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domingo, 5 de abril de 2015

Pasea Helena, todavía


Pasea Helena,
todavía,
entre los guerreros.
Se deja raptar
con chupitos de deseo
y se yergue desafiante
su insolente belleza
entre los troyanos.
Pisa los ojos de las víctimas
con los cuchillos afilados
de sus coturnos
y avanza con tranco
de gacela
entre Paris y Paris
que la abordan
con un valor sin esperanza.
Se muestra Helena,
todavía.
bajo las llamas de las luces sincopadas,
entre el denso vapor de la estridencia.
La guerra y el reggaeton
destrozan siempre la armonía.
Pasea Helena,
todavía,
sin reparar
en los groseros destrozos
de la ebriedad,
sin apiadarse
de los enamorados
sin habla.
Pasea,
como siempre,
a pesar del cieno de las baldosas,
flotando sin rozar el suelo.
Y yo, desterrado
hace muchas lunas
de la batalla,
bebo con añoranza
la punta afilada de sus coturnos
que vacía los ojos de los muertos.

viernes, 3 de abril de 2015

Me llamó esa noche... y fue


Me llamó esa noche… y fue. La multitud agolpada en las estrechas callejas de la vetusta ciudad. La emoción contenida de innúmeras almas que se hermanan en un solo sentimiento. La devoción que abriga como un manto de lana en una fría noche a la intemperie. Nunca había sentido el fervor de la masa, la conmoción de fundirse en uno con todo un pueblo. Noté una herida luminosa en lo más profundo, una saeta de cera fundida atravesándome el pecho, un dolor dulce lamiéndome las entrañas. Noté el fuego de sus mejillas sonrosadas al verlo aparecer por encima de las cabezas de la multitud, flotando sobre los hombros de los costaleros. Lo vi, me miró… y fue. Iluminó mi noche oscura del alma con llama de amor viva y coreamos al unísono el cántico espiritual como si las gargantas se hubieran fundido en una sola voz: “¡Genaro, Genaro, Genaro es cojonudo...” La Moncha había avisado con una teta fuera, avivada la imagen por el vaivén de los penitentes. Pero no esperaba la conmoción de su mirada; una mano alzando la botella de orujo al cielo, la otra asida a la farola que sirve de báculo al señalado con el poder del licor ardiente. Su nariz esculpida con mano diestra para señalar el fuego de la ebriedad, Pasó bajo mi consternación y llegaron como un fogonazo los tres misterios que iluminan la vida de un redimido:
1.       1. El bofetón de tu padre al llegar a casa por primera vez con la mirada turbia,
2.       2. La primera mañana que preguntas por lo que hiciste la noche anterior.

3.       3. La noche que recibes la iluminación de Genarín  por transustanciación del orujo en fe. 

martes, 10 de marzo de 2015

"Estos martes de exámenes con veneno"


Estos martes de exámenes con veneno. Estos días de angustia y de café. Este soborno permanente a la memoria. Estos aromas a primavera encarcelada. Estas aulas cargadas de lejía, de amoniaco, de productos corrosivos contra el entusiasmo. Este sadismo de la disciplina, del orden, de la burocracia. Estas ansias por asesinar la anarquía. Esta perversión por acallar los gritos, por domesticar el tiempo, por amansar los vientos. Este clima de muerte sostenida, impuesto a un paisaje de temblores y tormentas. Este silencio artificial que amamanta rencores y arañas. Este espacio agreste, de una sola voz, que alguna vez fue espasmo y voltereta, ahora ya cariada por el empeño rudo de estos martes de exámenes con veneno que vuelven una y otra vez a levantar las escamas de la adolescencia y a inyectar en la carne la ponzoña de la sepultura.  

