Última tarea de la mañana: asistir a los ritos de aula de un primero de ESO durante una guardia. A última hora, después de pasar cinco horas sentados, escuchando monsergas y realizando ejercicios mecánicos del libro de texto, hay una necesidad perentoria de ir al baño. No porque no puedan retener esfínteres, sino porque se hace necesario desahogar la vitalidad de los 13 años de alguna manera. Una niña rubia que apenas levanta un metro treinta del suelo, con ademanes de persona mayor, explica a sus amigas cómo se resuelve una ecuación. Un pelirrojo con los mofletes colorados completa ejercicios en inglés y piensa en la tortilla de patatas que le estará preparando su madre. Un muchacho, peinado a lo Cristiano Ronaldo, se esmera en el dibujo de una pirámide. Otro, animado por lo poco que queda para que suene el timbre, no puede retener sus ganas de hablar y de expresar su alegría. La clase bulle, hierve poco a poco, de manera regular, como la paella cuando le echas el arroz. Escriben, borran, manejan la calculadora, pasan página, conversan de fracciones, tiempos verbales y reyes españoles. Suenan extraños estos temas de conversación en almas tan tiernas; mientras, madres y padres, en casa, comentan la agilidad del portero del Chelsea y la habilidad de una concursante de La isla de los famosos para ensartar melones en un espeto. Los pedagogos tienen razón: los contenidos que se imparten en las aulas están desconectados de la realidad cotidiana.
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viernes, 7 de mayo de 2021
Las aulas y la realidad
Etiquetas:
Crónicas desde la "indocencia",
Degollación de la rosa
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