Secciones
Degollación de la rosa
(636)
Artículos
(447)
Crónicas desde la "indocencia"
(159)
Literatura Universal
(153)
Bachillerato
(130)
Eva
(84)
Libros
(63)
El Gambitero
(32)
Criaturas del Piripao
(27)
Torrente maldito
(27)
Te negarán la luz
(22)
Bilis
(19)
Fotomatón
(19)
La muerte en bermudas
(18)
Las mil y una noches
(15)
Sintaxis
(13)
El teatro
(12)
XXI
(6)
Reliquias paganas
(3)
Farsa y salvas del Rey Campechano
(2)
Caballero Reynaldo
(1)
domingo, 1 de marzo de 2015
Solo soy intención
No puedo confesar
quién soy,
por pudor
y porque solo soy intención.
La intención de lo que quisiera ser.
De esto sí os puedo hablar:
quisiera ser sencillo,
humilde, discreto,
alegre, despierto,
displicente con los soberbios
y generoso con todos los demás;
quisiera no ser dogmático,
ni hipócrita, ni colérico;
quisiera ser sincero
y embustero a partes iguales,
gozar de los placeres
y contenerme
para gozar más de los placeres;
quisiera ser lunático,
errático, satánico,
quisiera tocar las nubes
para chuparme los dedos
y que me los chupen;
quisiera hablar de tráfico,
de arsénico, de léxico
y no atender al discurso
monótono de los voceros;
quisiera abrasarme
para luego bañarme
en agua helada;
quisiera ser profesor
de los que no hieren
y escritor de los que
alguien lee.
Y sobre todo, quisiera olvidarme
de mí mismo.
Pero el mundo no me deja
ser como quisiera ser.
Los obstáculos son muchos,
a veces insalvables.
La envidia,
esa cerda huida de su porqueriza,
se atraviesa en los cruces de caminos
junto con sus crías
para entorpecer el paso,
para tumbarse sobre la hierba
y dejarlo todo perdido
de purines y de barro.
La soberbia,
ese trigo verde que se yergue
como los cardos entre la siembra
para dar una harina agria e indigesta.
El poder,
esa puta afeitada con cosméticos
de droguería barata
que te atrae con la golosina de su sexo
para pegarte unas ladillas o una sífilis irreversible.
O las iglesias,
esas buhoneras camufladas
de mujeres honradas
que te venden un cielo de abalorios
con la oferta del espanto.
Y tantas y tantas intrusiones
asesinan la intención que uno tiene
de andar sin armas en los bolsillos.
sábado, 28 de febrero de 2015
Ejercicios anti-Lomce: "Huir del aula"
Una conseja más que recomendable para no convertirse en un probo funcionario adoctrinador:
Era la cuarta semana de clase. Los chicos ya habían abandonado el entusiasmo del comienzo de curso, sepultado por el olor a naftalina de las aulas. Se imponía un revulsivo. Aquella mañana había una feria de ganadería en el pueblo. Los pastores llevaban a sus mejores sementales para cruzarlos y así evitar la endogamia, nefasta para la cría de corderos de calidad. "Hoy salimos a la calle". La alegría no se podía contener, era desmesurada la emoción por abandonar las cuatro paredes del aula. Escuchaban las indicaciones para elaborar el trabajo de campo con la emoción del semental que huele a la hembra. Si alguien hubiera observado desde fuera el fenómeno, habría pensado que dentro de clase torturamos a los chicos o que nunca habían salido de allí en todos los días de su vida. Se plegaron a todas las condiciones impuestas. Los alumnos que nunca hacían nada se esmeraron por afilar el lápiz y por comprobar que el bolígrafo no tenía la tinta helada. Al llegar a los rediles donde se guardaba a los corderos, se lanzaron con decisión a la búsqueda de los pastores. Los entrevistaban con emoción, apuntaban sus palabras en el cuaderno como si estuvieran recogiendo las palabras del oráculo. "¿Cuántas ovejas hay aquí?", "¿Ovejas?, vamos a ver, muchacho, no les ves los botones?" Anotaban la palabra "botones" y me preguntaban si podían recoger los tacos. El más pequeño de todos, con problemas de salud y de integración, era el centro de atención de los ganaderos, lo rodearon como a un reportero famoso, lo subieron a mujeriegas sobre uno de los sementales y él se sintió héroe por un día.
Los ganaderos se reúnen todos los años para cruzar camadas, para que la simiente no se les envenene. Nosotros no, dejamos que se apolillen los muchachos en el aula. Los rociamos con insecticidas para desinfectarlos de cualquier atisbo de originalidad o creatividad. Nos esmeramos por pudrirles la simiente, para que no puedan reproducir ningún pensamiento propio ni exprimir ninguna idea sin el revoque de los "estándares" normativos. No es una idea nueva, ni mucho menos. Solo tenemos que seguir a Francisco Giner de los Ríos y no los catecismos que nos imponen un año y otro desde los nuevos ministerios:
«Transformad esas antiguas aulas —dice Giner—; suprimid el estrado
y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda
intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro,
símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas
de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a
alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde
distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse
cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un
círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que
discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece
con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su
propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya
que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres.
Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el
laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y
destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el
espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el
museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales,
que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas
doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el
trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético
e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida
circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en
atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas.»
