viernes, 3 de febrero de 2012

Torrente maldito (XIV)


Un nuevo fragmento de Torrente maldito. Ya nos acercamos al final. En este caso es SORAYA ARAQUE la autora. El cuento no para de dar giros a un lado y a otro, igual estamos inventando un nuevo género. También os dejo mi continuación.

Mi fragmento:

Capítulo II: “Bristol”


La noche del 29 de diciembre, Carla se encontraba en su habitación rellenando la maleta con la última entrega de Colmillos de terciopelo. Las manos le temblaban todavía recordando los últimos sucesos. No había descansado en condiciones desde hacía dos días. Dejó la maleta a medio hacer, y se recostó sobre la cama. Apagó la luz y buscó con desesperación la inconsciencia del sueño. Apenas había relajado su cabeza sobre la almohada cuando la sobresaltó un resuello débil que no sabía de dónde procedía. El silencio lo llenaba todo salvo una leve respiración que sonaba muy cercana. La ventana estaba sellada y las persianas echadas. Su madre hacía ya un buen rato que se había acostado tras recordarle que descansara, pues al día siguiente emprenderían viaje a Inglaterra donde las esperaba la abuela. En un principio, creyó que el sonido era producto de su imaginación. Cerró con más fuerza los párpados y se cubrió con la almohada. El resuello sordo se convirtió en un jadeo ahogado de moribundo. Comenzó a sudar nerviosamente. Escuchó con claridad el estertor apagado. Pese al pánico que comenzaba a inundarla de nuevo, intentó localizar la procedencia de aquella respiración de viejo cansado. Retiró la almohada, buscó el interruptor de la lámpara de su mesita de noche, pero el bailoteo de la mano la hizo caer. La bombilla estalló y el corazón de Carla comenzó a bombear furiosamente en el abrigo del pijama. El rugoso jadeo se hacía ahora más evidente. Llegaba desde debajo de la cama y había abismado a la muchacha en una congoja angustiosa. Se arrebujó bajo las mantas y notó cómo un hálito gélido le helaba la nuca. El resuello era ahora mucho más próximo y se podía distinguir el difícil paso del aire por cavernas de espinas. Carla intentó gritar para llamar a su madre, pero no pudo, el aliento de moribundo que parecía haberse colado ya en su cama la tenía maniatada. Se atrevió a lanzar su brazo hacia atrás…

Y el de SORAYA ARAQUE:

Ella se creía que todo era un sueño, pero no era así. Carla le dijo que eso ya no le importaba, ya que era agua pasada. Mikel, loco de contento, la abrazó y le dijo que se le había ocurrido la idea de alquilar un pequeño apartamento en Benidorm donde ellos podían vivir tranquilamente sin molestar a nadie. Carla aceptó y en unos pocos días se marcharon. Al cabo de un mes, Carla se quedó embarazada de mellizos y Mikel estaba loco de contento. Al pasar los nueves meses, nacieron dos niños preciosos, pero había una cosa que a Mikel no le cuadraba y era que los niños tenían la piel negra, entonces él pidió hacerse las pruebas de genética para asegurarse. Al cabo de una semana las pruebas dieron que no eran hijos de él. Carla no se imaginaba que Mikel había hecho eso. Entonces ellos hablaron con la verdad y Carla le confesó que fue con un viejo amigo que ella se encontró por la playa mientras que Mikel estaba limpiando el apartamento. Él se enfureció y la sacó a la calle junto con los niños. Ella no sabía dónde ir, entonces decidió llamar al padre de los niños y contarle toda la verdad para que los acogiera y así fue. Los niños fueron creciendo y se dieron cuenta de que su madre tenía algo raro que las demás madres no tenían. Unos amigos le dijeron que lo más probable es que su madre fuera... CONTINUARÁ.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El amante de la muerte


Me destrozó sin ojos su mirada
con el poder de las cuencas vacías.
Me derramé en sus cariadas encías
con la lengua en sus despojos varada.

Lamí con pasión sus caderas frías,
bebí sin piedad su alma desalmada,
gocé con violencia desatada
desde mi sexo hasta sus letanías.

Aún no existes, amor, y ya te hallo
en el ritmo del dáctilo sonoro,
en el estruendo aéreo del rayo,

en el tacto húmedo de tu lloro,
en el aroma irreal del desmayo.
Aún no existes, amor, y ya te añoro.

domingo, 29 de enero de 2012

Torrente maldito (XIII)


Por fin, después de las fiestas, Eva Poveda me ha enviado la nueva entrega del relato. Aquí os lo dejo, junto a mi fragmento. Ya quedan pocos. El próximo día habrá sorteo para ver quién es el próximo en colgar el relato. Sabéis que el último tiene que dar colofón al mismo y que lo intentaré editar de manera casera para que lo podamos tener todos. Un saludo.

Mi parte:

-¿Y las chicas de segundo no tuvieron nada que ver en lo vuestro? –apuntó Julia, todavía no del todo absorbida por el aura del macizo.

-Julia, tú sabes que yo tengo muchas amigas –colocó su mano conciliadora sobre el antebrazo de la chica, que tembló ante el nuevo contacto-, pero nunca le he sido infiel a Carla. Cuando me comprometo, lo hago con todas las de la ley. Te aseguro que rompí por su bien. Ella me había convertido en el co-protagonista de sus fantasías aberrantes y creo que si me aparto y vosotras la ayudáis es posible que no pase a mayores.

-Será difícil que la podamos ayudar en algo. No se deja, y, además, mañana se va a Bristol para ver a su abuela, que está más loca que ella –sentenció Denia, aburrida ya de oír hablar de Carla y de que nadie reparara en el nuevo corte recto de su flequillo moderno.

