Hace unos días, mientras caminaba de noche por la calle Montalbán, cerca del Retiro, una chica agarró del brazo a su amiga despistada. «¡Mira! ¡Se pueden ver las estrellas!». Y los que pasábamos por ahí levantamos la vista al cielo, algo extrañados. ¿Estrellas en Madrid? Qué cosas.
Esto es Madrid. Una ciudad donde se contemplan las estrellas con cierta extrañeza, como a ese pariente lejano al que solo ves en bautizos y comuniones.
Llevo diez años viviendo en Madrid. Conozco sus lunares, su olor, su luz, sus secretos y sus cambios de humor. Y hasta una vez vi a Victoria Beckham comiendo jamón. Y aun así hay veces en las que se me antoja como una completa desconocida. (Madrid, no Victoria Beckham). Como si acabara de poner el pie por primera vez en Gran Vía convencido de que a la vuelta de cualquier esquina me van a atracar.
La mejor época de Madrid empieza ahora, con la temporada de fresas, los días largos y las tardes con el cielo de color violáceo. Cuando se empieza a vivir más de noche que de día. El joven Pla, al llegar a Madrid, escribió que lo que más le había sorprendido había sido la ajetreada vida nocturna de la ciudad, hasta el punto de que tenía miedo de que cualquier día le citaran para una reunión de trabajo en el Café de Puerto Rico entre las tres y las cuatro de la mañana.
Una vez me dijeron que Madrid es como un cigarro que da placer, te va consumiendo poco a poco y no se apaga nunca.
Y creo que eso es lo más bonito que se puede decir de una ciudad.
Supongo que aún arde Madrid.
Ocho de la mañana
Despiértese pronto. No importan los excesos de la noche anterior. Madrid no tiene memoria. Quand on est jeune, on a les matins triomphants!
El amanecer en Madrid es un amanecer importante. Decía Luis Carandell que el amanecer de Madrid lo pintóVelázquez. Y el día, Goya. Las casas de los ricos, los jardines, los paseos, los edificios púbicos y los bares elegantes son de Velázquez. El Rastro, los mercados, la Casa de Campo, los domingos, la Puerta del Sol, San Blas, el metro y las tascas, de Goya.
Madrid debe de ser la ciudad en la que se consume más litros de café con leche per cápita del mundo. Y a pesar de esto, suele dejar bastante que desear. Hay una cortina de humo en torno a este hecho. A los madrileños no les gusta que se metan con su café. Pero es la cruda realidad. Los italianos residentes en Madrid sufren verdaderas penurias por el nefasto café que les sirven, a pesar de sus detalladas explicaciones a los camareros, y viven en un estado de permanente agonía. «¿Café? ¡Aceite de motor!» suelen gritar indignados con una mueca de espanto al ver una piscina de café lechoso desbordando su taza.
Pero no arroje la toalla. El mejor café lo puede encontrar en la calle La Palma, en Toma Café. No caben más de diez personas, huele siempre a mañana recién estrenada y la luz y la música suelen estar perfectamente moduladas. Además, la calle La Palma es una de mis favoritas de Madrid. No es la más guapa del mundo pero juro que es más guapa que cualquiera. Siempre que voy, silbo una canción de McEnroe. Reflejos pavlianos, supongo.
Caminando junto a ti,
amanecía ya en Madrid
por la calle La Palma.
amanecía ya en Madrid
por la calle La Palma.
Once de la mañana
A cinco minutos andando de Toma Café puede dejarse caer por dos de las mejores librerías que podrá encontrar: Panta Rhei y Tipos Infames.
En Panta Rhei puede perderse entre los libros más originales, bonitos y difíciles de encontrar. El paraíso de los buscadores de perlas.
Tipos Infames es una librería y vinoteca en la que uno, si se descuida, tiende a pasar mucho tiempo. Tal vez demasiado. Mezclar libros y vino en la misma tienda. No sé cómo no se le había ocurrido antes a nadie esta genial idea.
Un recorrido rápido pero de calidad por el Thyssen merece mucho la pena. El libro de su director, Guillermo Solana, con los cuadros del museo explicados a ritmo de tuit, puede ser una buena guía.
Una del mediodía
La hora del aperitivo. Al igual que el viejo pirata retirado de Conrad, que se conformaba con ver los barcos desde su hamaca en el puerto mientras soñaba con aventuras que ya nunca viviría, en Madrid, a falta de mar, nos anclamos en las barras y vemos la vida pasar mientras pimplamos como viejos corsarios. Sí, somos animales de barra. Nos gusta ese ambiente, comer de pie, las barras metálicas y las servilletas por el suelo.