domingo, 1 de marzo de 2015

Solo soy intención


No puedo confesar
quién soy,
por pudor 
y porque solo soy intención.
La intención de lo que quisiera ser.
De esto sí os puedo hablar:
quisiera ser sencillo,
humilde, discreto,
alegre, despierto,
displicente con los soberbios
y generoso con todos los demás;
quisiera no ser dogmático,
ni hipócrita, ni colérico;
quisiera ser sincero
y embustero a partes iguales,
gozar de los placeres
y contenerme 
para gozar más de los placeres;
quisiera ser lunático,
errático, satánico,
quisiera tocar las nubes
para chuparme los dedos
y que me los chupen;
quisiera hablar de tráfico,
de arsénico, de léxico
y no atender al discurso
monótono de los voceros;
quisiera abrasarme
para luego bañarme 
en agua helada;
quisiera ser profesor 
de los que no hieren
y escritor de los que 
alguien lee.
Y sobre todo, quisiera olvidarme
de mí mismo.
Pero el mundo no me deja
ser como quisiera ser.
Los obstáculos son muchos, 
a veces insalvables.
La envidia,
esa cerda huida de su porqueriza,
se atraviesa en los cruces de caminos
junto con sus crías
para entorpecer el paso,
para tumbarse sobre la hierba 
y dejarlo todo perdido 
de purines y de barro.
La soberbia,
ese trigo verde que se yergue
como los cardos entre la siembra
para dar una harina agria e indigesta.
El poder,
esa puta afeitada con cosméticos
de droguería barata
que te atrae con la golosina de su sexo
para pegarte unas ladillas o una sífilis irreversible.
O las iglesias,
esas buhoneras camufladas
de mujeres honradas
que te venden un cielo de abalorios 
con la oferta del espanto. 
Y tantas y tantas intrusiones
asesinan la intención que uno tiene
de andar sin armas en los bolsillos.  

sábado, 28 de febrero de 2015

Ejercicios anti-Lomce: "Huir del aula"


Una conseja más que recomendable para no convertirse en un probo funcionario adoctrinador:

Era la cuarta semana de clase. Los chicos ya habían abandonado el entusiasmo del comienzo de curso, sepultado por el olor a naftalina de las aulas. Se imponía un revulsivo. Aquella mañana había una feria de ganadería en el pueblo. Los pastores llevaban a sus mejores sementales para cruzarlos y así evitar la endogamia, nefasta para la cría de corderos de calidad. "Hoy salimos a la calle". La alegría no se podía contener, era desmesurada la emoción por abandonar las cuatro paredes del aula. Escuchaban las indicaciones para elaborar el trabajo de campo con la emoción del semental que huele a la hembra. Si alguien hubiera observado desde fuera el fenómeno, habría pensado que dentro de clase torturamos a los chicos o que nunca habían salido de allí en todos los días de su vida. Se plegaron a todas las condiciones impuestas. Los alumnos que nunca hacían nada se esmeraron por afilar el lápiz y por comprobar que el bolígrafo no tenía la tinta helada. Al llegar a los rediles donde se guardaba a los corderos, se lanzaron con decisión a la búsqueda de los pastores. Los entrevistaban con emoción, apuntaban sus palabras en el cuaderno como si estuvieran recogiendo las palabras del oráculo. "¿Cuántas ovejas hay aquí?", "¿Ovejas?, vamos a ver, muchacho, no les ves los botones?" Anotaban la palabra "botones" y me preguntaban si podían recoger los tacos. El más pequeño de todos, con problemas de salud y de integración, era el centro de atención de los ganaderos, lo rodearon como a un reportero famoso, lo subieron a mujeriegas sobre uno de los sementales y él se sintió héroe por un día.
Los ganaderos se reúnen todos los años para cruzar camadas, para que la simiente no se les envenene. Nosotros no, dejamos que se apolillen los muchachos en el aula. Los rociamos con insecticidas para desinfectarlos de cualquier atisbo de originalidad o creatividad. Nos esmeramos por pudrirles la simiente, para que no puedan reproducir ningún pensamiento propio ni exprimir ninguna idea sin el revoque de los "estándares" normativos. No es una idea nueva, ni mucho menos. Solo tenemos que seguir a Francisco Giner de los Ríos y no los catecismos que nos imponen un año y otro desde los nuevos ministerios: 
«Transformad esas antiguas aulas —dice Giner—; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres. Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales, que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas.»

jueves, 19 de febrero de 2015

Escucha


Escucha:
me gusta
que me escupas,
que me insultes,
que me menosprecies,
que hieras con la aguja
de tus zapatos
la parte más blanda
de mi rabadilla,
que me ahogues
con tu intransigencia,
que pudras mi sonrisa
con tu rencor.
Y me gusta, sobre todo,
cuando me doy la vuelta
y me lamo las heridas,
restaño el boquete
de tus zapatos,
me aplico silencio
en el cuello,
y compruebo
con satisfacción
cómo la perversión
ha salvado a mi buen humor.

sábado, 14 de febrero de 2015

Bucólicas (Invierno)


Amainaron las ventiscas,
se llevaron con ellas tres días
de furia y vidrios.
Se calmó el cielo
y las sendas acogieron
de nuevo a los caminantes.
Los montes dejaron de rugir
y la tierra ya no hería
los ojos.
Amainó el mundo
y todo fue pereza.
Las nubes regresaron,
se posaron sobre nosotros
como lápidas cargadas de nieve,
nieve que no caía,
detenida en el aire,
apenas humedeciendo el suelo.
Los caminos de nuevo poblados
de simiente y huellas recias.
¿Qué se llevaron los vientos?
¿A quiénes arrastraron con ellos?
Solo las urracas lo saben:
graznan de pérdida
sobre las vides.
También las campanas:
gimen de añoranza
bajo las nubes. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Aventuras previas al Carnaval


