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jueves, 1 de junio de 2023

Diarios de Albacete (3)



 Hoy no está en "La Botica" Vila Matas ni tampoco el señor mayor del pelo blanco (no, no soy yo, es mucho más viejo). Somos los tres asiduos al local y me apena no verlos. Es como cuando entras en casa y no hay nadie (bueno, igual no es).

El recital poético de Alejandro Duque-Amusco en el Teatro Circo me reconcilió con estos actos. Un poeta firme, clásico, sin aspavientos, de palabra suave y relato pausado (se parecía al señor mayor de La Botica). Nos introdujo en su poesía con la calidez de un profesor conocedor de su oficio y del arte poética. Amigo y estudioso de Vicente Aleixandre, su poemario Un único corazón me ha devuelto a las rutas navegables de los océanos poéticos. Me alivian las palabras hondas, por muy tremendas que sean, por muy descarnadas que se muestren.

Vila Matas no viene y lo que es peor (por lo que puede suponer), el señor mayor del pelo blanco tampoco. Me pediré otra cerveza con la excusa de verlos aparecer por la puerta, los dos con su tranco entrecortado. Total, en casa no me espera nadie, solo Galatea, que sigue creciendo y demostrándome que tampoco estoy tan a la greña con la Naturaleza. 

Mañana compraré otra libreta. Estoy en las últimas páginas de esta, que comienza con una retahíla de direcciones de pisos en Albacete, que comienza con una fecha aterradora, "agosto de 2022". También hay una reseña de Fresas salvajes de Ingmar Bergman. La escribí yo mismo en esa fecha fatídica y me conmociona leerla: "Al protagonista, en uno de sus sueños, lo condenan a la pena de la soledad por no haberse comportado correctamente con su mujer, muerta ya hace algunos años". Encierra este cuaderno, además, crónicas de viajes (Berlín, Nápoles, Cádiz, Portugal). Un periplo de la huida, del desarraigo, de la escapada. Y también, como no, reseñas de obras de teatro de Lope, siempre Lope. 

Al final no han venido, ni Vila Matas ni el señor maduro. Somos los únicos que solemos estar solos en las mesas. Hoy yo era el único. No me parece bien. 

lunes, 29 de mayo de 2023

Cincuenta y siete años




Hoy cumple 57 años Galatea, sí, 57. No puedo regalarle otra cosa que mi tristeza, mi nostalgia. La añoro como nunca creí que podría extrañar a nadie, con la espalda rota de arrastrarla conmigo, con los ojos arrasados por no poder verla, con la piel cuarteada por un envejecimiento prematuro de toda mi alma. Hoy cumple 57 años y yo me refugio, como hago desde que se fue, en los más hondos recovecos de la pena. Las voces se han acallado, las calles están vacías, los montes se deshojaron, mi capacidad de enredar con las palabras se perdió el día que la despedí, agarrada a mi mano, el último asidero que la sujetaba a la vida. No quería irse, no quería. Deseaba más que nadie cumplir 57 años y no pudo, la terrible enfermedad le usurpó la esperanza sencilla de vivir una madurez tranquila, rodeada de bosques y estrellas. No pudo. Un tremendo dolor, ese es mi regalo de cumpleaños, un tremendo dolor que, desde la soledad más absoluta, me desata en lágrimas, en lamentos incontenibles. 

Galatea sigue creciendo, resuelta en hojas verdes, sigue creciendo, alimentando mi pena. La contemplo, hablo con ella, espero que algún día se transforme en lo que era. Esperanza baldía, literaria, nada más que literaria. Ya no puedo hablar de felicidad, no puedo desear feliz cumpleaños a nadie, solo a mi sombra, a su sombra, a su recuerdo, a su ausencia, a su no ser, a su transparencia, a su intangibilidad, al viento que me trae aromas de su cuerpo, a la maldita imaginación que me la devuelve en sueños casi corpórea. Aunque no seas, yo te sigo viendo crecer. Oigo a Chet Baker y el poder de la música me devuelve tu imagen, tu vitalidad, tu firme y amorosa manera de mirarme. Te fuiste, pero no te vas a ir nunca. 

viernes, 26 de mayo de 2023

La chica de la cabeza de algodón

 La chica de la cabeza redonda sale del paritorio. Es sonrosada como una bola de algodón, pequeña como un cromo y única como la rosa. La chica de la cabeza mondada llora moderadamente, acunada en los brazos de su madre y se retuerce despaciosa como si aún estuviera nadando en el líquido amniótico. La chica de la cabeza privilegiada sabe que el mar la espera allá afuera, el mar y el azahar. Es un 26 de mayo de 2000. Anuncia el siglo nuevo con su cabeza de lino, con su llanto de amapola. Ella, la chica de la cabeza delicada, pronto se agarra del pezón de su madre, hambrienta, deseosa de estrenar la vida. Se agarra pronto a mi dedo para comunicarme que ahí está, que quiere viajar con nosotros allá adonde vayamos, allá lejos de los líquidos amnióticos y los cordones umbilicales. La chica de la cabeza digital será, tras 23 años, tan sedosa como en el paritorio, tan suave como las azucenas, tan maravillosa como la lluvia en Sevilla. 

