Una nueva edición de "El Gambitero" 2015, la sexta de este periódico escolar con el que participamos en el concurso nacional, "El País de los Estudiantes". A pesar de los problemas con el programa de maquetación y de las, a veces, difíciles reuniones de coordinación, hemos podido completar un trabajo interesante con la entrevista a Juan Carlos Monedero como centro de la portada. Junto a los alumnos que han participado este año, hay que tener en cuenta a los que hace tres hicieron la entrevista con la que abrimos el periódico: Lourdes, Paula (que nos puso en contacto con un Monedero entonces desconocido), Natalia, Jenni, Laura, Arantxa, Leticia, Edu, Míriam... No os perdáis los reportajes, merecen la pena.
Periódico El Gambitero 2015 PDF
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martes, 28 de abril de 2015
domingo, 26 de abril de 2015
Dublineses V
Al final ha aparecido la lluvia y el viento del Ártico para anunciarnos que debemos marchar. Dejamos Dublín con la barriga más hinchada, la garganta enrojecida y la sensación de que me dejo algo (no, no, eso siempre me pasa), de que nos dejamos a alguien encerrado y dando tumbos en los urinarios de un pub de Temple Bar. Seguro que mientras despega el avión, los muertos siguen oyendo caer la lluvia sobre las lápidas de musgo de Glasnevin, donde "Popeye" se engulló en honor a los héroes de la patria una tarta de arándanos. Seguro que mientras despega el avión, los gardas irlandeses siguen cotejando las nalgas de "Cobete" en el fichero de la policía para dar con el culo que se asomó por la ventana del hotel más amable en el que uno pueda reposar. Seguro que a Shaw, a Wilde, a Joyce y hasta a Swift, esta escena les hubiera inspirado para confeccionar un tratado satírico sobre los astros celestes y los culos españoles tomando el fresco a las dos de la mañana bajo la luna de Dublín.
Somos más amables que cuando partimos de Madrid. El contacto con los dublineses nos ha transformado el talante, el problema es que en cuanto nos topemos con el primer funcionario de aduanas o con un espejo es posible que la transformación se deshaga como por ensalmo.
sábado, 25 de abril de 2015
"La sepultura de la gloria" por Antonio Muñoz Molina ("Babelia")
LA GRANDILOCUENCIA ES lo contrario de la literatura. En la literatura siempre hay un antídoto contra las grandes palabras gaseosas, contra las abstracciones sonoras que suelen publicar como titulares los periódicos cuando muere un escritor muy conocido, viejo o muy viejo, canonizado y embalsamado por grandes honores de los que se le hizo entrega en medio de un fragor de discursos. Veo titulares sobre difuntos recientes: “América Latina llora a Eduardo Galeano”; “Muere Günter Grass, la conciencia de Alemania”. Otro más, que acabo de descubrir: “Todos somos Gabo”.
Se ve que las palabras son gratis. Llantos continentales, conciencias capaces de abarcar países enteros, unanimidades de entusiasmo. La literatura es precisión a una escala casi molecular: el brillo o el golpe seco de una palabra justa, la chispa como de pedernal golpeado, la reacción química cuando se combinan dos palabras bien elegidas, imantadas entre sí. La literatura es lo que no puede ser dicho de otra manera y lo que necesita ser leído despacio y en voz alta, al menos dos veces, en soledad o en pareja, en un grupo reducido, no mayor del que requiere un cantaor flamenco o una formación de cámara. La grandilocuencia es amplificación desmedida para anchuras de estadios, para estrellas geriátricas del rock o sumos pontífices o caudillos salvadores. La literatura es como esa música que empieza a perder algo en cuanto se la amplifica, porque en el fondo aspira a la atmósfera recogida que estuvo en su origen, el pequeño grupo humano congregado en torno a un narrador.
Una gran parte de la literatura hace directamente escarnio de la grandilocuencia y la pompa. A través de la burla de las palabras oficiales y las rutinas muertas del lenguaje la literatura restaura la claridad del idioma, su furia y su burla. Todo el Quijote es un catálogo de parodias verbales que desbaratan desde dentro la sustancia pútrida de los lenguajes oficiales, la rimbombancia de los artificios retóricos que solo sirven para entontecer la conciencia y propagar la mentira. El Maese Pedro rufián con un ojo tapado le da al muchacho que le ayuda a manejar su retablo un consejo definitivo: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”. En Ulises casi cada personaje sufre un caso particular de palabrería enajenada. Un furibundo patriota irlandés truena consignas amenazadoras en una taberna y ruge grandes vendavales de mayúsculas y anatemas, como un dios Eolo irascible y borracho. Quien menos habla en la novela es quien más mira y más escucha, el señor Leopold Bloom, el que ha aprendido a desconfiar de las palabras rotundas y goza con discreción de las cosas concretas, los sabores y olores, la modesta gloria de lo cotidiano. La primera frase que lo muestra ante nosotros es una declaración de terrenalidad cervantina, como el tacto de un puñado de bellotas en la mano de Don Quijote o las gallinas y las morcillas reventonas que desatan la gula de Sancho Panza en las bodas de Camacho: “El señor Leopold Bloom comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves”, dice la traducción de José María Valverde: “Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas de sabor a nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con miga de corteza, las huevas de bacalao fritas”.
Frente a las abstracciones de la ideología y de la propaganda, que pueden ser a la vez banales y terribles, la literatura se fija en lo concreto del mundo: nunca en la humanidad, con o sin hache mayúscula, sino en algunos seres humanos, y desde luego no en la conciencia de ninguna nación, y casi nunca en la de seres de antemano excepcionales, sino precisamente en lo contrario, en los pensamientos, los gestos, los deseos, las conversaciones de personas vulgares, a veces extravagantes, y hasta poco recomendables. A los estudiantes de literatura se les quiere adoctrinar en lo que significan o simbolizan los personajes de las novelas. Pero un personaje de verdad no simboliza nada, no es una pantalla de papel que envuelve una de esas preciadas significaciones abstractas que aman tanto los expertos. “Un poema no debe significar, sino ser”, dice Archibald McLeish. Un personaje es alguien, y reducirlo a categoría, a estereotipo, a símbolo, es casi tan indecente como reducir a una persona real a comparsa de una de esas grandes categorías colectivas que alimentan los integristas religiosos o políticos. En cualquier pasaje memorable de la literatura lo que nos impresiona es la sensación de inmediatez, la rotundidad de lo preciso, aunque sea fantástico: la flor que trae del futuro lejano el viajero en el Tiempo de Wells, el olor del riñón abierto tostándose en la sartén del señor Leopold Bloom.