No había solución. Su vida se estaba convirtiendo en una película cómica y él no hacía nada por rectificar. La noche de carnaval le dio la última pista, la definitiva: en el pueblo vecino solo había disfrazadas 5 personas. Se había equivocado. No era ese el día grande. De todas formas, se empeñó en seguir con el traje de gorila, a pesar del sofoco y de haberse caído tres veces. La noche promete, se dijo. Lo inesperado es lo que mejor sale, se dijo. Hay que aprender a sufrir para socializarse, se dijo. Nadie se le acercaba porque no había ya nadie por la calle. Los churreros echaban la lona y los tiovivos apagaban las luces. No se dio cuenta de su soledad hasta que se dio de narices contra la puerta cerrada del último bar. Bien, había que volver a casa. No siempre se triunfa, se dijo. Se sacó la cabeza de gorila y se remangó el cuerpo. Subió en el coche y se rindió. Solo estaba a quince minutos de casa, pero la niebla puñetera duplicó el tiempo del viaje. Al llegar a su calle, unos ladridos lo alteraron. Vio a través del retrovisor, corriendo entre la noche, dos mastines enormes. Perseguían su automóvil. Llegó a casa, aparcó y uno de los perros asomó la jeta de lobo tras el cristal del copiloto. Por fortuna estaba subido. El otro animal se tumbó justo delante de la puerta de su edificio. Maldijo su mala suerte, aunque pensó que peor habría sido llegar hasta allí a pie como solía hacer cuando salía por el pueblo. Esperó con la confianza de que los perros se irían de allí, pero no. Pasaron diez minutos eternos. Los mastines se tumbaron y bostezaron. Lo más seguro es que no muerdan, se dijo. Pero no puedo arriesgarme, se dijo. Eran las dos de la mañana, buena hora para los valientes. Arrancó el coche con la intención de que lo siguieran. Uno de ellos volvió a rugir. Aquello no podían ser ladridos. Lo vio correr tras el coche a través del retrovisor. Aparcó frente a su casa de nuevo. El otro mastín seguía tumbado ante la puerta y el que corría se acostó junto a él. No hay nada como las noches de carnaval, se dijo. ¿Por qué me pasan a mí estas cosas?, se dijo. Los perros lo observaban entre divertidos y somnolientos. Reclinó el asiento para dormir. No tenía valor para salir, ni esperanza de que se fueran. Hacía frío, a pesar del pelo del disfraz. Tomó una determinación, como todas las de esa noche, muy inteligente: huyó hacia su otra vivienda a 120 kilómetros de allí. Durante el viaje, no paró de entornar los ojos para ver entre la niebla los límites de la carretera. De vez en cuando, soltaba una mano del volante para rascarse la barriga. El disfraz de gorila engordaba chinches de buena crianza.
Mañana, cuando cuente esto, nadie me va a creer, se dijo. Mejor no lo cuento, se dijo. Que lo cuente Stephen King o Francisco Ibáñez, se dijo. Para Kafka aún no estoy, se dijo, tampoco para los Monty Python, pero todo se andará.      

jueves, 12 de febrero de 2015

Perdone...


Perdone, ¿no siente usted curiosidad por saber cuántos días le quedan? ¿No piensa cada noche en la muerte y en lo que será del mundo cuando no estemos aquí? ¿No le provoca escalofríos pensar en la eternidad, en desaparecer para siempre, en no ser? ¿No se remueve entre las sábanas, no se desvela con una obsesión que no le deja dormir: esa noche sin fin que nos espera a todos después de la vida? ¿No le inquieta que en cualquier momento, en cualquier lugar, pueda darle un ataque al corazón o pueda aplastarlo el camión que acaba de adelantar o que un fanático entre en el bar en el que suele tomar la caña y le vuele la tapa de los sesos con un subfusil? ¿No le espanta perder la seguridad de la tierra, caer en el abismo de la no consciencia, sentir el vértigo de la nada? O es posible que usted, para mí del todo desconocido, haya tenido una vida de perros, haya sufrido como un condenado a muerte, haya asistido a crímenes, tragedias naturales, tiranías, opresión, perversión, sadismo, y encuentre en la muerte una salida. Seguro que a usted no le despierta el sudor del sueño de la inexistencia, no cierra los ojos por la noche a causa de la angustia, sino porque le han sellado los párpados con el espanto.de la mañana. Usted deseará desaparecer, ser abrazado por el amor de la inconsciencia, en el regazo de la nada, donde se ahogará la sangre y se amordazará a los demonios. Usted no verá a la muerte como nosotros, no será la misma señora con agujeros en las manos, sino una doncella con morfina en los labios. Perdone, pero no sé quién es usted, no sé por qué me empeño en compartir mis experiencias creyendo que todos viven la vida que a mí me da miedo perder. Perdone por haberle molestado con mis impertinencias de burgués.  