Etiquetas:
Artículos,
Degollación de la rosa
sábado, 21 de febrero de 2015
"Qué nos enseñan Los cuentos de Canterbury" por Javier Bilbao
«¡Que Cristo me condene! ¡Déjame! ¡Capaz serías de hacerme besar tus viejos calzones, jurando que eran una reliquia de santo, aunque tuvieran palominos! ¡Pero, por la cruz que encontró santa Elena, preferiría tener tus cojones en mis manos antes que tus reliquias! ¡Cortémoslos y te ayudaré a llevarlos, te los envolveré en excrementos de cerdo a modo de relicario!», esta respuesta que le espeta el Posadero al Bulero es uno de los pasajes que mejor definen el espíritu de Los cuentos de Canterbury: religiosidad, humor un tanto escatológico, la inevitable blasfemia que surge de combinar ambos, así como la camaradería entre los peregrinos protagonistas que se sobrepone a la rivalidad entre las profesiones y clases sociales que estaban emergiendo en la sociedad medieval. Pero la obra de Chaucer, pese a quedar incompleta, abordó también otros muchos elementos como la fatalidad de la fortuna, el antisemitismo, la superstición, la avaricia y, muy especialmente, el matrimonio y las relaciones entre hombres y mujeres.
A esta recopilación de cuentos inspirada en El Decamerón y escrita a finales del siglo XIV se le atribuye el haber consolidado la lengua inglesa, pero no es eso lo que ahora nos interesa. Citando la Biblia, el autor afirma que «todo lo escrito se escribió para que nos sirviera de enseñanza, y este fue mi único anhelo». Ahí nos detendremos, veamos entonces qué podemos aprender o al menos qué es lo que servidor —en una lectura personal y sin pretensiones académicas— encuentra particularmente interesante, aquellas pepitas de sabiduría que nos hagan crecer interiormente y, en último término, nos permitan sentarnos en el aire como un maestroshaolin. Que de eso se trata.
La excusa argumental que da inicio a a la obra se basa en un grupo de peregrinos en dirección a la catedral de Canterbury que recalan en la posada del Tabardo. Allí el dueño del local les propone un concurso de narraciones —inicialmente cuatro por persona aunque solo leemos una— y al ganador le invitará a cenar en el viaje de vuelta. Ellos aceptan y las historias van sucediéndose en muy diversos estilos e intenciones, acordes a la personalidad de cada uno y siendo el propio Chaucer un personaje más, que en un guiño metaliterario incluso es abroncado por otro. Respecto a la época en la que está ambientada, es la misma de la citada obra deBoccaccio, así que también refleja el enorme impacto que tuvo la peste negra… aunque ni siquiera llegue a mencionarla directamente. En torno a la mitad de la población inglesa murió en apenas un par de años, dejando en consecuencia una gran cantidad de vacantes disponibles en todos los ámbitos productivos para los supervivientes. Una estructura social que había permanecido rígida durante siglos repentinamente se volvía mucho más abierta, había muchas más oportunidades para todos. Quizá sea eso lo que España necesite en estos tiempos, quién sabe, pues el resultado entonces fue el de dar paso a una nueva sociedad mucho más dinámica, la del Renacimiento. En el caso concreto de los personajes de las diversas historias y de los propios narradores, este hecho se refleja en su interés por prosperar, ascender y enriquecerse (con buenas o malas artes) de una manera que sus antepasados ni se habrían planteado. Quizá el caso más paradigmático sea el de la viuda de Bath, que en el prólogo a su cuento se muestra ufana en torno a cómo se ha casado en cinco ocasiones, heredando las tierras y la fortuna de cada uno de sus desdichados maridos.
Pero la revalorización de la ambición y el dinero no disminuyó sin embargo el odio a los judíos en la sociedad tardomedieval, del que Los cuentos de Canterbury tan buena muestra son. El origen del antisemitismo era una combinación de intolerancia religiosa y recelo ante la prosperidad que estaban alcanzando y la manera de hacerlo, pues los acreedores raramente lograrán caer simpático a alguien. Y es que a los cristianos el Evangelio de Lucas les decía «y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? (…) prestad, no esperando de ello nada», mientras que a los judíos por su parte el Deuteronomio les dictaba que «Al extranjero podrás prestarle a interés», siendo considerado extranjero alguien de distinta fe. Así que el préstamo con interés era algo repudiable que quedaba proscrito a los cristianos (el rechazo visceral que hoy en día generan los bancos en tantas personas quizá sea un lejano eco de ello) y ese espacio fue ocupado por esa diáspora de las doce tribus que tal como comienza relatando el cuento de la Priora «practica el sucio negocio de la usura, vicio aborrecido por Cristo y por los que practican su fe». Por cierto un personaje este, el de la Priora, de quien en su presentación se destaca su buena educación, pues era capaz de masticar sin que se le cayera la comida de la boca. No valoramos hoy en día como es debido el tener dientes.
La historia que nos cuenta, ambientada en la judería de una gran ciudad de Asia, se centra en un inocente niño cristiano que rezaba y cantaba con devoción camino de la escuela, para lo que debía cruzar dicho barrio. Pero entonces «la serpiente Satanás, que tiene en el corazón del judío un nido de avispas, se hinchó y dijo: ¡infeliz pueblo hebreo! ¿Os parece bien que un niño vaya por ahí entonando canciones cuyas palabras son un insulto a nuestra antigua fe?». Al oír esto los vecinos comenzaron a conspirar y el pequeño acabó degollado y tirado a un pozo que usaban para hacer sus necesidades. La madre, preocupada al ver que su hijo no llegaba a casa, recorrió el barrio y entonces se produjo el milagro de que, aún degollado, cantaba con voz melodiosa desde el fondo de aquel vertedero de inmundicias, dejando así en evidencia a sus asesinos, que fueron prendidos y ajusticiados. ¿Qué aprendemos entonces del cuento de la Priora? Pues que el judío usurero es de naturaleza conspiradora, diabólica y conviene darle su merecido pero no de cualquier manera, ojo, dado que «cada culpable fue descoyuntado, sus extremidades atadas a cuatro briosos caballos, y después colgados según ordenaba la ley». Mmm… no, me temo que no es una buena enseñanza. Sigamos con otra a ver.