Cuanta más gloria acumula un escritor, más inconcreto y lejano se vuelve, menos importa la realidad de las palabras comunes de las que está hecha la literatura. A un escritor se le borra en el olvido o en la indiferencia, pero se le borra en vida con mayor eficacia en la celebridad excesiva. Cada nuevo premio solemne es una paletada de tierra más en la fosa de su irrelevancia. El escritor da discursos manejando generalidades prestigiosas de estadista y cuando le hacen una entrevista las preguntas tratan del estado del mundo, de la memoria o de la conciencia nacional, si acaso del porvenir dudoso de la literatura en la época de las nuevas tecnologías, o de la soledad del hombre. Las grandes preguntas generales tienen para el reportero la doble ventaja de que suenan profundas y de que eximen de la lectura de los libros del escritor entrevistado: libros acogidos con gran revuelo público y desde hace tiempo no leídos por nadie. El escritor provoca una reverencia confusa que no obliga a nada. Le dan un nuevo premio y tiene que pronunciar un nuevo discurso espeso de vaguedades meritorias. Acaba de publicarse un volumen de ensayos y discursos de Saul Bellow, y lo que provocan en conjunto, aparte de tedio, es una gran tristeza. Hasta un novelista tan vivaz, tan sensual, tan irónico como Bellow se vuelve plomizo cuando ocupa uno de esos atriles de las grandes ocasiones oficiales, incluida la del Premio Nobel.
Cuanta más gloria acumula un escritor, más inconcreto y lejano se vuelve, menos importa la realidad de las palabras comunes de las que está hecha la literatura. A un escritor se le borra en el olvido o en la indiferencia, pero se le borra en vida con mayor eficacia en la celebridad excesiva. Cada nuevo premio solemne es una paletada de tierra más en la fosa de su irrelevancia. El escritor da discursos manejando generalidades prestigiosas de estadista y cuando le hacen una entrevista las preguntas tratan del estado del mundo, de la memoria o de la conciencia nacional, si acaso del porvenir dudoso de la literatura en la época de las nuevas tecnologías, o de la soledad del hombre. Las grandes preguntas generales tienen para el reportero la doble ventaja de que suenan profundas y de que eximen de la lectura de los libros del escritor entrevistado: libros acogidos con gran revuelo público y desde hace tiempo no leídos por nadie. El escritor provoca una reverencia confusa que no obliga a nada. Le dan un nuevo premio y tiene que pronunciar un nuevo discurso espeso de vaguedades meritorias. Acaba de publicarse un volumen de ensayos y discursos de Saul Bellow, y lo que provocan en conjunto, aparte de tedio, es una gran tristeza. Hasta un novelista tan vivaz, tan sensual, tan irónico como Bellow se vuelve plomizo cuando ocupa uno de esos atriles de las grandes ocasiones oficiales, incluida la del Premio Nobel.
viernes, 24 de abril de 2015
Discurso de Juan Goytisolo (entrega del Premio Cervantes 2014)
A la llana y sin rodeos
En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes
conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El
encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a
triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede
a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a
la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del
segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.
A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de
escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos,
“ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar
mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera
y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese
al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. La vejez de lo nuevo se
reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de
la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y
teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante
décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes
adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato
en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la
fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras
ni épocas.
“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe
Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la
institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de
ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la
aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil
celebración.
Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La
mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista
de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico
no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y
ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo
con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces
ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!
Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas,
incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a
abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad
cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el
territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía.
Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema
que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la
tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las
identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.
En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y
comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas
probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su
vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las
estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus
negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el
barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en
1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos
de la sociedad?
Hace ya algún tiempo, dediqué unas páginas a los titulados Documentos cervantinos
hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el
propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya
lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras
indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos,
y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las
conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la
burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos,
muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos
años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”:
ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en
silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.
Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa
“exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a
las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de
Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe
distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de
las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas
mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y
socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos
de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad
que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería
financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma
por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos
inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.
Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos
resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción,
precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes
como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho
encontrará siempre un refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis
social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra
Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la
del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede
ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de
una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el
ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas
reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la
encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y
consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera
Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en
boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se
despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso
Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los
poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como
una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos
evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella.
Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no
nos resignamos a la injusticia.
domingo, 19 de abril de 2015
"El libro" por Manuel Vicent
En el tronco de un haya una pareja de enamorados ha grabado un corazón traspasado por una flecha. Inés y Luis son sus nombres inscritos en la corteza plateada a punta de navaja. Fue hace muchos años. El árbol era todavía joven cuando la pareja de enamorados pasó por aquí. El tronco, ya muerto, al crecer ha ensanchado y corroído los trazos. Un experto en botánica podría descubrir el tiempo exacto que ha pasado, aunque en este caso no es necesario, puesto que debajo del corazón herido hay una fecha. 23 de abril de 1968. Al pie de este árbol discurre un río apacible cuyas aguas, como la vida, puede que se hayan llevado al mar o a la tumba la memoria de estos amantes. Pero lo escrito, escrito está. Etimológicamente el vocablo libro se deriva del latín liber, que significa la capa fibrosa que hay debajo de la corteza de ciertos árboles. Plinio el Viejo cuenta que los romanos escribían sobre estas cortezas antes de que se descubriera el papiro. Libro y libre tienen en latín la misma raíz. Lectura y libertad son pasiones que siempre acaban por encontrarse. El Día del Libro fue instituido en recuerdo del aniversario de la muerte de Cervantes cuando los vientos saludables anunciaban que la República estaba al llegar. Tampoco 1968 fue un mal año. Tal vez aquella pareja de enamorados, Inés y Luis, hijos del Mayo francés, habían estrenado los primeros vaqueros y habían puesto el dedo en el arcén para viajar en autostop a París con un libro de poemas de Dylan Thomas en la mochila. O tal vez nada. Puede que no fueran conscientes del significado del 23 de abril, pero al grabar sobre el tronco del haya un corazón, una fecha y sus nombres habían regresado sin saberlo al origen del libro, que radica en la corteza de los árboles, donde los antiguos griegos y romanos escribieron los primeros pensamientos y las primeras palabras de amor.