lunes, 9 de febrero de 2015

Carta de una profesora finesa


Por pura casualidad, en un crucero por el Báltico, llegó a mi poder esta carta de una profesora que un finlandés me tradujo al español (hubiera sido mucho más difícil encontrar a un español que conociera el finés). Me pareció, en un principio, un documento burocrático sin mayor interés, pero conforme la iba traduciendo constaté una serie de claves que son muy útiles para comprender nuestras diferencias. Aquí la dejo para el que quiera desmenuzarla.

Kokkola, 24-06-2011
Estimado Administrador de los Servicios Periféricos de Ostrobothinia Central:
Como profesora de secundaria del departamento de Ostrobothinia Central, me dirijo a usted para que tome las medidas necesarias en lo que se refiere a mi deplorable labor educativa de este año. Sin que sirva de eximente, le expongo la situación que he vivido.
Me llamo Maaliskuu Berglund, casada y residente en la ciudad en la que desarrollo mi profesión de educadora, Kokkola. Durante el curso pasado no he sido todo lo competente que hubiera deseado debido a una enfermedad que ha condicionado el desarrollo de mi labor académica. Un herpes que marcaba mi rostro y lo afeaba de manera evidente me ha hecho asistir al aula con una apatía y una falta de profesionalidad que han mermado considerablemente mi rendimiento. Las clases, de no más de quince alumnos de 14 a 18 años, han resultado insustanciales, tanto para mí como para los alumnos que han sufrido mis dolencias. Cuando empecé a notar el eccema que me abrasaba la cara, lo intenté disimular con diversas cremas que solo consiguieron agravar mi situación. Incluso llegué a ponerme un parche ridículo que empeoró todavía más las cosas. Al advertirlo los chicos, se preocuparon por mi estado y me compadecieron (como es costumbre entre los muchachos finlandeses).
Durante este año, debería haber preparado a los alumnos de 17 años para ingresar con la preparación conveniente en el último curso del instituto, pero creo que no lo he conseguido debido a un simple problema estético. No solicité la baja por creer que no era razón suficiente para faltar al trabajo. Mis compañeros, incluso los jefes de estudio y hasta el director me instaron a hacerlo, pero me pareció una falta de profesionalidad y de ética ausentarme por tal nimiedad.
Mi proceso mórbido fue a peor. La preocupación solidaria de mis alumnos me provocaba una cavilación constante que no permitía que corrigiera con precisión ni planificara las clases con la normal exigencia. Atendí, eso sí, a sus dudas, desarrollé el programa de gramática y de literatura finesa, aunque sin profundizar como lo suelo hacer. Mis compañeros me apoyaron en todo momento y yo atendí en lo indispensable a los requisitos documentales que me exigía mi departamento, aunque no emprendí ninguna nueva estrategia ni abordé los retos que se me planteaban en la forma que a mí me gusta hacerlo. También he llegado siempre con puntualidad a clase, pese a la creciente falta de ánimo que se fue apoderando de mí a lo largo del curso.
Nunca, en todos los años en que vengo desarrollando mi labor en este centro, me había sentido tan inútil y con tanto desánimo. Los resultados finales de los alumnos reflejaron, sin lugar a dudas, mi falta de competencia. A muchos de ellos los vi con escasa motivación por asistir a clase, mientras que en cursos anteriores, a algunos se les escapaban las lágrimas el último día de clase. Los agradecimientos de las familias han escaseado, con toda la razón del mundo, y no he colaborado en las actividades organizadas por mis compañeros. Solo quería esconderme en mi casa y tumbarme en el sofá alejada de las miradas y de los trabajos educativos. Mi profesión es muy importante en mi vida. Desarrollamos una labor que pocos pueden realizar: formar individuos con espíritu crítico para que aprendan a disfrutar de la vida intelectual. Y a pesar de mis convicciones, no he cumplido con ellas.
Por todo esto, solicito que se sirva descontarme la mitad del sueldo del curso pasado y que se revise mi práctica académica en el siguiente, no fuera que la apatía me llevara a continuar con estos vicios, como el que maneja una maquinaria averiada. Además, desearía asistir a algún curso de reciclaje profesional para asistir a clases suplementarias por la tarde con el fin de compensar los daños que haya podido infligir tanto a mis alumnos, como a la comunidad educativa en su conjunto. Sin nada más y, esperando que mi solicitud sea aceptada, se despide una humilde profesora que ha faltado a su ética y a su profesionalidad. A sabiendas de que así lo estaba haciendo y, con la responsabilidad de que somos un modelo educativo para toda Europa, no quisiera ser una mancha en el expediente de nuestra magnífica institución educativa.
Por favor, no tarde en contestarme, ya estoy totalmente curada y desearía que el programa de reciclaje se me aplicara durante estas vacaciones, bien yendo a algún país exótico como España para investigar los comportamientos educativos, bien a alguno de los campus de nuestro país ahora que el deshielo ya nos permite viajar con mayor facilidad. Muy suya, su servidora, Maalisku Berglund de Kokkola.

