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domingo, 30 de abril de 2023
"Cómo ser Cervantes: cagándola mucho" por Martín Sacristán
Acis y Galatea. Fábula moderna (I)
Acis contaba 23 años, acababa de besar a Galatea y se creía el hombre más dichoso del mundo. Acis y Galatea siguieron besándose en todos los formatos posibles, alejados del mundo, en bancos que ni siquiera el Ayuntamiento sabía que existían. Acis quería impresionar a Galatea: le contaba que su sueño era instalarse en París. Porque había leído cuatro libros de poetas malditos y se había atrevido a escribirle uno a ella, a Galatea. Acis le decía que quería ser bohemio (gilipollas es lo que era) y se las daba de artista. Galatea estudiaba Magisterio, besaba a Acis (él no se explicaba aún por qué) y exhibía una belleza que no era terrena. Galatea, debajo de los álamos, callaba y sonreía, mientras Acis comentaba los méritos de Una temporada en el infierno de Rimbaud. Uno, como narrador objetivo que es, si no tenemos en cuenta las acotaciones, se pregunta cómo Galatea aguantaba los sermones soporíferos de Acis acerca de la correspondencia entre números y colores. No sé, es un misterio. Cuando Acis le regaló a Galatea el poemario que él mismo había encuadernado y escrito, ella lloró de emoción. Que él, con sus propias manos, hubiera sido capaz de coser las páginas no lo habría presagiado nadie, ni él mismo. En los poemas había plagios de Miguel Hernández, ripios de todos los colores, pretenciosidad, barroquismo y, ante todo, una necesidad imperiosa de deslumbrar a Galatea. Porque Acis no terminaba de creer que ella lo estuviera besando todavía. Galatea acababa de cumplir 20 años, la piel transparente, los ojos verdes y las aristas de una escultura griega. Acis se desesperaba por hundir sus dedos en el muslo de Galatea, como había visto en el Rapto de Proserpina de Bernini. Él le hablaba todo el tiempo de literatura, ella de historia del arte y de la universidad. Cuando ella le pasó los poemas de Acis a su profesor y este le dijo que le recordaban en algo a Ángel González, él se entusiasmó. No conocía de nada a ese poeta y buscó todas sus obras para comprobar si era verdad. Había más falsa alabanza que otra cosa.
Galatea preparó oposiciones a maestra, Acis continuaba con los ripios y con la sorpresa de que ella lo siguiera soportando. Una Nochevieja fue a su casa. Conocería a los padres de ella. Su madre le causó muy buena impresión, a su padre le dio dos besos sin venir a cuento (había bebido ya bastante) y no los recibió con el cariño etílico que él se los había regalado. Poco después, Galatea opositó y aprobó, porque además de parecerse a las modelos de Botticelli, gozaba de una mente despierta y ordenada. Acis abrió la boca y absorbió la alegría de los dos. Pronto vivirían juntos.
jueves, 27 de abril de 2023
Prohibir libros
lunes, 24 de abril de 2023
A medias
Últimamente todo lo dejo a medias. Desde que murió Eva no hay proyecto que complete, todo se queda en el aire, en mitad de su trayecto. Aquella novela sobre Lope que llevaba bastante avanzada cuando se desencadenó la tragedia no consigo retomarla por muchos intentos que hago. Todo se me queda a mitad de camino, incluidos las actividades que he emprendido con los alumnos, y eso sí que me duele. No hay manera de que consiga concluir nada. En mi departamento me han dejado por imposible, porque no pueden confiar en mí, porque no hay manera de que cumpla con lo que prometo. Estoy en un sí pero no. Estoy en otro mundo, muy lejos de este. Intento incorporarme, pero no lo consigo. No sé si se debe al trauma de la ausencia o a que era ella la que me animaba y me impulsaba a no truncar todo por el camino. Puede que me haya convertido en un ser a medias, en un ente sin final, en una bicicleta sin pedales.