Raquel advirtió el coqueteo de Denia y se levantó con la excusa de ir hasta la barra para pedir algo. Se inclinó sobre Marcelo asiéndolo del hombro:
-No le des más vueltas –le susurró al oído-, dime qué quieres, y olvídate de Carla. Nosotras trataremos de que entre en razón, pero esta tarde podrías venir conmigo a verla y así te disculpas, quedas bien conmigo al lado y la tranquilizamos. Nos despediremos de ella y le pediremos la llave del Edificio Central que yo te dejé.

Denia intentó escuchar lo que Raquel estaba murmurando, pero Julia se dirigió a ella para confirmar las palabras del chico sobre la obsesión de Carla. Cuando volvió su vista hacia ellos, su hasta entonces amiga le ofrecía un botellín, a la vez que inclinaba su busto descaradamente sobre la espalda de Marcelo. CONTINUARÁ.

El texto de EVA POVEDA:

Carla estaba muy a gusto con él. Pasaron unos días juntos recorriendo el mundo, el vampiro al tener una larga vida conoció muchos lugares y los quiso compartir con Carla. La llevo a París, la India, México, un sin fin de lugares, conociéndose, pasándolo bien, e intentando olvidar todo lo ocurrido con la madre de Carla y sus amigos. Carla y el vampiro cambiaron de táctica ahora solo mataban a violadores, asesinos, ladrones, etc. Eso no cambiaba que estaban matando pero hacía que Carla se sintiera mejor. Un día Carla le preguntó al vampiro porque la trataba tan bien y cuidaba de ella. El vampiro se puso algo nervioso Carla notó cómo le temblaban las manos, después de un rato en silencio el vampiro miró a Carla a los ojos, esta vez sus ojos no eran de rabia e ira, todo lo contrario daban la impresión de dolor y nostalgia. El vampiro se decidió a hablar:

-Mikel: Carla, cuando te cuente esto, todo cambiará, no sé lo que pensarás de mí. Me llamo Mikel nací en Alemania en 1802.

-Carla: no lo puedo creer, tienes…

-Mikel: si tengo 210 años, yo vivía feliz en Berlín mis padres murieron y heredé todo un imperio con solo 22 años. Tenía una vida perfecta, grandes amigos, era rico, y lo más preciado, mi prometida, Mariana. Estábamos muy enamorados y un día le pedí que se casara conmigo, ella aceptó. La noche de antes de la boda mis amigos decidieron hacerme una fiesta para despedir mi soltería. Esa noche estaba en el bar con unos amigos y salí a que me diera el aire y a reflexionar sobre el día que me esperaba, a la calle, a un callejón que había justo detrás del bar. De repente escuché un paso detrás de mí, todo fue muy rápido…, solo recuerdo que me desperté con los rayos del sol agonizando, aturdido, sin saber lo que había ocurrido y de repente me acordé de que era mi boda con Mariana. Fui a mi casa, mi familia me hizo muchas preguntas, yo no me acordaba de nada. Todos, incluso yo, pensamos que fue una simple borrachera, me vestí y fui a la iglesia. Cuando llegué solo pude contemplar su belleza e inspirar su olor, era delicioso una mezcla entre frutas y lavanda y sentí un deseo irrefrenable de saciar mi sed que hizo que delante de todo el mundo fuera ante ella y acabara con su vida.

Después de contar esto, Mikel se sentó mientras que le caían pequeñas lágrimas sobre sus mejillas, sonrojadas de la vergüenza al contar que había acabado con su amada, y siguió hablando:

-Mikel: Soy un monstro…

-Carla: No lo eres, te guiaste por un impulso igual que yo con mi madre. Pero, ¿qué tiene que ver esto conmigo?

-Mikel: Un día venía de alimentarme y decidí parar a descansar al viejo edificio abandonado. Cuando estaba descansando la vi, era Mariana, su olor era algo cambiado, pero igual o más apetecible, la até a la silla y allí la observé hasta convertirla en vampiro, después llegaron sus amigos…

-Carla: ¡Para, para, estás hablando de mí, del día en que nos conocimos, no de Mariana! Mikel se te ha ido la cabeza.

Mikel: Carla, tú eres Mariana, eres tú, tienes su rostro, su olor, sus ojos…, ¡has vuelto amor mío, has vuelto! Por eso te mordí, para que pasáramos juntos toda una eternidad… CONTINUARÁ

domingo, 22 de enero de 2012

Ni siquiera los pies me dan consuelo


Al observar con detenimiento el horizonte,
una niebla densa penetra en la piel
y llena la mirada de escalofríos.
Todo es informe y acuoso,
nada se puede palpar con las yemas de los dedos,
todo se deshace en la lontananza
y el cristalino se empaña con escarcha
de gelatina.
Mejor bajo la vista y sujeto al abismo en mis pies.
Ni siquiera esto me consuela:
dos uñas se me están pudriendo.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Enamorados de la muerte


Se enamoró de la muerte
aquella mañana de invierno.

La vida se había mostrado
como una amante caprichosa,
le hacía sufrir hasta la extenuación,
hasta dejarlo sin hálito.
Lo despreciaba con crueldad,
lo maltrataba en sus desdenes
como una amante caprichosa.
Cuando aparentaba rendirse a sus abrazos,
se alejó y le escupió con desprecio,
se rio de él y lo sometió a un martirio indecente,
como una amante caprichosa,
que ni siquiera conoce el amor.
Se sometió a sus melindres,
le prometió su salud
y ella lo premió con una bofetada de bilis,
como una amante caprichosa
que se complace con la sangría del amado.
Él se entregó a los hospitales,
se arrodilló como nunca lo hizo,
engulló su orgullo y le rindió sus últimas esperanzas.
Ella, como una amante caprichosa,
le pagó con ira cruel, con desprecio y dolor,
con un dolor hondo, agónico.