Una de las características que dan modernidad a esta obra son los recursos narrativos que emplea, con tramas que se entrecruzan, pistolas de Chéjov (como los peñascos en el cuento del Terrateniente), una narración autoconsciente que recurre a las elipsis y a acotaciones («dejémoslos por un momento en su felicidad para volver con este otro personaje») e, incluso, a cuentos dentro de cuentos que a su vez forman parte de la historia central, como si de la película Origen se tratase. Esto lo vemos por ejemplo en el peculiar cuento del Capellán de monjas, una fábula sobre unas gallinas y un zorro que narran a su vez otras anécdotas protagonizadas por humanos, y también en como cada uno de los peregrinos explica su historia buscando a veces provocar a los otros ridiculizando su profesión, que a su vez replican con otra en sentido contrario, dándole así un hilo conductor al conjunto. Es el caso del cuento del Molinero.
En él se cuenta como un carpintero más ambicioso que espabilado es engañado por el estudiante que vive de alquiler en su casa, quien le hace creer que un inminente diluvio acabará con todo. Atemorizado, el carpintero se mete en un tonel colgado del techo por la noche, a lo que el estudiante aprovecha para ir a su cama y retozar con su esposa. Mientras tanto, otro aspirante a gozar de los favores de esa solicitada mujer canta junto a su ventana y ella, para espantarle, le ofrece un beso en la oscuridad. Él acepta y al aproximar los labios lo que asoma es el culo de ella (muy áspero y peludo, se describe). Ávido de venganza el amante frustrado vuelve con un tizón al rojo vivo y reclama otro beso, siendo esta vez el estudiante quien hace la broma de mostrar su trasero. Entonces le arrea con el tizón y el estudiante grita desesperado «¡Agua, agua!», lo que despierta al carpintero y lo agita al creer que ese grito es el aviso del inminente diluvio, haciéndole caer con gran estrépito y atrayendo así a todos los vecinos, que al ver la situación estallan en risas. En definitiva, por sus detalles y extensión es básicamente un chiste contado por Chiquito de la Calzada y aquí la moraleja está muy clara: no duermas en un tonel ni asomes el trasero por la ventana. Tal vez no sea la mayor perla de sabiduría de la historia de la literatura, pero nunca se sabe cuándo puede servir.
El siguiente cuento, narrado por un carpintero, tiene evidentemente como objetivo de sus dardos a un avaricioso molinero, cuyas esposa e hija son mancilladas por dos estudiantes a los que intentó estafar. Como vemos la infidelidad es un tema recurrente, presente también en otras historias y que contribuye a hacer de Los cuentos de Canterbury en su conjunto todo un tratado sobre el amor y el matrimonio. De hecho se suele atribuir a Chaucer el haber sido el primero en atribuir al día de San Valentin el significado que actualmente le otorgamos de celebración de los enamorados (aunque no por estos cuentos sino por su obra anterior, El parlamento de las aves). El cuento de Melibeo nos muestra por ejemplo a un hombre poderoso que se plantea iniciar una guerra contra sus vecinos como desagravio, pero su esposa Prudencia con gran elocuencia le termina persuadiendo para que opte por el perdón y la convivencia pacífica. La relación entre ambos es una estrecha alianza frente al mundo, en la que ella con una actitud aparentemente suplicante termina logrando que él haga todas y cada una de las cosas que le va pidiendo, como si fuera una marioneta en sus manos, aunque eso sí «Dios sabe que en mi propósito lo digo como lo mejor para ti, por tu honor y también para tu provecho». Algo similar a lo que encontramos en el cuento de la viuda de Bath y en el del Terrateniente, en el que se describe el amor como una entrega mutua en la que una parte es sierva y dueña simultáneamente de la otra:
El amor no debe ser forzado ni limitado por el dominio, ya que cuando este aparece, el dios encoge sus alas y emprende la retirada. Al amor no se le pueden señalar fronteras. Las mujeres, por propia naturaleza desean la libertad, no quieren ser tratadas como esclavas, y lo mismo sucede con los hombres.
Por su parte el cuento del Mercader, sobre un hombre rico que ya tiene cierta edad y se muestra ansioso por adquirir una joven esposa, va aún más allá al poner en boca de su protagonista que «un hombre que no esté casado es una basura». Aunque su hermano se ve obligado a refrenar tanto entusiasmo haciéndole ver que «solo Dios sabe las lágrimas que derramé desde que me casé. Que cuente las satisfacciones del matrimonio el que quiera o el que haya tenido suerte, yo solo puedo hablar de disgustos y obligaciones». Lo que entronca con otra de las ideas recurrentes que nos muestra Chaucer, la de que, por así decirlo, la hierba siempre nos parece más verde al otro lado del prado. Cada uno desea la suerte del vecino aunque el vecino envidie la nuestra, un sesgo psicológico recurrente y muy estudiado hoy día. Por cierto, al final del cuento del Mercader el protagonista acaba siendo un cornudo ante sus propios ojos, aunque ella termina convenciéndole de que no es lo que parece y siguen felices.
Para ir concluyendo no podemos dejar de mencionar la adaptación al cine que dirigió el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini y que le valió el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1972. No ponemos el enlace no vayan a cerrarnos el chiringuito, pero pueden encontrarla en YouTube en castellano. Es una versión muy similar en muchos aspectos a la que hizo previamente de El Decamerón, que conforma con la posterior de Las mil y una noches su llamada «Trilogía de la vida». Hay que decir que ha envejecido bastante mal, parece rodada con cuatro duros, tiene unas actuaciones pésimas y un hilo argumental un tanto inconexo, como si se hubiera reunido con un grupo de amigos un fin de semana y esto es todo lo que les hubiera dado tiempo a rodar. Eso sí, aparece mucha gente desnuda y follando, lo que provocó un considerable escándalo en su época, también en el Partido Comunista Italiano (al que el cineasta era tan afín) que lo tildó de «capitalista, reaccionario y lleno de concesiones con la sociedad de consumo». Visto hoy en día resulta bastante curioso que un partido político haga crítica cinematográfica, pretendiendo extender en ese ámbito también sus tentáculos como si de una iglesia o secta se tratase. El aludido por su parte tuvo una respuesta para todos ellos. «Mi película es casta», comenzaba diciendo, y no le malinterpreten, no se refería a que fuera bipartidista y corrupta, sino a que «no hay en ella escenas vulgares ni pornográficas. La pornografía es un vicio como otro cualquiera porque comercializa el erotismo, que es una de las cosas más bellas del mundo».