miércoles, 12 de abril de 2023
Nada que decir
martes, 11 de abril de 2023
Jueves Santo en Cádiz
En la madrugada de Viernes Santo, Cádiz está ocupada por los servicios de limpieza. Mangueras, camiones de riego, turbinas de aire, escobas, contenedores, milicias de empleados empeñados en despejar de porquería las plazas y las callejas. Todo un zafarrancho después de una guerra o de una ordalía sin culpable. El Jueves Santo por la noche debió de haber un botellón multitudinario, una orgía, un dispendio de excesos sin respeto ninguno por el bien cívico. Las fiestas comunales son así, a pesar de conmemorar la muerte de alguien. Ni siquiera la gravedad del luto es capaz de evitar la locura de quienes quieren apegarse a la frugalidad de la vida, al rito comunal, a la fuerza atávica de la fiesta. El agua a presión barre todo tipo de inmundicias, las esconde para que el turista y el viandante mañanero no se encuentre con el caos. Cádiz, a las seis de la mañana, me recordó a Nápoles en todo su esplendor de contenedores rebosantes. Los estrados vacíos, el terciopelo rojo de los doseles, reciben con agradecimiento el denuedo profesional de los chalecos fosforescentes. Cádiz es La Habana con dinero. La alegría que se respira en las calles es similar en las dos ciudades, en una de ellas, inexplicable por la pobreza de sus habitantes; en la otra, paradójica por el sentido último de sus ritos. Cádiz también es Nápoles con saetas y mangueras.
domingo, 9 de abril de 2023
El mercado de Cádiz
miércoles, 5 de abril de 2023
La bahía y el viento
Un grupo muy numeroso de muchachos y hombretones, vestidos todos con el mismo equipaje, se preparan para llevar el paso de su cofradía, se ajustan las fajas, se animan, beben cerveza, güisqui con limón y, pocos, agua. El malecón refulge con un sol que todavía no hiere del todo. Un viento furioso saca espinas del mar, ese viento que según la leyenda vuelve locos a los cuerdos y remata a los que ya lo están.
La catedral casi pisa el malecón y ayuda a guarecerse de la locura. Las callejas de Cádiz también, frescas, medievales, jalonadas de tabernas. El viento no se atreve a entrar en ellas, se queda allí, cerca del mar rizado de la bahía, acechando a los cuerdos y a los locos. Los que ya lo estamos no le tememos tanto, ahora no. La última vez que estuve aquí, hace no mucho, sí le temía, con razón. El viento, azuzado por la muerte, arrasa todo lo que toca. Pero a mí ya no puede hacerme daño, mi reciente idiotez me ha vuelto indiferente a los temporales.
En la puerta de una taberna, un borracho canta entre quejíos de locura, este también. Se desgañita y se lamenta de su suerte. No es que entienda la letra, pero se le nota el desespero en la crispación de las manos. Se sienta en un taburete y esconde las greñas entre sus piernas. No sabe que el viento no llega hasta aquí, no sé por qué lo teme, quizá por la negrura del vino.
Las muchachas, emperifolladas para celebrar la procesión, miran desde lejos, con desmayo, a los muchachos, todavía envolviéndose en las fajas negras, negras como ese viento luminoso que esconde tantas desgracias, negras como el vino, allá en el malecón, no muy lejos de los callejones. Los modernos, los ateos y los idiotas paseamos a la orilla del mar evitando las procesiones. Los devotos, los antiguos y los idiotas se sientan, agolpados a uno y otro lado de la calle, a la espera de que muchachos y hombretones se ajusten correctamente las fajas. Las muchachas, con sus mejores galas y bien repintadas, esperan ver el paso y oler la hombría de los costaleros. Toda la ciudad bulle, bulle de extranjeros, gaditanos y de algunos idiotas, que nos perdemos en cada vuelta de esquina.