Cuando ella se alejó definitivamente,
una paz y un sosiego densos
encendieron su rostro ya lívido,
se enamoró de la muerte,
perdidamente,
embaucado por su encanto sincero,
por su mirada recta,
por su placidez de ama nutricia.
Se enamoró de la muerte
y una sonrisa de nubes
apagó su dolor.
Quienes lo observamos
envidiamos su suerte,
nos enterneció su entrega
y su complicidad de niebla.
Nos enamoramos de la muerte,
pero ella no nos concedió su sexo eterno,
todavía.

jueves, 29 de diciembre de 2011

29 de diciembre


Las horas avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de cristales.
En cada chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura insoportable.
¿Quién ha pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y gratuito?
¿Qué animal perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se detiene en su violencia
para que la muerte se transforme en sosiego,
para que el último estertor se convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu obra,
complácete con nuestra derrota!

lunes, 26 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (II)


Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (I)


Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta un hedor de abismo
en lo más profundo de la garganta
que ahoga las palabras.
Ni siquiera el rumor de lo cotidiano
acalla el infame aroma de la putrefacción
y un temblor de pánico
se instala en el miserable pasar de las horas.

Cuando la muerte se abre paso
con la ferocidad que acostumbra,
nada, ni siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste por la mañana y no nos abandona,
nos persigue a través de nuestra memoria
y no deja que el bálsamo del pasado
sirva para despegar las babas pegajosas
que nos engullen.

Cuando la muerte se presenta de improviso,
ante quien te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el gañido del infante cuando nace.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Gastronomía visceral


Si me abres el cráneo
y palpas con la yema de los dedos
mi suave cerebro,
notarás un leve escalofrío.
No es la causa la conciencia
de acariciar mis pensamientos,
sino más bien el asco
que produce el vacío.

Si me sorbes los sesos
con una caña de plástico
podrás sentir el sabor
de mi grumosa edad,
y aunque gustes mis años,
vomitarás la bilis
de mi nonada.

Si rebañas con miga de pan
la oquedad de mi cabeza,
un jugo viscoso
impregnará tu lengua.
Es el detritus
de mi inteligencia.

Si amas la casquería
y tu voracidad no se calma,
escoge otros manjares,
mis vísceras
no tienen salsa.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Torrente maldito (duodécima entrega)


Continuamos con el relato que nos dejó en vilo con el texto de Rocío. Ahora es BEATRIZ NAVARRO quien lo continúa. Atentos al nuevo giro. Es muy interesante la disputa por llevar el relato al terreno de lo vampiresco frente a otros que prefieren el de al parodia. Resulta enriquecedor. Ya queda poco para el final. Las últimas serán las primeras (y también las que más responsabilidad tienen). ¡Ah!, por cierto, la venganza por hacerme copiar estos textos tan largos a mano no se va a hacer esperar (soy muy vengativo).

Mi continuación:

-El día que vino el autobús de las transfusiones me sacó de clase y me arrastró hasta la plaza. Le pregunté que para qué me había llevado hasta allí y me dijo que era una sorpresa. Ella sabía que teníamos el mismo grupo sanguíneo y quería que me sacara sangre para guardarla en caso de que ella tuviera un accidente. Desde luego, ni yo pude sacarme sangre, ni le hubieran dejado quedarse con ella. Despechada, sacó un abrecartas que guarda siempre en su bolso, se hizo un corte en el dedo, lo chupó y me dio un morreo para pasear su lengua por todo mi paladar. Noté el sabor salado de su sangre y me asusté bastante –seguía relatando Marcelo las espesas locuras de su exnovia ante la embelesada mirada de las tres chicas.

-Lo que no sé es por qué aguantaste tanto con ella –apuntó Raquel.
Se había pasado. Una cosa era no echarle en cara su comportamiento con Carla y otra, bailarle el agua de esa manera tan rastrera, pensó Denia, mirando a Raquel de reojo. “Seguro que esta tía quiere agenciarse a Marcelo sin dejar que se enfríe el cadáver de Carla. Pero está claro que este tío está por mí. No hay más que ver cómo me ha mirado el culo cuando me he levantado a pedir las cañas”. Se había colocado esa tarde los vaqueros más ceñidos que tenía en el armario, segura de que ninguna de sus dos amigas podría competir con la potencia incontestable de sus maduras caderas.

-Y el rollo que se lleva con esos libros de vampiros. Dientes de terciopelo creo que se titulan. No hace otra cosa que leer esa porquería e intentar repetir las payasadas que se cuentan en ellos. Cuando comenzaron las vacaciones se empeñó una noche en que fuéramos hasta el jardín que rodea el Edificio Central. Menos mal que sabía ya de qué iba la cosa porque ella estaba convencida de que, cuando se queda vacío, allí habitan oscuros demonios y quería que lo comprobáramos por nosotros mismos. Sabía que yo tenía una copia de la llave y me la quitó. No quise acompañarla y esa misma noche rompimos.

