¿Es la Edad Media una época tan oscura como la pintan? Pues depende de lo que entendamos por oscura. Si por oscura entendemos tristeza y atonía social, en absoluto. Os recomiendo dos libros clásicos y fáciles de conseguir, uno de Mijail Bajtin titulado La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento y otro de Johan Huizinga tituladoEl otoño de la Edad Media, para acabar de una vez por todas con ese tópico de la Edad Media como un túnel oscuro al final del cual aparece el luminoso Renacimiento.Entiendo que para divulgar la historia de la literatura en un colegio haya que recurrir a buenos y malos, a blancos y negros, a padres e hijos. Entiendo que no se piense en los movimientos literarios como en flujos de ánimo que van y vienen en un extraño río de corriente alterna, sino como si fueran rivalidades futbolísticas: Madrid contra Barça, mester de juglaría contra mester de clerecía, Sevilla y Betis, conceptistas y culteranos, Messi o Cristiano,Góngora o Quevedo. Entiendo que haya que construir, sobre todo en la escuela, una especie de estantería mental, donde los niños vayan colocando los libros y los autores. Pero como sucede siempre, lo que tendría que haber sido una simple herramienta del conocimiento se ha convertido en el objeto del conocimiento en sí. Pocos maestros dan a leer sonetos de Góngora y Quevedo a sus alumnos. Los niños aprenden asqueados lo que dice el libro de texto y salen del instituto con la idea de que Quevedo fue un hincha del Conceptistas y Góngora, el presidente de Culteranos F.C.Pero volvamos a la Edad Media. En otro artículo hablaremos de esa curiosa pareja artística llamada Góngora & Quevedo. Ahora volvamos a la supuesta oscuridad de la Edad Media. Aceptémosla por un momento, aceptemos una cierta oscuridad; oscuridad por las lamentables condiciones de vida de los campesinos, oscuridad por las enfermedades contagiosas, que se extendían en forma de plagas… ¿Es posible que esta supuesta oscuridad —signifique lo que signifique oscuridad— durara diez siglos, es decir, mil años? ¡Mil años, que se dice pronto! Llevamos cuatro de crisis económica en Europa y parece un siglo, así que imaginémonos mil años de oscuridad. Un poco agobiante. Y un poco improbable también. Pero, claro, el discurso pedagógico ha incidido tanto en la luminosidad del Renacimiento, que se necesitaba un apagón total en la Edad Media, para que Petrarca y los suyos brillaran bien.(Abro paréntesis: así como hay discursos machistas y etnocéntricos, también hay discursos que favorecen o prestigian un momento cultural determinado en perjuicio de otros. Y eso es exactamente lo que ha pasado con los diez siglos de cultura medieval: que se han convertido en el patito feo, en la cenicienta de la historia de la literatura. Toda la gloria, toda la luz se la ha llevado el Renacimiento. El Siglo de Oro lleva chupando cámara desde la Ilustración, y ha dejado fuera de plano, y un poco desprestigiada, a la pobre Edad Media, que se repone en los últimos años como puede. Cierro paréntesis).Por eso recomendaba antes los libros de Bajtin y de Huizinga, porque dibujan una Edad Media sorprendente para el lector que no esté muy habituado a lidiar con estos asuntos, y tenga grabado a fuego desde sus tiempos escolares el mencionado cliché de la oscuridad medieval.Así que desde el punto de vista del Renacimiento (punto de vista del que nosotros somos hijos directos), la Edad Media es un tiempo ciego porque no se ve la producción intelectual de la civilización inmediatamente anterior. En ese sentido hay una cierta oscuridad, una cierta ignorancia y hasta un cierto desprecio por eso que luego será considerado durante tantos siglos, hasta el día de hoy, La Cultura, La Gran Cultura.Ojo, una cosa es cierta: muchos avances técnicos, muchas reflexiones intelectuales, muchos poemas, muchas novelas, muchos tratados teóricos sobre las más variadas materias, escritos por autores griegos (en griego) y posteriormente por los latinos (en latín), mucho progreso en una palabra, se han perdido en el descontrol que supuso la disgregación del Imperio romano. Y cuando digo que se han perdido es que se han perdido. Los textos no se distribuían todavía impresos, y no se podían digitalizar tampoco, eran manuscritos, y había pocas copias. Era muy fácil que el paso del tiempo los pulverizara literalmente, o que se consumieran en un incendio o que simplemente se amontonaran en el polvoriento rincón de una catedral, porque nadie entendía ya la lengua en la que estaban escritos o porque decían cosas inconvenientes o incómodas para la moral cristiana. No olvidemos que muchos de ellos, casi todos, se habían escrito antes de que naciera Cristo.Lo que sí deberíamos desterrar de nuestra cabeza cuando pensemos en la Edad Media es la idea de que fue un periodo homogéneo. Mil años no pueden ser nunca homogéneos. No es posible que diez siglos, uno detrás de otro, tengan el mismo encefalograma. Y efectivamente, si atendemos al interés por el conocimiento y al cultivo de las artes en ese largo