sábado, 18 de abril de 2015
Dublineses IV
Las atracciones de Dublín no las busquéis en las visitas al castillo, ni en el Trinity College, ni en el ayuntamiento, sino en los urinarios de los pubs. En esos lugares se localiza el gran atractivo turístico de la ciudad. Y no es moco de pavo. Ni Roma, ni París, ni siquiera Londres ofrecen paisajes tan atrayentes como las empinadas escaleras de los retretes de esta ciudad. No hay otros sitios en Dublín que el viajero visite tanto. Después de disfrutar de uno de los mayores placeres de los que puede gozar un hombre (y cito a un cura casto), aprende uno a lavarse y secarse las manos con rapidez y pericia. Todo se dispone con eficacia para volver a la barra, atraído por las sirenas que se apostan en todos los pubs de la ciudad, desafiando a los tapones de los oídos con que suelen protegerse los navegantes. Nos recreamos con el refrescante sabor de 1000 cervezas distintas que apenas se suben a la cabeza, con la esperanza de que en las pantallas de televisión dejen de emitir el Máster de Augusta de 1991.
La música celta puede entusiasmar tanto como empalagar, según el intérprete. El violín y el acordeón invitan a ahogarse en pintas por placer, la cantinela del cantautor nacionalista invita a ahogarse en pintas por desesperación. Todo es algarabía y urinarios. Conozco las porcelanas del retrete del O´Neals con más detalle que las de mi casa y solo llevamos aquí cuatro días.
Mientras, los chicos se entretienen: "Cobete" enseña el culo por una ventana. "Popeye" reta a un combate de boxeo al campeón de Cuenca de los pesos ligeros (la ignorancia es muy atrevida). Suerte tiene de que el guarda del Trinity College impide la pelea (el campeón venció en la final a su propio hermano). Al llegar al hotel, el "Ganadero" traiciona a sus amigos con fotos poco decentes. Es el ritmo de los 17 años. Y yo sigo en los urinarios charlando con alemanes, con dublineses, con españoles y con un señor de Finlandia que se balancea y amenaza con su chorro disperso, mientras desalojamos las pintas en el paredón de cerámica blanca. En las pantallas de televisión, un irlandés vuelve a ganar el Máster de Augusta. Lo bueno de Dublín es que a los borrachos nunca se les ve desamparados.
jueves, 16 de abril de 2015
"Sobre miedo, periodismo y libertad" por Arturo Pérez Reverte
Hace medio siglo recibí la más importante lección de periodismo de mi vida.
Tenía 16 años, había decidido ser reportero, y cada tarde, al salir del
colegio, empecé a frecuentar la redacción en Cartagena del diario La
Verdad. Estaba al frente de esta Pepe Monerri, un clásico de las
redacciones locales en los diarios de entonces, escéptico, vivo, humano. Empezó
a encargarme cosas menudas, para foguearme, y un día que andaba escaso de
personal me encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad sobre un asunto de
restos arqueológicos destruidos. Y cuando, abrumado por la responsabilidad,
respondí que entrevistar a un político quizás era demasiado para mí, y que
tenía miedo de hacerlo mal, el veterano me miró con mucha fijeza, se echó atrás
en el respaldo de la silla, encendió uno de esos pitillos imprescindibles que
antes fumaban los viejos periodistas, y dijo algo que no he olvidado nunca:
“¿Miedo?... Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano,
quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.
Pienso en eso a menudo. Y últimamente, en España, más todavía. Ninguna de
la media docena de certezas, de lecciones fundamentales que he ido adquiriendo
con el tiempo, supera esas palabras que un viejo zorro de redacción dirigió a
un inseguro aprendiz de periodista: Cuando lleves un bloc y un
bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti. Todo el
periodismo, su fuerza, su honradez, hasta su épica, se resume en esas
magníficas palabras. En esa declaración segura de sí, casi arrogante, formulada
por un humilde redactor de provincias.
Miedo, es la palabra. No hay otra. O al menos, no la conozco. Miedo del
alcalde correspondiente, o su equivalente, ante el bloc y el bolígrafo, o lo
que los sustituya hoy, manejados por una mano profesional, eficaz y honrada en
los términos en que el periodismo puede considerarse como tal. He escrito
alguna vez, recordando siempre a Pepe Monerri, que el único freno que conocen
el político, el financiero o el notable, cuando llegan a situaciones extremas
de poder, es el miedo. En un mundo como este, donde las ingenuidades y las
simplezas de mecherito en alto y buen rollo a menudo son barajadas por los
canallas, como instrumento, y creídas por los tontos útiles que ofician de
ganado lanar y carne de cañón, ese es el único freno real. El miedo. Miedo del
poderoso a perder la influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. A
verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus
ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese
miedo, todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo actual posee
para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese
saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin
ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles.
Nunca en esta democracia, como en los últimos años, se ha visto un maltrato
semejante en España del periodismo por parte del poder. Aquel objetivo
elemental, que era obligar al lector a reflexionar sobre el mundo en el que
vivía, proporcionándole datos objetivos con los que conocer este, y análisis
complementarios para mejor desarrollar ese conocimiento, casi ha desaparecido.
Parecen volver los viejos fantasmas, las sombras siniestras que en los
regímenes totalitarios planeaban, y aún lo hacen, sobre las redacciones. Lo
peligroso, lo terrible, es que no se trata esta vez de camisas negras, azules,
rojas o pardas, fácilmente identificables. La sombra es más peligrosa, pues
viene ahora disfrazada de retórica puesta a día, de talante tolerable, de
imperativo técnico, de sonrisa democrática. Pero el hecho es el mismo: el poder
y cuantos aspiran a conservarlo u obtenerlo un día no están dispuestos a pagar
el precio de una prensa libre, y cada vez se niegan a ello con más descaro.