El fragmento de BEATRIZ:

Carla le preguntó a aquella extraña cosa que decía llamarse la "princesa del pueblo" y que iba montada en un caballito de juguete que por qué le había hecho cometer aquella atrocidad. La extraña muñeca le contestó diciéndole que única y exclusivamente era ella la que había decidido hacerlo ya que nadie la había presionado. Comparó esa situación con el mundo de las drogas, con tal de conseguir tu dosis haces lo que sea necesario, y ella para salvar su vida no reparó en arrancar los ojos de aquel cuerpo inerte.
Tras hablar con aquel extraño ser, Carla traspasó una fuente de la cual salía una luz celestial y despertó agitada. Estaba en el sofá de su casa. Carla pensó que aquello solo había sido una pesadilla y para tranquilizarse, y sin hacer caso de aquel extraño sueño, sacó del bolsillo de su pantalón una bolsa hermética de plástico llena de "maría", un librillo de papel y un cigarro. Se lio un porro y salió a la calle a fumárselo para no dejar el olor impregnado en el salón de su casa. Era una noche oscura, hacía frío y no se veía a nadie por la calle, o eso creía Carla. Unos ojos acechaban a la joven desde lo alto de un edificio. Carla terminó de fumar y cuando entró en casa notó que algo no estaba bien, algo estaba distinto de como lo había dejado ella cinco minutos antes de salir a la calle. Asustada, corrió a su habitación y cerró la puerta, pensaba que allí estaría tranquila y que podría descansar; pero cuál fue su sorpresa cuando dio la vuelta para dirigirse a la cama y vislumbró la silueta de una persona sentada en ella. Contrariamente a lo que todo el mundo haría, Carla no se asustó. Conocía aquella silueta, aquel olor le resultaba familiar y aquellos ojos azules la llenaban de paz. Era él, aquel extraño ser que había aparecido en su sueño aquella misma noche.
-¡Hola, Carla! ¿Cómo estás? -preguntó el vampiro.
Carla titubeó al contestar:
-Bi...bi...bien, estoy bien.
-No te creo -dijo tajantemente el vampiro-, Si estuvieras bien no habrías necesitado drogarte. En el fondo te comprendo, yo también lo hice en su momento. Estás asustada por todo lo que has vivido esta noche, por lo que tú crees que ha sido un sueño, pero que en realidad no lo ha sido.
Carla, sorprendida por lo que aquel ser acababa de decir, solo acertó a articular palabras sin sentido y a repetir la palabra "mamá". Acababa de recordar que en el sueño mataba a su madre para saciar su sed de sangre. Sorprendentemente, la joven sacó fuerzas de donde no las tenía y preguntó:
-¿Y mi madre, dónde está?
-Tranquila, Carla, no seas impaciente, tendrás todas las explicaciones que quieras, pero este no es el momento para eso. Debes acompañarme, tengo que mostrarte y explicarte algo.
Carla, sin oponer resistencia, se subió en brazos de aquella criatura, y juntos saltaron por la ventana, por la cual empezaban a asomar los primeros rayos de luz de la mañana. Una vez en la calle, él empezó a correr tan deprisa que a Carla le entraron ganas de vomitar.
-Cierra los ojos, no te marearás -le dijo la criatura.
Así lo hizo la joven, y cuando abrió los ojos un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba en aquella habitación del sueño o de la realidad, donde había estado atada a una silla. Preguntó qué hacían allí y el vampiro comenzó a hablar.
-Recorrías estos pasillos, asustada, preocupada, con el rostro pálido, cuando me llegó tu olor. Un olor embriagador que no había percibido nunca. Te seguí, y al verte tan inofensiva no pude evitarlo. Sin que me vieras, te cogí y te traje a esta habitación; te até para poder contemplarte sin que te escaparas y tras observarte un buen rato y seguir oliendo aquel aroma, decidí hacerlo. Aparté tu melena y dejé el cuello al descubierto, lo acaricié, lo lamí y después clavé mis colmillos en él. Saboreé tu sangre y después me senté para ver cómo el veneno que te había inyectado hacía efecto. Cuando el progreso había concluido, aquellos miserables amigos tuyos entraron y me golpearon, ¡qué ingenuos!, creyeron que había quedado inconsciente por el golpe, pero lo único que hice fue fingir hasta que te sacaron de aquí y yo pude escapar. Ahora he de decírtelo, Carla, tú ya no eres una persona, te han convertido en lo que yo soy, en la clase de criatura en la que yo me convertí hace mucho tiempo.
-¿En un vampiro? -preguntó Carla intrigada, a la vez que atemorizada.
-Sí, eso es lo que soy. Una criatura que se alimenta de la sangre y que disfruta vaciando las venas de las personas.
-¿Y en el hospital, qué pasó en el hospital, qué le pasó a mi madre?
-En el hospital, simplemente pasó una cosa, aumentó tu sed de sangre hasta hacerse incontrolable y hacerte perder la razón. Así que la respuesta a tu pregunta es muy sencilla, sí, mataste a tu madre para beber su sangre.
Carla comenzó a llorar al descubrir que lo que había pasado en su sueño había ocurrido en la realidad. Pero el vampiro la abrazó y ella sintió una gran paz en su interior. Aquella criatura le hacía sentir bien, tranquila, como en un mundo perfecto donde solo estaban ellos dos. Así, abrazados en aquella oscura habitación, pasó el día, y la noche cayó. El vampiro la invitó a recorrer de nuevo los pasillos de aquel edificio donde había comenzado su pesadilla. Aquellos lúgubres pasillos ahora le parecían maravillosos, llenos de luz y las habitaciones aterradoras ahora le parecían agradables estancias, aunque en realidad no lo eran, todo seguía siendo tenebroso y oscuro. Pero lo que Carla no sabía es que todo no iba a ser tan maravilloso. Cuando el vampiro abrió la roída puerta de la última habitación se dirigió a Carla y le dijo:
-Aquí tienes mi regalo de bienvenida. Ahora eres un vampiro y debes comportarte y alimentarte como tal.
Cuando Carla entró en la estancia, encontró a Marcelo inconsciente, atado a una silla y con el cuello lleno de sangre.
-Aquí tienes tu cena -dijo el vampiro.
El olor de aquella sustancia fascinó a Carla, que haciendo caso a sus instintos de animal, o mejor dicho, de "chupasangre", se abalanzó sobre su novio e hincando sus dientes en su cuello vació sus venas. Cuando hubo terminado de alimentarse, Carla abandonó el cuerpo sin vida del joven y sin remordimiento alguno pidió más. Quería más. Su sed ahora estaba descontrolada, necesitaba alimentarse, sentir cómo la gente perdía la vida en sus manos y cómo sus corazones dejaban de latir. Su "nuevo amigo" aceptó sus peticiones y la llevó a un sitio que le resultara familiar. Era la fiesta de cumpleaños en la que estaban todos sus amigos. En aquella noche oscura, y acechando desde la penumbra, Carla entró en la casa acompañada del vampiro y el sonido de la música y la risa de los jóvenes, se convirtieron en gritos de terror y de ayuda; pero nadie los oyó... CONTINUARÁ.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Trabalegos


Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque no sepa quién sea
ese "yo mismo".

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque muertos mismos
me presten sus voces,
sin intereses.

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque no sé si mi inconsciente
me pertenece
a mí mismo.

Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos,
aunque ellos mismos
los reciban con ojos distintos
y me conviertan en otro
que no es ya "yo mismo".

Son ellos mismos
quienes han leído mis versos,
aunque no sepan quiénes
sean "ellos mismos"

Son ellos mismos,
los que leyeron mis versos,
quienes se apropiaron
de mí mismo
aun sin saber quién era
ese "mí mismo".

Son ellos mismos,
los que me niegan a mí mismo
cuando hacen suyos
mis versos
y se los apropian,
sin intereses.

¿Soy yo mismo
quien ha escrito estos versos?

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Torrente maldito (undécima entrega)


Atención, por fin ROCÍO se ha dignado a mandar su aportación al relato, pero ha valido la pena la espera. Si no me lo llega a enviar por email, me veo todo el fin de semana copiándolo. Esto tiene muy buena pinta, el giro sorprendente que sufre la trama en el fragmento de Rocío resulta admirable, no os lo perdáis. Como siempre cuelgo el mío también. Para evitar suspicacias, el próximo sorteo lo haré en clase, aprovechando la entrega de notas del examen, para seguir con el buen ánimo. Ahí van.

Mi continuación:

-No sé lo que os habrá contado Carla, pero quería que conocierais mi versión de los hechos: he tenido que dejar a vuestra amiga porque me da miedo. La sigo queriendo, pero últimamente me involucraba en unas historias que me acojonan –Marcelo había conseguido captar inmediatamente el interés de las chicas, no sólo con su fachada, sino también con el motivo de su cita con ellas.
-Es la peor excusa que he oído en años para dejar a una tía –se atrevió a recriminar Julia, ante las miradas de reprobación de sus amigas.

-No me extraña que no me creas Julia. Sé que para ti Carla es más que una hermana, pero espera que te cuente algunas de las situaciones en que me he visto envuelto y verás cómo lo mejor que he podido hacer es dejarla. No por mí, sino porque tu amiga del alma cada vez está más obsesionada con algunas historias y nuestra relación agrandaba cada vez más esa obsesión. Hace una semana acudió al entrenamiento. La vi detrás de la portería, temblando como una libélula. Me acerqué a ella para decirle que me esperara aquí, en “El Cráter” porque hacía mucho frío y ella no me escuchó. Como si estuviera ida, se acercó con la vista fija en mis rodillas. Entonces me di cuenta de que la derecha me sangraba. Ella se agachó y me lamió la sangre con un ansia de loca. Luego me besó y se fue. El cachondeo del equipo fue de órdago, pero eso no tuvo importancia. Yo me quedé muy preocupado por su actitud. Aquello era la gota que colmaba el vaso -las chicas permanecieron calladas, observaron el bronceado rostro de del muchacho, pese a que hacía semanas que no se veía el sol y la nieve cubría las calles. Los labios amoratados por el frío lucían carnosos y mullidos. Los ojos negros y profundos se clavaban alternativamente en las tres. Cada una de ellas se sentía la preferida de ese chico de pelo rizado que hechizaba a todas las muchachas de su curso y también a las de segundo.

Continuó Marcelo relatando con detalle algunas de las locuras de Carla. Hasta Julia había ya desestimado el plan de mostrarse desagradables y duras con él.

Hacía rato que Raquel se había entregado incondicionalmente al encanto natural de Marcelo. Se había puesto los pendientes de azabache de las grandes ocasiones. Colocó sus dos manos bajo la barbilla y balanceó su cuerpo hasta dejar caer los codos en las rodillas, cubiertas por unos leotardos de fantasía. “¿Cómo se había dejado embaucar por esa mosquita pálida y rubia de Carla? Dándoselas de misteriosa lo consiguió aquella noche de fiesta loca, justo cuando yo me iba a declarar. No tengo por qué retenerme. Ella me lo birló antes, ¡la muy guarra! Y estoy convencida de que esa misma noche le conté que estaba loca por él. Al volver del servicio me la encuentro en la esquina de la barra, mostrándole los tatuajes ridículos de su barriga. ¡Maldita zorra!, si no hubiera sido mi amiga, la habría sacado de los pelos. No sé por qué me tengo que enfadar con Marcelo. Con esa barbilla redondeada y dulce como un helado de chocolate…”

La continuación de ROCÍO HERRAIZ:

Con la presencia del vampiro todavía rondando por su mente, Carla se vio sacudida por el vendaval de preguntas que no cesaban de hacerle aquellos dos doctores. Entre tanto, media docena más de enfermeros y doctores irrumpieron en el cuarto para sacar a la enfermera que todavía yacía en el suelo inconsciente. Al levantarla, su cabeza cayó ligeramente hacia atrás, dejando visible la extrema palidez de su rostro, además de una pequeña marca en el cuello, similar a la que tenía Carla el día que llegó al hospital. Entre los dos enfermeros que la habían levantado, la sacaron cuidadosamente pero con rapidez de la habitación, y, tras ellos, el resto del personal, incluidos los que hacía unos instantes habían estado abrumando a Carla con sus preguntas, también abandonaron la estancia, en medio de aquel murmullo de preocupación e incertidumbre que ahora los abordaba...