Alma cumple 23

Que ya cumples veintitrés,

nada más ni nada menos.

Recuerdo mirar tus pies

con dedos gordos bien llenos.

¿Te parecías a quién?,

¿a un señor de Albacete,

 a una rosa de satén? 

¡Qué bien te veo en Sevilla!,

con Raúl y colocada.

 La vida en tus ojos brilla

y no te hace falta nada.

Telesforo te saluda,

desde tu infancia te mima,

que aunque fueras muy menuda,

siempre te tiene en la cima.

Tu madre disfrutaría

viéndote cómo haces tratos

con la ONU, día a día,

y amando a todos los gatos.

Veintitrés cumples de edad,

ojalá pudiera verte,

porque eres mi otra mitad,

la vida me da esa suerte.

 


martes, 23 de mayo de 2023

Diarios de Albacete (1)


 

En la Plaza de la Catedral tocan "Que viva España" (luego me entero de que se trata del mitin de Vox). Cada vez escribo menos. La cabeza no me funciona como antes de la tragedia. Todo el tiempo estoy pensando en huir, en buscar alternativas que me saquen de casa y lo peor o lo mejor es que las encuentro. Salgo por inercia, igual que antes me encerraba en el despacho por otro tipo de inercia, la de la rutina. También me han cambiado los gustos literarios. Me asomo a autores conocidos que, ahora, me repelen; o al contrario, otros a los que no tenía en gran estima me atraen y me deslumbran, hasta cierto punto, porque todo, el cine, el teatro, la literatura, se ha vuelto más anodino con la edad y los pesares. Y no me explico por qué tenía mala opinión de algunos de ellos (no, con Máximo Huerta, no me ha pasado). Eso sí, igual que me ocurría antes, no puedo salir de fiesta con gente brava porque me lanzo al alcohol con ansia viva, con desesperación. El único consuelo es que esta tendencia a la desmesura, hacia las barras de bar, no es nueva, no es producto de mi soledad. 

¿Es tan difícil alejarse de todo, de tu entorno conocido, de tu familia,  de tus antiguos amigos, de tu espacio de convencionalismos? Sí, lo es, por muy cochambrosa que fuera esa convención. Al fin y al cabo he dejado un erial, tampoco he abandonado ningún paraíso, ni mucho menos. Y, a pesar de todo, a uno le cuesta arrancar desde cero (y más a estas edades). Rodar barranco abajo es peligroso, complicado, pero también inquietante y renovador. Antes yo tenía con Eva una serie de rituales que nos estabulaban, nos mantenían en un espacio seguro, a salvo de sorpresas estruendosas (fíjate qué paradoja, el cáncer), sin abismos, sin torrenteras, sin sobresaltos. No es que me haya arrojado a la vida bohemia, ni a la anarquía absoluta, pero sí he trasmutado casi todos mis hábitos. 

En muchas ocasiones imagino lo que habríamos disfrutado los dos viviendo en una ciudad como estoy haciendo ahora. En parte no la disfruto del todo porque caigo en lo bien que se lo habría pasado en este concierto o en esa película o en aquella obra de teatro. Estoy con ella, pero ella no está. Me compro una camisa y por la noche sueño que Eva me afea la compra. Ahora mismo estoy en un bar que a ella le habría encantado para tardear, algo que empezamos a hacer demasiado tarde y en un lugar inhóspito para el alterne, mi pueblo. Escribo con un bolígrafo suyo en un cuaderno que ella compró. Lo guardo en un macuto que ella me regaló y me bebo el vino que ella habría bebido.