En el Mercado Central, por la mañana, el bullicio era distinto, aunque los idiotas éramos los mismos. Parece un atrio griego propicio para la compra venta y para pegar la hebra. El deje gaditano me alegra. Aquí tampoco llega el viento, aunque la locura está presente en todos lados. Los erizos se abren descubriendo su fangoso interior, las ostras se revuelven en su moco marino. "Miho, mi niña, cariño, perla, presiosa...", apelativos cariñosos que hacen de la lengua un lugar ameno y acogedor. Yo no veo del todo esa luz maravillosa de la mañana gaditana, no termino de levantarme con ella, no termino de apreciarla porque son muy negras las fajas, es muy negro el vino; porque es muy negro el viento; porque es muy negra hasta mi camisa, preñada de calaveras.
martes, 4 de abril de 2023
Castelar y Fermín Salvochea
En la Plaza de la Candelaria de Cádiz nació Emilio Castelar, insigne estadista, famoso por el buen uso de la retórica. "Eres un Castelar" se decía en la época para señalar a alguien que hablaba especialmente bien. Además, en esta plaza, que parece importada directamente de Cartagena de Indias (a lo mejor fue al revés), los jardines son frondosos y entre las plantas tropicales podemos encontrar una escultura imponente que rinde homenaje al orador republicano junto a una placa que recuerda la cuarta posta de la ruta de Fermín Salvochea, otro ferviente luchador por la república, anarquista, defensor de la jornada de ocho horas y del ateísmo. Es curioso que acabe de releer Baza de espadas de Valle-Inclán, donde Fermín es casi el personaje protagonista. Y en el primer sitio que visito en Cádiz me lo encuentro.
Es noche cerrada y los capuchinos rodean la plaza como si fueran a detener de nuevo al pobre anarquista y a callar al temible orador. De fondo se oye el deje desgarrado de una saeta cantada por una garganta de aguardiente. Los niños, mientras tanto, comen helados y los adolescentes se comen el morro, ajenos a los devaneos religiosos y bajo la peana en donde Castelar mira hacia el cielo para hacer más convincentes sus palabras, cagado de arriba abajo por las palomas. Los pájaros duermen entre la fronda, a pesar del estruendo de la procesión y del estilete del cantaor. Se oye rebullir alguno, ajenos también a la gravedad de las supersticiones humanas. Los niños se han acabado ya los helados, pero los adolescentes nunca se acaban los morros, porque su pasión no nace de un capricho ni del fanatismo ni de una imposición social, sino de las tripas mismas.
viernes, 31 de marzo de 2023
¡Cuánto penar para morirse uno!
"¡Cuánto penar para morirse uno!", cuánto y cuánto. Nunca como ahora, Miguel, he sentido tan hondos a los poetas y a los músicos. Me recreo en la pena, en esa pena que vuelve cada cierto tiempo, inmisericorde, sin visos de abandonarme, sin reparos en romper todo lo que toca. De pequeño lloraba por el dolor de oídos, me reventó la hernia y mi madre penaba de médico en médico para que me inyectaran antibióticos con que salvar a su niño escuálido y cabezón. Desde esa primera niñez de dolores físicos, no había llorado tanto y, desde luego, nunca con tanta frecuencia como ahora. Me basta esconderme en el aula, Miguel, escuchar ciertas músicas o leer ciertos versos y reventar de pena, reventar de melancolía, reventar (eso quisiera yo). No, este llanto poco tiene que ver con aquel del niño enfermo. Uno se rompe, se deshace, se derrama y apenas te permite escribir, apenas, porque la pena te inunda, se desboca, Miguel, tú lo sabes bien. Me recreo con esta pena despiadada, necesito oír a los poetas, la música, necesito destrozarme las entrañas para que no me reviente el alma, para desaguar la pena... "tanto penar para morirse uno". Me gusta sentir cómo corre la humedad de las lágrimas por las mejillas, notar el moco de agua labios adentro. Y sobre todo prefiero hacerlo aquí, en el aula, donde ella pasaba sus horas, donde tanto y tanto vivió, donde era maestra, donde era. Ya no somos.