Una vez hubo salido el último de ellos, este cerró la puerta tras de sí, y fue entonces cuando Carla se encontró de nuevo sola en la estancia, con la esperanza de que volvieran a aparecer ante ella aquellos enigmáticos ojos celestes. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió, en su lugar, lo único que apareció fue un olor tan delicioso como potente, que pronto inundó hasta el más recóndito lugar de aquella habitación, para deleite de las cavidades nasales de Carla. Pero...¿de dónde provenía?

Carla, dejándose llevar por su recién adquirida agudeza olfativa, se abalanzó sobre la cama y pudo observar a los pies de esta, justo en el lugar donde había golpeado la cabeza de la enfermera, un pequeño charco de sangre. De repente, despertó en ella un apetito voraz, acompañado por un deseo irrefrenable de saciar su sed, y, bajando de la cama, se aproximó a la sustancia para percibir mejor el aroma que emanaba de ella. No habían pasado ni dos segundos cuando Carla comenzó a lamer el charquito con un ansia incontrolable que la privaba por completo del uso de razón, y poco después ya no quedaba nada, solamente la lengua de Carla sobre una baldosa impoluta y brillante, buscando hasta el más mínimo rastro de aquello que la había hecho sentir tan frenética, tan viva, tan extraña...

Solo cesó en su impetuosa tarea cuando escuchó los pasos de alguien que se aproximaba a la puerta de su habitación. Se trataba de su madre, pero no venía sola, lo hacía acompañada por un doctor, que no paraba de hablarle sobre ella.

Esta, que todavía no había perdido su curiosidad, se acercó a una ventana, para escuchar con mayor claridad lo que decía aquel médico sobre ella. Al parecer, la enfermera había fallecido, y las expectativas para Carla no eran demasiado buenas. La policía y sus amigos no habían conseguido encontrar nada en el Edificio Central, por lo que descartaban la existencia de algún tipo de animal que hubiese podido morder a Carla. La única hipótesis que parecía esclarecer un poco el misterio sobre la marca yugular y sobre la que se apoyaban ahora era el contagio por parte de Carla de alguna enfermedad desconocida, posiblemente proveniente de la suciedad de aquel edificio, y la cual mostraría como primer síntoma la aparición de aquella extraña marca. Obviamente, la enfermera se habría contagiado al estar en contacto con Carla, por lo que todo parecía encajar. Al oír esto, su madre rompió a llorar, pues era cuestión de tiempo que su hija también muriese. Tras escuchar la batería de estupideces que acabada de narrar el doctor, Carla recordó de nuevo al vampiro. ¿Cómo explicarles que un ser que solo ella había visto era el causante de todo aquello?¿Cómo decirle a su madre que ahora ella también era un vampiro, y que la enfermera solo había muerto para servirle de aperitivo por cortesía del de los ojos azules? No...lógicamente aquella no era una alternativa, pero no podía olvidarse de dónde se encontraba, en el hospital, rodeada de personas por cuyas venas corría su preciado alimento.

En estas se encontraba Carla, meditando si podría o no reprimir su impulso depredador, cuando se percató de su famélico estado. Justo en ese momento, su madre abrió la puerta de la habitación, secándose las lágrimas que brotaban de sus ojos para resbalar por sus enrojecidas mejillas.

Con el rostro congestionado y la voz entrecortada, su madre la invitó a volver a la cama­­, tras lo cual Carla, ignorando la sugerencia de su madre, se aproximó a la puerta y la cerró bruscamente.

De nuevo, sintió aquel extraño impulso que antes la había llevado a actuar como un animal, y perdiendo totalmente el control agarró a su madre por el cuello y le hizo la morcilla, retorciéndoselo como a un pollo, sin reparar en la mirada de aquella mujer que hasta entonces la había apoyado, la había cuidado, la había querido, y que ahora derramaba sus últimas lágrimas por ella, sin tener ni siquiera tiempo para percatarse del cambio que había sufrido su hija y que ahora le costaba la vida. Ahora sí que Carla parecía haber perdido el último resquicio de humanidad que le quedaba, a pesar de la rapidez con la que había matado a su progenitora, bien por ahorrar tiempo o por ahorrarle sufrimiento, por lo que fuere, ahora ya poco importaba, pues esta se disponía a hacer cuenta de su presa sin reparar en quién era el cadáver que tenía a los pies.

Agarró la cabeza inerte de su madre, y cogiéndola por los pelos, la arrastró como pudo hacia un rincón oscuro de la habitación, oculto tras un pequeño armario provisto de vendas, suero, vías y demás instrumental quirúrgico que no entraré a detallar.

Con los ojos desorbitados se arrodilló frente a la muerta, cuyo cuerpo todavía estaba caliente, y desgarrando la camisa que llevaba puesta y que dificultaba el acceso a su cuello, dio un mordisco en la yugular de la susodicha y comenzó a nutrirse del manantial de vida que brotaba de aquel cuerpo cuarentón. Cuando hubo finalizado se sintió reconfortada, tanto que no reparó en que aún llevaba toda la cara impregnada de sangre. Se recostó en la cama, relamiéndose todavía con la dulzura de aquel líquido rojo que tanto le gustaba, y que tan gran sacrificio le había supuesto conseguir, en la lengua, pero entonces un doctor irrumpió en su deleite abriendo la puerta y disponiéndose a entrar.