Basta ver las ruedas de prensa sin preguntas, el miedo a comparecencias
públicas, los debates electorales donde son los políticos y sus equipos, no los
periodistas desde la libertad, quienes establecen el formato. Como si hubiera,
además, que agradecerles la concesión. Y la sumisión de los periodistas, y de
los jefes de esos periodistas, que aceptan ese estado de cosas sin rebelarse,
sin protestar, sin plantarse colectivamente, con gallardía profesional, frente
a la impune soberbia de una casta a la que, en vez de dar miedo, dan, a menudo,
impunidad, garantías y confort.
Aterra la docilidad con la que últimamente, salvo concretas y muy
arriesgadas excepciones, el periodismo se pliega en España a la presión del
poder. Creo que nunca se ha visto, desde que se restauró la democracia, un
periodismo tan agredido por el poder político y financiero. Y nunca se ha visto
tanta mansedumbre, tanta resignación en la respuesta. Apenas hay afán por
buscar, por investigar, excepto cuando se trata de servir intereses
particulares. Entonces, para procurar munición al padrino que a cada cual
corresponde o se ha buscado para sobrevivir, entonces sí hay luz verde, y hay
medios, hasta que se topa con la línea roja correspondiente a cada cual: la
banca, la telefonía, la publicidad, el nacionalismo correspondiente, la
Iglesia, tal o cual sigla de partido, lo socialmente correcto llevado hasta
extremos de estupidez. Y en pocos casos se trata de hacer reflexionar al lector
sobre esto o aquello. Se trata, por lo general, de imponerle una supuesta
verdad. Y ese parece ser el triste objetivo del periodismo español de hoy: no
ayudar al ciudadano a pensar con libertad. Solo convencerlo. Adoctrinarlo.
España es un lugar con una larga enfermedad histórica que se manifiesta,
sobre todo, en un devastador desprecio por la educación y la cultura, y una
siniestra falta de respeto intelectual por quien no comparte la misma opinión.
Por el adversario. Siempre creí, porque así me lo enseñaron de niño, que los
únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la
cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y
lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca son libres, pues su ignorancia y
su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador
astuto, a cualquier manipulador malvado. A cualquier periodismo deshonestamente
mercenario.
Y así, con frecuencia, aquí todo asunto polémico se transforma, no en
debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el
rigor, sino el sentido común. Apenas existe en los medios españoles un debate
solvente político, social o cultural merecedores de ese nombre, sino choques de
posturas. Diálogos de sordos, a menudo en términos simples, clichés incluidos,
de derecha e izquierda. La presencia de nuevas formaciones políticas que buscan
espacios distintos no varía la situación. Se sigue buscando situarlas en uno u
otro de los tradicionales, como si de ese modo todo fuese más claro. Más
definido. Más fácil de entender.
Destaca, significativa y terrible, la necesidad de encasillar. En España
parece inconcebible que alguien no milite en algo; y, en consecuencia, no odie
cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Aquí, reconocer un
mérito al adversario es tan impensable como aceptar una crítica hacia lo
propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectarismos
heredados, asumidos sin análisis. Toda discrepancia te sitúa como enemigo,
sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política. Me pregunto muchas
veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de ver al adversario no vencido o
convencido, sino exterminado. Y quizá sea de la falta de cultura. De ciudadanos
simples surgen políticos simples, como los que muestran esos telediarios en los
que, al oír expresarse a algunos políticos casi analfabetos (y casi
analfabetas, seamos socialmente correctos), te preguntas: ¿Por quién nos toman?
¿Cómo se atreven a hablar en público? ¿De dónde sacan esa cateta seguridad, esa
contumaz desvergüenza?... Sin embargo, la falta de cultura no basta para
explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados como nosotros se
respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña en los colegios
pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de la Inquisición
con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes y gobernantes.
Pues bien. Ese “conmigo o contra mí” envenena, también, las redacciones.
Los veteranos periodistas recordarán que en los años de la Transición, y hasta
mucho después, la línea ideológica, el compromiso activo de un medio
informativo, los llevaban el quipo de dirección, columnistas y editorialistas,
mientras que los redactores y reporteros de infantería, honrados mercenarios,
eran perfectamente intercambiables de un medio a otro. Un periodista podía
pasar de Pueblo al Arriba, a Informaciones, a Diario
16 o a El País con toda naturalidad. Incluso
redactores de El Alcázar, la ultraderecha de la derecha, tuvieron
vidas profesionales en otros medios. Ahora, eso es casi imposible. Las
redacciones están tan contaminadas de ideologías o actitudes de la empresa, se
exige tanta militancia a la redacción, que hasta el más humilde becario que
informa sobre un accidente de carretera se ve en la necesidad de dar en su
folio y medio un toquecito, una alusión política, un puntazo en tal o cual
dirección, que le garantice, qué remedio, el beneplácito de la autoridad
competente. Y ya que hablo de sucesos, está bien recordar que hasta los
sucesos, los accidentes, las desgracias, son tratados ahora por los medios, a
menudo, según el parentesco político más cercano. Según sea la militancia de
los responsables reales o supuestos. Y a veces, hasta de las víctimas.
Apenas hay periodismo político real en España, sino declaraciones de
políticos y cuanto en torno a ellos se genera. Raro es el trabajo periodístico
que no incluye declaraciones de políticos a favor o en contra, marginando el
interés del hecho en sí para derivarlo a lo que el político opina sobre él,
aunque esa opinión sea una obviedad o un lugar común, o quien habla maneje
mecanismos expresivos o culturales de una simpleza aterradora. Lo que cuenta es
que el político esté ahí. Que adobe y remate el asunto. Hasta el silencio de un
presidente o un ministro se considera noticia de titulares de prensa. Por
modesta o mediocre que sea a veces, la figura del político asfixia a todas las
otras. Hasta en la prensa local del más humilde pueblo español, las páginas
abundan en politiqueo municipal, convirtiendo cualquier menudo incidente
concejil en asunto de supuesto interés público. Los mecanismos internos más
aburridos de cualquier formación política importante se examinan hasta el
agotamiento. En mi opinión, las horas que un tertuliano de radio o televisión
dedica en España a analizar la mecánica interna de los partidos no tienen
equivalente en el mundo democrático
Todo eso agota al lector, al oyente, al telespectador. Lo aburre y lo
expulsa del debate, haciendo que vuelva la espalda a la política, haciéndolo
atrincherarse allí donde las palabras reflexión y lucidez desaparecen por
completo. Tampoco ayudan a ello las voces que en ocasiones el periodismo pone
sobre la mesa, como algunos tertulianos y opinadores profesionales alineados
con tal o cual postura, o que han ido readaptándola cínicamente en los últimos
40 años, de modo que antes de que abran la boca ya sabes, según el individuo y
el momento, lo que van a decir. Del mismo modo que reconoces tal o cual emisora
de radio, en el acto, por el tono de sus intervinientes, aunque ignores el
nombre de estos. Igual que con alguien en la calle, a los pocos minutos de
conversación, sabes exactamente que periódico lee o que emisora de radio
escucha.
