Hoy he estado con Eva en el restaurante Santolina. Antes era El Chato, para nosotros un templo en donde rendíamos pleitesía a Dionisos sin reparar en otra cosa que no fuera el vino del Terrerazo y los manjares de Luisi. Pido el vino que le gusta, para acabarlo en casa. Comemos y bebemos como siempre, como antes, divinamente, aunque demasiado solos. Llegamos a casa y pongo la tercera de una serie polaca de cuyas dos primeras temporadas vimos y comentamos hace unos años. Me gusta hablarle y descubrir que ya se ha dormido, vencida por los chicos de la mañana. La serie nos atrae por sus ambientes cutres, por su humor negro y por sus personajes atiborrados de alcohol. Aún así duerme, le puede el sopor de la comida y el desgaste de las aulas. Luego veo un partido de fútbol femenino. No sé por qué. Sí, sí lo sé. Lo último que vimos en televisión antes de que se fuera fue fútbol femenino. Bebemos, vivimos, revivimos, dormimos, añoramos.
Secciones
miércoles, 28 de febrero de 2024
Comiendo con Eva
martes, 27 de febrero de 2024
Un sueño didáctico
Hace unas noches tuve un sueño muy didáctico. Me desperté sobre las siete, como siempre. Me aseé, como siempre. Me vestí, como siempre. Rellené la mochila, como siempre. Subí al coche, como siempre. Llegué al instituto, como siempre. Me bebí en la cantina un café con leche, como siempre. Y entré a clase, como siempre. Y en ese momento del sueño comenzó a diluirse el "como siempre". Al abrir el ordenador para empezar con la clase de ese día, caí (con angustia) en que no recordaba nada sobre mi materia, todo lo que aparecía en la planificación era para mí de contenido desconocido. ¿Quiénes eran Montaigne, Shakespeare, Molière? Ni puta idea. No había oído sus nombres en mi vida. Sobre qué iba a hablarles a las alumnas (solo había chicas) allí sentadas, expectantes, ávidas (no, eso no es verdad) de escuchar lo que yo tenía previsto decir sobre esa gente. Las presentaciones apenas tenían texto, al parecer no eran sino un apoyo para que yo me explayara sobre la obra y milagros de esos nombres desconocidos. No recordaba absolutamente nada. De hecho, me pregunté varias veces por qué estaba yo encargado de ilustrarlas sobre literatura. En un principio me angustié, comencé a sudar y empecé a divagar sobre temas triviales de ascensor: el mal tiempo, el frío que hace en clase, Operación Triunfo (de eso sabía tanto como de literatura), la fiesta del fin de semana... Mientras se desarrollaba esta conversación inane, yo iba pensando sobre qué hablar y no se me ocurría nada, absolutamente nada. Descubrí que en el ordenador aparecía una diapositiva con una cita de Montaigne: "Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis". No se me ocurrió otra cosa que comentar el significado de esas palabras. Había olvidado todos los contenidos estrictamente literarios, pero el raciocinio, por suerte o por desgracia, lo conservaba. Ensayé mi interpretación sobre el entrecomillado y ellas, en seguida, se lanzaron a contradecirme y a exponer sus versiones sobre lo dicho por el francés (porque con ese apellido solo podía ser francés). Me alivió que ellas hablaran, que tomaran el mando de la clase, que opinaran y debatieran con total espontaneidad sobre ese y otros muchos asuntos en los que se ramificó la conversación. Espoleadas por el interés de la cita, buscaron en sus teléfonos móviles más citas de Montaigne y el aula se convirtió en una tertulia de café. Apenas tuve que pronunciarme más, fueron ellas mismas quienes consumieron la hora entre risas, discusiones e intercambios de pareceres. Nunca he salido de una clase con mejor sabor de boca, lástima que fuera un sueño. Eso sí, un sueño didáctico.
lunes, 26 de febrero de 2024
La heroína y la memoria
Hace unos años entrevistamos para El País de los Estudiantes a un personaje que había estado enganchado a la heroína durante 15 años. En el momento de la entrevista, cumplía dos con metadona. Nos contó situaciones escalofriantes y otras no tanto, todas muy curiosas, sobre todo las que concernían a su vida cotidiana una vez desenganchado, determinada por haber sido un yonqui durante tanto tiempo. Por ejemplo, podía ver hoy una película que había visto el día anterior como si fuera nueva, es decir, su cerebro ya no era capaz de acumular recuerdos de un día para otro.