En cualquier caso, si no quieren verla completa sí que les recomiendo efusivamente los dos últimos minutos (a partir del 1:43:50) que recogen el prólogo del cuento del Alguacil. Pura poesía en imágenes en las que se plasma cómo un fraile soñó con que iba al infierno y allí, al no encontrar ningún otro de su condición preguntó al ángel que le guiaba si acaso estaban todos en el cielo, a lo que este le llevó ante Satanás y le gritó:
—Levanta el rabo Satanás! ¡Enséñanos tu culo y deja que veamos dónde está el nido de frailes en este lugar!
Y como un enjambre de abejas por el culo del demonio salieron veinte mil frailes en tropel, que pulularon por todo el infierno.
Etiquetas:
Artículos,
Literatura Universal
jueves, 19 de febrero de 2015
Escucha
Escucha:
me gusta
que me escupas,
que me insultes,
que me menosprecies,
que hieras con la aguja
de tus zapatos
la parte más blanda
de mi rabadilla,
que me ahogues
con tu intransigencia,
que pudras mi sonrisa
con tu rencor.
Y me gusta, sobre todo,
cuando me doy la vuelta
y me lamo las heridas,
restaño el boquete
de tus zapatos,
me aplico silencio
en el cuello,
y compruebo
con satisfacción
cómo la perversión
ha salvado a mi buen humor.
domingo, 15 de febrero de 2015
"Un Papa" por Javier Marías ("El País Semanal")
Este Papa actual cae muy
bien a laicos y a católicos disidentes, y bastante mal, al parecer, a no pocos
obispos españoles y a sus esbirros periodísticos, que ven con horror las
simpatías de los agnósticos (utilicemos este término para simplificar). Las
recientes declaraciones de Francisco I respecto a los atentados de París (qué
es esa coquetería historicista de no llevar número: Juan Pablo I lo llevó desde
el primer día) no parecen haber alertado a esos simpatizantes y en cambio me
imagino que sus correligionarios detractores habrán respirado con alivio. Un
Papa es siempre un Papa, no debe olvidarse, y está al servicio de quienes está.
Puede ser más limpio o más oscuro, más cercano a Cristo o a Torquemada,
sentirse más afín a Juan XXIII o a Rouco Varela. Pero es el Papa.
Francisco I es o se hace el
campechano y procura vivir con sencillez dentro de sus posibilidades, pero esas
declaraciones me hacen dudar de su perspicacia. Repasémoslas: “En cuanto a la
libertad de expresión”, respondió a la pregunta de un reportero, “cada persona
no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para
apoyar el bien común … Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede
reaccionar con violencia, pero si el Doctor Gasbarri, que es un gran amigo,
dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñezato. ¡Es normal! No se
puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás … Hay mucha gente que
habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y
puede suceder lo que le sucedería al Doctor Gasbarri si dijera algo contra mi
mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la
vida humana, la persona humana … Yo no puedo burlarme de ella. Y este es el
límite … En la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi
mamá”.
El primer grave error –o
falacia, o sofisma– es equiparar y poner en el mismo plano a una persona real,
que seguramente no le ha hecho mal a nadie ni le ha impuesto ni dictado nada,
ni jamás ha castigado ni condenado fuera del ámbito estrictamente familiar (la
madre del Papa), con algo abstracto, impersonal, simbólico y aun imaginario,
como lo es cualquier religión, cualquier fe. Con la agravante de que, en nombre
de las religiones y las fes, a la gente se la ha obligado a menudo a creer, se
la ha sometido a leyes y a preceptos de forzoso y arbitrario cumplimiento, se
la ha torturado y sentenciado a muerte. En su nombre se han desencadenado
guerras y matanzas sin cuento (bueno, no sé por qué hablo en pasado), y durante
siglos se ha tiranizado a muchas poblaciones. Las religiones se han permitido
establecer lo que estaba bien y mal, lo lícito y lo ilícito, y no según la
razón y un consenso general, sino según dogmas y doctrinas decididos por
hombres que decían interpretar las palabras y la voluntad de Dios. Pero a Dios
–a ningún dios– se lo ve ni se lo oye, solamente a sus sacerdotes y exégetas,
tan humanos como nosotros.
La madre de Francisco I fue
probablemente una buena señora que jamás hizo daño, que no intervino más que en
la educación de sus vástagos, y contra la cual toda grosería estaría
injustificada y tal vez, sí, merecería un puñetazo. Pero la comparación no
puede ser más desacertada, o más sibilina y taimada. A diferencia de esta buena
señora, o de cualquier otra, las religiones se han arrogado o se arrogan (según
los sitios) el derecho a interferir en las creencias y en la vida privada y
pública de los ciudadanos; a permitirles o prohibirles, a decirles qué pueden y
no pueden hacer, ver, leer, oír y expresar. Hay países en los que todavía las
leyes las dicta la religión y no se diferencia entre pecado y delito: en los
que lo que es pecado para los sacerdotes, es por fuerza delito para las
autoridades políticas. Hasta hace unas décadas así ocurrió también en España,
bajo dominación católica desde siempre. Y hoy subsisten fes según las cuales
las niñas merecen la muerte si van a la escuela, o las mujeres no pueden salir
solas, o un bloguero ha de sufrir mil latigazos, o una adúltera la lapidación,
o un homosexual la horca, o un “hereje” ser pasado por las armas. No digamos un
“infiel”.