Un lugar de obligado peregrinaje es El Cangrejero, enfrente de la Plaza de las Comendadoras, donde dicen que se tira la mejor cerveza de Madrid. Lleva funcionando desde 1932 y para conocer la edad de su mobiliario habría que seccionarlos transversalmente para contar sus anillos o someterlos a la prueba del carbono 14. Antiguamente vendían cangrejos vivos y cucuruchos con quisquillas y gambas. Ahora tienen las mejores conservas de la ciudad (altamente recomendables sus mejillones, las anchoas con alcaparras o la melva canutera) y sirven un vermú estupendo.
Otro sitio estupendo en el que hace parada y fonda es el Cisne Azul. Su especialidad son las setas. Siempre suele estar abarrotado de gente pidiendo sus boletus con zamburiñas, los níscalos con gulas o un plato de trompetas de los muertos.
La mejor ensaladilla rusa, tema muy delicado este y siempre objeto de virulentas disputas, la podrá encontrar en Rafa, fantástica barra con un producto excelente. Sitio clásico, con camareros extraordinariamente eficientes y discretos, como mercenarios a sueldo, vestidos siempre con impoluta chaqueta blanca y corbata oscura, y mucha solemnidad a la hora de servir la ensaladilla rusa. No es para menos.
Si lo que le apetece es un bloody mary con el que combatir los efectos de la resaca, el mejor de la ciudad lo preparan en La Bomba Bistró. El truco está en la salsa diablo. Combínelo con unas ostras guillerdeau al natural si se ven con espíritu. La mejor mezcla del mundo.
Cuatro de la tarde
Elija el sitio preciso, la baldosa exacta, de la calle Alcalá, entre el Banco de España y el Círculo de Bellas Artes, desde donde se ve empezar la Gran Vía, como un costurón surcando la piel de Madrid. Y quédese un momento contemplándola.
Antonio López tardó en pintarla cinco veranos. Bien merece la pena dedicarle cinco minutos.
Seis de la tarde
Si el tiempo acompaña, darse una vuelta por El Retiro, rematando con un refrigerio en La Latina tras gastar suela, siempre es un plan imbatible. El Viajero y Juana la Loca son paradas fundamentales en La Latina para el pertinente avituallamiento y descanso del guerrero.
Nueve de la noche
Si el hambre aprieta, pueden ir a probar los tacos más auténticos en la Taquería Mi Ciudad. Esto me lo soplaron en el jardín del Celler de Can Roca, mientras esperaba a sentarme a comer un día de Navidad. Y ahí fui tan pronto como volví a Madrid. Y me enamoré. Se trata de un local diminuto, siempre abarrotado y extremadamente barato en el que los tacos van y vienen a un ritmo vertiginoso. La Taquería Mi Ciudad corre en dirección opuesta de palabras como refinamiento, comodidad o sofisticación pero sus tacos y sus margaritas hablan por sí solos.
Un sitio divertido y canalla. Un sitio de Madrid.
Medianoche
Lo más bonito que se ha escrito de un bar fue este haiku asonatado que Luis Alberto de Cuenca dedicó a Balmoral cuando cerró sus puertas.
Se nos salía
el amor por el borde
de nuestras copas.
el amor por el borde
de nuestras copas.
Un trago rápido y letal. Como un dry martini. Como un cuchillo disuelto, que diría Alcántara.
Mientras los noctívagos guardan luto por el cierre de Balmoral y se santiguan al ver el Museo Chicote agonizando y el viejo Shuzo recién retirado, siguen en permanente búsqueda de nuevos guaridas y cuarteles generales en los que echar los tragos. La coctelería Santamaría nunca falla. Es un valor refugio. Estupendo sugin fizz con clara de huevo. Martínez es otro de los más frecuentados. El Cock, con ese aire a salón de club londinene y sus techos altísimos, es una de las paradas obligatorias. «El Cock es algo más que una búsqueda postrera del alma, es el último refugio espirituoso de Madrid» escribía Jorge Berlanga. El 1862 Dry Bar en la siempre fascinante, divertida y ruidosa calle Pez. Si quieren un sitio tranquilo, semiclandestino y en el que incluso poder comprar los mejores destilados blancos, vodka y ginebra, su sitio es Adam & Van Eekelen.
Las cuatro de la mañana
El Toni 2 es donde acaban todas las balas perdidas de la ciudad. Este piano bar tiene un toque decadente de Las Vegas, trazas de coctelería clásica y ciertas reminiscencias de karaoke, empapado todo en alcohol. Y por eso nos encanta. Sobra mucha luz en el local y el pianista no se sabe canciones de Loquillo. Pero es donde los que no llegamos a crooners jugamos a emular a Sinatra.
Las seis de la mañana
Silencio, luz difusa, despedidas, papeles, ceniza y polvo.
Subirse el cuello del abrigo, buscar las llaves y tiempo de batirse en retirada.
Y, si tiene suerte, de encontrar alguna estrella.