Para cualquier lector atento de varios medios, es evidente que el
periodismo en España se ha contaminado de ese ambiente enrarecido, de ese sesgo
peligroso que tanto desacredita las instituciones en los últimos tiempos y del
que son responsables no solo los políticos, ni los periodistas, sino también
algunos jueces demasiado atentos a los mecanismos de la política, el periodismo
y la llamada opinión pública. Y tampoco la crisis económica contribuye a las
deseadas libertad e independencia. La inversión publicitaria pasó de 2.100
millones de euros en 2007 a menos de 700 en 2013. Eso aumenta la tentación de
cobijarse bajo los poderes establecidos, y el periodismo como contrapoder se
vuelve un ejercicio peligroso. Por sus propios problemas, algunos medios
deciden no ir contra nadie que tenga poder o dinero. Y surge otro serio enemigo
del periodismo honrado: la autocensura. Cuando el redactor jefe, en vez de
animarte, te frena. Nos gusta ver en las películas cómo periodistas intrépidos
consiguen la complicidad y el aliento de sus superiores; pero eso, aunque por
fortuna ocurre a veces, no es aquí el caso más frecuente. No se practica con
igual entusiasmo en las redacciones, más atentas a notas de prensa de gabinetes
que a patear el asfalto. Y así, los partidos, las grandes empresas de la banca,
las comunicaciones y la energía, entre otras, aprovechan la dependencia de los
medios para dar por supuesta, cuando no imponer, la autocensura en las
redacciones.
Supongo
que habrá soluciones para eso. Posibilidades de cambio y esperanzas. Pero no es
asunto mío buscarlas. No soy sociólogo, ni político. Apenas soy ya periodista.
Solo soy un tipo que escribe novelas, que fue reportero en otro tiempo. Y hoy,
puesto que aquí me han emplazado a ello, traigo mi visión personal del asunto,
parcial, subjetiva, que pueden ustedes olvidar, con todo derecho, en los
próximos cinco minutos. La transición del papel a lo digital, los productos de
pago en la red, la eventualidad de que nuevos filántropos, capital riesgo y
empresarios particulares unan sus esfuerzos para hacer posible un periodismo
solvente y de calidad, son posibilidades ilusionantes que sin duda serán
abordadas por quienes aún creen que solo un periodismo que pide cuentas al
poder, en cualquier forma de soporte inventada o por inventar, tiene futuro.
Esa es, y será siempre, la verdadera épica del periodismo y de quienes lo
practican: pelear por la verdad, la independencia y la libertad de información
pagando el precio del riesgo, en batallas que pueden perderse, pero que también
se pueden ganar. Haciendo posible todavía, siempre, que un alcalde, un
político, un financiero, un obispo, un poderoso, cuando un periodista se
presente ante ellos con un bloc, un bolígrafo, un micrófono o lo que depare el
futuro, sigan sintiendo el miedo a la verdad y al periodismo que la defiende.
El respeto al único mecanismo social probado, la única garantía: la prensa
independiente que mantiene a raya a los malvados y garantiza el futuro de los
hombres libres.
miércoles, 15 de abril de 2015
Dublineses III
Durante el Bloomsday, los dublineses se visten de época para homenajear al escritor que renegó de los irlandeses y huyó de ellos para no sufrir los aromas de la patria. Sería impensable que aquí toda una ciudad se volcara en agasajos por una obra literaria. No puedo imaginar a todos los madrileños con gorguera celebrando el 23 de abril para celebrar la pluma de Cervantes. A los actos con que se conmemora de manera parecida la figura de Valle-Inclán asisten cuatro indocumentados. Aquí nos reunimos para cosas más serias: pasear a hombros a ídolos de madera o lanzarnos en masa a las fuentes de nuestras plazas para celebrar que un niñato ha colado una pelota en una red.
El sol en Dublín es cerveza rubia, y hemos tenido la potra de disfrutarla durante tres días seguidos, los únicos en todo el invierno según nos comenta una camarera croata contagiada por la cháchara dublinesa.
El gran parque de la ciudad, San Stephen Green no es Hyde Park. Los troncos de sus árboles sí se pueden abrazar, pero está plagado de irlandeses: tomando el sol con el torso desnudo, dando el pecho a un bebé, comiendo, jugando al fútbol, hablando y hablando. Las gaviotas sobrevuelan el parque y se dejan caer al estanque. Los escritores muertos jalonan los pasillos entre los setos. Visitamos de nuevo los pubs para calmar la sed de un día de picnic. Nos reciben, aquí también, los escritores muertos. Por suerte no se permite la entrada a las gaviotas. Solo la música celta, las pintas, los escritores muertos y los vivos celebrando no estar impresos en las paredes.
lunes, 13 de abril de 2015
Dublineses II
El viajero necesita de unos días para aclimatarse al nuevo destino, para asentarse con confianza en los taburetes de los bares, para afianzar su paso sobre el asfalto. Los dublineses hacen este tránsito más breve. Al segundo día, el viajero es capaz de sentirse tan a gusto como en el salón comedor de su casa: el sofá es el pub; y la pinta, el mando de la televisión.