Así que, según este Papa,
“la fe de los demás” hay que soportarla y respetarla, aunque a veces se inmiscuya
en las libertades de quienes no la comparten ni siguen. Y en cambio “no se
puede uno burlar de ella”, porque entonces “estas personas provocan y puede
suceder lo que le sucedería al Doctor Gasbarri…”. Sin irse a los países que se
rigen por la sharía más severa, nosotros tenemos que aguantar las procesiones
que ocupan las ciudades españolas durante ocho días seguidos, y ni siquiera
podemos tomárnoslas a guasa; y debemos escuchar las ofensas y engaños de
numerosos prelados en nombre de su fe, y ver cómo la Iglesia se apropia de
inmuebles y terrenos porque sí, sin ni siquiera mofarnos de la una ni de la
otra, no vayamos a “provocar” como ese pobre Doctor que se ha llevado los
hipotéticos guantazos de Francisco I. Con semejantes “razonamientos”, no se hace
fácil la simpatía a este Papa. Al fin y al cabo es el jefe de una religión.
sábado, 14 de febrero de 2015
Bucólicas (Invierno)
Amainaron las ventiscas,
se llevaron con ellas tres días
de furia y vidrios.
Se calmó el cielo
y las sendas acogieron
de nuevo a los caminantes.
Los montes dejaron de rugir
y la tierra ya no hería
los ojos.
Amainó el mundo
y todo fue pereza.
Las nubes regresaron,
se posaron sobre nosotros
como lápidas cargadas de nieve,
nieve que no caía,
detenida en el aire,
apenas humedeciendo el suelo.
Los caminos de nuevo poblados
de simiente y huellas recias.
¿Qué se llevaron los vientos?
¿A quiénes arrastraron con ellos?
Solo las urracas lo saben:
graznan de pérdida
sobre las vides.
También las campanas:
gimen de añoranza
bajo las nubes.
"Las tripas del hambre" por Juan Bonilla
Se diría que hoy el lugar del periodismo, del gran periodismo si hay que ponerse explícitos y contundentes, es el libro. Los periódicos no tienen sitio para reportajes sin mesura: son caros, demasiado caros, es mucho más barata la opinión, que es al periodismo lo que la llama de un mechero al sol: por mucho que estén hechas de lo mismo, no es lo mismo. Esto no era más que una forma de empezar, de alcanzar las cinco o seis líneas para decir: si ha tardado 10 segundos en leer estas líneas, sepa que en el mundo han muerto cuatro personas de hambre mientras lo hacía. Cuatro personas cada diez segundos. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, una...Otras cuatro personas. Muertas. De hambre.
Nos lo recuerda Martín Caparrós en un monumental reportaje titulado El hambre y recién publicado por Anagrama. Tiene 620 páginas. Podía haber ido cabiendo en algún periódico de a poquito, no sé. Lo que sé es que es una enérgica muestra de gran periodismo, pero también sé que eso es lo de menos. Habrán muerto otras ocho o 10 personas de hambre mientras yo escribía estas líneas. Caparrós calcula que en las horas que un lector se tome en leer su libro morirán unas ocho mil personas de hambre. Ocho mil. Personas. Muertas. De hambre. La verdad es que se lo pone difícil a cualquier lector. El arsenal de datos que va distribuyendo por su reportaje -o por su serie de reportajes enlazados- es tan contundente, tan escalofriante, tan aplastante, que al final se sale de El hambre con el mantra que va repitiéndose a lo largo del libro abriendo pequeños paréntesis entre los reportajes: ¿cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Porque lo cierto es que todos sabemos que estas cosas pasan, y lo cierto es que el tema de "el hambre en el mundo", que nos ha acompañado desde pequeños (las huchas del Domund, las barrigas hinchadas y las piernas esqueléticas de los niños, Biafra, Zaire, Etiopía: casi podríamos escribir cada uno de nosotros un pequeño poema vanguardista y biográfico alineando meramente las hambrunas a las que hemos asistido como espectadores desde niños) está tan arrinconado que sí, lo raro es preguntarse cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que estas cosas pasan. ¿Quién es el valiente que va a enfrentarse a la pregunta y no va a apartarla como un mueble corrompido por la carcoma? Ah, aquí está: Martín Caparrós.
Martín Caparrós empieza en el lugar más pobre de la tierra: Níger, y empieza con un niño que muere de hambre, aunque la madre piensa que es de otra cosa porque el niño comer, come. ¿Qué come? Una bola de mijo y agua que no alcanza para alimentar a un niño de un año y medio. Cosas de estas sucedieron antes y seguirán sucediendo, diría cualquiera: de hecho, el propio Caparrós anota que en la misma semana que muere ese niño con el que empieza el libro, murieron otros cincuenta y nueve. Pero ¿por qué suceden? Y sobre todo, ¿cómo es posible que permitamos que sucedan? O bien, ya que suceden y aceptando que nada podemos hacer para que dejen de suceder, ¿cómo es que no estamos todo el santo día hablando de ello? No quiero ni pensar en el número de personas que habrán muerto de hambre desde que empecé el texto.