P.D.: Adjuntos le envío los informes de cada uno de mis alumnos, para que compruebe cómo su evolución no ha sido la esperada y, para demostrar, de manera fehaciente mi falta absoluta de profesionalidad y ética durante este curso.

jueves, 29 de enero de 2015

Tránsitos líricos (La vida y la muerte)


LA VIDA
Entro en clase. La alumna embarazada, alegre y dulce como el rumor de un arroyo, me invita a acercarme. Se acaricia la barriga de ocho meses y me sorprende:
-¿Sabes que Ainhoa solo se mueve en tus clases?
-Será porque quiere huir de ellas cuanto antes.
-No, le gusta escucharte...
__________________________________________

LA MUERTE
Perdidos en las cumbres de los Pirineos. Cae una lluvia muy fina que nos hiere con insistencia. No se oye otra cosa que el golpeo leve de las gotas sobre los impermeables. Atravesamos una niebla esponjosa que ensombrece los prados y oculta las veredas. Son más de cuatro horas extraviados en el silencio angustioso de la montaña. Hablamos de la vida y de la muerte. Nos detenemos al borde de un pequeño lago. El agua es tan densa y la lluvia tan fina que apenas se advierte alteración en el plomo de la superficie. Nos callamos, todo lo absorbe la calma, la bruma, la humedad... En la orilla opuesta, como una acuarela sin terminar, aparece la cabeza de un carnero, sus cuernos, su lana, sus pezuñas... Inmóvil, como el agua del lago, como la niebla, como una figura sacada de un sueño. Recuerdo la escena de Amarcord, cuando el abuelo, poco antes de morir, se ve envuelto por una bruma espesa y surge de repente una vaca que lo angustia. La cabeza del carnero sigue inmóvil, parece mirarnos con ojos de vidrio. Un escalofrío nos recorre a todos la columna. La eternidad se hace fuerte en las montañas más altas. Tras encontrar el refugio, nos dormimos con los ojos del carnero congelados en nuestra insignificancia.

domingo, 25 de enero de 2015

El sueño es fecundo


El sueño es fecundo
como una rata.
Disecciona cobardías,
piedras de lodo,
para lanzarlas
noche abajo,
al pozo de los banqueros.
Nos lava los ojos
con navajas,
agita la lentitud
de los pájaros 
y nos sumerge 
para que pronunciemos
bajo el mar
un discurso, 
amarrados al 
caparazón de las gaviotas,
a las alas de las tortugas.
El sueño es fecundo
como una hiedra,
se abraza a la oscuridad
y recoge
hormigas como sándalos,
vergas como arañas.
Arrastra las pieles
del día
y las tunde,
sobre lenguas de espuma.
Amasa la conciencia
y la escupe 
muy lejos,
más allá del círculo
y la metralla.
Nos penetra
con garfio de fuego
y nos trata 
como a una mujer
sin prejuicios
ni colada.
El sueño es fecundo
como una manzana,
como una llama,
como un beso de piernas,
como una rata.

martes, 20 de enero de 2015

Renovación de los tópicos: "Ubi sunt?"