Qué diferentes son los camareros de La Botica de los que dominaba doña Rosa, la propietaria del café de La colmena. Cela es un autor al que le estoy sacando más jugo ahora. ¿Por la mala leche, por su humor negro, porque está muerto, por sus sentencias? "La gente es cobista por estupidez". Lo del cobismo es algo muy vigente en nuestra actualidad. Somos cobistas hasta la náusea, a lo mejor es que somos cada vez más estúpidos.  

jueves, 18 de mayo de 2023

Páramo

Una brisa leve levanta el polvo del rastrojo. Apenas se mueve el horizonte, apenas, inmóvil como un cuadro pintado, con un borde nítido, claro: arriba el cielo, sin nubes, desesperado de agua; abajo, la tierra acre, desnuda, con los matojos grises poblándola de tristeza. El páramo es así, desnudo y crudo, como la bilis, como el sueño de un muerto, como los espantados ojos del venado recién degollado por la cuchilla. Deambulo sin tiento, sin objeto, sin pies. Me hundo en la tierra molida por la sequía. No hay cobijo. Si oteas el horizonte, el sol te ciega. Ni siquiera encinas, ni siquiera una esquina de sombra donde refugiarse. Arden los pies, arden las manos, arde la cabeza. En llamas está el suelo y arriba, otro infierno. Desnudo, como tierra, y aúllo, me desgañito pidiendo alguna lágrima, un poco de lírica escocesa. Las hebras de un cardo amarillento se pudren, se quiebran y caen al suelo, para fundirse con el polvo. Los mamíferos perdieron aquí sus ubres; los insectos abandonaron sus alas; los reptiles no pudieron cambiar de camisa. Sopor y lastre, esto he recogido, nada comestible, salvo la tierra, que ya empasta el paladar y los huecos de las muelas perdidas y las noches frías, sí, pero sin luna, sí, pero sin barro. La cerámica se ha perdido, es arqueología de la vieja era. "Era", del tiempo que fue; "era", del páramo; "era", del verbo ser que ya no es; "era", de la muerte y el recuerdo. Los cuervos siguen graznando, solo ellos, animados por la carroña, ven en este erial un triunfo de su suerte.      

domingo, 14 de mayo de 2023

Acis y Galatea: Fábula en tres actos (III)



Acis y Galatea gozaban su madurez. El mundo parecía bien hecho. El ajetreo juvenil se sosegó y los placeres cambiaron: reposar bocarriba en las florestas, admirar la altura de los abetos, saborear carne de venado y recrearse con la ficción. Galatea regaba las plantas con el mismo amor que dedicaba a sus alumnos, con la misma delicadeza. Las petunias alumbraban la puerta de su casa y un grosellero frondoso daba refugio a un gato silvestre. El mundo se había ralentizado, pero seguía ofreciendo delicias que la nueva edad recogía con regocijo. La Naturaleza se había adueñado por fin del pasar de los pastores, vivían en un mundo que auguraban tranquilo y susurrante, como los paisajes de Garcilaso. Las montañas se perfilaban en el futuro descanso de Acis y Galatea. Pero no. Nadie, ni siquiera los dioses más descastados previeron la maldición que se cebó contra ellos.

Galatea estaba adelgazando demasiado, sufría diarreas y gastroenteritis. No parecía nada grave, solo un pasajero malestar, una afección sin importancia. Pero no. El día 11 de mayo de 2022 Acis llevó a Galatea ante los médicos para intentar paliar esas minucias. Pero no. Ese día, sin previo aviso, sin que nadie estuviera preparado para la noticia, sin que nadie la hubiera ni siquiera imaginado, a Galatea le hablaron del fin de sus días. Le estamparon con pocas dudas que no podría ir a las montañas nunca más. Galatea era una mujer fuerte y firme. No se derrumbó ni en esas circunstancias. Mantuvo el pulso necesario para comunicárselo a Acis. Él no era tan firme ni tan fuerte como Galatea. Se hundió, cayó al suelo y cuando se levantó ya no fue ni sombra de sí mismo. Pasaron por más pruebas, por más expertos. Uno de ellos les llegó a decir que "aquí no se muere nadie", pero en cuanto Galatea abandonó la consulta, a Acis le confirmaron el diagnóstico terrible. 

Galatea se consumió en muy poco tiempo. Acis la veía envejecer por minutos, la veía debilitarse hasta extremos terroríficos. Un dios muy vengativo se había cebado con su cuerpo: la postró en cama, le arrebató el placer de la comida, el de la bebida, el de regar las plantas, el de ver las montañas, el de escuchar relatos de ficción. Acis se desvivía por aliviarle la convalecencia, pero no hubo manera. Cuando la mano de Galatea se quedó rígida entre los dedos de Acis, después de dos meses y medio de sufrimiento, él se derrumbó, la besó, la vio inmóvil, sin alma y al tentarse el cuerpo no se lo notó. Vio huir a la Naturaleza a través de sus labios, vio cómo se apagaba su fortaleza, como enmudecía el canto de los pájaros, cómo se marchitaban las petunias. 