Martín Caparrós. | DOMÉNEC UMBERT
"Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre, sentimos hambre dos o tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre -y al mismo tiempo, nada más lejano para muchos de nosotros que el hambre verdadera", anota Caparrós, que emprende una aventura terrorífica armado con dotes de gran periodista: los datos y los hechos son fundamentales, pero también las armas del sabio narrador que es. Contar el hambre a través de las historias de quienes pasan hambre. Investigar en por qué hay hambre. Propone incluso soluciones a hechos puntuales que de tan sensatas resultan insultantes (¿cómo coño no se hace así?, se pregunta a veces uno cuando Caparrós, por ejemplo, después de estudiar un caso enla India -el país que más hambre padece del mundo desde hace mucho- se pregunta qué pasaría si a la empresa que tiene la patente de un tipo de semilla mucho más productiva que la tradicional se le quitara esa patente o se la forzara a negociar. Se permite incluso rebajarse -o ascender- a la poesía: comemos sol, dice, comer es ensolarse, comer es hacerse de energía solar, fotones diversamente cargados caen incesantes sobre la superficie del planeta. las plantas los atrapan y los transforman en materia digerible, el 10% de la superficie del planeta se dedica a eso, un cuarto de hectárea por cada ser humano, todo lo que comemos, directa o indirectamente, a través de la carne de los animales que las comen, son esas fibras vegetales cargadas de sol, esa energía es la que necesitamos para recuperar y reconstruir nuestras propias fuerzas. Para saber cuánta energía consigue cada cuerpo hay una medida: la caloría. Un adulto necesita de unas 2.200 calorías de comida diarias. Si no las obtiene, pasa hambre. Un chico, según su edad, puede necesitar 700 o 1000 calorías. Si no come, el cuerpo se lo come a él: un cuerpo hambriento es un cuerpo que se come a sí mismo, dice Caparrós.
Niger, India, Bangladesh, Kenia, Argentina, Estados Unidos...y España, sí, también España, claro que sí. Las historias que van apareciendo en El hambre no sólo nos interpelan inevitablemente (¿Cómo carajos...?) sino que también pone sobre la mesa una serie de cuestiones que es vergonzoso que no estén a la vista a diario: porque esas historias no se limitan a retratar el hambre a través de algunas de sus víctimas, sino que indagan también en quienes hacen todo lo que pueden por tratar de paliar el estado de cosas -ellos son los que sí han sabido darse una respuesta a la pregunta/mantra del libro: en la medida de sus posibilidades se niegan a mirar a otro lado- y también analiza la voracidad de los especuladores de alimentos para los que el hambre de muchos significa fortuna y riqueza. Mil millones de seres pasan hambre en el planeta. Uno de cada cinco. Y miles mueren cada día. El libro de Caparrós, gran periodismo, nos pone malo el cuerpo, pero eso no es lo peor: lo peor es que le planchará el alma al que la tenga. Porque, en serio, ¿cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?
Ahora que el hambre apenas sale en las noticias, ahora que la cooperación internacional ha sufrido un tremendo varapalo , ahora que están aquí imágenes que nos parecían remotas -gente rebuscando en la basura, colas y colas de gente con hambre en casas de misericordia donde obtener unas pocas calorías-, este libro de Martín Caparrós se nos muestra como un reportaje indispensable, sobrecogedor, terrible y maestro. Ojalá contagie su egoísmo: "He andado por el mundo y cada vez me desespera más. Pero cada vez creo más en la desesperación o la desesperanza. Y creo que sería bueno separar la acción de los resultados de la acción. No hace lo que quiero hacer por la posibilidad del resultado sino por la necesidad de la acción: porque no me soporto si no hago. Y creo que nada es completamente cierto si no lo hago por alguna forma de egoísmo. Y que los grandes momentos de la cultura se producen cuando el egoísmo de miles consiste en decidir que deben hacer algo por los otros: que esa es su forma de hacer algo por ellos mismos, su egoísmo. Entonces: pensar cómo sería un mundo que no nos diera vergüenza o culpa o desaliento -y empezar a imaginar cómo buscarlo."
Un personaje de Roberto Bolaño
A través de un artículo de Juan Bonilla, conozco a un "poeta" cura del Opus Dei, Ibáñez Langlois. Un personaje tan estrafalario que hasta le sirvió a Bolaño como motivo para crear uno de sus entes literarios. Dice Bonilla de él que es un poeta en guerra contra un mundo que corre el riesgo de irse a pique, un misógino mayor que el propio Catulo: considera que todas las mujeres son putas. Una "perla" criada en el seno más rancio de la Iglesia que angustia con poemas como este:
PROSCRITOS
Terroristas del mundo, alucinados,
drogadictos, pilotos de la muerte,
pervertidos de la profunda noche:
habéis equivocado los caminos.
En Dios está el terror y la violencia
y la gloria y el sexo y la ignominia.
En Dios está la ciencia y la locura
y el fruto prohibido y el horror.
Venid, adoradores, al peligro
y a los vértigos de su santo rostro.
O esto:
Jesús en ti confío pero tú
no confíes en mí que en un abrir
y cerrar de ojos te he crucificado.
viernes, 13 de febrero de 2015
Aventuras previas al Carnaval
No había solución. Su vida se estaba convirtiendo en una película cómica y él no hacía nada por rectificar. La noche de carnaval le dio la última pista, la definitiva: en el pueblo vecino solo había disfrazadas 5 personas. Se había equivocado. No era ese el día grande. De todas formas, se empeñó en seguir con el traje de gorila, a pesar del sofoco y de haberse caído tres veces. La noche promete, se dijo. Lo inesperado es lo que mejor sale, se dijo. Hay que aprender a sufrir para socializarse, se dijo. Nadie se le acercaba porque no había ya nadie por la calle. Los churreros echaban la lona y los tiovivos apagaban las luces. No se dio cuenta de su soledad hasta que se dio de narices contra la puerta cerrada del último bar. Bien, había que volver a casa. No siempre se triunfa, se dijo. Se sacó la cabeza de gorila y se remangó el cuerpo. Subió en el coche y se rindió. Solo estaba a quince minutos de casa, pero la niebla puñetera duplicó el tiempo del viaje. Al llegar a su calle, unos ladridos lo alteraron. Vio a través del retrovisor, corriendo entre la noche, dos mastines enormes. Perseguían su automóvil. Llegó a casa, aparcó y uno de los perros asomó la jeta de lobo tras el cristal del copiloto. Por fortuna estaba subido. El otro animal se tumbó justo delante de la puerta de su edificio. Maldijo su mala suerte, aunque pensó que peor habría sido llegar hasta allí a pie como solía hacer cuando salía por el pueblo. Esperó con la confianza de que los perros se irían de allí, pero no. Pasaron diez minutos eternos. Los mastines se tumbaron y bostezaron. Lo más seguro es que no muerdan, se dijo. Pero no puedo arriesgarme, se dijo. Eran las dos de la mañana, buena hora para los valientes. Arrancó el coche con la intención de que lo siguieran. Uno de ellos volvió a rugir. Aquello no podían ser ladridos. Lo vio correr tras el coche a través del retrovisor. Aparcó frente a su casa de nuevo. El otro mastín seguía tumbado ante la puerta y el que corría se acostó junto a él. No hay nada como las noches de carnaval, se dijo. ¿Por qué me pasan a mí estas cosas?, se dijo. Los perros lo observaban entre divertidos y somnolientos. Reclinó el asiento para dormir. No tenía valor para salir, ni esperanza de que se fueran. Hacía frío, a pesar del pelo del disfraz. Tomó una determinación, como todas las de esa noche, muy inteligente: huyó hacia su otra vivienda a 120 kilómetros de allí. Durante el viaje, no paró de entornar los ojos para ver entre la niebla los límites de la carretera. De vez en cuando, soltaba una mano del volante para rascarse la barriga. El disfraz de gorila engordaba chinches de buena crianza.