Ubi sunt?,
se lamentaba la abuela.
¿Dónde quedasteis, muslos firmes,
dónde los pechos erguidos,
dónde el entusiasmo,
dónde la piel tersa,
dónde la agilidad,
dónde la belleza?
¿Adónde se marchó
la inocencia?
La pasión, ¿adónde fue?,
¿adónde los deseos,
adónde las caricias?
Ubi sunt?,
se lamentaba la abuela,
mientras buscaba
su dientes postizos
entre las sábanas,
tras la blanda y frustrada
fellatio.

domingo, 18 de enero de 2015

Los órganos del fornicio


"¡Qué delicados son 
los órganos del fornicio!", 
me decía el páter.
Y aun sin ser autoridad
en estas lides,
le confirmo la sentencia.
Los órganos del fornicio,
guiados por las secreciones 
de la mente,
se adueñan de los sentidos
y ocupan el meollo
de nuestros cuidados.
Los mimamos como a recién nacidos,
los envolvemos entre algodones 
y tejidos de fibras nobles.
Los adoramos en la adolescencia
como a vírgenes comunales
y ya en la madurez los ofrecemos
al besamanos
para que se rinda pleitesía
al señor más bendecido.
No se llevan bien
con la bebida,
ni con infancias
reprimidas;
tampoco con los cilicios,
ni con el agudo bel canto.
Son sagrado refugio
de los buenos amadores,
de las seguidoras de Ovidio,
de los fanáticos de Epicuro.
No es esto, con seguridad,
lo que el páter quería:
me ha salido una loa
ya vendrán las elegías.

jueves, 15 de enero de 2015

Ya no soy moderno


Todavía no me he dejado barba,
aún no me he recogido el pelo en una coleta,
ni siquiera he tenido tiempo de comprar un dron,
ni trafico con la tablet en las salas de espera.
Ya no soy moderno,
y me he dado cuenta demasiado tarde,
cuando ya he comprado unas mallas a juego
con mi diadema musical de última generación;
después de dejarme arrastrar hasta los muros de Ebay
para participar en subastas de aparatos innombrables
que no sabré utilizar;
tras intentar bailar "reggaeton" rodeado de veinteañeros.
No, he perdido el norte de la modernidad:
No sé participar en las redes sociales,
no entiendo qué es el LOL ni un "hastag", ni un "trol",
soy un analfabeto arcaico, desmañado y torpe,
nunca aprenderé a teclear a dos manos el móvil,
ni entenderé el idioma cifrado de los emoticonos.
"Ya no soy joven", dijo el poeta, lamentándose de que solo
quedaban las dimensiones del teatro. 
Lo mío es mucho peor: "ya no soy moderno", 
ni siquiera sé medir las pulgadas de una televisión curva.

sábado, 10 de enero de 2015

"Recomendaciones lecto-gastronómicas: hoy, Michel de Montaigne"


Montaigne es una sopa, una sopa de picadillo. Su lectura prepara el estómago para una comida más sólida, lo reconforta, abre el apetito. La jugosa sustancia de su caldo se extrae de los ingredientes más diversos de la cultura griega y latina (Sócrates, Platón, Plutarco, Cicerón, Séneca...), esto hace que el paladar se llene de muy distintos sabores que a menudo chocan por su contradicción; sin embargo, el ánimo sosegado del francés consigue darle un toque de consistencia que conforta el paladar de cualquier comensal. Las pequeñas historias que inserta en sus ensayos son como esos tostones con los que te encuentras en mitad de una cucharada: inesperados, crujientes y con toda la sustancia de una cocción lenta y reposada. Cuando uno se sienta a la mesa, no puede esperar más de un plato de cuchara: son innumerables las sentencias y el buen provecho que se saca de su lectura, a pesar de los juicios contradictorios, a pesar de sus devaneos, de sus digresiones, de sus aventuras desmelenadas por cualquier vericueto. Lo que prevalece es la humildad de un plato tan sencillo y a la vez elaborado a partir de unos ingredientes tan sólidos y tan variados. Si además nos acercamos a él después de haber cenado con algún discurso moderno, con el cuerpo descompuesto por el fanatismo o por escuchar y leer juicios vociferantes y sin argumentos, nos calmará el malestar y nos dispondrá para, con su alimento, atacar un segundo plato más sólido, un entrecó de Shakespeare o unos duelos y quebrantos de Cervantes. Se sirve en cualquier posada humilde, en cualquier figón que tenga un poco de amor por la cocina tradicional. Es posible que no podáis acabar con todo de una sentada, pero acercaos a los Ensayos, aunque sea para sorber algunas cucharadas, os aseguro que el efecto es muy reparador.

domingo, 4 de enero de 2015

Torciéndole el cuello al cisne: "Contra Natura"


Yo persigo una lluvia de placeres mundanos,
agua que no empapa la carne todos los días,
afán líquido de bocas pocas veces mías,
hambre de hambre de cisnes que secan mis manos.

Asomo al aire la palma y mis cabellos canos
para recoger el agua y los labios que envías,
pero son persistentes las últimas sequías.
¡Solo quiero recoger el fruto los veranos!