-Ya traigo los resultados de los análisis señorita... -acertó a decir el doctor que atravesaba la puerta antes de que Carla se abalanzase sobre él para impedir que viese el cuerpo de su madre medio descuartizado.

-Pero...¿qué ha pasado aquí?-le preguntó tras ver la cara de la muchacha, pringada de sangre, asomar por la pequeña rendija que esta le había permitido abrir con su rápida intervención.

-Emmm...pues nada doctor, es solo que me he mordido el labio, no se preocupe que ya me curo yo con la saliva, es que la sangre es tan escandalosa...-acertó a decir Carla.

-¡¿Que te has mordido el labio?! No pretenderás que me crea esa estúpida escusa, vamos...déjame verte mejor...¿No te habrá pegado tu madre?-dijo el doctor.

-No doctor tranquilo, mi madre jamás me pegaría y menos ahora...en mi avanzado estado de enfermedad...¡Váyase no sea que le contagie sin querer!-espetó Carla.

-No creo que me contagies...vamos muchacha...déjame entrar que vengo a hablar con tu madre sobre el resultado de tus análisis...-dijo comprensivamente el doctor.

-Está bien...-cedió por fin Carla con resignación, a pesar del poco hambre que tenía ahora.

Carla abandonó su esfuerzo por sujetar la puerta y se echó unos pasos hacia atrás para dejar paso al doctor. Este, al entrar, se percató del extraño bulto que formaba el retorcido cuerpo de la madre de Carla y se dirigió directamente hacia allí, con un gesto facial que inspiraba poca confianza, como si ya sospechara lo que le aguardaba tras la sombra de aquel armario.

Carla se disponía para su ataque pero entonces el doctor se giró bruscamente al notar el movimiento tras de sí de Carla, que ahora se encontraba suspensa en el aire a algo más de un metro de su cabeza.

Con la mayor rapidez que pudo, el doctor sacó una jeringa con anestésico que llevaba siempre encima para casos críticos, y la empuñó contra el abdomen de Carla que ahora caía con todo su peso sobre él, intentando morderle.

De una patada se la quitó de encima y pudo huir hacia la puerta, cerrándola con llave y dejando a Carla dentro. Carla, que no se esperaba defensa alguna por parte del médico, desconcertada y tendida sobre el suelo tras el golpe que acababa de darse contra la pared, se sintió extraña. No sentía dolor por haber sido estampada con brutalidad, tampoco le dolía el brusco jeringazo que acababa de recibir, pero empezaba a sentirse aturdida y medio mareada se incorporó como pudo y se apoyó sobre la cama. Poco a poco notaba cómo los párpados le pesaban más y más, y aunque no quería dormirse, parecía inevitable. Finalmente el ser de los ojos celestes apareció por una de las ventanas, agarró a Carla y mientras la llevaba hacia la ventana por la cual él había accedido a la estancia está cerró los ojos, todavía consciente de lo que ocurría a su alrededor.

El ser la levantó por un brazo y apoyándola sobre su chepa, se encaramó de un brinco al árbol más cercano, cuyas ramas golpeaban al son del viento el cristal de la ventana que acababan de atravesar. La suave brisa y el frescor del ambiente parecieron despertar un poco a Carla, lo suficiente como para que se diera cuenta de que el cielo se tornaba lentamente más claro y que por el Este ya podían vislumbrarse los primeros rayos de sol...

Ya apeada de la chepa de aquel ser, Carla comenzó a estremecerse entre sollozos. La luz, aquellos destellos brillantes que provenían del horizonte quemaban sus retinas, nublando su visión casi por completo. Entre tanto, su piel cada vez más roja expulsaba un olor a carne requemada, a la vez que se arrugaba menguando poco a poco. Carla no podría soportarlo mucho tiempo más, se dejó caer en la rama sobre la que se encontraba de pie y lo último que pudo ver antes de resbalarse de esta fue el cuerpo descarnado del vampiro, postrado en la rama contigua y en cuyas cuencas ya no podían distinguirse sus preciosos ojos azules.

Dicen que antes de morir, toda la vida pasa por delante de los ojos de una persona, pero en el caso de Carla no fue así. En lugar de ello, su cuerpo comenzó a hincharse como si de un globo se tratase y cuando estaba a punto de reventar y ya a muy pocos centímetros del suelo...

¡Despertó! Se encontraba en su cama, empapada por el sudor que le había provocado aquella espantosa pesadilla. Se sintió aliviada, todo había sido un simple sueño, lo cual significaba que nada era real, ni la discusión con Marcelo, ni la muerte de su madre ni tampoco su extravagante transformación que había acabado en tan desastroso final.

Tenía sed, de modo que se levantó y, a oscuras, palpando cada centímetro de pared que encontraba, consiguió llegar hasta donde se encontraba su móvil. Una vez con este, a modo de linterna, atravesó el angosto pasillo que desembocaba en el salón, y tras atravesar este, por fin llegó a la cocina. Una vez hubo bebido hasta saciar su sed, se dispuso a regresar a su dormitorio, pero como no tenía sueño se puso a ver un rato la televisión.

Desgraciadamente, a esas horas de la noche no había ningún programa que mereciese la pena ver, asique puso Telecinco, para ver el Tarot de Esperanza Gracia, ya que era la única astróloga de la que se fiaba.