Un día, cuando Acis deambulaba sin rumbo por los bosques, con la desesperanza de que nunca volverían a iluminarse, se encontró a una cajera de supermercado que le ofreció una planta. Se llama Galatea le dijo. Levantó la vista de sus zapatos y la vio allí con las hojas erguidas, firmes, verdes, con la vitalidad que él esperaba de ella. La compró con mucho gusto, la llevó a casa, la regó y espera a la tarde para contarle alguna de las historias que había arrumbado el día que a ella se le enfriaron los dedos. Galatea se despereza, levanta sus hojas y las dirige hacia el techo, entusiasmada, maestra. Acis sonríe por primera vez en mucho tiempo.      

martes, 9 de mayo de 2023

Acis y Galatea. Fábula moderna en tres actos (II)



Cuando Acis y Galatea se fueron a vivir juntos, el mundo parecía bien hecho. Mientras Galatea pastoreaba a los muchachos de Primaria, Acis preparaba la comida, leía poemas de Miguel D´Ors, libros de caballerías y comedias de Lope. Además, criaron gatos, muchos gatos, y vivieron junto a un mercado, sobre un antiguo cementerio, donde las acacias y las plantas de marihuana crecían alimentadas por el vigor de los muertos. La vida era fácil, se disolvía entre burbujas al echarla al agua, los cajeros escupían dinero suficiente y la juventud vibraba en la casa de maestros, con estufa de leña y rosales de dos metros. 

Galatea gozaba con su oficio y empezaba a pensar que estaba tocada por la vocación. Los compañeros y los chicos también lo creían, hasta el bedel hablaba maravillas de la firme dulzura de la nueva maestra. Para celebrarlo, Acis y Galatea gastaron todos sus ahorros en recorrer el mundo, primero Sudamérica (Brasil, México, Colombia, Cuba), luego las Españas y después el destino preferido de Galatea, Roma. En Roma, la maestra fue tan feliz que se estremecía y lloraba admirando el foro y el arco de Trajano y el Panteón y el Trastévere y el Tíber y la perspectiva de la plaza Navona, que atisbaban desde la cama. 

Por aquel tiempo ya había nacido la hija de Acis y Galatea, sonrosada, calva y con los mofletes de los querubines. Es verdad que en los libros de pastores no se menciona a los hijos de los amantes, pero en este el autor no lo ha podido evitar. Porque Galatea se volcó amorosa y firme a la educación de la muchacha y era de razón que apareciera en este capítulo. 

El teatro era una de las aficiones preferidas de los dos pastores. Acudían a Almagro en julio con especial puntualidad para recrearse con lo mejor de Lope y para cocerse con lo peor de la canícula manchega. Galatea se veía transmutada en todas esas actrices que representaban a Nise, a Finea, a Dorotea, a Aurora, a Marcela y sobre todo a Laurencia, la heroína rebelde de Fuenteovejuna, de fuerte carácter y convicciones claras.  

Los años y los cursos fueron deshaciéndose. Acis y Galatea descubrieron las montañas y se volvieron eremitas. Buscaban los Pirineos en cuanto el mundo se abría y recorrieron las sendas, los apriscos y las veredas en la frontera con Francia. Se acurrucaban en los bares de Villanúa cuando el cierzo soplaba recio. Allá, allá arriba, bien alto, seguía comprobando Galatea que el mundo seguía bien hecho, que todo era armonía, que el viento movía los abetos y que la Naturaleza siempre ofrece el abrazo más largo. También lloraba cuando abandonaban las montañas. Una sensación de pérdida amarga quedaba en las papilas de los dos. 

Cuando fueran libres y el trabajo ya no les sujetara al páramo, buscarían los Pirineos para abandonarse entre los árboles y las grutas de las brujas.          

sábado, 6 de mayo de 2023

Errabundia



Hoy he vuelto a salir con nadie a ninguna parte. Así son muchos de mis días, vacíos de nada, de aire, de quilómetros, de errabundia. No sé si me acabo de inventar la palabra, supongo que no. De todas formas, ya Gómez de la Serna usó aquella de "automoribundia" para titular su biografía. A mí me sirve, "errabundia", vagar sin rumbo fijo, de un lado a otro, de un bar al de enfrente, de un solar a otro solar, de un páramo a un rastrojo. Errabundia, voluntad involuntaria del que ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Errabundia, navegar sin embarcación, sin brújula, sin sextante, sin puerto en el que repostar. Basta que el mar se preste a la navegación para que uno se embarque hacia el naufragio. Errabundia, calidad inevitable del ser humano. Errabundia, también aplicada a la escritura: soltar la amarra del bolígrafo y dejar que se pierda, se encalle, se ensucie de sal, derrote en los estuarios, y se hunda definitivamente en las profundidades abisales. Errabundia. Por suerte, la navegación a veces te descubre islas como la de Inisherin. En sus costas he encallado hoy, gracias a la película Almas en pena, qué belleza, qué acantilados tan apropiados para despeñarse. Errabundia.   

martes, 2 de mayo de 2023

Que por mayo era por mayo...