periodo de tiempo conocido como Edad Media hay altibajos, hay dientes de sierra, hay picos y caídas en picado.Si alguien hubiera inventado un sismógrafo cultural, y lo hubiera puesto en funcionamiento al comienzo de la Edad Media, hoy veríamos que el mayor pico de actividad se produjo —y me causa mucha desazón hablar de centenares de años como si fueran meses— en el siglo XII. El mundo moderno, el mundo tal y como lo conocemos hoy, un mundo basado en el dinero y en el intercambio comercial, empieza a desarrollarse entonces. Y ese cambio en las relaciones económicas, la prosperidad y la euforia asociada a ella, tiene un correlato cultural en forma de renovado interés por el estudio y la cultura. Las escuelas catedralicias, una especie de institutos de enseñanza media actuales, pero que servían para la formación de curas, se van haciendo más complejas y ambiciosas: studia generalia se llaman estas nuevas escuelas (studium generale, en singular) y son los embriones de una nueva institución que recibirá el nombre de universidad. A principios del siglo XIII se funda en Palencia la primera universidad de Castilla. Para entonces, Bolonia, París y sobre todo Oxford llevan ya funcionando más de cincuenta años.La primera generación de poetas españoles —el tema del que yo quería hablar— nace alrededor de este mundo, en el que la cultura —la alta cultura— y el saber —el saber clásico procedente de Grecia y Roma— vuelven a tener prestigio y a despertar interés.Una precisión: cuando hablamos de generación literaria, no tenemos que imaginar —ni ahora y mucho menos en el siglo XIII— un grupo de amigos reunidos alrededor de una mesa elaborando la poética que los definirá, los preceptos estéticos que todos ellos jurarán cumplir so pena de ser expulsados del grupo, como hacían los surrealistas. Los miembros de una generación o de un movimiento artístico ni siquiera tienen que conocerse entre en sí o caerse bien. No tienen que emborracharse juntos. Por no tener, no tienen ni que redactar una poética.Muchas veces estas agrupaciones en escuelas o en tendencias o en grupitos no las hicieron los propios interesados reunidos en un sótano, en un café o en la casa de árbol, sino que las hicieron otras personas —los críticos— muchos años después. Un buen día, al leer las poesías de Mengano, de Fulano y de Zutano los críticos encontraron que entre ellas había coincidencias y similitudes. Y entonces dijeron: Fulano, Mengano y Zutano forman la generación del Nosequé, cuyos rasgos estilísticos principales son tal, tal, tal y una expresión cuidada. Luego todo eso se imprimió en un libro de texto y desde entonces los niños se lo tienen que aprender de memoria si quieren pasar de curso. No me extraña, dicho sea de paso, que la enseñanza de la literatura esté a punto de desaparecer.Pero, ojo, que también hay buenos críticos, lectores generosos que nos prestan sus gafas para que podamos ver más allá de lo que ve todo el mundo. Son gafas con superpoderes: te las pones y notas el típico movimiento de Google Maps cuando te alejas del punto que has marcado en una ciudad desconocida: las calles se agrupan en barrios, y estos en ciudades que se hacen más pequeñas formando países que dan lugar a continentes separados por océanos que forman la Tierra, un puntito que se pierde en la Vía Láctea. Te coloca en el universo. Cuando leemos a un autor que no conocemos nos sentimos como si estuviéramos en una ciudad por primera vez. Los buenos críticos nos alejan con sus palabras del punto observado para que podamos situarlo en el mapa de la literatura.Pero volvamos a nuestra primera generación de poetas españoles. ¿Cómo debía escribirse según ellos? ¿Cuál era su poética, por decirlo así?La primera norma tenía que ver con la forma, algo inusual en nuestro tiempo, cuando las camarillas de poetas hacen más hincapié en el contenido que en la forma. Pero es que estamos en el siglo XIII y hasta las novelas —lo que nosotros llamamos hoy novelas— se escriben, para que sean fácilmente memorizadas, en verso.Bueno, pues la primera generación poética española quiso distinguirse de las demás por escribir sus cosas en versos de catorce sílabas. Y no solo eso: cada uno de estos versos, tenía que estar dividido en dos frases de siete sílabas cada una separadas por una pausa. Algo así:Mester traigo fermoso [pausa] non es de juglaría,mester es sin pecado [pausa] ca es de clereçíaSí, lo habéis adivinado: estoy hablando del mester de clerecía. Pero si seguimos visualizando un cura cada vez que leemos clérigo o clerecía en un texto medieval, solo estaremos entendiendo parte del chiste. Un clérigo es un cura, sí, pero solo de manera circunstancial. Un clérigo es también —y sobre todo— un tipo culto, un tipo que ha leído, que puede hablar, porque ha estudiado, de literatura, de música, de matemáticas, de historia. Y si hubiera vivido en nuestra época, también sabría de computadoras, de biología molecular y por supuesto de cineCon todas las inquisiciones que se quiera, con todas las torturas en el nombre de la