Las visitas turísticas en Dublín son una mera excusa para contactar con los conserjes del ayuntamiento y los empleados del Trinity College. Su buena disposición ayuda a no dar demasiada importancia al sentido de la visita. A falta de grandes descubrimientos arqueológicos, podemos indagar en la transparencia sincera de su piel, capaz de apaciguar al más airado de los visitantes. Su sonrisa suena tan cristalina como el chorro de alivio sobre la porcelana de los urinarios. Ni el City Hall, ni el Trinity College, ni la catedral de San Patrick cortan el aliento, pero no hace falta. Las profesiones en los que uno solo suele encontrar hiel y cuero gastado: camareros, recepcionistas de hotel, policías..., aquí se identifican con las buenas maneras. No les hace falta ningún museo de cadáveres para atraer al viajero. Dublín es tan sabroso como el pan con aceite, tan aromático como un salmón ahumado, tan mullido como la espuma de una pinta. En el barrio de Temple Bar, incluso más allá, las taberneras saben a labios de cebada, a piel de café y a banderas sin colores. No se debería comer en los pubs, en estos templos del alcohol, como no se debe jugar al mus en la casa del Señor. Entretanto, el músico de la guitarra acústica se desgañita entre gritos de españoles que han invadido las tabernas sin que cunda la alarma (no somos ingleses).
Las calles de Dublín han sido tomadas por los escritores muertos y por las gaviotas. Cuando uno espera en la habitación del hotel a que suene el despertador, oye los gañidos de estos pajarracos. Se ríen por su victoria. Al salir a la avenida, una de ellas, soberbia, se muestra sobre el monumento de O´Connell, héroe de la independencia irlandesa. La cabeza del "libertador" es su retrete. Se caga en la patria como James Joyce, en un hermanamiento de escritores muertos y aves estridentes que no acaba aquí. Decía el autor del Ulises que Irlanda era una vieja cerda que devora sin piedad a su lechigada, sin duda, Joyce ha enviado a las gaviotas para que se venguen del crimen, de las hambrunas que quedan reflejadas en unas esculturas de bronce en la margen del río. "Famine", reza el conjunto escultórico. Escalofriante el padre famélico que carga en sus hombros al hijo muerto, como el pastor a la cría de la oveja recién nacida. El pasado terrible queda congelado en el paseo, justo donde el día anterior se lanzaban a las aguas dos borrachos desafiando al aire afilado de la tarde.
Y mientras las gaviotas profanan la memoria de los héroes, los escritores muertos aparecen por todos lados: en los pubs, en las calles, en los parques, en las franquicias italianas, en los retretes... Becket, Bernard Shaw, Wilde, Joyce, Swift, Emmet y las gaviotas enseñan sus picos curvos en cualquier esquina, en cualquier urinario. Tan hirientes son las cagadas del ave sobre el busto del héroe de la independencia como las voces de los poetas muertos. Todos ellos también defecaron sobre las cabezas de bronce de sus próceres y de su patria. Dublín los ha convertido en una franquicia más de la literatura y pasea sus rostros dormidos hasta en los locales de tatuajes.
domingo, 12 de abril de 2015
Dublineses I
Que los aeropuertos se han convertido en algo muy parecido a los corredores de un matadero de reses es algo innegable. Aún más si uno se embarca en un viaje con 41 muchachos de 16 años. El tenso pánico que envuelve el ambiente desde las últimas catástrofes y las colas dirigidas con cintas de tela aumentan la angustia y la desesperación. Los viajeros aceptan sumisos el destino al que los abocan los túneles de metacrilato y los techos altos.
Todo cambia al llegar a Dublín. Se despeja la incógnita de vivir para contarlo y, para compensarnos, contemplamos una ciudad de andar por casa, sin soberbia. Apenas se la oye destacar en sus construcciones: no abruman las descomunales iglesias, ni los mastodónticos edificios, ni los arcos apabullantes. Nos planteamos la primera pregunta trascendental en un viaje, "¿qué vamos a ver aquí?", y una respuesta concluyente, "gente, pelirrojos con sonrisa confortable y con ganas de pegar la hebra". Todos los oficios susceptibles de engendrar tipos con mal gesto, se transforman en Dublín en traficantes de amabilidad: recepcionistas de hotel, policías, camareros, funcionarios... Nos pasan la "papela" y a las pocas horas viajamos en el cuelgue que a ellos les lleva al buen rollo. El mismo que se aprecia al entrar por primera vez en uno de los pubs de Temple Bar: música celta en directo, ambiente propicio para el jolgorio, pintas, niños bailando y mucho trapicheo de turistas embaucados por la droga de los dublineses. La risa roja de una tabernera vikinga farfulla comentarios jocosos mientras nos sirve las bebidas, sin otra preocupación que la sed de esa noche.
Al salir, en las márgenes del río, dos muchachos ebrios se despojan de las camisas y apurando una botella de whyskie se lanzan al agua desafiando el afilado viento de la tarde.
Para cenar, una sorpresa de charanga y pandereta. Solo a unos patriotas de pro como a nosotros se nos ocurre visitar un restaurante español en pleno Dublín con este menú: "Chiken chilindrón, estofado de rape con chorizo, salmón con jamón, tortilla española al horno con paprika y flan de arroz con leche". Infame comida e inmejorable trato. Los banderines y las bufandas del Málaga, los anuncios de Torremolinos, el Betis, el toro y la flamenca nos trasladan a los años 60 de un país no del todo real. En la puerta de los urinarios la página de un periódico de Dublín informa de un atentado de separatistas vascos contra el restaurante "La Paloma". Lo intentaron quemar, pero no lo consiguieron. Casi lo lamentamos.
Este es un primer día en Dublín. Esperemos que "la vieja cerda" (como llamaba Joyce a su Irlanda) nos ofrezca más sorpresas rojas y no nos devore como a su lechigada.
domingo, 5 de abril de 2015
Pasea Helena, todavía
Pasea Helena,
todavía,
entre los guerreros.
Se deja raptar
con chupitos de deseo
y se yergue desafiante
su insolente belleza
entre los troyanos.
Pisa los ojos de las víctimas
con los cuchillos afilados
de sus coturnos
y avanza con tranco
de gacela
entre Paris y Paris
que la abordan
con un valor sin esperanza.
Se muestra Helena,
todavía.
bajo las llamas de las luces sincopadas,
entre el denso vapor de la estridencia.
La guerra y el reggaeton
destrozan siempre la armonía.
Pasea Helena,
todavía,
sin reparar
en los groseros destrozos
de la ebriedad,
sin apiadarse
de los enamorados
sin habla.
Pasea,
como siempre,
a pesar del cieno de las baldosas,
flotando sin rozar el suelo.
Y yo, desterrado
hace muchas lunas
de la batalla,
bebo con añoranza
la punta afilada de sus coturnos
que vacía los ojos de los muertos.