 Es el mes de la desgracia, es el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Es. Las abejas ya no existen y los campos están ahogados por el polvo. Nada florece ya, nada germina, ni el trigo es capaz de levantarse lo suficiente. Cuando llegue julio, no se podrá segar. Todo, todo muere, todo se agosta, todo abrasado por el sol. Un sol inclemente, desafiante, abrumador. No hay piedad para nadie. El último hombre sobre la tierra tiene ataques de ansiedad y suspira, abrazado a los troncos descarnados de los árboles. Las ramas caen, agotadas, se quiebran ante el viento que sopla, huracanado, impío. Un viento de langostas y piedras, un viento de rencores, de angustias, de llantos, de enfermedades incurables, de rostros sin carne, despellejados por la desgracia. Es el mes de la desgracia, el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Y "la calor" vino hace tiempo, no en mayo, se ha instalado para siempre en el corazón de los rastrojos. Se ha adueñado de la vida, de la muerte, de la piel de la tierra. Nadie puede detener su arremetida. Ni siquiera el tiempo, ni los aviones, ni los quirófanos equipados con la última tecnología. "La calor" es una infección del alma que penetra hasta el tuétano y te hace vomitar, negro, confuso, hasta el hígado. Los cuerpos se desvanecen, consumidos por el cáncer, por el bochorno, por la calima que enturbia al mundo. Cioran era un hombre alegre a nuestro lado, era el alma de la fiesta. Nunca nadie habrá visto tanta pena, tantas desgracias. La consunción se recrea lentamente en el páncreas, en la carne mortal, la devora como una plaga de insectos voraces. El alimento no sirve, todo sabe a tierra y a fango, todo, hasta el mejor manjar se ha convertido en masa indigerible. Masticamos cuerdas y trapos y mierda, sin solución. Y la sequedad de mayo llega al tuétano. Los ojos ya no emiten ninguna luz, no, ya no son el espejo del alma, o sí, porque el alma está abismada en un sopor indescifrable, enterrada por el calor infame, por los insectos que han cavado una fosa donde yace enterrada, cadavérica, invisible. Los ojos están secos, sin brillo, sin vida, aterrados ante la voracidad de la enfermedad. Y sin decir nada, así, con la mirada desencajada, hundida en la tierra, queda mayo, cuando viene la calor, cuando canta la calandria y el espanto se respira mejor.     

domingo, 30 de abril de 2023

Acis y Galatea. Fábula moderna (I)



Acis contaba 23 años, acababa de besar a Galatea y se creía el hombre más dichoso del mundo. Acis y Galatea siguieron besándose en todos los formatos posibles, alejados del mundo, en bancos que ni siquiera el Ayuntamiento sabía que existían. Acis quería impresionar a Galatea: le contaba que su sueño era instalarse en París. Porque había leído cuatro libros de poetas malditos y se había atrevido a escribirle uno a ella, a Galatea. Acis le decía que quería ser bohemio (gilipollas es lo que era) y se las daba de artista. Galatea estudiaba Magisterio, besaba a Acis (él no se explicaba aún por qué) y exhibía una belleza que no era terrena. Galatea, debajo de los álamos, callaba y sonreía, mientras Acis comentaba los méritos de Una temporada en el infierno de Rimbaud. Uno, como narrador objetivo que es, si no tenemos en cuenta las acotaciones, se pregunta cómo Galatea aguantaba los sermones soporíferos de Acis acerca de la correspondencia entre números y colores. No sé, es un misterio. Cuando Acis le regaló a Galatea el poemario que él mismo había encuadernado y escrito, ella lloró de emoción. Que él, con sus propias manos, hubiera sido capaz de coser las páginas no lo habría presagiado nadie, ni él mismo. En los poemas había plagios de Miguel Hernández, ripios de todos los colores, pretenciosidad, barroquismo y, ante todo, una necesidad imperiosa de deslumbrar a Galatea. Porque Acis no terminaba de creer que ella lo estuviera besando todavía. Galatea acababa de cumplir 20 años, la piel transparente, los ojos verdes y las aristas de una escultura griega. Acis se desesperaba por hundir sus dedos en el muslo de Galatea, como había visto en el Rapto de Proserpina de Bernini. Él le hablaba todo el tiempo de literatura, ella de historia del arte y de la universidad. Cuando ella le pasó los poemas de Acis a su profesor y este le dijo que le recordaban en algo a Ángel González, él se entusiasmó. No conocía de nada a ese poeta y buscó todas sus obras para comprobar si era verdad. Había más falsa alabanza que otra cosa.  