miércoles, 22 de marzo de 2023
El ignorante
No sé si la ignorancia te hace más feliz, lo que sí sé es que te hace más ignorante. Es una obviedad palpable. La ignorancia no ayuda en nada, todo lo contrario. A algunos los lleva por el camino de la perdición, a otros por el del adocenamiento y, a los más, a ser víctima de cualquier mierda que se les ocurra a los poderosos para manipularnos. Al ignorante se le puede sujetar del ronzal y llevarlo para acá y para allá sin que el cafre se cuestione nada. Al ignorante se le puede convencer de cualquier cosa y es muy fácil inculcarle las ideas más simples y descabelladas. El ignorante no duda, porque no tiene opciones a las que engancharse. Si alguien con mala fe y cierto poder retórico, quiere convencer a un ignorante, le costará muy poco trabajo hacerlo, porque, entre otras cosas, pensar y valorar opciones es algo descartado por una mente vacía. ¿Por qué medran con tanta facilidad las idioteces y los convenciones que poco asiento tienen en la racionalidad?, porque son de fácil digestión y porque hay una masa ignorante que no se los cuestiona en ningún momento.
Actuamos por imitación, es una característica animal y muy acentuada en los primates. Solo los humanos (no todos) somos capaces de evaluar nuestros comportamientos y valorar racionalmente (a partir del conocimiento y la voluntad) si nos convienen o no, pero es una labor ardua. Pensar conlleva conocer y conocer conlleva el trabajo de formarse, de ir deshaciendo nuestra ignorancia, poco a poco, muy poco a poco. A los alumnos adolescentes les cuesta mucho argumentar, elaborar textos donde se explique una postura o una opinión. A los alumnos adolescentes y a todo el mundo, porque implica pensar, un trabajo que acarrea pertrecharse de conocimientos, de instrumentos para llevar esa tarea adelante. Y esto, al principio es una tarea agria y de mucha dificultad. Poco a poco uno va descubriendo los placeres del conocimiento, pero muy poco a poco. Y también descubre que estos no siempre proporcionan felicidad, sino frustración y decaimiento. Con todo, el ser consciente es el que ha empujado al ser humano hacia el progreso, hacia el avance, hacia la civilización. Y también, a veces, a la condición de Ramón Tamames. ¡Qué paradoja!
martes, 21 de marzo de 2023
Fílide, la dulce y llorada Fílide
domingo, 19 de marzo de 2023
Cumpleaños
Hoy he cumplido tantos años que me da pereza contarlos. Y lo he celebrado corrigiendo. No porque sea un masoquista ni un sádico, sino porque me apetecía pasar el rato con mis alumnos. Es una tarde de domingo, áspera, solitaria, de sol resplandeciente. La calle atrae con impudicia, sin embargo, solo me apetece esa perversión, esa manera extraña de estar acompañado. He leído sus respuestas a un examen largo, muy largo, y he sentido la proximidad de sus neuras, de sus cavilaciones, de sus obsesiones. En un principio, preguntar por Luces de bohemia o por la Generación del 27 parece que nada te va a decir de ellos, pero sí, vaya que si lo dice. Esa chica estudiosa que ha completado cinco folios por las dos caras, que ha estampado hasta la última coma de los temas propuestos; ese chico lunático que pretende hacer literatura en cada una de las palabras que escribe y apenas se entiende nada; esa letra clara y redonda que te conforta y te lleva a una personalidad bien definida, a pesar de su corta edad... Y tantas páginas más, escritas a mano, con la angustia de haber dormido poco o nada, con la desesperación de obtener una buena nota que los sitúe en el disparadero social, en perfecta posición para medrar o reventar, para entrar en el círculo infernal de la madurez. No es un cumpleaños al uso, eso es lo que quería, alejarme de los tópicos... Que no, no he corregido ni un examen. Me he bebido una botella de vino y he imaginado qué habría pasado si hubiera corregido, es mucho más divertido de esta manera. Seguro que no me desvío ni un tanto así.