Desde hace unos años, a mí me pasa algo parecido. No sé si será por la ingente cantidad de contenido audiovisual que consumimos, por la edad o porque tengo el cerebro tan licuado como nuestro entrevistado, pero acabo películas que he visto recientemente y apenas me acuerdo de nada. Las reconozco porque me suenan los actores, los personajes y algunas de las escenas, pero no hay manera de recordar el argumento; es decir, las puedo gozar de nuevo como si de un estreno se tratara. También me pasa con la mayoría de los libros. ¿Será posible que ese cóctel formado por el exceso de consumo audiovisual, la edad y alguna cerveza que otra hayan provocado el mismo efecto en mi cabeza que 15 años de heroína? Al parecer sí. Tampoco es tan malo. Antes, en cuanto me sonaba de algo el título de un libro o de una película los descartaba, ahora tengo un abanico donde elegir mucho mayor. Sé que por mucho que me suenen los voy a disfrutar o a odiar como novedosos. Bueno, vamos a por el Quijote, me han dicho que no lo voy a comprender.
jueves, 15 de febrero de 2024
Estampa infantil
lunes, 5 de febrero de 2024
La ingenuidad de los muebles
Todo sigue donde lo dejaste: los vestidos a la espera de tu piel; en el congelador, guisos con etiquetas (tu letra), dispuestos para tu paladar; en las perchas, los pantalones desean rozar tus muslos; en el baño, tus perfumes conservan su esencia (abro alguno de vez en cuando); en una bandeja de cerámica, tu lima de uñas está lista para combatir los arañazos; en el coche, un amuleto (qué pobre papel ha cumplido); en el salón, el reloj (se ha parado a la espera de que vuelva el tiempo); en las estanterías, fotos tuyas, de tus alumnos, impacientes por ser renovadas; también los dibujos de nuestra hija; en el dormitorio, tu libro electrónico, tus pendientes, tus anillos, tus pulseras; en el baño, una esponja, preparada también para tu piel; en el sótano, tu orden; en el despacho, tu aroma; cada vaso, cada copa, cada taza, anhela tus labios, como si supieran que alguien, solo tú, puede devolverles el roce del beso. Una manta te cita junto al sofá para calmar el helor de los días de invierno. El mismo sofá se impacienta al no notar el peso de tu liviano cuerpo. La novela negra a mitad de leer se revuelve por ser devorada cuanto antes. La libreta de la mesita reserva hueco para anotar las nuevas películas, las nuevas series, los nuevos libros.
Los observo a todos con lástima, perplejo, y alimento su ingenuidad. No voy a sacarlos de la inopia: cuando puedo, leo unas líneas de esa novela negra, apunto el título de una película de estreno (imito tu letra), hasta me tumbo en el sofá para que no extrañe el peso de tu cuerpo. Aún así, se impacientan tus zapatos (mis pies son demasiado anchos), la pinza del pelo no encuentra asidero en mi cabeza y no entro en las faldas de tubo. Algún día les tendré que confesar la verdad. Hoy no.
lunes, 29 de enero de 2024
El buen teatro
El buen teatro es nutritivo, es adictivo, es una purga necesaria para quien necesita salir de sí mismo. El buen teatro redime, da esperanza a quien ya le cuesta percibir emociones. El buen teatro es alimento necesario para quien ha perdido el apetito, un reconstituyente vital de propiedades muy recomendables.
Vicky Luengo es una muchacha de frágil aspecto que se convierte sobre el escenario en una gigantesca catalizadora de palabras. Las palabras de Prima Facie, una obra que mide el tempo y el desarrollo de la trama con un cuidado digno del mejor experto en Derecho. Una obra que cuida el poder de la narrativa con esmero, que apela a la razón y a la emoción a partes iguales, con estudiada arte retórica. Cuando la obra finaliza, uno suelta el aire como si lo hubiera estado reteniendo a lo largo de las casi dos horas de representación. No hemos mirado ni una vez el reloj porque la Luengo imprime un ritmo al texto casi extenuante. No cabe el aburrimiento ni el abandono de la escena, ni la impasibilidad. Todos estamos alrededor de la protagonista, oliéndola, palpándola, comprendiéndola y, al final, arropándola, compadeciéndola. La voz narrativa es potente y en seguida se adueña del jurado, perdón, del público.