Galatea preparó oposiciones a maestra, Acis continuaba con los ripios y con la sorpresa de que ella lo siguiera soportando. Una Nochevieja fue a su casa. Conocería a los padres de ella. Su madre le causó muy buena impresión, a su padre le dio dos besos sin venir a cuento (había bebido ya bastante) y no los recibió con el cariño etílico que él se los había regalado. Poco después, Galatea opositó y aprobó, porque además de parecerse a las modelos de Botticelli, gozaba de una mente despierta y ordenada. Acis abrió la boca y absorbió la alegría de los dos. Pronto vivirían juntos.    

lunes, 24 de abril de 2023

A medias

Últimamente todo lo dejo a medias. Desde que murió Eva no hay proyecto que complete, todo se queda en el aire, en mitad de su trayecto. Aquella novela sobre Lope que llevaba bastante avanzada cuando se desencadenó la tragedia no consigo retomarla por muchos intentos que hago. Todo se me queda a mitad de camino, incluidos las actividades que he emprendido con los alumnos, y eso sí que me duele. No hay manera de que consiga concluir nada. En mi departamento me han dejado por imposible, porque no pueden confiar en mí, porque no hay manera de que cumpla con lo que prometo. Estoy en un sí pero no. Estoy en otro mundo, muy lejos de este. Intento incorporarme, pero no lo consigo. No sé si se debe al trauma de la ausencia o a que era ella la que me animaba y me impulsaba a no truncar todo por el camino. Puede que me haya convertido en un ser a medias, en un ente sin final, en una bicicleta sin pedales.

miércoles, 5 de abril de 2023

La bahía y el viento



 Un grupo muy numeroso de muchachos y hombretones, vestidos todos con el mismo equipaje, se preparan para llevar el paso de su cofradía, se ajustan las fajas, se animan, beben cerveza, güisqui con limón y, pocos, agua. El malecón refulge con un sol que todavía no hiere del todo. Un viento furioso saca espinas del mar, ese viento que según la leyenda vuelve locos a los cuerdos y remata a los que ya lo están. 

La catedral casi pisa el malecón y ayuda a guarecerse de la locura. Las callejas de Cádiz también, frescas, medievales, jalonadas de tabernas. El viento no se atreve a entrar en ellas, se queda allí, cerca del mar rizado de la bahía, acechando a los cuerdos y a los locos. Los que ya lo estamos no le tememos tanto, ahora no. La última vez que estuve aquí, hace no mucho, sí le temía, con razón. El viento, azuzado por la muerte, arrasa todo lo que toca. Pero a mí ya no puede hacerme daño, mi reciente idiotez me ha vuelto indiferente a los temporales. 

En la puerta de una taberna, un borracho canta entre quejíos de locura, este también. Se desgañita y se lamenta de su suerte. No es que entienda la letra, pero se le nota el desespero en la crispación de las manos. Se sienta en un taburete y esconde las greñas entre sus piernas. No sabe que el viento no llega hasta aquí, no sé por qué lo teme, quizá por la negrura del vino. 

Las muchachas, emperifolladas para celebrar la procesión, miran desde lejos, con desmayo, a los muchachos, todavía envolviéndose en las fajas negras, negras como ese viento luminoso que esconde tantas desgracias, negras como el vino, allá en el malecón, no muy lejos de los callejones. Los modernos, los ateos y los idiotas paseamos a la orilla del mar evitando las procesiones. Los devotos, los antiguos y los idiotas se sientan, agolpados a uno y otro lado de la calle, a la espera de que muchachos y hombretones se ajusten correctamente las fajas. Las muchachas, con sus mejores galas y bien repintadas, esperan ver el paso y oler la hombría de los costaleros. Toda la ciudad bulle, bulle de extranjeros, gaditanos y de algunos idiotas, que nos perdemos en cada vuelta de esquina. 

En el Mercado Central, por la mañana, el bullicio era distinto, aunque los idiotas éramos los mismos. Parece un atrio griego propicio para la compra venta y para pegar la hebra. El deje gaditano me alegra. Aquí tampoco llega el viento, aunque la locura está presente en todos lados. Los erizos se abren descubriendo su fangoso interior, las ostras se revuelven en su moco marino. "Miho, mi niña, cariño, perla, presiosa...", apelativos cariñosos que hacen de la lengua un lugar ameno y acogedor. Yo no veo del todo esa luz maravillosa de la mañana gaditana, no termino de levantarme con ella, no termino de apreciarla porque son muy negras las fajas, es muy negro el vino; porque es muy negro el viento; porque es muy negra hasta mi camisa, preñada de calaveras.        

viernes, 31 de marzo de 2023

¡Cuánto penar para morirse uno!