Mañana, cuando cuente esto, nadie me va a creer, se dijo. Mejor no lo cuento, se dijo. Que lo cuente Stephen King o Francisco Ibáñez, se dijo. Para Kafka aún no estoy, se dijo, tampoco para los Monty Python, pero todo se andará.
jueves, 12 de febrero de 2015
Perdone...
Perdone, ¿no siente usted curiosidad por saber cuántos días le quedan? ¿No piensa cada noche en la muerte y en lo que será del mundo cuando no estemos aquí? ¿No le provoca escalofríos pensar en la eternidad, en desaparecer para siempre, en no ser? ¿No se remueve entre las sábanas, no se desvela con una obsesión que no le deja dormir: esa noche sin fin que nos espera a todos después de la vida? ¿No le inquieta que en cualquier momento, en cualquier lugar, pueda darle un ataque al corazón o pueda aplastarlo el camión que acaba de adelantar o que un fanático entre en el bar en el que suele tomar la caña y le vuele la tapa de los sesos con un subfusil? ¿No le espanta perder la seguridad de la tierra, caer en el abismo de la no consciencia, sentir el vértigo de la nada? O es posible que usted, para mí del todo desconocido, haya tenido una vida de perros, haya sufrido como un condenado a muerte, haya asistido a crímenes, tragedias naturales, tiranías, opresión, perversión, sadismo, y encuentre en la muerte una salida. Seguro que a usted no le despierta el sudor del sueño de la inexistencia, no cierra los ojos por la noche a causa de la angustia, sino porque le han sellado los párpados con el espanto.de la mañana. Usted deseará desaparecer, ser abrazado por el amor de la inconsciencia, en el regazo de la nada, donde se ahogará la sangre y se amordazará a los demonios. Usted no verá a la muerte como nosotros, no será la misma señora con agujeros en las manos, sino una doncella con morfina en los labios. Perdone, pero no sé quién es usted, no sé por qué me empeño en compartir mis experiencias creyendo que todos viven la vida que a mí me da miedo perder. Perdone por haberle molestado con mis impertinencias de burgués.
lunes, 9 de febrero de 2015
Carta de una profesora finesa
Por
pura casualidad, en un crucero por el Báltico, llegó a mi poder esta carta de
una profesora que un finlandés me tradujo al español (hubiera sido mucho más
difícil encontrar a un español que conociera el finés). Me pareció, en un
principio, un documento burocrático sin mayor interés, pero conforme la iba traduciendo
constaté una serie de claves que son muy útiles para comprender nuestras
diferencias. Aquí la dejo para el que quiera desmenuzarla.
Kokkola,
24-06-2011
Estimado Administrador de
los Servicios Periféricos de Ostrobothinia Central:
Como profesora de secundaria
del departamento de Ostrobothinia Central, me dirijo a usted para que tome las
medidas necesarias en lo que se refiere a mi deplorable labor educativa de este
año. Sin que sirva de eximente, le expongo la situación que he vivido.
Me llamo Maaliskuu
Berglund, casada y residente en la ciudad en la que desarrollo mi profesión de
educadora, Kokkola. Durante el curso pasado no he sido todo lo competente que
hubiera deseado debido a una enfermedad que ha condicionado el desarrollo de mi
labor académica. Un herpes que marcaba mi rostro y lo afeaba de manera evidente
me ha hecho asistir al aula con una apatía y una falta de profesionalidad que
han mermado considerablemente mi rendimiento. Las clases, de no más de quince
alumnos de 14 a 18 años, han resultado insustanciales, tanto para mí como para
los alumnos que han sufrido mis dolencias. Cuando empecé a notar el eccema que
me abrasaba la cara, lo intenté disimular con diversas cremas que solo
consiguieron agravar mi situación. Incluso llegué a ponerme un parche ridículo
que empeoró todavía más las cosas. Al advertirlo los chicos, se preocuparon por
mi estado y me compadecieron (como es costumbre entre los muchachos finlandeses).
Durante este año, debería haber
preparado a los alumnos de 17 años para ingresar con la preparación conveniente
en el último curso del instituto, pero creo que no lo he conseguido debido a un
simple problema estético. No solicité la baja por creer que no era razón
suficiente para faltar al trabajo. Mis compañeros, incluso los jefes de estudio
y hasta el director me instaron a hacerlo, pero me pareció una falta de
profesionalidad y de ética ausentarme por tal nimiedad.
Mi proceso mórbido fue a peor. La
preocupación solidaria de mis alumnos me provocaba una cavilación constante que
no permitía que corrigiera con precisión ni planificara las clases con la
normal exigencia. Atendí, eso sí, a sus dudas, desarrollé el programa de
gramática y de literatura finesa, aunque sin profundizar como lo suelo hacer.