El buen teatro, la buena cómica, tan sencillo, tan difícil. El arte, el verdadero arte, te cambia el metabolismo, te convierte en mejor persona, te hace otro, ojalá lo consiguiera del todo.
lunes, 22 de enero de 2024
Abulia
No caen bombas a tu alrededor, ni hay desastres naturales en lontananza; tienes un lecho donde dormir, un techo en el que refugiarte, dinero para comprar cerveza, güisqui y fresas, también para ir de viaje; dispones de tiempo libre para orearte al sol de la tarde. Eres un burgués, pocas comodidades te faltan, prácticamente ninguna, la barriga indecente lo señala. Hasta disfrutas de amigos de raíz y amigas de estirpe. Puedes ver series, películas, lees libros, tienes libros, muchos libros, incluso has descubierto que escribes con cierta claridad. Ni siquiera has padecido enfermedades significativas ni has sufrido accidentes. Sin embargo, a pesar de las comodidades, de los privilegios, te encuentras tan desolado como si vivieras en mitad de una zona de guerra, en medio de la debacle. No te bebes la lluvia como antes, ni escuchas la música con los oídos despiertos, ni bailas con el mismo escalofrío, ni ves el cine y el teatro con los ojos disparados. Una bruma constante te apaga el horizonte, una abulia insoportable te acompaña allá donde vas. La seguridad de que todo, todo, se acabó hace tiempo. La impresión de sentirse ajeno a uno mismo.
miércoles, 17 de enero de 2024
El Jardín de las Delicias
martes, 16 de enero de 2024
Sábanas de raso
Hoy dormiré entre sábanas de raso, delicadas, suaves, amorosas, nata de labios. No voy a preguntarme sobre ellas, ni tampoco quiero recordar la última vez que estuve compartiéndolas, ni el pasado que esconden, ni adivinaré los cuerpos que estamparon el sudor entre sus fibras. Sábanas de raso acunarán mi sueño, solo deseo sentirlas así, cursis y sedosas, como una bata de terciopelo. Solo gozar de su sensualidad, de su tacto líquido. Como si no las hubiera usado nunca, como si las acabara de comprar, como si nadie las hubiera guardado en el cajón de la cómoda, como de estreno. Hoy dormiré, o no.
sábado, 13 de enero de 2024
Panegírico
domingo, 7 de enero de 2024
Eva y la escritura
Solo me siento acompañado cuando escribo, porque Eva leía todo lo que yo escribía, porque era mi correctora, mi lectora primera (y en ocasiones única). Y siempre lo hago para ella, aunque a veces no sea del todo consciente. Cuando se escribe, por mucho que lo nieguen algunos, siempre rondan latentes los posibles lectores, por muy humilde que sea el texto o el medio que se ha utilizado para transmitirlo. Después de terminar un fragmento de una novela o un estado de Facebook, incluso una nota cualquiera, me doy cuenta de que, de alguna manera, estoy condicionado por quienes van a leerme. A esos lectores hipotéticos se les unen todos aquellos que uno sabe a ciencia cierta que lo van a leer.
Mi padre solo leyó las 20 primeras páginas de una novela en la que el protagonista era él, no le dio tiempo a más, y a pesar de todo, aun sabiendo que no podría o no querría leerla, influyó y mucho en la composición de este libro. Eva leía todo lo que yo escribía y era mi crítica más fiable, porque leía muchísimo, porque me conocía y porque no tenía pelos en la lengua a la hora de decirme lo que le parecía flojo. Solo pudo leer 36 páginas de la novela que aún no he terminado y recuerdo una frase que me animó como ninguna: "Esto es lo tuyo", se refería al género y al estilo. Quizá por eso ahora solo me siento acompañado cuando escribo, porque lo hago todavía, inconscientemente, pensando en si le parecerían o no digeribles cada una de las frases que compongo; porque cuando releo, lo hago en parte con sus ojos. Porque es la única manera que he encontrado para seguir comunicándome con ella y no defraudarla.
martes, 2 de enero de 2024
Feliz 1588
¡Qué buen rollo transmite la música de Barry White mezclada con güisqui! Estoy en éxtasis o casi. Me he empeñado en elevar el estado de la soledad al Parnaso y en algunas ocasiones se consigue. Llamo a Lope, me lo encuentro en El arenal de Sevilla, lo oigo, lo veo, lo palpo, vibra su verbo en redondillas retozonas y lo amo, lo amo, como ahora mismo no amo a nadie. Lo reconozco detrás de esas tramas disparatadas, escondido en el barrio de Triana, esperando a una muchacha perdida por sus versos, jugando a los naipes en un garito de chirlo asegurado, esgrimiendo la espada contra un ladrón que intenta robarle la capa, tratando de teatros y amores con Cervantes (entusiasmado por la amistad del Fénix), intentando enrolarse en la Armada contra Inglaterra... Pero cambia la música y unos violines traicioneros me vuelven a traspasar el ánimo. No, no quiero. Me voy con él, con el rey de los poetas, allá donde vaya, a donde le plazca, soy su escudero fiel, su porquero. Me revienta el pecho con Purcell. No me da la gana, huyo con él, no me cabe otra, aquí estoy de más. ¡Feliz 1588! Solo el siglo XVI puede salvarme:
ese don Lope está aquí,
porque cayó para mí
como otro rayo del cielo.