 

"¡Cuánto penar para morirse uno!", cuánto y cuánto. Nunca como ahora, Miguel, he sentido tan hondos a los poetas y a los músicos. Me recreo en la pena, en esa pena que vuelve cada cierto tiempo, inmisericorde, sin visos de abandonarme, sin reparos en romper todo lo que toca. De pequeño lloraba por el dolor de oídos, me reventó la hernia y mi madre penaba de médico en médico para que me inyectaran antibióticos con que salvar a su niño escuálido y cabezón. Desde esa primera niñez de dolores físicos, no había llorado tanto y, desde luego, nunca con tanta frecuencia como ahora. Me basta esconderme en el aula, Miguel, escuchar ciertas músicas o leer ciertos versos y reventar de pena, reventar de melancolía, reventar (eso quisiera yo). No, este llanto poco tiene que ver con aquel del niño enfermo. Uno se rompe, se deshace, se derrama y apenas te permite escribir, apenas, porque la pena te inunda, se desboca, Miguel, tú lo sabes bien. Me recreo con esta pena despiadada, necesito oír a los poetas, la música, necesito destrozarme las entrañas para que no me reviente el alma, para desaguar la pena... "tanto penar para morirse uno". Me gusta sentir cómo corre la humedad de las lágrimas por las mejillas, notar el moco de agua labios adentro. Y sobre todo prefiero hacerlo aquí, en el aula, donde ella pasaba sus horas, donde tanto y tanto vivió, donde era maestra, donde era. Ya no somos.     

martes, 21 de marzo de 2023

Fílide, la dulce y llorada Fílide



Mi clase (la biblioteca) huele a flor de almendro porque las chicas de Literatura me han regalado unas ramas preñadas de aroma. Huele a flor de almendro, cuando ayer, precisamente, recitábamos la elegía que Miguel Hernández le dedicó a Ramón Sijé, "A las aladas almas de las rosas… / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero". Y al oír los versos en boca de Serrat se me encogió de nuevo el alma y una pena inmensa casi me derriba (a mí también). Yo también reclamaba "escarbando la tierra con los dientes" a mi "compañera del alma", porque sí, porque me quedaron muchas cosas por decirle, porque me faltaron muchas manos que ofrecerle, muchos labios inconclusos. Hoy, ese "almendro de nata" (ayer nostalgia dolorosa), lo han convertido ellas en júbilo, en carne, en realidad manifiesta y sensorial. Hoy, ese perfume de la flor de almendro alumbra la biblioteca como un bálsamo de renacimiento, con el dulzor propio de la juventud recién parida. Fílide se convirtió en flor para que su amado no la extrañara. Fílide, la dulce y llorada Fílide.

lunes, 6 de marzo de 2023

"Cuando la realidad te asalta"

Cuando la realidad te asalta

de tan malas maneras,

uno se olvida de que la poesía

es extrañamiento temblor borde abismo caída espasmo.

Se olvida de la esencia

porque la realidad ha arrasado

el aliento, los campos de cristales,

el páramo. 

Y ya no queda nada,

solo dolor y fiebre de cuarenta grados.

Cuando la realidad te asalta

(y no es una metáfora)

de tan malas maneras,

uno intenta escupirle a la cara,

vejarla, estuprarla, rajarla, desvencijarla, rechazarla,

y no es posible, 

porque se ha olvidado uno

de la esencia, de que la poesía ha de extrañar,

ser temblor borde abismo caída espasmo.

Y esto me lo ha recordado

una poeta de veintipocos años.  

lunes, 27 de febrero de 2023

Ya no hay para ti

 Ya no hay para ti 

domingos somnolientos,

ni lunes odiosos,

ni martes con joroba.

No, ya no hay para ti,

hogar donde refugiarte,

ni viento que te despeine,

ni alimento que te sacie.

Ya no hay nada para ti,

nada,

ni tiempo, ni espacio, ni fuego

que te caliente.


Aunque, siempre, siempre,

avivaré una llama en mi memoria,

en mi mirada, 

para alojarte,

para contarte los días,

para aventarte la melena,

para ponerte la cuchara en los labios

o para besarte.