lunes, 13 de marzo de 2023
"Living"
Todo es natural, todo cadencioso, con un ritmo perfecto, sin estridencias, con el aroma del mejor cine clásico. Todo fluye con naturalidad, con dolor, con sufrimiento, con la alegría de vivir, con el engaño de vivir. Todo es cine, todo es vida. El protagonista no usa un gesto de más, renueva la pantalla cada vez que aparece, la hace sangrar de nostalgia, de contención a punto de desbordarse. El cine clásico ha vuelto, y de qué manera. No puedo achacarlo a nada en concreto, al tremendo trabajo de los actores, a la sinfonía precisa de las imágenes, al robusto argumento, al poder incuestionable de la imagen cuidada, a la credibilidad terrible de la historia, al buen gusto; no sé, es algo que va más allá de todo esto, más allá de la perfección, más allá de lo plausible. El arte, cuando se trata de cine, es como la música, penetra en el espectador hasta llevarlo al regazo de las emociones para conmoverlo, sin que sepamos exactamente por qué, para abofetearlo, para sacarlo de sí mismo, para confundirlo con la humanidad toda. Una experiencia maravillosa, Living, no cabe decir nada más, ni nada menos.
martes, 7 de marzo de 2023
"Yo, el Vaquilla"
Siguiendo con mi revisión de clásicos del cine español, ayer pude disfrutar otra vez de una obra cumbre del neorrealismo. Yo, el Vaquilla es una película impactante.
Empiezo por el protagonista, quien nos presenta su autobiografía desde la cárcel. El testimonio es escalofriante, casi más que la moda de aquellos años. Su aspecto de quinqui heroinómano no nos puede hacer olvidar que Juan José Moreno Cuenca está actuando, no es él mismo (de ahí ese unicejo poblado, puro maquillaje). Desde que vi Tar, protagonizada por Cate Blanchet, no había asistido a una interpretación tan estremecedora.
Nada más empezar la película nos damos cuenta de que se quiere acabar con los tópicos, con los mitos: el pequeño Juan José no llama "mama" a su madre, sino "mamá", chúpate esa, clasismo de mierda. Como hija de la más rancia tradición picaresca, la historia nos introduce en un mundo de delincuencia que el Vaquilla respiró desde su más tierna infancia. Sus altas capacidades en los estudios no evitaron que lo expulsaran de por vida del colegio por robar algo de material escolar. En la actualidad estaría cursando el Grado Básico de Formación Profesional, no se le habría impuesto un castigo tan inhumano. Le promete a su madre que estudiará para abogado, para librarla a ella de las penas que le pudieran imponer. Porque la madre del Vaquilla se dedica a robar, tiene un sexto sentido para detectar, en las casas que asaltan, fajos de billetes de mil pesetas. Donde ninguno de sus colegas delincuentes ve nada, ella, ¡zas!, descubre un montón de parné.
Lo naïf de las actuaciones es intencionado, para ofrecernos esa imagen de verdad absoluta, apoyadas también por la incoherencia de la historia y la desconexión de los hechos (así es el mundo real: incoherente, inconexo, sin sentido). Las hostias que su madre y el tío Manolo le pegan al niño Juan José son estruendosas, dignas herederas de las películas de Bud Spencer. A base de mandobles con la mano abierta, Juan José aprende a ser un ladrón honrado: tironea bolsos, roba fábricas, atraca tiendas, asalta casas, pero siempre tiene un gesto de liberalidad con sus allegados. Además es casto: "Yo, por ser aún pequeño, no atraía a las chicas con tetas; y las otras no me gustaban".
Y me dejo para el final lo mejor de la película: las persecuciones en automóvil. Qué despliegue de efectos, qué verdad (otra vez) en esos policías que esperan en la cuneta a los delincuentes para salir detrás de ellos y tirotearlos (sin tino) desde las ventanas de un 124. ¡Qué habilidad la de un niño que apenas llega a los pedales para derrapar, fintar, esquivar a los "secretas"! De adolescente me quedé con las ganas de aprender a hacer un puente; ahora, de mayor, admiro a ese héroe de los ochenta, por su espíritu artístico, por su vida aventurera, por las hostias que le dieron, por haber conocido los reformatorios de Barcelona, por sus viajes a Perpignan, por su pericia en la conducción, por sus vicios... bueno, no.