película Almas en pena, qué belleza, qué acantilados tan apropiados para despeñarse. Errabundia.
martes, 2 de mayo de 2023
Castilla La Mancha Televisión
Ya he cumplido la edad necesaria para ver Castilla La Mancha Televisión y voy a prepararme convenientemente para disecar las tardes ante el televisor. En primer lugar, tengo que investigar acerca del mundo de los toros y el significado de las procesiones. Soy un verdadero ignorante sobre estos asuntos y será necesario familiarizarme con ellos para ver los programas con el interés adecuado. Por una parte, seguro que la edad me ha curado de las impresiones sangrientas, lo que propiciará mi acercamiento taurino. En cuanto a las procesiones, uno debe ya buscar refugio divino, porque voy pidiendo tierra ya. También tendré que hacer una prospección literaria en las bibliotecas de los pueblos castellanomanchegos para informarme de sus tradiciones. Me han dicho que el programa "Ancha es Castilla La Mancha" trata de estos temas. Sobre las películas de Paco Martínez Soria voy ya más avisado. Mi infancia no fue "un patio de Sevilla", sino un televisor en blanco y negro. En cuanto al asunto de la copla, también sé un poco porque a mi madre y a mi padre les gustaba esta música. Impaciente estoy por empezar mi nuevo recorrido por las pantallas de la televisión regional.
Que por mayo era por mayo...
Es el mes de la desgracia, es el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Es. Las abejas ya no existen y los campos están ahogados por el polvo. Nada florece ya, nada germina, ni el trigo es capaz de levantarse lo suficiente. Cuando llegue julio, no se podrá segar. Todo, todo muere, todo se agosta, todo abrasado por el sol. Un sol inclemente, desafiante, abrumador. No hay piedad para nadie. El último hombre sobre la tierra tiene ataques de ansiedad y suspira, abrazado a los troncos descarnados de los árboles. Las ramas caen, agotadas, se quiebran ante el viento que sopla, huracanado, impío. Un viento de langostas y piedras, un viento de rencores, de angustias, de llantos, de enfermedades incurables, de rostros sin carne, despellejados por la desgracia. Es el mes de la desgracia, el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Y "la calor" vino hace tiempo, no en mayo, se ha instalado para siempre en el corazón de los rastrojos. Se ha adueñado de la vida, de la muerte, de la piel de la tierra. Nadie puede detener su arremetida. Ni siquiera el tiempo, ni los aviones, ni los quirófanos equipados con la última tecnología. "La calor" es una infección del alma que penetra hasta el tuétano y te hace vomitar, negro, confuso, hasta el hígado. Los cuerpos se desvanecen, consumidos por el cáncer, por el bochorno, por la calima que enturbia al mundo. Cioran era un hombre alegre a nuestro lado, era el alma de la fiesta. Nunca nadie habrá visto tanta pena, tantas desgracias. La consunción se recrea lentamente en el páncreas, en la carne mortal, la devora como una plaga de insectos voraces. El alimento no sirve, todo sabe a tierra y a fango, todo, hasta el mejor manjar se ha convertido en masa indigerible. Masticamos cuerdas y trapos y mierda, sin solución. Y la sequedad de mayo llega al tuétano. Los ojos ya no emiten ninguna luz, no, ya no son el espejo del alma, o sí, porque el alma está abismada en un sopor indescifrable, enterrada por el calor infame, por los insectos que han cavado una fosa donde yace enterrada, cadavérica, invisible. Los ojos están secos, sin brillo, sin vida, aterrados ante la voracidad de la enfermedad. Y sin decir nada, así, con la mirada desencajada, hundida en la tierra, queda mayo, cuando viene la calor, cuando canta la calandria y el espanto se respira mejor.