Entre tanto, se acercó a un pequeño mueble compuesto por tres cajones. Del trasfondo de uno de ellos sacó una pequeña bolsita transparente que contenía una sustancia blanca. Luego, alargando la mano hacia su bolso, sustrajo su carnet de identidad y una pequeña libreta de la cual arrancó una hoja, y vertiendo un poco de lo que contenía aquella bolsa sobre la mesa, lo alineó con el DNI. Después, haciendo un rulo con la hoja de papel, esnifó dos de las cuatro rayas que tenía dispuestas paralelamente sobre aquella superficie.

Tras repetir el proceso con las dos restantes, se recostó en el sofá y escuchó la predicción de Libra para el martes. Poco después, vencida por el sueño y mareada como estaba, se quedó dormida.

Al despertar, una sensación de pánico invadió a Carla. ¿Dónde se encontraba? Era una habitación húmeda, apenas iluminada por una pequeña bombilla que colgaba del techo. Su abdomen, ¿qué diablos era aquello que llevaba sujeto a su tronco? Asustada, gritó hasta desgañitarse, pidiendo ayuda. Intentó zafarse de las correas que le oprimían muñecas y tobillos, consiguiéndolo solo con las primeras. Al hacerlo, llamó su atención el ruido de un monitor que acababa de encenderse a su derecha. En él, apareció el rostro pálido de una muñeca ventrílocua, muy parecida en aspecto a Belén Esteban, lo cual atemorizó más aún a Carla.

-Hola Carla. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Durante los últimos dos años te has implicado en el mundo de las drogas, arriesgando tu vida cada vez que consumías cantidades ingentes de diversas sustancias. Al verte encerrada aquí, me pregunto si temes por tu supervivencia o solamente gritas por mantener tu mente ocupada en algo que no sea pensar como destruirte a ti misma. Hoy tendrás la oportunidad de demostrar hasta dónde eres capaz de llegar para seguir con vida. El artefacto que llevas en tu cuerpo está sujeto a ambos lados de tu tórax, y funciona como una bisagra. Si no consigues superar la prueba, significará que no valoras tu vida, por lo que este mecanismo te ayudará a desprenderte de aquello que no aprecias, abriéndose y separando tu cuerpo en dos en cuestión de milésimas de segundo, acabando así con tu vida. Frente a ti se encuentra el cuerpo inmóvil del camello que te ha provisto de droga durante todo este tiempo. Tu objetivo es el siguiente, tendrás que sacarle los dos ojos, y en cada una de las cuencas encontrarás una llave. Sólo una de ellas se servirá para librarte del mecanismo al que te encuentras sujeta, pero ¿cuál? En tu bolsillo izquierdo encontrarás un bisturí que te servirá para sacarle los ojos, al fin y al cabo, ¿de qué le sirven si no puede ver todo el daño que le hace a la gente? Date prisa, tienes sesenta segundos para conseguir la llave hacia tu libertad y liberarte o de lo contrario, el dispositivo saltará cuando el temporizador llegue a cero. Vivir o morir, tú decides -le dijo la muñeca a Carla.

Tras esto, Carla se tiró al suelo, todavía sujeta por los tobillos, lo cual no le impidió alcanzar el cuerpo del camello. Sacó el bisturí de su bolsillo y con una frialdad de la cual no había hecho nunca uso, cortó los ojos del hombre. Luego introdujo los dedos índice y corazón en las cuencas. A treinta segundos de morir, ya tenía una llave. Buscó con nerviosismo en el otro ojo hasta encontrar la segunda. Una vez las tuvo, probó con la primera a abrir el dispositivo que la mataría pasados diez segundos, pero ¡no era esa! Rápidamente probó con la otra y a falta de un segundo consiguió abrirlo y quitárselo justo en el último momento. Respiró tranquila. Acababa de matar a un hombre pero eso no parecía importarle en absoluto. Estaba a salvo, era lo único en lo que pensaba en aquel instante y tenía claro que nunca más volvería a probar las drogas.

A su espalda se abrió una puerta, de la cual salió la muñeca subida sobre un pequeño caballo de juguete.

-Mucha gente no agradece seguir con vida...-le dijo la muñeca-pero tú no, ya no.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Búsqueda


Se marchó,
sin despedirse apenas,
con un ligero viento de manos,
con un soplo liviano de párpados.

Se fue,
y aún la espero,
bajo la luz tenue que se apaga,
bajo el techo de sombra que se acerca.

Desapareció
entre la bruma salobre de la madurez,
entre la gravedad inmisericorde del tiempo,
entre las hojas machacadas del otoño.

Y la sigo esperando,
la deseo
en la distancia de la indiferencia,
en la insistencia de los días,
la busco
bajo los pliegues de la piel,
entre la niebla de la presbicia,
en el sopor de la existencia.

Quizás esté ahí:
bajo la desesperanza,
entre la búsqueda,
en las preposiciones.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Variaciones de Enrique Jaspe sobre "Criaturas del Piripao"

Estos son los bocetos que el pintor Enrique Jaspe ha realizado sobre mi novela "Criaturas del Piripao" y su personaje principal, Suero Láinez. Los dos primeros son emblemas a la manera de los que aparecían en los libros del XVI y del XVII para presentar jocosamente el asunto de algunos libros. Como poco, curiosos.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Polvo y nada


No eran perlas en suspensión
bajo la mañana de cristal,
sino polvo y ácaros
al trasluz.

No eran yemas de lágrimas
flotando tras la ventana,
sino liviana suciedad
sin voluntad de suelo.

No eran pellizcos del alma
abandonados por el cuerpo
a su suerte,
sino limo deshecho,
cieno reseco, lodo volátil.

No era mi voluntad
sino una lluvia de átomos
resueltos en nada.