"A mi mujer le gustan largas y gordas" por Javier Bilbao
Hace un tiempo, hablando con unos estudiantes de periodismo, les pregunté si en la carrera les enseñaban algo de Google Analytics y su respuesta fue que ni siquiera sabían qué era eso. No me sorprendió, aunque me pareció una lástima al tratarse de una herramienta sencillamente imprescindible para cualquier web. Es lo más parecido a levantar una piedra en el campo y contemplar fascinado todo ese pequeño ecosistema que hasta entonces había permanecido a salvo de miradas ajenas. Solo que esos bichitos que vemos corretear ahora a la intemperie son ustedes, con perdón. Así podemos ver cuántos son, de dónde vienen y qué les interesa. Analytics es el ojo de la cerradura a través del que espiamos a nuestros huéspedes… lo que proporciona cierto placer cotilla, no lo negaremos, pero a veces sus prácticas en la intimidad nos dejan estupefactos. Qué raros sois, humanos.
Aunque existan otros buscadores que también funcionan, como Linux, lo cierto es que Google es el más utilizado y gracias a él nos llegan miles de visitas diarias —al menos hasta que algún día al Gobierno en su infinita sabiduría le dé por cerrarlo— algunas mediante búsquedas tan desconcertantes que quisimos dejar constancia de ellas para la posteridad en este artículo. Pero Analytics se empeña cada día en mostrarnos nuevas pepitas de oro y oigan, es que así no hay manera. Y es que hay gente que considera este buscador un canal adecuado para, sin ir más lejos, entrar en contacto con alienígenas: «quiero comunicarme con extraterrestres yo manuel» y añade sus dos apellidos. A lo que Google con buen tino le mandó a nuestra página. Otros esperan encontrar «paginas ultrasecretas de videos porno de» (no pondremos el resto por decoro). A ver, alma de cántaro, ¿si son «ultrasecretas» esperas hallarlas con una simple búsqueda? También resulta frecuente añadir datos personales no se sabe muy bien con qué finalidad, como en «tengo 74 años y quiero ver peliculas eroticas completas de ornella muti desnuda» e incuso preguntar a Google información personal que al parecer uno mismo desconoce: «como saber si soy periodista». Menuda fiesta debió de pegarse el día anterior.
Raro es el día en el que alguien no hace una consulta comenzándola con un «busco» y concluyendo con un «por favor». Educación ante todo, como en «desearia ver mujeres jovenes desnudas follando, puede ser?», aunque por supuesto otros preguntan con peores maneras, «como coño jugar a los juegos del hambre con un mac?» o bien dan por supuesto que Google conoce personalmente a su familia: «vidente quien puede contestar ahora quien le esta haciendo brujeria a mi sobrino federico?». Las relaciones familiares y sentimentales son todo un mundo, una constante fuente de interés, aunque a veces ni siquiera se pregunta nada, solo se afirma: «me encanta meterle el dedo en el culo a mi marido» o «a mi mujer le gustan largas y gordas». Quizá esperan que Google les dé la enhorabuena. Otras ocasiones la preocupación por los seres queridos se nota más interesada, desde «como preparar una reconciliasion impactante y termine en un encuentro sexual fogoso», hasta «cm hacer q un hombre casado q te gusta q le an dicho q eres perra convencerlo q no es asi». O bien directamente hechicería: «si yo he hecho con una foto de una cuñada escribir y meter la foto conjelador me puede caer una maldicion». Y también hay quien busca excusas para justificarse: «si el niño pregunta quienes el culpable de aventura».
Las búsquedas vinculadas al sexo son un filón inagotable. Las hay escalofriantes: «como cortar el frenillo del pene con una tijera en la casa». Extrañas: «como ber el pene a mi chico cuando lo introduce a mi vagina». Satánicas, «las caras del demonio imaginadas en las vaginas» o piadosas: «puede ser bendecida una relacion por dios despues de haber caido en fornicacion». Pueden ser intelectuales «películas pornográficas que vale la pena ver en nombre del arte» o todo lo contrario: «por que ay buelles que tiene la vergota larga i no se les nota i llo que la tengo mas gorda no se ve». Algunas son un tanto paradójicas, «imagenes porno de la mujer invisible», pero nos ha picado la curiosidad, hemos continuado la búsqueda y aquí pueden verla, en una postura realmente desvergonzada. También Google puede servir de consultorio sobre salud sexual: «que pasa si el hombre termina echandote los germenes en la boca» o «cuando nos damos cuenta las mujeres que hemos tenido un orgasmo?» (si lo pregunta sospecho que entonces no lo ha tenido). No faltan los que se lo toman todo muy en serio: «tutorial para comer coño». Sí señor, muy profesional.
Es en general muy habitual que se busquen imágenes para que las coloreen los niños, bien de animales, objetos, escenas cotidianas… aunque una que sea de «personas teniendo sexo para colorear» es, cuanto menos, llamativa. La cantidad de parafilias que se descubren día a día es inabarcable, oceánica, leer algunas diría que hasta es dañino para la salud mental si no la tuviera averiada de antes. Pero por favor, no se escribe horgasmo, secsis, orjia, bajina y birjinidad. Las perversiones, aunque sea, que estén escritas correctamente. Pero no hay que caer en el desánimo, también hay quienes se interesan por la historia, «cuanto media la polla de un romano» (habría de todo, aunque suponemos que se llevaría la palma Pijus Magnificus) o por el bricolaje: «como hacer una cama de cemento con partes eroticas». Suele ser bastante habitual que la gente intente encontrar pareja simplemente buscando en Google: «mujeres que quieran ver mi pene», «seminaristas de la diocesis de getafe que buscan novia» o bien «quiero casarme con un arabe gay activo con mucho dinero». Por pedir… Pero no todo es vicio en la red, y una búsqueda que nos estamos encontrando todos los días desde comienzos de diciembre es, con variantes, la de «existen los reyes magos sí o no». ¿Acabará Google con el espíritu de la Navidad?
Además del sexo a la gente también le gusta el fútbol y pide un «hechizo palos numeros ganadores para hoy 17/11/2014 de la quiniela de hoy». Otros viven su afición con cierto tormento interior «tengo unos amigos del madrid que no paran de decir que el atleti es malo y cosas malas que hago» y sin salirnos del ámbito futbolístico pero volviendo de nuevo al porno: «cuantos centimetros tiene el pene de los futbolistas del barcelona».
