jueves, 20 de julio de 2023

Cafeterías




 

Las cafeterías de siempre, esos lugares de encuentro, de investigación antropológica, de fauna ibérica. Dos señoras mayores que apenas pueden andar se piden unos anisetes, un matrimonio joven discute sobre los hijos, un señor calvo se rasca con mucha fruición los bajos antes de sentarse (¿ladillas?), chicos con coleta muy modernos piden tostas de quinoa, unas adolescentes se emocionan con los "Frappelatte", tres señores con bermudas se pelean por pagar, un mendigo (en la puerta) pide la voluntad con un vaso de cartón (¿dónde habrá dormido?). Se me acaba la cerveza y el calor sigue apretando. La Delegación de Hacienda no para de recibir gente. Los veo a través de la cristalera de la cafetería, una pecera en la que nadamos frescos mientras esperamos que nos vuelquen el plancton. No, seguramente, las mesas de esta cafetería no son lápidas del cementerio, ni siquiera parecen de mármol verdadero. También una mujer regenta el café como en La colmena, pero no es doña Rosa (supongo). Trata a los clientes con amabilidad, a pesar de que les pidan té con leche, y a las empleadas las dirige con mucho mimo. No, no es doña Rosa, no muda la piel como los lagartos. Los tiempos han cambiado mucho. 

La gente habla y habla y habla, como cuando cae el orvallo en Galicia (ojalá cayera aquí). Como no llueve, se pega la hebra sin ningún rubor ni contención. Solo calla ahora el matrimonio joven. No ven claro haberse casado el uno con el otro. No están cómodos. Las vacaciones se harán demasiado largas. "Y esto acaba de empezar", "con lo a gusto que estaba yo en la churrería", "con lo tranquilo que estaría ahora en la carpa del circo", "quién me mandaría a mí" (esto son monólogos interiores, que de todo tiene que poner uno en las narraciones). Dos chicas jóvenes con el pelo muy corto observan al matrimonio, parece que con envidia. No conocen su mal rollo. Yo sí. Que quién me lo ha dicho. A usted qué le importa. El calvo se vuelve a rascar. Si se hubiera conformado con el porno del móvil, pero no. "¡Joder, qué molesto!" (otra vez). Las chicas del pelo corto lucen bermudas también, nada que ver con las que pasean los hombres que se pelean por la cuenta. Piernas musculadas, bronceadas, gemelos tatuados. Cuando salgan de aquí, irán a la playa de Campello a completar su moreno de cabina. Antes pasarán por una panadería para comprar bollitos de fresa (Que por qué sé yo lo que harán una hora después, a usted eso tampoco le importa). Ellas se lo pueden permitir, lucen un vientre liso y firme como las lápidas del cementerio.     

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