El viento arrastra nubes húmedas con violencia,
no da tregua al amante, ni a la propia paciencia,
e impide el vigor de las nieblas y su erotismo,

No ayuda en trabajos del tiempo Naturaleza.
Solo espera de ella rigores y aspereza,
nunca sometas tu miembro a su egoísmo. 
     

lunes, 29 de diciembre de 2014

Otra vez 29 de diciembre

Me he despertado antes de tiempo, como siempre en esta fecha, desde hace tres años. El recuerdo de mi padre me desvela antes de que amanezca. Su mirada desasosegante -la última antes de sumirse en el sueño de la agonía- me despierta en la penumbra de la habitación y me estremece. No se le oye, no veo su rostro, solo esa mirada de vidrio empañado que ilumina la madrugada como los ojos de un lobo en la espesura de un bosque. Miro a mi alrededor, no sé si estoy dormido o despierto, se quiebra la realidad y entonces escucho sus últimas palabras: "Es el fin de la existencia", extraídas de unos jipíos flamencos de Manolo Caracol.
Nadie me reconforta desde hace tres años de un vacío que remuevo todos los días con la palma de la mano. Escurro el brazo en una fosa enorme y tanteo sin suerte, no palpo nada, nada sólido me llena los dedos. Desde hace tres años. Lo veo allí sentado, oteando el fin, ajeno a lo que se mueve a su alrededor, con el desconcierto del que ya no se siente miembro de la vida, sin fuerza ya para levantarse, solo con energía para reclamar tranquilidad, alejamiento: "¡Dejadme en paz, mecagüendiós!", la expresión es dura, recoge con espanto la renuncia a la compasión, el rechazo a los remilgos de los que rodean a los moribundos. No quiere verse acicalado ni compadecido. Su victoria es su carácter, no le queda otra cosa.
Lo añoro, no me acostumbro a ir a la casa de mis padres, a la tienda donde trabajaba, a los campos por los que paseaba y no encontrarlo, no verlo, aunque fuera encorvado en una silla esperando la muerte con los ojos perdidos en la espesura del bosque. Nunca le hablé con dulzura porque no nos enseñó a hacerlo, porque su pasado se lo impedía. Solo cuando reposaba en la cama, recién fallecido, me atreví a tumbarme junto a él, le rocé la cara con el dorso de mi mano  e intenté susurrar las palabras que no pude decirle en vida. Tampoco lo conseguí. Solo salió de mi boca un gemido anacrónico de niño desvalido: "¡Mi papa, mi papa!" y me acurruqué junto a la muerte compasiva, que acababa de silenciar a los estertores de la morfina.  

martes, 9 de diciembre de 2014

Vivir


Hablar de lo que no se quiere hablar,
salir con quien no se desea ver.
Vivir donde nunca habría habitado.
Visitar los lugares más odiosos.
Conversar de inanidades que dejan 
un sabor a veneno que corrompe.
Asistir a reuniones cuando 
se necesita soledad.
Cubrir de vulgaridad el cuerpo,
la palabra y el alma.
Trabajar para vivir o trabajar para bien morir.
Narcotizarse para aguantar.
Así es la realidad.
Esta es la materia con que matamos
los días
hasta envolvernos en una crisálida
de hastío y sumisión.
La supervivencia, las convenciones,
los compromisos, las obligaciones,
con toda esta argamasa nos construimos. 
Nos impregnamos
de una viscosa capa que apesta si la olemos.
Conversar con quien no deseamos,
ocupar nuestro tiempo con actos que 
nunca
realizaríamos si tuviéramos voluntad,
si no nos obligara ese poder invisible que nosotros mismos ayudamos a fortalecer.
Completar la agenda (expresión infame, "completar la agenda") con citas indeseables hasta vernos a nosotros mismos con la misma aversión que a quienes habríamos evitado.
Y darnos cuenta de nuestra muerte,
de que la sustancia adiposa nos ha convertido en odres de viento,
cuando ya es inútil arrancarse la piel,
porque no recubre nada, ni siquiera músculos, no digo ya arterias. 
Y comprobar que solo nos quedan el arte, la música, las palabras y a veces el pasado (el amor se evapora en el hueco de la inconsistencia).
Y añorar, al oír una melodía o al escribir un verso o al contemplar unas ruinas, lo que era la vida. Y sentir el vello erizarse y reducirse el aliento y hasta humedecerse los ojos con lágrimas patéticas de melancolía.
Y sentir como una enfermedad la idealización del recuerdo,
y temblar ante una hoja manchada con la experiencia de otro
que sí ha vivido 
o que lo finge muy bien en sus palabras,
y estremecerse con el aleteo de una voz que no es de nuestro mundo
mudo,
y desconcertarse ante el pálpito de unas piedras
más vivas que nuestro corazón.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Un poema de Keats