Viajarás conmigo

a Italia, a los Pirineos,

a las montañas,

-allá arriba te gustaba estar,

respirar, vivir-

Te arroparé allá, en lo alto,

cuando sople el cierzo furioso

que intenta helarte hasta el aliento. 

Viajarás conmigo

para construirte un tiempo,

un espacio, 

un fuego con el que dibujarte. 

martes, 17 de enero de 2023

A pachas con Rosa Montero

Ayer escuché a Rosa Montero en la radio. Habló entre otras cosas de la desorientación que le produjo la pérdida de su pareja y confesó que el duelo le duró dos años. Antes fue incapaz de retomar su antigua vida. Yo no sé si me costará dos años recuperarme, pero tengo claro que no quiero volver a mi antigua vida, porque esa está arruinada. Desde el primer momento en que sufrí la pérdida de mi compañera, supe que no había opción: o me reconstruía prácticamente de cero (con la dificultad que supone hacerlo con cierta edad) o me sumía en el desánimo y en la abulia más absoluta. Empujado por los consejos de mi hija, me mudé de ciudad y he intentado, en estos primeros seis meses de dolor y desconcierto, recolocarme, tejer una nueva red de relaciones y hábitos que tenía casi olvidados. No me está yendo mal. He aceptado ya que cuando pierdes a la persona amada que te acompañaba a todos sitios, esta siempre estará contigo, siempre habitará tus pensamientos, en mayor o menor medida. 

Oigo ahora voces y leo libros con una mirada alterada, viciada por la hipersensibilidad de la muerte. La realidad en la que vivo es otra y las sensaciones son muy distintas a las que tenía antes de la pérdida. He intentado en estos primeros meses salir, socializarme en espacios desconocidos, ver cine, teatro, hasta conciertos de música. Lo hago por inercia, por intuición, por no estar conmigo mismo a solas (algo que antes buscaba insistentemente), aunque poco a poco voy recuperando el hábito de sentarme ante el ordenador a escribir en serio (la vanidad del ser humano es infinita, hasta en los trances más extremos). Aún tengo embotada la inclinación a la ironía y al sarcasmo, con las que tanto disfrutaba. Ahora la cabeza me pide realidad, sencillez, confesión (sin cura, por supuesto). 

Identificarme con Rosa Montero me ha costado poco, porque es una autora con la que siempre estoy de acuerdo ideológicamente, pese a que nunca me haya gustado su estilo literario. Utilizo artículos suyos en las clases de Lengua, a pesar de que no tenga muy buena opinión de sus novelas. Aún así, leeré la última, por delicadeza, por ese esfuerzo generoso que solemos conceder a las personas que nos caen bien.  

Me voy al cine.

viernes, 30 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVII

Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento. 

Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.     

jueves, 15 de diciembre de 2022

IES EVA ESCRIBANO DE MINGLANILLA

Hoy he comido mal, sin embargo me alegro. He comido mal porque la directora del instituto de Minglanilla me ha comunicado una noticia que me ha colmado de emoción y me ha desgarrado. Los compañeros de Eva, a propuesta de su equipo directivo (Virginia, Inda e Isabel), han decidido poner un nuevo nombre al centro: IES EVA ESCRIBANO. No hay homenaje mayor que este para una maestra. Sus compañeros, los representantes de alumnos y padres han decidido conceder un reconocimiento magnífico a quien entregó gran parte de su vida a la enseñanza. La tragedia del cáncer se la llevó en un suspiro y nos dejó a todos los que la queríamos desconcertados, sin norte; sin embargo, gracias a la comunidad educativa su nombre va a presidir el lugar de sus amores: la escuela.  

No encuentro mejor gratificación que quienes trabajaron contigo crean que mereces llevar el nombre del centro donde enseñaste, donde ellos conviven día a día y se desesperan y ríen y se envuelven con los alumnos en una tarea tan menospreciada como decisiva. Ser maestra era tu pasión, tu vida, tu dedicación continua. Llevabas más de treinta años con los chicos y pocas veces desfallecías. No estoy escribiendo un panegírico, estoy reflejando la realidad de lo que yo veía en casa y de lo que tú me contabas cuando salías del aula. Escrupulosa, vigilante, dedicada, entregada, amorosa, recta, laboriosa, solidaria... No voy a cargarte de más adjetivos porque parecen fabricados por tu ausencia y no es así. Te puedo asegurar que he visto a pocas maestras con tu denuedo por la profesión, muy pocas. El reconocimiento de tus propios compañeros así lo ratifica, es un galardón que ningún vate provenzal podría igualar. Eva, eras maestra y lo serás siempre, porque tu nombre es el pórtico de un centro educativo que te ha reconocido como paradigma. Gracias infinitas.