domingo, 30 de abril de 2023
"Cómo ser Cervantes: cagándola mucho" por Martín Sacristán
Acis y Galatea. Fábula moderna (I)
Acis contaba 23 años, acababa de besar a Galatea y se creía el hombre más dichoso del mundo. Acis y Galatea siguieron besándose en todos los formatos posibles, alejados del mundo, en bancos que ni siquiera el Ayuntamiento sabía que existían. Acis quería impresionar a Galatea: le contaba que su sueño era instalarse en París. Porque había leído cuatro libros de poetas malditos y se había atrevido a escribirle uno a ella, a Galatea. Acis le decía que quería ser bohemio (gilipollas es lo que era) y se las daba de artista. Galatea estudiaba Magisterio, besaba a Acis (él no se explicaba aún por qué) y exhibía una belleza que no era terrena. Galatea, debajo de los álamos, callaba y sonreía, mientras Acis comentaba los méritos de Una temporada en el infierno de Rimbaud. Uno, como narrador objetivo que es, si no tenemos en cuenta las acotaciones, se pregunta cómo Galatea aguantaba los sermones soporíferos de Acis acerca de la correspondencia entre números y colores. No sé, es un misterio. Cuando Acis le regaló a Galatea el poemario que él mismo había encuadernado y escrito, ella lloró de emoción. Que él, con sus propias manos, hubiera sido capaz de coser las páginas no lo habría presagiado nadie, ni él mismo. En los poemas había plagios de Miguel Hernández, ripios de todos los colores, pretenciosidad, barroquismo y, ante todo, una necesidad imperiosa de deslumbrar a Galatea. Porque Acis no terminaba de creer que ella lo estuviera besando todavía. Galatea acababa de cumplir 20 años, la piel transparente, los ojos verdes y las aristas de una escultura griega. Acis se desesperaba por hundir sus dedos en el muslo de Galatea, como había visto en el Rapto de Proserpina de Bernini. Él le hablaba todo el tiempo de literatura, ella de historia del arte y de la universidad. Cuando ella le pasó los poemas de Acis a su profesor y este le dijo que le recordaban en algo a Ángel González, él se entusiasmó. No conocía de nada a ese poeta y buscó todas sus obras para comprobar si era verdad. Había más falsa alabanza que otra cosa.
Galatea preparó oposiciones a maestra, Acis continuaba con los ripios y con la sorpresa de que ella lo siguiera soportando. Una Nochevieja fue a su casa. Conocería a los padres de ella. Su madre le causó muy buena impresión, a su padre le dio dos besos sin venir a cuento (había bebido ya bastante) y no los recibió con el cariño etílico que él se los había regalado. Poco después, Galatea opositó y aprobó, porque además de parecerse a las modelos de Botticelli, gozaba de una mente despierta y ordenada. Acis abrió la boca y absorbió la alegría de los dos. Pronto vivirían juntos.
jueves, 27 de abril de 2023
Prohibir libros
lunes, 24 de abril de 2023
A medias
Últimamente todo lo dejo a medias. Desde que murió Eva no hay proyecto que complete, todo se queda en el aire, en mitad de su trayecto. Aquella novela sobre Lope que llevaba bastante avanzada cuando se desencadenó la tragedia no consigo retomarla por muchos intentos que hago. Todo se me queda a mitad de camino, incluidos las actividades que he emprendido con los alumnos, y eso sí que me duele. No hay manera de que consiga concluir nada. En mi departamento me han dejado por imposible, porque no pueden confiar en mí, porque no hay manera de que cumpla con lo que prometo. Estoy en un sí pero no. Estoy en otro mundo, muy lejos de este. Intento incorporarme, pero no lo consigo. No sé si se debe al trauma de la ausencia o a que era ella la que me animaba y me impulsaba a no truncar todo por el camino. Puede que me haya convertido en un ser a medias, en un ente sin final, en una bicicleta sin pedales.
miércoles, 12 de abril de 2023
Nada que decir
martes, 11 de abril de 2023
Jueves Santo en Cádiz
En la madrugada de Viernes Santo, Cádiz está ocupada por los servicios de limpieza. Mangueras, camiones de riego, turbinas de aire, escobas, contenedores, milicias de empleados empeñados en despejar de porquería las plazas y las callejas. Todo un zafarrancho después de una guerra o de una ordalía sin culpable. El Jueves Santo por la noche debió de haber un botellón multitudinario, una orgía, un dispendio de excesos sin respeto ninguno por el bien cívico. Las fiestas comunales son así, a pesar de conmemorar la muerte de alguien. Ni siquiera la gravedad del luto es capaz de evitar la locura de quienes quieren apegarse a la frugalidad de la vida, al rito comunal, a la fuerza atávica de la fiesta. El agua a presión barre todo tipo de inmundicias, las esconde para que el turista y el viandante mañanero no se encuentre con el caos. Cádiz, a las seis de la mañana, me recordó a Nápoles en todo su esplendor de contenedores rebosantes. Los estrados vacíos, el terciopelo rojo de los doseles, reciben con agradecimiento el denuedo profesional de los chalecos fosforescentes. Cádiz es La Habana con dinero. La alegría que se respira en las calles es similar en las dos ciudades, en una de ellas, inexplicable por la pobreza de sus habitantes; en la otra, paradójica por el sentido último de sus ritos. Cádiz también es Nápoles con saetas y mangueras.
domingo, 9 de abril de 2023
El mercado de Cádiz
miércoles, 5 de abril de 2023
La bahía y el viento
Un grupo muy numeroso de muchachos y hombretones, vestidos todos con el mismo equipaje, se preparan para llevar el paso de su cofradía, se ajustan las fajas, se animan, beben cerveza, güisqui con limón y, pocos, agua. El malecón refulge con un sol que todavía no hiere del todo. Un viento furioso saca espinas del mar, ese viento que según la leyenda vuelve locos a los cuerdos y remata a los que ya lo están.