fe que se produjeron, la Iglesia católica fue una institución vanguardista en la Edad Media, un motor de progreso y un estímulo para el cultivo de las artes, de las letras y de la cultura en general. Sí, una gran patrocinadora de las artes, así era la división cultural de ese gigantesco conglomerado empresarial llamado Iglesia católica. Que no nos cieguen las inercias ideológicas y los prejuicios que se van adhiriendo a las palabras con el paso de los siglos. Ser medieval en el siglo XXI es posiblemente un anacronismo, pero serlo en la Edad Media es algo bastante razonable. Yo diría que hasta rabiosamente moderno.Si a partir de hoy, cada vez que leemos mester de clerecía visualizamos un existencialista francés con jersey de cuello vuelto o incluso un gafapasta —cultureta lo llamábamos en mis tiempos—, estaremos entendiendo mejor su significado.Pero volvamos a los versos anteriores. Para que nos hagamos una idea, esos versos se leerían así, marcando mucho la separación entre sílabas:Mes ter trai go fer mo so [pausa]Non es de ju gla rí a [pausa]Mes ter es sin pe ca do [pausa]Ca es de cle re çí a [pausa]¿Suena segmentado? Es que querían que sonara así, entrecortado, para que se notara bien que habían estado currándose las sílabas de cada verso —y sus obras tenían miles de versos—, que no había trampa ni cartón, ni licencias, ni atajos, que su trabajo no tenía tacha, no tenía falta, no tenía pecado, que técnicamente era irreprochable y en absoluto chapucero o improvisado. Nada de encabalgamientos: ¿qué es eso de que lo que quieres decir no te cabe en siete sílabas y que por lo tanto tienes que encabalgarlo en las siete sílabas siguientes? Nada, nada, si no te cabe, cúrratelo un poco más y que te quepa. Y nada de sinalefas, nada de unir sílabas finales con sílabas iniciales..Cuaderna vía se llamaba este par de versos tan complicado. Cuaderna vía porque tenía cuatro vías, es decir cuatro versos; cuaderna vía porque hacía referencia al quadrivium, y porque sonaba a cuaderno, el instrumento escolar por antonomasia. Pero no a escolar de colegial, sino a escolar de scholar, de sabio, de erudito, de gafapasta que quiere marcar distancias con otra estirpe deescritores, esa que hoy nosotros llamamos autores de best-sellers, y que en el siglo XIII se llamaban juglares.Los juglares hacían literatura para el gran público. No podían ponerse a contar sílabas. Ellos escribían y publicaban —es decir, recitaban— de memoria, como podían, en tiradas de versos asonantes e irregulares, que unas veces tenían catorce y otras dieciséis sílabas. Normal: ponte tú a memorizar cinco o seis libros de 1000 versos cada uno. Ellos hacían lo que podían, se aprendían pasajes un poco neutrales, un poco que no decían nada, y que servían para rellenar cualquier historia cuando les fallaba la memoria. Los juglares no son flores de studium; son escritores 4×4, que van arrasando jardines campo a través.Los de la cuaderna vía preferían hilar más fino, recrearse en la suerte y que se notara. Escribir versos de catorce sílabas es muy difícil. Probad a escribir alguno. Lo más seguro es que os salgan octosílabos del tipo En un lugar de La Mancha. O endecasílabos: De cuyo nombre no quiero acordarme. Pero os costará mucho componer un tetrástrofo monorrimo, que así también se llama la cuaderna vía.Esta actitud de reivindicación técnica me recuerda a la mía propia: en cierta ocasión, discutiendo con una amiga a la que le había encantado El código Da Vinci, de Dan Brown, yo criticaba la novela porque el narrador no era consecuente con el punto de vista. Y me extendí sobre esa cuestión técnica, que a ojos de un novelista cultureta como yo clamaba al cielo. Cuando terminé la disertación, mi amiga me miró como a un marciano, se encogió de hombros y dijo:—Qué más da. A mí me ha entretenido.TAREAPara el próximo día echad un vistazo —no digo leer porque es muy largo y reconozco que un poco duro— al Libro de Alexandre, que es al mester de clerecía lo que Cien años de soledad al realismo mágico. En realidad, el Libro de Alexandre es una novela histórica —pero escrita en cuaderna vía—, que cuenta la vida de Alejandro Magno, mezclando episodios reales e imaginarios. A mí me gusta pensar en este libro como en una obra que funde la cultura pop medieval —la épica popular de los juglares— con la alta cultura. El Libro de Alexandre presenta uno de esos héroes que tanto gustaban —y siguen gustando— al gran público, uno de esos héroes que persiguen el honor a través del riesgo, como hacen hoy los personajes que encarnan en sus películas Sylvester Stallone o Bruce Willis. Y lo funde con elementos propios de la epopeya griega, con episodios que provienen de la Ilíada, de la Odiseay de la Eneida.Y si alguien tiene curiosidad por leer este tipo de literatura, pero no tiene mucho tiempo, que lea para el próximo día el Libro de Apolonio, más corto que el Alexandre y disponible (colección Odres Nuevos de la editorial Castalia) en una versión traducida al español moderno. Su lectura me cautivó a los veinte años.