martes, 26 de diciembre de 2023
La edad de la inocencia
He vuelto a ver La edad de la inocencia de Scorsese. Era una de nuestras películas favoritas y hoy la he sufrido especialmente. La he visto entre continuos hipidos y escalofríos, provocados, no sé si por las propias escenas rebosantes de dulzura, intensidad y elegancia; o por los recuerdos, la melancolía y los detalles que me trasladaban una y otra vez a Eva. Las rosas amarillas, símbolo del amor imposible de los protagonistas, esas que aún tengo plantadas en la maceta de la entrada de mi casa. Los ojos verdes de Michel Pfeiffer, su belleza cristalina, su mirada alegre que esconde una tristeza inmensa, los ojos verdes de Eva. Los troncos de la chimenea desmoronándose por la ferocidad del fuego, la enfermedad salvaje. Los guantes que estorban cuando hay que acariciar la mano deseada, el placer de su blancura. La renuncia a ver a la amada cuando es demasiado tarde para revivir lo perdido.
No hay nada en esta nueva realidad que vivo que me estremezca tanto como la recreación en el dolor y la pena a la que me somete la ficción. Nada de lo que me rodea me conmueve con tanta fuerza como los libros, las películas, la música o el teatro. Es como si mi alma estuviera anclada en el rincón de los contempladores, como si hubiera renunciado a vivir y solo la vida de los otros, las escenas de su pasión, fueran capaces de herirme, de conturbarme, de conmoverme. Una película perfecta para deshacerse.
lunes, 18 de diciembre de 2023
Niebla
La tristeza es niebla ácida que lo invade todo. Ninguna luz es capaz de atravesarla. Los cuerpos se deshacen (sobre todo viejos y adolescentes), no hay horizonte. Allá, al fondo, está la esperanza de la hierba, muy al fondo, tanto que ni siquiera se atisba, pura ilusión. Cala los huesos la humedad eterna, hasta volverte líquido. Solo quiero callar, dormir, abandonarme. No veo a nadie a mi alrededor, a nadie. La bruma lo invade todo: oculta el amor, el entusiasmo, la amistad, la ilusión, la ribera. Por mucho que intento salir de las tinieblas, solo consigo dar tumbos, me golpeo contra las paredes, contra las piedras, contra las esquinas de los muebles. Las palabras no circulan entre tanta espesura, todo es silencio; el olfato murió hace mucho y el tacto ya no se estremece con las pieles nuevas. Quizá la vida era esto: esperar como lago sin orillas a la muerte, envuelto en la nada. Ser agua. Solo esto.
martes, 12 de diciembre de 2023
Chet y los muertos
Me dispongo a ver un documental sobre Chet Baker y, desde el principio, vuela la convicción de que el genio devora al personaje y, al no poder aguantar los espacios en los que no está creando, se entrega a la droga y a la depravación. Conforme avanza el documental (de estupenda manufactura), se impone otra idea, más común: mejor separar al personaje y su talento. Las creaciones musicales de Chet Baker me cautivan, me enamoran, igual que a todas sus mujeres. Qué trivial, qué sucio todo lo que tiene que ver con su adicción a las drogas, con el maltrato hacia alguna de sus ellas, con el desprecio hacia sus hijos y hacia su madre. En cambio, Chet se pone a cantar, con esa lírica imperfecta, sopla la trompeta y toda su maldad desaparece. Me hace llorar, me produce una sensación extrema. El problema es que siempre que se trata la vida de un genio se suele escoger a estos, a los que han sufrido una vida convulsa y fuera de orden. ¿Es que el genio no puede vivir de otra forma? ¿Es que no hay otra manera de resistir la creación de tanta belleza que ocupar los momentos fuera de la música con droga y perversión? No sé. Hay muchos otros ejemplos de vidas ejemplares, pero claro, esas no interesan porque no tienen el morbo de la biografía convulsa. Sería un fiasco hacer un documental sobre Antón Chéjov o sobre Pérez Reverte (espera, sobre este no). A todas estas, yo me había metido aquí para escribir sobre los muertos, porque Chet está muerto, aunque siga escuchándolo a través de los altavoces de última generación, igual que tantas otras, a pesar de que sigan resonando en mis oídos sin pausa. Porque la gente genial, sea por sus obras o por su vida siempre sigue sonando