La música es otro ámbito que nos trae muchas búsquedas, lo que nos ha permitido descubrir que existe demanda de «canciones tristes para perros», así como «rock para emos muy doloroso» e incluso vocaciones apáticas «me gustaria ser musico pero me aburro a la hora de hacer una cancion». Lo más común sin embargo es que se busquen nombres de grupos, cantantes o temas proporcionando alguna pista, que se supone que el buscador debe comprender, como «cancion que canta un negro en un idioma raro», «cancion en ingles de los ochenta de un grupo que el cantante tenia una voz muy sexi» o «cual es la cancion de los beatles que una parte dice a goru now evi no y she algo asi».
Otros también buscan consejos y sugerencias de todo tipo con las que se intenta hacer la vida algo más llevadera: «como pillar un colocon que me deja medio muerta», «como obtener algo deseado por medio de la energia cuantica» o «para ganar una discusión hay k pararse mirando al norte o sur». Y algunos quieren dejar directamente sus vidas en manos de lo que les diga Google: «quiero estudiar algo y no se que me pueden recomendar?» o bien «que sugerencias se le puede dar al actor mario casas? unas tres sugerencias por favor». Esta la ha hecho él mismo, si no no se entiende. No son pocas las ocasiones en que se solicita el correo de alguien: «necesito el correo de eduardo tarot el evidente», (llamándose así sospechamos que solo prevé obviedades). Y finalmente hay búsquedas directamente inclasificables: «película de papá cerdito que se rompa el teclado de la escuela de de la mamada cel y papá cerdito corre hasta el castillo más alto». ¿Cómo puede el buscador responder a tal cosa sin enloquecer? Al menos a veces se encuentra otras mucho más fáciles: «cual fue la primer persona en el planeta que le pusieron victor». Esta me la sé, fue Víctor.
En conclusión, está próximo el día en que Google tomará conciencia de sí mismo y tal vez no lance un ataque nuclear contra la humanidad, pero con las risas que se echará a nuestra costa y la manera en que nos sacará los colores… quizá acabe siendo peor. Qué paciencia tiene, de verdad.
viernes, 3 de abril de 2015
Me llamó esa noche... y fue
Me llamó esa noche… y fue. La multitud agolpada en las
estrechas callejas de la vetusta ciudad. La emoción contenida de innúmeras
almas que se hermanan en un solo sentimiento. La devoción que abriga como un
manto de lana en una fría noche a la intemperie. Nunca había sentido el fervor
de la masa, la conmoción de fundirse en uno con todo un pueblo. Noté una herida
luminosa en lo más profundo, una saeta de cera fundida atravesándome el pecho,
un dolor dulce lamiéndome las entrañas. Noté el fuego de sus mejillas
sonrosadas al verlo aparecer por encima de las cabezas de la multitud, flotando
sobre los hombros de los costaleros. Lo vi, me miró… y fue. Iluminó mi noche
oscura del alma con llama de amor viva y coreamos al unísono el cántico
espiritual como si las gargantas se hubieran fundido en una sola voz: “¡Genaro,
Genaro, Genaro es cojonudo...” La Moncha había avisado con una teta fuera,
avivada la imagen por el vaivén de los penitentes. Pero no esperaba la
conmoción de su mirada; una mano alzando la botella de orujo al cielo, la otra
asida a la farola que sirve de báculo al señalado con el poder del licor
ardiente. Su nariz esculpida con mano diestra para señalar el fuego de la
ebriedad, Pasó bajo mi consternación y llegaron como un fogonazo los tres
misterios que iluminan la vida de un redimido:
1. 1. El bofetón de tu padre al llegar a casa por
primera vez con la mirada turbia,
2. 2. La primera mañana que preguntas por lo que hiciste
la noche anterior.
3. 3. La noche que recibes la iluminación de Genarín por transustanciación del orujo en fe.
martes, 10 de marzo de 2015
"Estos martes de exámenes con veneno"
Estos martes de exámenes con veneno. Estos días de angustia y de café. Este soborno permanente a la memoria. Estos aromas a primavera encarcelada. Estas aulas cargadas de lejía, de amoniaco, de productos corrosivos contra el entusiasmo. Este sadismo de la disciplina, del orden, de la burocracia. Estas ansias por asesinar la anarquía. Esta perversión por acallar los gritos, por domesticar el tiempo, por amansar los vientos. Este clima de muerte sostenida, impuesto a un paisaje de temblores y tormentas. Este silencio artificial que amamanta rencores y arañas. Este espacio agreste, de una sola voz, que alguna vez fue espasmo y voltereta, ahora ya cariada por el empeño rudo de estos martes de exámenes con veneno que vuelven una y otra vez a levantar las escamas de la adolescencia y a inyectar en la carne la ponzoña de la sepultura.
domingo, 8 de marzo de 2015
"El infinito" de Giacomo Leopardi
y este seto que priva a la mirada
de tanto espacio del último horizonte.
Mas sentado, contemplando, imagino
más allá de él espacios sin fin,
y sobrehumanos silencios; y una quietud hondísima.
Tanta que casi el corazón se espanta.
Y como oigo expirar el viento en la espesura
voy comparando ese infinito silencio
con esta voz: y pienso en lo eterno,
y en las estaciones muertas, y en la presente viva,
y en su música. Así que en esta
inmensidad se anega el pensamiento
y naufragar en este mar me es dulce.
Traducción de Antonio Colinas.
Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
E questa siepe, che da tanta parte
De l'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminato
Spazio di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiete
Io nel pensier mi fingo, ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e 'l suon di lei. Così tra questa
Infinità s'annega il pensier mio:
E 'l naufragar m'è dolce in questo mare.
E questa siepe, che da tanta parte
De l'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminato
Spazio di là da quella, e sovrumani
Silenzi, e profondissima quiete
Io nel pensier mi fingo, ove per poco
Il cor non si spaura. E come il vento
Odo stormir tra queste piante, io quello
Infinito silenzio a questa voce
Vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
E le morte stagioni, e la presente
E viva, e 'l suon di lei. Così tra questa
Infinità s'annega il pensier mio:
E 'l naufragar m'è dolce in questo mare.
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