Os invito a probar la droga más dura; os invito al placer de deslizarse por los rincones de la locura, de la noche, del sueño, del amor y de la muerte. Os invito a dejar la mente en suspenso, a adentraros en los tugurios del opio y del vino, en los espesos vapores de la marihuana, en el abandono de la absenta. Os invito a que leáis este poema de John Keats y os dejéis conducir por la voz narcótica de sus palabras hasta sentir cómo se diluye la razón: un calor intenso os recorrerá la espalda y se vaciará en los ojos para abrasaros la conciencia. 
Oda a un ruiseñor (Traducción de Alejandro Valero)
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado un pesado narcótico
hace poco y me hubiera hundido en el Leteo:
no es por sentir envidia de tu feliz estado,
sino por el exceso de dicha que me infundes
cuando, dríada de alas ligeras de los árboles,
en algún escondite melodioso
de frondosos hayedos y sombras incontables,
le cantas al estío con voz resuelta y plena.
¡Ah, si bebiera un sorbo del vino que se enfría
mucho tiempo en el seno de la tierra y que guarda
el sabor de praderas y de Flora, y de cantos
y bailes provenzales, y del gozo soleado!
¡Si tuviera una copa con vino del Sur tibio,
llena del sonrojado y auténtico Hipocrene,
borboteando al borde de las burbujas ligadas,
con la boca de púrpura teñida,
y que al beber me aleje del mundo sin ser visto
y me pierda contigo por la espesura umbría!
Perderme en lo lejano, disiparme, olvidar
lo que no has conocido jamás entre las ramas:
el hastío, la fiebre, la angustia que se siente
aquí donde los hombres se escuchan sus gemidos,
donde el temblor sacude las tristes canas últimas,
donde la juventud muere exangüe y escuálida,
donde el solo pensar nos llena de zozobra
y desesperación con ojos decaídos,
y la belleza pierde su mirada esplendente
que un nuevo amor no ama más allá de mañana.
¡Lejos, lejos! Pues voy a volar hacia ti,
no montado en el carro de Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente torpe se retarde, perpleja,
¡Ya estoy aquí contigo! Suave es la noche,
y quizás en su trono está la Reina Luna
con sus hadas estrellas que alrededor se apiñan;
pero en este lugar la luz no existe,
salvo la que las brisas impulsan desde el cielo
por sendas serpenteantes de musgo y fronda oscura.
No puedo ver las flores que están bajo mis pies,
ni el delicado incienso que pende de las ramas,
pero entre las fragantes tinieblas adivino
los encantos que ofrece esta estación propicia
a la hierba y al soto, al frutal de los bosques,
al brezo pastoril y a los espinos blancos,
a violetas marchitas cubiertas de hojarasca,
y a la hija primogénita del mayo ya mediado:
rosa almizcleña en ciernes, cubierta de rocío,
de un zumbido de insectos en tardes estivales.
Escucho entre las sombras; y he estado muchas veces
un poco enamorado de la muerte apacible;
le he dado dulces nombres en versos abstraídos
para que fuera hacia el aire mi aliento sosegado;
y ahora más que nunca morir parece hermoso,
sin dolor extinguirse en medio de la noche,
mientras tú derramas tu alma hacia lo lejos,
¡absorto en este éxtasis!
Seguirías cantando para mi oído en vano,
pues yo sería tierra para tu intenso réquiem.
¡Oh, Pájaro inmortal, no es para ti la muerte!
Ni las generaciones hambrientas te han pisado.
La voz que oigo esta noche fugaz ya la escucharon
antaño el soberano igual que el campesino:
quizás el mismo canto que encontró una vereda
por el corazón triste de Ruth que, con nostalgia
del hogar, lloró en medio del maizal extranjero;
el mismo que hechizara algunas veces
las mágicas ventanas, que se abrían a mares
peligrosos, en tierras de encanto ya olvidadas
“¡Olvidadas!” Palabra que tañe cualquier campana
que de ti separa hacia mis soledades.
¡Adiós! La fantasía, geniecillo embustero,
no es tan buena engañando como su fama indica.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu himno lastimero se pierde
más allá de estos prados, sobre el arroyo quieto,
ladera arriba, y luego penetra hondo en la tierra
de los claros del valle colindante.
¿Fue aquello una visión o un sueño de vigilia?
Ya se esfumó la música. ¿Duermo o estoy despierto?