La catedral casi pisa el malecón y ayuda a guarecerse de la locura. Las callejas de Cádiz también, frescas, medievales, jalonadas de tabernas. El viento no se atreve a entrar en ellas, se queda allí, cerca del mar rizado de la bahía, acechando a los cuerdos y a los locos. Los que ya lo estamos no le tememos tanto, ahora no. La última vez que estuve aquí, hace no mucho, sí le temía, con razón. El viento, azuzado por la muerte, arrasa todo lo que toca. Pero a mí ya no puede hacerme daño, mi reciente idiotez me ha vuelto indiferente a los temporales.
En la puerta de una taberna, un borracho canta entre quejíos de locura, este también. Se desgañita y se lamenta de su suerte. No es que entienda la letra, pero se le nota el desespero en la crispación de las manos. Se sienta en un taburete y esconde las greñas entre sus piernas. No sabe que el viento no llega hasta aquí, no sé por qué lo teme, quizá por la negrura del vino.
Las muchachas, emperifolladas para celebrar la procesión, miran desde lejos, con desmayo, a los muchachos, todavía envolviéndose en las fajas negras, negras como ese viento luminoso que esconde tantas desgracias, negras como el vino, allá en el malecón, no muy lejos de los callejones. Los modernos, los ateos y los idiotas paseamos a la orilla del mar evitando las procesiones. Los devotos, los antiguos y los idiotas se sientan, agolpados a uno y otro lado de la calle, a la espera de que muchachos y hombretones se ajusten correctamente las fajas. Las muchachas, con sus mejores galas y bien repintadas, esperan ver el paso y oler la hombría de los costaleros. Toda la ciudad bulle, bulle de extranjeros, gaditanos y de algunos idiotas, que nos perdemos en cada vuelta de esquina.
En el Mercado Central, por la mañana, el bullicio era distinto, aunque los idiotas éramos los mismos. Parece un atrio griego propicio para la compra venta y para pegar la hebra. El deje gaditano me alegra. Aquí tampoco llega el viento, aunque la locura está presente en todos lados. Los erizos se abren descubriendo su fangoso interior, las ostras se revuelven en su moco marino. "Miho, mi niña, cariño, perla, presiosa...", apelativos cariñosos que hacen de la lengua un lugar ameno y acogedor. Yo no veo del todo esa luz maravillosa de la mañana gaditana, no termino de levantarme con ella, no termino de apreciarla porque son muy negras las fajas, es muy negro el vino; porque es muy negro el viento; porque es muy negra hasta mi camisa, preñada de calaveras.
martes, 4 de abril de 2023
Castelar y Fermín Salvochea
En la Plaza de la Candelaria de Cádiz nació Emilio Castelar, insigne estadista, famoso por el buen uso de la retórica. "Eres un Castelar" se decía en la época para señalar a alguien que hablaba especialmente bien. Además, en esta plaza, que parece importada directamente de Cartagena de Indias (a lo mejor fue al revés), los jardines son frondosos y entre las plantas tropicales podemos encontrar una escultura imponente que rinde homenaje al orador republicano junto a una placa que recuerda la cuarta posta de la ruta de Fermín Salvochea, otro ferviente luchador por la república, anarquista, defensor de la jornada de ocho horas y del ateísmo. Es curioso que acabe de releer Baza de espadas de Valle-Inclán, donde Fermín es casi el personaje protagonista. Y en el primer sitio que visito en Cádiz me lo encuentro.
Es noche cerrada y los capuchinos rodean la plaza como si fueran a detener de nuevo al pobre anarquista y a callar al temible orador. De fondo se oye el deje desgarrado de una saeta cantada por una garganta de aguardiente. Los niños, mientras tanto, comen helados y los adolescentes se comen el morro, ajenos a los devaneos religiosos y bajo la peana en donde Castelar mira hacia el cielo para hacer más convincentes sus palabras, cagado de arriba abajo por las palomas. Los pájaros duermen entre la fronda, a pesar del estruendo de la procesión y del estilete del cantaor. Se oye rebullir alguno, ajenos también a la gravedad de las supersticiones humanas. Los niños se han acabado ya los helados, pero los adolescentes nunca se acaban los morros, porque su pasión no nace de un capricho ni del fanatismo ni de una imposición social, sino de las tripas mismas.