Mis compañeros me apoyaron en todo momento y yo atendí en lo indispensable a
los requisitos documentales que me exigía mi departamento, aunque no emprendí
ninguna nueva estrategia ni abordé los retos que se me planteaban en la forma
que a mí me gusta hacerlo. También he llegado siempre con puntualidad a clase,
pese a la creciente falta de ánimo que se fue apoderando de mí a lo largo del
curso.
Nunca, en todos los años en que vengo
desarrollando mi labor en este centro, me había sentido tan inútil y con tanto
desánimo. Los resultados finales de los alumnos reflejaron, sin lugar a dudas,
mi falta de competencia. A muchos de ellos los vi con escasa motivación por
asistir a clase, mientras que en cursos anteriores, a algunos se les escapaban
las lágrimas el último día de clase. Los agradecimientos de las familias han
escaseado, con toda la razón del mundo, y no he colaborado en las actividades organizadas
por mis compañeros. Solo quería esconderme en mi casa y tumbarme en el sofá
alejada de las miradas y de los trabajos educativos. Mi profesión es muy
importante en mi vida. Desarrollamos una labor que pocos pueden realizar: formar
individuos con espíritu crítico para que aprendan a disfrutar de la vida
intelectual. Y a pesar de mis convicciones, no he cumplido con ellas.
Por todo esto, solicito que se sirva descontarme
la mitad del sueldo del curso pasado y que se revise mi práctica académica en
el siguiente, no fuera que la apatía me llevara a continuar con estos vicios,
como el que maneja una maquinaria averiada. Además, desearía asistir a algún
curso de reciclaje profesional para asistir a clases suplementarias por la
tarde con el fin de compensar los daños que haya podido infligir tanto a mis
alumnos, como a la comunidad educativa en su conjunto. Sin nada más y,
esperando que mi solicitud sea aceptada, se despide una humilde profesora que
ha faltado a su ética y a su profesionalidad. A sabiendas de que así lo estaba
haciendo y, con la responsabilidad de que somos un modelo educativo para toda
Europa, no quisiera ser una mancha en el expediente de nuestra magnífica
institución educativa.
Por favor, no tarde en contestarme, ya
estoy totalmente curada y desearía que el programa de reciclaje se me aplicara durante
estas vacaciones, bien yendo a algún país exótico como España para investigar
los comportamientos educativos, bien a alguno de los campus de nuestro país ahora
que el deshielo ya nos permite viajar con mayor facilidad. Muy suya, su
servidora, Maalisku Berglund de Kokkola.
sábado, 7 de febrero de 2015
"Balzac, el novelista por excelencia" por Luis Fernando Moreno Claros
1. El desmesurado. Nacido pequeñoburgués, Balzac (1799-1850) abandonó el derecho por el oficio de escribir. Sufrió fracasos y miserias en una buhardilla parisiense durante ocho años hasta que, con treinta, cosechó su primer éxito con una novela histórica: Los chuanes. Entre 1830 y 1840 publicó sus títulos más memorables. Al sonreírle la fama empezó a vivir bien y a gastar; escribía a destajo, durmiendo de día y velando de noche a base de café. Desmesurado en su vida, era preciso en su escritura; don innato; entretenidísimo tanto en sus novelas de sociedad como en sus relatos góticos o fantásticos.
2. La comedia humana. Surge la idea en 1834: agrupar lo escrito hasta la fecha (al final serán unos cien títulos) bajo este nombre para mostrar una fenomenología de lo humano. En homenaje a los zoólogos, estudiosos de los animales, Balzac se vio a sí mismo como estudioso de la especie humana, a la que presenta desde todos los ángulos: las pasiones y las costumbres; la bondad y la maldad connaturales al hombre; el negro poder del dinero y las finanzas; los abogados, los grandes señorones y las damas desgraciadas; los apuestos jovenzuelos… Soberbio parque humano de miseria y grandeza.
3. El pesimista y el realista. Cabezas hay que se torturan pensando si Balzac pudo haber leído a su contemporáneo Schopenhauer —lo dudo, en todo caso, pudo ser a la inversa—; y es que el pesimismo balzaquiano es evidente; debía mucho a la tradición moralista francesa, pero más a su propio conocimiento de los seres humanos. “Pesimismo”, en cualquier caso, realista; Balzac sabía que las malas acciones a menudo redundan en grandes fortunas y quedan sin castigo; las buenas elevan a su dueño, pero rara vez son premiadas. En sus novelas hay de todo, como en la vida.
4. Su gran admirador. Stefan Zweig lo consideró “el novelista por excelencia”, tan ávido de abarcar el mundo con sus novelas como Napoleón Europa con sus ejércitos. Pasó la vida leyéndolo. Se ocupó de una gran edición de sus obras completas en alemán, publicó un estupendo retrato breve de su carácter (en Tres maestros), y dejó a medio terminar una gran biografía para la que reunió centenares de testimonios y trazó esbozos apasionados. Publicada tras la muerte de Zweig por Richard Friedenthal (Balzac. La novela de una vida), se lee igual que una de las obras más épicas del francés.
5. Nuevas ediciones en castellano. Hermida Editores publica el primer tomo de los 17 proyectados de La comedia humana (en la elogiada traducción de Aurelio Garzón del Camino); ECC Ediciones presenta su primer volumen de la saga en nueva traducción de Jordi Giménez. A la par, Mauro Armiño reúne en un bonito libro los relatos breves de la serie: Cuentos completos de la comedia humana(Páginas de Espuma). Así que ninguna excusa hay para no leer —o releer— Papá Goriot, Gobseck, El coronel Chabert, Eugénie Grandeto La posada roja, tan certeras y expresivas pistas del inmenso genio de Balzac.
Etiquetas:
Artículos,
Literatura Universal
Suscribirse a:
Entradas (Atom)